De
hecho no es la primera vez. Desde que ha entrado es un bueno para nada; sirve
únicamente para apestar la sala del gym
con su loción, y abusa tanto de este líquido perfumado que más allá de ser
agradable, asquea totalmente. Nuevamente fui testigo, como lo vengo siendo los
últimos 4 o 5 meses, quizá más, de cómo llega tarde, y con más frecuencia y
frescura que antes porque ahora hay una nueva chica que abre las puertas antes
de las 6am (por fin, carajo), se hace el huevas 10 minutos en el baño -cagando
de seguro-, luego se dirige al cuarto que está antes de entrar al gym, y no sale sino luego de otros 15
minutos apestando a su loción. Nuestro estimado ‘trainer’, con grosos complejos de mohicano, deja sin miramientos
que las personas, en su mayoría mujeres, que van temprano al gym hagan sus ejercicios como ellos
creen que se debe hacerse. Grave error. El ´coach’
mientras tanto, simula preocupación por el orden del gym, y a paso ligero pero
firme, recorre cada uno de los rincones del aposento. Él no me saluda, yo
tampoco; de seguro no me saluda desde que le puse cara de mierda cuando llegó
tarde al gym cuando era, y creo que
es, su obligación abrir las puertas. Llegó bien campante, ligero de ánimos y
con una sonrisa burlona dibujada en su feo rostro. «La hora es la hora. Luego cuando uno se queja, le ponen mala cara», le
atajé. Desde entonces nos ignoramos. Felizmente no necesito de su apoyo, como
poco serviría también. Tengo ya varios años en el gym y he aprendido a valerme de mi propia fuerza y astucia para
poder cumplir con la rutina de rigor. Pero no soy el único usuario, o cliente,
como fríamente nos etiqueta el gym cada
vez que nos manda saludos a través de sus cuentas, hay varias personas como ya
lo dije, muchas féminas que, obsesionadas con la figura perfecta, se matan haciendo
ejercicio queriendo fortalecer esos hermosos glúteos que nunca tendrán, o
tonificar esas gustosas pantorrillas, que tampoco tienen. Las pobres sudan la
gota gorda, literalmente, las veo empeñarse en sus ejercicios, pero lo hacen
tan mal que dan pena, o quizá lastima, da igual. Me he visto, en tal
circunstancia, en la necesidad de acercarme a ellas e indicarles cómo se hace
el ejercicio que en vano tratan de hacer. ¿Mi trabajo? No. Pero tampoco puedo
permitir que se fatiguen en vano, o peor aún, que salgan lastimadas,
desgarradas o lesionadas por un mal movimiento. Digamos que es una obligación moral la mía. Mientras tanto nuestro ´trainer’, bien gracias. Meses atrás vi
cómo una señora hacía unos ejercicios abdominales de muy mala manera, corriendo
el riesgo de lastimarse, y, por supuesto, sin siquiera tener los resultados que
esperaba. Yo estaba en la máquina continua y veía el gesto flagelado de señora.
No pude más, y sin que nadie me lo pidiera me acerqué y amablemente le dije que
si me permitía enseñarle cómo hacer el ejercicio que ella intenta hacer. Me
miró como bicho raro y, a cambio de mi buena acción, me endosó un rotundo «No. Yo sé», con voz vulgar; desde
entonces aquella dama, de baja estatura, de pelo desgastado y sin vida, me mira
con recelo, como diciendo «Acá está el
sabelotodo». De hecho que no soy un sabelotodo,
pero si hay algo que sé, y que domino a la perfección, son los ejercicios
abdominales, no en vano los vengo practicando durante varios, varios años, los
resultados en mí están, y me encantan, sólo que no soy exhibicionista ni uso
politos pegados o transparentes para mostrar el dorso con sus respectivos ‘coquitos’. Quise colaborar y salí con el
rabo entre las patas. ¿Mi culpa? Sí, por huevón. Pero también culpa de nuestro
lustre ‘coach’ ya que si hiciera su
trabajo, y procurara que cada uno de sus discípulos
–Dios nos libre- haga bien su ejercicio, no me hubiese apiadado de dicha
mujer y su prominente vientre y le hubiese ofrecido mi ayuda, y, por tanto, me
hubiese ahorrado el bochornoso incidente de mandarme a freír espárragos,
carajo. Por ello, ahora que veo cuando un chico o chica hace mal su trabajo,
que se joda, así es, que se frieguen. Pues ellos como clientes que son, insisto
en que es una fea etiqueta, tienen el derecho, o el deber, de exigirle al ‘trainer’
que los ilustre, que los guie, QUE LOS ENTRENE, como debe ser; y no
conformarse simplemente porque les deja dos o tres rutinas indefensas que poco
o nada harán por sus mofletudos puercos, digo, cuerpos. ¿El daño? Es tremendo,
¿por qué? Primero por el alto riesgo de salir las lastimados o lastimadas
intentando hacer solos un ejercicio que, por la maniobra corporal que conlleva
ejecutarlo, debe estar siempre, SIEMPRE acompañada de un entrenador que cuide
de la integridad de su discípulo. Digamos
pues que una persona X, creyéndose fornido, le pone más del peso necesario a su
barra o carga sobre sus hombros un peso que no debe y sale lastimado o
lastimada. ¡Ajá! Exacto, por una mala maniobra o posición del cuerpo del
aventurado o aventurada se fregó la espalda, adiós tranquila vejez. ¿Yo qué
haría? Bueno, les interpongo una demanda por daños y perjuicios, a tal grado de
mandarlos a la ruina. Ahora ven porqué es importante que el ‘coach’ esté siempre vigilante con cada
uno de sus clientes. Dos, el engaño emocional; así es. Como ejemplo citaré a
otra voluptuosa mujer que hace más de dos años y medio va al gym de manera religiosa: comienza su
rutina con 35mn de spinning, luego, ya empapada en sudor, se dirige a las
máquinas para estimular los músculos de la espalda para terminar ejercitando
sus bíceps. Hace su mejor esfuerzo, qué duda cabe. Muchos quisieran tener esa
tenacidad que la dama resalta con cada ejercicio; desafortunadamente no hay
resultado alguno. Esta dama en más de una ocasión me ha consultado sobre cómo
se debe hacer un ejercicio, ya que no cuenta con la asesoría del ‘trainer’. Amablemente le he ayudado,
pero nada más. Por supuesto que la culpa de que el cuerpo de tan empeñosa mujer
no haya siquiera variado alguito, no es totalmente de gym; pues no sé ella tiene malos hábitos alimenticios, ya que de
tenerlos, nada sirve tanto esmero. Pero de otro lado, parte de culpa la tiene
el gym, pues si luego de varios años
de duro entrenamiento las cosas no cambian, y el gym no se percata de ello, quiere decir que poco o nada le interesa
al gym si su recinto da buenos
resultados o no, es decir, que no se
preocupan por los que van al gym,
siempre y cuando paguen, listo, es todo. Lo cual le da más sentido al
porqué de etiquetarnos como clientes, y es que eso somos, así de simple,
clientes. Caso contrario, se preocuparían por el avance de cada uno de sus socios, pero no somos socios, sino
clientes. De hecho hay gimnasios donde le hacen un seguimiento riguroso a cada
uno de las personas que entrenan en sus aposentos, los controlan en cuanto
alimentación y rutinas se refiere, y eso es bueno. Pues muestran a sus socios, consentidos socios, que les importa su
progreso, su bienestar y tranquilidad; y por supuesto, un socio conforme le pasa la voz a otro amigo, y éste a su vez a otro,
y así, sucesivamente. En lo personal no recomendaría el gym al
que voy, y si voy es porque ya pagué por adelantado todo un año, y claro,
porque me queda a tres cuadras de mi casa. Pero llegando abril del próximo año
espero mudarme de local, constará más, tal vez, pero me sentiré cómodo,
tranquilo. Hace unos días una chica, joven ella, me preguntó cómo debería usar
la barra y hacer sentadillas, «Es que
ando de aquí para allá sin hacer nada, la chica de recepción me dijo que espere
al coach pero él no llega, ¿me ayudas?», me refiero, con notoria decepción
en su hablar. Y de hecho, hasta la hora que me quedé en el gym -7.am- nuestro ilustre coach, ese de andar escaldado, no llegó.
Ayudé a la chica en socorro, le expliqué que debía usar poco peso y mantener la
espalda erguida ante cada repetición, «La tención debes sentirla en tus
piernas, no es tu espalda, y menos en tu cintura», indiqué. O sea que,
contrario a lo que yo quería, y a lo que busco, fungí de coach una vez más, pero esta vez fue a pedido. Una vez terminado el
ejercicio se acercó de nuevo y me preguntó por otro ejercicio de piernas. Le
enseñé. Al voltear un conocido mío me
dice con son burlón: «Mejor que te contraten como entrenador…», y dándome unas
palmadas suaves en el hombro derecho, me dice señalando a una chica: «Ella dice
que también quiere tú ayuda» La muchacha, que también lleva años en el gym, hace un gesto de reproche, de
indignación; lo hace negando con fuerza su cabeza, el movimiento es tan
grotesco que hace bailar el enorme flequillo que adorna su amplia y ancha
frente. De inmediato supe lo que pasaba; de hecho que la frentona, al ver
que daba lecciones de rutina habrá pensado: «Y éste…ahora se jura entrenador…» De
haber obedecido mi primer impulso me le habría acercado, y le hubiera espetado:
«¿Tiene algo de malo ayudar a alguien que vive en la ignorancia atlética, como
tú, amiga?» Pero preferí el silencio. A la chica a quien impartí rutina quedó
muy agradecida conmigo, «De nada, pero
procura que el coach te de una rutina
y esté pendiente de ti, por algo pagas», enfaticé de manera cordial pero seria.
De momento todo sigue igual, la chicha recepcionista nueva llega temprano, ¡Qué
bueno!, esperemos que así se mantenga, y es que dicen que escobita nueva barre
mejor, mientras no se deje corromper por el facilismo propio de los conchudos y
haraganes, todo estará bien. Esperemos pues que los administradores del gym ubicado en el cuarto piso de las
galerías que se encuentran frente al hospital Santa Rosa pongan manos en el asunto, pues no hay mejor publicidad
que la que se pasa de voz en voz: una persona contenta se convierte en dos,
luego en tres, y luego todo lleno. No soy
coach, pero sé de ejercicios, de alimentación y de rutinas. No me gusta
presumir ni tampoco alardear, pero no por nada llegué a perder 58 kilos, y he
logrado que mis coquitos se marquen, así que creo tener legitimidad para opinar
al respecto, joda a quien le joda.
Lima,
29 de octubre de 2013.