Todo parecía un día normal en la
oficina. No hubo mucho trajín, como es costumbre siempre en el mes de
diciembre. Casi de podría decir que ir a al laburo es mero capricho. Yo acababa
de revisar varios informes jurídicos respecto de los procesos laborales que
patrocinamos para varias empresas. Nada del otro mundo, sólo meros eufemismos
profesionales para mantener contento al cliente. Eran las tres de la tarde y
los socios principales no estaban en la oficina. En el Directorio, todo comenzaba a quedar listo para el pequeño brindis
que se realizaría por fin de año, o mejor dicho por Navidad. Recibí un mensaje
a mi celular. Era mi esposa recordándome que sus hermanas y sus respectivas
familias estarían en casa para cenar. Una de mis cuñadas había llegado de la
Argentina para pasar fiestas con su papá, quien estaba delicado de salud. Pero
para la cena de Noche Buena no
estarían con nosotros, por lo que se optó que el 23 de diciembre cenáramos cómo
si fuese 24.
Y así fue.
Cuarto para las cuatro de la
tarde me avisan que los socios y todo el personal del Estudio ya estaban reunidos en el Directorio. Fui al servicio, refresqué mi cara, me acomodé la
corbata, traté de seducir al espejo, y me fui al brindis. En efecto, ya todos
estaban sentados, básicamente esperándome. Me sentí incomodo, pero me repuse de
inmediato. Un joven de entre los 26 a 30 años, alto, de figura desgarbada, cabello
negro engominado y mirada expresiva, comenzaba a verter el Champagne sobre las copas. Puse mi palma sobre la copa y le dije
que yo tomaría agua. Me miró por unos instantes, seguro pensando que se trataba
de una broma. Pero el comentario inesperado de uno de mis colegas, afirmó mi
pedido. «Es que él es un señorito, y sólo
toma agua», le dijo, con un guiño al mozo.
Uno de los socios principales,
uno que tiene un parecido increíble al actor cómico ‘Will Ferrell’, tomó su
copa y le dio tres ligeros golpecito para llamar la atención de todos los
abogados presentes. Dio las gracias por el profesionalismo con que se vienen
desarrollando en la empresa, por estar siempre dispuestos a solucionar temas
que, por su complejidad, nos roba horas fuera de casa. Nos dijo que somos una
gran familia y que espera que todos sigamos con el mismo ímpetu y dedicación.
Es un buen abogado, de los mejores que conozco en su rama, pero la oratorio no
es su fuerte. Luego, una vez que todos los socios dieron uso de la palabra,
tocó el turno a los abogados jóvenes.
Fui el tercero en agradecer.
Todos alzamos las copas
burbujeantes, menos la mía, y nos deseamos el bien. Nos dimos los abrazos
respectivos, nos deseamos una feliz navidad, y partimos del Directorio. Unos cuantos se quedaron
allí bebiendo más y aprovechando las generosas fuentes llenas de papitas fritas
y aperitivos gourmet.
Al entrar a mi oficina, sobre el
buró, estaba una nota. Era de mi secretaria. Dr. Su esposa llamó para decirle que si puede comprar pan baguete para
la cena. Me senté en mi sillón y comencé a revisar la publicación que haría
en mi blog ese día. ‘Estoy Maldito’,
titulaba. Eran la cinco en punto. Di unos cuantos apuntes más a la publicación
y, luego de encontrar la foto que la acompañaría, la publiqué en mi blog y
luego lo compartí en mi Facebook.
Apagué mi portátil, guarde algunos archivos en sus files y salí de la oficina
no sin antes volver a despedirme de los pocos socios y asociados del Estudio.
De los abogados de la firma, soy
el único que no tiene auto. No me gustan, los veo innecesarios. Además, siento
que le doy un regalo a mi Lima gris por no formar parte de su contaminación. El
supermercado más cerca está a cinco cuadras; así que me fui hacía allá con el
maletín donde guardo la portátil y con otro portafolio en la mano derecha
llenos de documentos que vería el fin de semana.
Uno de los socios me vio
caminado.
¾ Eh,
colega. ¿Dónde vas?
Le respondí.
¾ ¿Deseas
que te lance? Voy hacia esa dirección ¾me invitó.
Le agradecí la oferta. Pero le
dije que no era necesario, que estaba cerca y prefería caminar. El abogado
estiró dos dedos, los llevó a su frente y despidió con un saludo marcial con
una mueca de sonrisa. Retomó su empresa cuando de pronto frenó de manera
intempestiva. El chillido de las llantas despertó la atención de propios y
extraños que se asomaron para ver qué había ocurrido. Una moto de carreas color
blanco con dos tipos montados se había cruzado la luz roja sin medir cuenta. De
no haber sido por el rápido reflejo del abogado, los cuerpos de los imprudentes
hubiese adornando el pavimento junto con sus sesos.
¾
¡Carajo! Fíjate. ¡Animal! ¾
Gritó mi colega a los motociclistas.
Pero estos no respondieron, al
menos no de forma verbal. Se quedaron varios segundos mirando fijamente hacia
el conductor que los increpó. No pude ver sus facciones, pues llevaban puestos
cascos oscuros de protección. Pero ambas cabezas están en dirección al auto que
casi los arrolla.
Uno de ellos, el que iba de
acompañante (vestía vaqueros), puso un píe en la pista, e inclinó el cuerpo
dispuesto a desmontar la moto pero el canto de una sirena policial lo
desalentó. Retomó su posición anterior y siguieron marcha. La luz volvió a
verde, y mi colega aceleró el paso.
Caminé varias cuadras pensando en
lo que acaba de ocurrir, pero también pensaba en comprar el baguete, llegar a casa y pasarla en
familia. Llegué al cruce de la Av. Garzón con la Av. Mariátegui, ya estaba
cerca del supermercado. Algunas tiendas comenzaban a encender la luz en
respuesta al rojo anochecer que anunciaba la bienvenida de una tibia velada. El
hombro derecho me molestaba por el peso de la portátil y varios otros
documentos. Disimulé el cansancio de mi extremidad pensando en la publicación
que hice en mi blog. Estaba seguro que ‘Estoy
Maldito’ daría qué hablar.
Saqué mi celular del bolsillo
derecho de pantalón para ver la hora; eran las 5.55pm.
No olvidaré nunca esa hora.
Una chica de baja estatura, morocha
y de cabellos largos, caminaba hacia mí. Deambulaba con cierto rumbeo propio de
su abolengo. Tarareaba una canción mientras sus ojos estaban clavados en su ‘Smartphone’. Pudo caer un asteroide y
eliminar cualquier rastro de vida terrestre, pero la fulana ni cuenta se
hubiese dado. Era una zombi con jeans rasgados y blusa acebrada. Sin embargo lo
vi; allí estaba, acechaba a su presa. Lo vi. Supe lo que ocurriría. Pero no
dije nada. Quizá por ello mi sentimiento de culpa. Pude gritar, precaverla, pero…
¿por qué no lo hice, maldita sea?
El truhan ¾sigiloso y silencioso, como el
andar de un gato sobre la paja¾,
detrás de su presa estaba. Cual rata de alcantarilla se mantenía a la sombra,
donde pocos podían advertir su presencia. Pero yo sí lo vi, y lo veía bien.
Tenía ojos grandes y el rostro
consumido. Sus pómulos pronunciados y puntiagudos, emulaban ser el reflejo puro
de la maldad. Adiviné de inmediato las intenciones del gañan, pero no dije
nada, ¿por qué no grite? Pensé que tal vez podía equivocarme, ¿por qué juzgar
mal a un sujeto de cabeza rapada y cuerpo tatuado?
Fui un estúpido.
Aunque todo se consumió en menos
de treinta segundos, tuve la impresión de ver todo en cámara lenta, pudiendo
apreciar al milímetro los detalles de la película de cual fui testigo. Las
imágenes se han adherido a mi mente de tal manera que aún hoy se me pone la
piel de gallina de tan sólo recordarlo…
La mujer siguió su empresa
ignorando lo que le estaba a punto de pasar; el forajido, que se hallaba a
cuatro metros de ella, de un salto relámpago se puso a la espalda de su víctima
(yo seguía mirando), acto seguido lanzó un primer zarpazo para hacerse con el
botín del día, pero un reflejo ¾
más de instinto que de habilidad¾
de la chica de piel canela, evitó que el granuja se apoderada de su cajita
boba, por lo que enfurecido, y ya viéndose descubierto, poco le importó
enderezar su postura hacia su débil mártir: la miró fijamente, sus ojos
escupían fuego y su dientes estaban apretados en un claro gesto cólera por
haber fallado en su primer intento. La mujer retrocedió tres pasos, se le
notaba aun sorprendida, pero no gritó, no pidió exilio, sólo retrocedió sin
quitarle vista a su agresor.
Yo seguía la escena atentamente,
pretendiendo no cerrar los ojos. No quería perder detalle alguno, ¿habrá sido
ello? ¿Quería ser testigo silencioso de lo que estaba pasado para poder
narrarlo? ¿O es que estaba tan impresionado que no pude reaccionar cómo lo
debería hacer un ciudadano normal?
El rufián volvió al ataqué. Sus
brazos delgados y venosos se dirigieron hacia el celular, esta vez la
infortunada víctima nada pudo hacer. Pero lejos de facilitarle la labor, la
mujer se aferró al pequeño artefacto negro con un ícono blanco que no pude
distinguir muy bien dado a los fuertes movimientos de sus contrincantes. Él
luchaba con todas sus fuerzas al tiempo que le soltaba cualquier cantidad de
improperios que difícilmente estarían en la boca de un ‘cristiano’. Ella no
hacía caso, y sin emitir palabra alguna, seguía batallando ferozmente por lo
que era suyo, ¿Qué derecho tiene una persona de ostentar algo por lo que no ha
trabajado? Que se joda. ¡Sí, que se joda!
El vulgar chacal, al ver que la
resistencia de su oponente, y viendo que los injurias y maldiciones propinadas
no hacían mella ella, dio un paso hacia atrás para volver con una fuerte patada
que impactó sobre las piernas de la mujer; pero ésta, lejos de quejarse, se afianzaba
aún más al teléfono móvil, peleando ferozmente, estoicamente ¿Estúpidamente?
¿Tanto puede valer un mugre celular como para soportar insultos indignos y recibir,
cual costal de papas, puntapiés de un hijoeputa maldito? ¿Vale hoy en día más
un Smartphone que la integridad de
una persona? ¡Malditos artefactos, carajo!
El claxon de varios autos se
hicieron presentes, pero ninguno bajaba a socorrer a la mujer. Cuando
reaccioné, consciente de que mis ojos habían visto demasiado, tomé la firme
decisión de ayudar a la tenaz víctima. Pero tenía las manos ocupadas y el
hombro cansado, poco podría haber hecho por la desafortunada. Pero no me
importó. Tomé aire y caminé hacia ellos.
¾¡Suéltala,
pedazo de mierda! ¾Grité
con todas mis fuerzas tratando de ponerle a mi voz toda a gravedad que el
asunto requería.
El choro me miró, y lanzándome
una mirada venenosa, siguió con su taera. Desmonté el maletín que contenía mi portátil
a fin de poder interponerme entre ella y su agresor, caminé hacia ellos alzando
las manos y gritando «¡Auxilio!»,
pero mi voz se perdió con el rugir de los vehículos que yacían en la larga pero
estrecha Avenida Garzón. Fui directo hacia el cabrón de cabeza rapada y
pantalones vaqueros. Estaba decidido irme a los golpes si era necesario. Pero
cuando ya estaba cerca, una moto de carreras color blanco se atravesó en mi
sendero. El piloto, quien llevaba el casco puesto, alzó su chaqueta negra y me
mostró un revolver, parecía una semiautomática. Ha decir verdad no sabía que
rayos era; bien pudo ser un revolver o una pistola ¿Cuál es la diferencia? Las
dos escupen proyectiles capaces de hacer daño. Me vi minimizado, amedrentado
por el segundo sujeto que entró en acción. Ignoraba que tuviese un cómplice;
pero sí, lo tenía. El nuevo sujeto sacó su arma y apuntó directamente a la
cabeza de la mujer. Ella no tuvo más remedio que soltar su Smartphone por el que tanto había guerreado. El primero de los
malhechores, que se vio humillado por la tenacidad de su víctima, arranchó el
celular con tanta fuerza que casi la hace irse al pavimento. Se montó a la moto
con la tranquilidad de irse con la cosecha del día. El piloto hizo rugir su
moto dos veces antes de ponerse en marcha y desaparecer en la calle «Tizón y Bueno», en el distrito de Jesús
María.
La mujer estaba despeinada y
notoriamente abatida. Temblaba todo su ser. Quizá aún no daba crédito a lo que
había vivido en ese momento ¿Quién está preparado para esos menesteres
caprichosos de la vida? La tomé del brazo y le pregunté si estaba bien. Me
sentí doblemente estúpido por lo que le pregunté y temí que respondiera «Acabo der ultrajada, insultada y pateada, y
preguntas si estoy bien, ¿qué eres, un huevón?» Pero no, no me dijo nada. Se
limitó a mirarme con ojos de desconsuelo. Iré
a la comisaría, ¿Sabe dónde queda?, fue su respuesta. Le indiqué el lugar.
No estaba lejos. Tomó un taxi y se marchó.
Cogí mi maletín y otros objetos
más, y retomé mi camino. Llegué al supermercado pero no entré ni compré lo
encargado; no estaba de ánimos para hacer compras y pasar una noche genial,
como la que me esperaba en casa. Tomé el transporte y, en todo el camino, la
escena de la que fui testigo se repetía una y otras ves sin cansancio sobre mi
mente. Cerraba los ojos allí los podía ver a los dos, enfrascándose nuevamente
en la lucha por el Smartphone.
Llegué a mi casa y fui recibido
por el aroma de pizza casera que se estaba terminando de cocinar en el honor de
la estufa. Era mi cuñado argentino quien estaba de Chef. Che, llegaste nene, me
saludó con un abrazo cálido y un beso en la mejilla. Le devolví el saludo al
tiempo que acariciaba a mi mascota que estaba sobre mis piernas jadeando de
alegría. La mesa estaba por servirse, mi esposa, mi bebé, mi suegra y mis
cuñadas estaban encerradas en el cuarto de mi hijo (cosas de mujeres, supongo).
Acto seguido, seis brazos corrieron hacía mi de manera frenética; eran mis
preciosas sobrinas que se alegraban de verme. Las abracé y mimé. Fui directo a
mi oficina y dejé las cosas que llevaba conmigo. El brazo me dolía pero no le
presté importancia. Jalé el sillón negro y me senté. Tenía que recobrar
fuerzas, había sido testigo de un atraco y poco pude hacer por ayudar a la
desafortunada víctima. Me sentí mal, y un hormigueo incesante se adueñó de mis
entrañas. Sentí cómo un escalofrío subía desde la punta de mis pies hasta mi
cuello. Me mareé. Traté de poner de pie e ir al baño, pero las fuerzas me
traicionaron y las piernas me flaquearon. Me quedé sentado en pose de niño
castigo. De pronto mis manos comenzaron a temblar como gelatina. Mis ojos se
llenaron de lágrimas y comencé a llorar a vivo sentimiento, a acompañado de
pequeños espasmos rítmicos. Supe entonces que esa noche no sería la dulce cena
previa a Noche Buena que tanto se
planeó.
Me gustaría decir que he
exagerado y que, como inspirante a escritor, he utilizado la herramienta de la fantasía,
que he agigantado lo ocurrido para poder narrar la historia. Pero no, no es
así.
Me temo que esta vez no ha sido
una ‘Travesura’.
Lima, 28 de febrero de
2014.