Ambos se conocían de
casi toda la vida; se gustaban mucho pero no se lo decían. Ella era alta, fina,
de piel blanca y ojos encantadores. Él no era muy atlético pero sabía disimular
muy bien la falta de atractivo con su carácter extrovertido y alegrón. Se veían
de dos a tres veces por semana. Ella gustaba de su presencia. Él amaba ir al
cine con ella.
La noche de año nuevo la
pasaron juntos, con familia de ambos. Ella estaba feliz, pero Él algo incómodo.
Ella no dejaba de brindar con copa en mano, dejando que los efectos
efervescentes de la bebida se apoderarán de Ella. Él no bebía, ni siquiera
fumaba; brindó la llegada del año 2011 con un vaso con agua. Ella comenzó a
bailar con su sombra; Él miraba como meneaba las caderas esas generosas y apetitosas
con la que Ella estaba dotada.
Él apreciaba con ojos
analíticos, y con agua en la boca, el pequeño ritmo de sus pechos pecosos al danzar.
Se imaginaba reposando en ellos, olfateando el dulce néctar de su aroma.
Ella lo invitaba a la
seducción con maridadas fulminantes sin importarle la presencia de terceros.
Él, ni tonto ni perezoso, atrapaba en el aire las telarañas de halago que Ella
lanzaba desde su esquina.
Parecían dos niños
jugando a los encantados; Ella jugaba a atraparlo y Él jugaba a dejarse hallar.
Todos se fueron a
dormir. Pero Ella y Él permanecieron en la sala de la casa, acompañados con los
pequeños adornos de elefantitos que yacían en las mesitas doradas con patas de
araña y cobijados por el calor de la alfombra de color vino les ofrecía.
Ella jugueteaba con las
manos venosas y fuertes de Él; le masajeaba con pequeños círculos que le
ofrecía con la yema de sus dedos delgados. Él le correspondía con una mirada
cómplice y una mueca aprobatoria en su rostro; por su cuerpo irrigaba fuego de
pasión desmedida, estallaba en ardor pero no dijo nada, sólo suspiraba en
silencio.
Por la inmensa ventana
de la sala se filtraban delgados destellos de luz lunar. El canto lejano de
unos gatos maullando fungía de serenata para la parejita de tortolos que, so
pena de ser descubiertos, se fundían en deseos acalorados, inhumanos.
Ella lo miraba con esos
azules como el mar, lo desnudaba, lo inquietaba, jugaba con Él como se juega
con un cachorro. Él estaba embelesado, ido, se ahoga en sus propios deseos;
recurría constantemente a su lengua para poder tragar la saliva que se
acumulaba como fuente de agua.
Un cosquilleo infantil
se apoderó del abdomen plano de Él. Ella se mojaba los labios con la punta de
su lengua, dejando presumir de tanto en tanto su perfecta dentadura blanca.
«Vamos a mi cuarto, ven»,
le invitó Ella con su voz suave y dulce al tiempo que le hacía piojitos a los
cabellos de Él. Él sintió cómo ese fuego volcánico que recorría su bajo abdomen
comenzaba a desplegarse por todo su cuerpo, temblaba ligeramente y los vellos
de sus brazos estaban ya electrocutados. La deseaba.
Lo tomó de su mano y lo
guió hasta su cuarto, en silencio y caminando en puntitas como nenes
malcriados. Él se dejó guiar hasta el dormitorio, adivinando, sabiendo y
deseando acertar sobre lo que lo iba a pasar.
Entrando al dormitorio,
Ella se giró hacía Él y se colgó de su cuello entrelazándole los brazos, lo
besó en la boca, en la frente, luego se desvió hacia el cuello de Él, lo lamía
y le daba pequeñas mordiditas indoloras. Las manos de Él comenzaron a recorrer
su espalda lunada, acariciaba cada rincón de Ella. Le mordía el oído y
entregaba su lengua juguetona al lóbulo de Ella. Ella comenzó arañar
delicadamente la espada de Él mientras le ronroneaba y le jadeaba de placer.
Se miraron por instante
y una inyección de pudor acuñó las mejillas de Ella. Sabía que hacía mal, que
podían descubrirla en cualquier momento ante el mínimo ruido, pero no le
importó. Curiosamente esa sensación de verse descubierta y entregarse a sus
instintos de mujer, hacía que se humedeciera sus adentros, aun más.
Sus labios chocaron con
más fuerza que antes y los brazos de ambos dejaban huellas recíprocas por
doquier. Él quería recorrerla de pies a cabeza, besar cada poro de su tersa
piel. Ella quería ser explorada y que besaran cada espacio de su ser. «Te
deseo», gruñó Él, chocando sus dientes. «Hazme el amor como nunca antes me lo
has hecho», exclamó, bajito, casi sin aire y ardiendo en sudor, Ella.
Él comenzó a despojarla
de sus prendas mientras besaba sus pecosos y esféricos hombros. Ella contenía
la respiración, mordía sus propios labios mientras sus pezones rosados se
erguían con cada lamida que Él le proporcionaba a los pliegues de su espalda.
Ella quedó completamente desnuda, húmeda y deseando que Él ingresara en Ella.
Él la tomó con firmeza, la echó a la cama donde puedo apreciar, contemplar,
todo el cuerpo que Ella le estaba ofreciendo. Respiraban agitados pero
dominados por instintos nunca antes proclamados.
Hubo un momento de
vacilación, de miedo, pensó si era correcto lo que hacían, «Claro que no es lo
correcto», se reprimió para sus adentros, Él. Pero Ella, que se hallaba
entregada a la pasión que había desatado esa noche de año nuevo, lo disipó de
sus dudas atrapándolo con sus generosos muslos; lo atrajo hasta sentirlo dentro
de Ella, con ferocidad animal, con ahínco de quien quiere ser poseída por su fiero
amante.
Él la hacía suya con
fogosidad creciente. Estaba emocionado, preocupado pero locamente absorbido por
los encantos de Ella. La hacía chillar, dar pequeños alaridos de pasión
desborda. Ella gemía encantada mientras daba pequeños espasmos de pasión.
Se amaron como se amaba
una pareja de amantes que buscan la noche para demostrar su amor, su deseo. Se
amaron toda la madrugada de esa noche primero de enero del año 2011. Se
entregaron como únicamente se entregan las parejas que arden en deseo el uno
por el otro. Se contemplaron por largo rato, y aunque algo confundidos, nunca
se arrepentirían de haberse entregado a ese mar de lujuria.
Lo narrado es muy
normal, quién, pues, no ha amado apasionadamente —así— a su pareja. Quién no ha
pasado una noche en vela donde los bajos instintos nos vuelven sus marionetas y
hacen de nosotros lo que ellos quieran. Quién no se ha vuelto prisionero por
aquello que llamamos deseo y nos dejamos volcar por ese huracán de caricias
desgarradoras. El problema no se suscita por hacer el amor de manera vehemente,
el problema es que Ella y Él son primos, primos hermanos.