martes, 29 de octubre de 2013

TANTAS VECES MI GYM







 
De hecho no es la primera vez. Desde que ha entrado es un bueno para nada; sirve únicamente para apestar la sala del gym con su loción, y abusa tanto de este líquido perfumado que más allá de ser agradable, asquea totalmente. Nuevamente fui testigo, como lo vengo siendo los últimos 4 o 5 meses, quizá más, de cómo llega tarde, y con más frecuencia y frescura que antes porque ahora hay una nueva chica que abre las puertas antes de las 6am (por fin, carajo), se hace el huevas 10 minutos en el baño -cagando de seguro-, luego se dirige al cuarto que está antes de entrar al gym, y no sale sino luego de otros 15 minutos apestando a su loción. Nuestro estimado ‘trainer’, con grosos complejos de mohicano, deja sin miramientos que las personas, en su mayoría mujeres, que van temprano al gym hagan sus ejercicios como ellos creen que se debe hacerse. Grave error. El ´coach’ mientras tanto, simula preocupación por el orden del gym, y a paso ligero pero firme, recorre cada uno de los rincones del aposento. Él no me saluda, yo tampoco; de seguro no me saluda desde que le puse cara de mierda cuando llegó tarde al gym cuando era, y creo que es, su obligación abrir las puertas. Llegó bien campante, ligero de ánimos y con una sonrisa burlona dibujada en su feo rostro. «La hora es la hora. Luego cuando uno se queja, le ponen mala cara», le atajé. Desde entonces nos ignoramos. Felizmente no necesito de su apoyo, como poco serviría también. Tengo ya varios años en el gym y he aprendido a valerme de mi propia fuerza y astucia para poder cumplir con la rutina de rigor. Pero no soy el único usuario, o cliente, como fríamente nos etiqueta el gym cada vez que nos manda saludos a través de sus cuentas, hay varias personas como ya lo dije, muchas féminas que, obsesionadas con la figura perfecta, se matan haciendo ejercicio queriendo fortalecer esos hermosos glúteos que nunca tendrán, o tonificar esas gustosas pantorrillas, que tampoco tienen. Las pobres sudan la gota gorda, literalmente, las veo empeñarse en sus ejercicios, pero lo hacen tan mal que dan pena, o quizá lastima, da igual. Me he visto, en tal circunstancia, en la necesidad de acercarme a ellas e indicarles cómo se hace el ejercicio que en vano tratan de hacer. ¿Mi trabajo? No. Pero tampoco puedo permitir que se fatiguen en vano, o peor aún, que salgan lastimadas, desgarradas o lesionadas por un mal movimiento. Digamos que es una obligación moral la mía. Mientras tanto nuestro ´trainer’, bien gracias. Meses atrás vi cómo una señora hacía unos ejercicios abdominales de muy mala manera, corriendo el riesgo de lastimarse, y, por supuesto, sin siquiera tener los resultados que esperaba. Yo estaba en la máquina continua y veía el gesto flagelado de señora. No pude más, y sin que nadie me lo pidiera me acerqué y amablemente le dije que si me permitía enseñarle cómo hacer el ejercicio que ella intenta hacer. Me miró como bicho raro y, a cambio de mi buena acción, me endosó un rotundo «No. Yo sé», con voz vulgar; desde entonces aquella dama, de baja estatura, de pelo desgastado y sin vida, me mira con recelo, como diciendo «Acá está el sabelotodo». De hecho que no soy un sabelotodo, pero si hay algo que sé, y que domino a la perfección, son los ejercicios abdominales, no en vano los vengo practicando durante varios, varios años, los resultados en mí están, y me encantan, sólo que no soy exhibicionista ni uso politos pegados o transparentes para mostrar el dorso con sus respectivos ‘coquitos’. Quise colaborar y salí con el rabo entre las patas. ¿Mi culpa? Sí, por huevón. Pero también culpa de nuestro lustre ‘coach’ ya que si hiciera su trabajo, y procurara que cada uno de sus discípulos –Dios nos libre- haga bien su ejercicio, no me hubiese apiadado de dicha mujer y su prominente vientre y le hubiese ofrecido mi ayuda, y, por tanto, me hubiese ahorrado el bochornoso incidente de mandarme a freír espárragos, carajo. Por ello, ahora que veo cuando un chico o chica hace mal su trabajo, que se joda, así es, que se frieguen. Pues ellos como clientes que son, insisto en que es una fea etiqueta, tienen el derecho, o el deber, de exigirle al ‘trainer’  que los ilustre, que los guie, QUE LOS ENTRENE, como debe ser; y no conformarse simplemente porque les deja dos o tres rutinas indefensas que poco o nada harán por sus mofletudos puercos, digo, cuerpos. ¿El daño? Es tremendo, ¿por qué? Primero por el alto riesgo de salir las lastimados o lastimadas intentando hacer solos un ejercicio que, por la maniobra corporal que conlleva ejecutarlo, debe estar siempre, SIEMPRE acompañada de un entrenador que cuide de la integridad de su discípulo. Digamos pues que una persona X, creyéndose fornido, le pone más del peso necesario a su barra o carga sobre sus hombros un peso que no debe y sale lastimado o lastimada. ¡Ajá! Exacto, por una mala maniobra o posición del cuerpo del aventurado o aventurada se fregó la espalda, adiós tranquila vejez. ¿Yo qué haría? Bueno, les interpongo una demanda por daños y perjuicios, a tal grado de mandarlos a la ruina. Ahora ven porqué es importante que el ‘coach’ esté siempre vigilante con cada uno de sus clientes. Dos, el engaño emocional; así es. Como ejemplo citaré a otra voluptuosa mujer que hace más de dos años y medio va al gym de manera religiosa: comienza su rutina con 35mn de spinning, luego, ya empapada en sudor, se dirige a las máquinas para estimular los músculos de la espalda para terminar ejercitando sus bíceps. Hace su mejor esfuerzo, qué duda cabe. Muchos quisieran tener esa tenacidad que la dama resalta con cada ejercicio; desafortunadamente no hay resultado alguno. Esta dama en más de una ocasión me ha consultado sobre cómo se debe hacer un ejercicio, ya que no cuenta con la asesoría del ‘trainer’. Amablemente le he ayudado, pero nada más. Por supuesto que la culpa de que el cuerpo de tan empeñosa mujer no haya siquiera variado alguito, no es totalmente de gym; pues no sé ella tiene malos hábitos alimenticios, ya que de tenerlos, nada sirve tanto esmero. Pero de otro lado, parte de culpa la tiene el gym, pues si luego de varios años de duro entrenamiento las cosas no cambian, y el gym no se percata de ello, quiere decir que poco o nada le interesa al gym si su recinto da buenos resultados o no, es decir, que no se preocupan por los que van al gym, siempre y cuando paguen, listo, es todo. Lo cual le da más sentido al porqué de etiquetarnos como clientes, y es que eso somos, así de simple, clientes. Caso contrario, se preocuparían por el avance de cada uno de sus socios, pero no somos socios, sino clientes. De hecho hay gimnasios donde le hacen un seguimiento riguroso a cada uno de las personas que entrenan en sus aposentos, los controlan en cuanto alimentación y rutinas se refiere, y eso es bueno. Pues muestran a sus socios, consentidos socios, que les importa su progreso, su bienestar y tranquilidad; y por supuesto, un socio conforme le pasa la voz a otro amigo, y éste a su vez a otro, y así, sucesivamente. En lo personal no recomendaría  el gym al que voy, y si voy es porque ya pagué por adelantado todo un año, y claro, porque me queda a tres cuadras de mi casa. Pero llegando abril del próximo año espero mudarme de local, constará más, tal vez, pero me sentiré cómodo, tranquilo. Hace unos días una chica, joven ella, me preguntó cómo debería usar la barra y hacer sentadillas, «Es que ando de aquí para allá sin hacer nada, la chica de recepción me dijo que espere al coach pero él no llega, ¿me ayudas?», me refiero, con notoria decepción en su hablar. Y de hecho, hasta la hora que me quedé en el gym -7.am- nuestro ilustre coach, ese de andar escaldado, no llegó. Ayudé a la chica en socorro, le expliqué que debía usar poco peso y mantener la espalda erguida ante cada repetición, «La tención debes sentirla en tus piernas, no es tu espalda, y menos en tu cintura», indiqué. O sea que, contrario a lo que yo quería, y a lo que busco, fungí de coach una vez más, pero esta vez fue a pedido. Una vez terminado el ejercicio se acercó de nuevo y me preguntó por otro ejercicio de piernas. Le enseñé. Al voltear un conocido mío me dice con son burlón: «Mejor que te contraten como entrenador…», y dándome unas palmadas suaves en el hombro derecho, me dice señalando a una chica: «Ella dice que también quiere tú ayuda» La muchacha, que también lleva años en el gym, hace un gesto de reproche, de indignación; lo hace negando con fuerza su cabeza, el movimiento es tan grotesco que hace bailar el enorme flequillo que adorna su amplia y ancha frente. De inmediato supe lo que pasaba; de hecho que la frentona, al ver que daba lecciones de rutina habrá pensado: «Y éste…ahora se jura entrenador…» De haber obedecido mi primer impulso me le habría acercado, y le hubiera espetado: «¿Tiene algo de malo ayudar a alguien que vive en la ignorancia atlética, como tú, amiga?» Pero preferí el silencio. A la chica a quien impartí rutina quedó muy agradecida conmigo, «De nada,  pero procura que el coach te de una rutina y esté pendiente de ti, por algo pagas», enfaticé de manera cordial pero seria. De momento todo sigue igual, la chicha recepcionista nueva llega temprano, ¡Qué bueno!, esperemos que así se mantenga, y es que dicen que escobita nueva barre mejor, mientras no se deje corromper por el facilismo propio de los conchudos y haraganes, todo estará bien. Esperemos pues que los administradores del gym ubicado en el cuarto piso de las galerías que se encuentran frente al hospital Santa Rosa pongan manos en el asunto, pues no hay mejor publicidad que la que se pasa de voz en voz: una persona contenta se convierte en dos, luego en tres, y luego todo lleno. No soy coach, pero sé de ejercicios, de alimentación y de rutinas. No me gusta presumir ni tampoco alardear, pero no por nada llegué a perder 58 kilos, y he logrado que mis coquitos se marquen, así que creo tener legitimidad para opinar al respecto, joda a quien le joda.
 
Lima, 29 de octubre de 2013.                                   


                                 

viernes, 18 de octubre de 2013

LA CULPA ES DE EVA. SEGUNDA PARTE


 
 
Hijo, la vida es muy corta. Por eso, hazle caso a este viejo, a tú viejo. Sé lo que quieras ser. Que nadie te imponga mandatos ni fronteras. Estás a poco de terminar la secundaria. Lo sé, y estos ojos llenos de impedimentos no me engañan. Tú no amas el campo. Ha decir verdad, yo tampoco. Estas tierras las heredó el padre de mi padre, quien a su vez las recibió por Mandato Ejecutivo con la famosa Reforma Agraria. Me pongo a pensar si en verdad fue un regalo o una maldición, ¿sabes? El padre de mi padre amaba su trabajo, le gustaba estar de sol a sol labrando la tierra que, fértil como el vientre de una yegua, obsequió grandes frutos. Creo que el padre de mi padre quería más estos campos que lo que quiso a mi abuela. Pero no eran suyas, eran de los patronos; a quienes les arrebataron todos sus dominios. El papá de mi papá no supo qué hacer con ellas cuando le dijeron que ahora él era el dueño de las tierras y de todo aquello que estuviese dentro de sus dominios. Amaba la tierra, sí. Era buen campesino, sí. Pero no buen amo del terreno. Él, como buen artesano agricultor, todo lo que aprendió del campo y sus frutos fue gracias a las enseñanzas de sus verdaderos dueños. Amaba esto, sí. Pero más amaba recibir las órdenes de su patrón. Había nacido para obedecer. Punto. Luego, y ante la amenaza de despojarlo también de las tierras y dárselas al vecino si insistía en regresárselas a los Caberletti, el padre de mi padre, obligó a mi padre a trabajar en ellas también. Tú abuelo creció con pala y pico, no tuvo nunca la opción de elegir su destino, nunca tampoco se atrevió a cuestionar la voluntad unipersonal de su padre. Tú abuelo aprendió rápidamente el arte del cultivo. Se convirtió en el mejor de los mejores de la zona. Eso levantó muchas envidias, pero fueron tiempos gloriosos. Pero lo que mejor supo aprender tú abuelo, y que lo aprendió de mi abuelo, fue el de imponer su voluntad sobre los demás. Yo, al igual que tus tíos, fuimos peones sacrificados en la tabla de tu abuelo. Nos movía a su antojo, como lo hace el titiritero a su muñeco, sacrificaba… ¡sacrificó! el futuro de sus hijos por el resplandecer de la tierra. Por eso, tu tío Ezequiel, fue al que odiamos con todo nuestro corazón. No porque no se ensuciara las manos en la tierra, no. No porque no levantase la mierda de las vacas o caballos, tampoco. Lo odiábamos porque él tuvo los que nosotros no. Los huevos de decirle a tu abuelo que él no iba ser un campesino come choclo más, que no desperdiciaría su vida entre montes, pastizales y canticos de animales, qué el no sería como tu abuelo, y menos como tú tío Arnoldo y como yo, “un recogedor de desechos”. Se marchó para nunca volver. Tú abuelo jamás lo perdonó. No sé qué también le habrá ido tu tío Ezequiel, pero vaya que los odiábamos. O, en honor a la verdad, lo envidiábamos. Yo seguí con la tradición familiar, y lo he hecho lo mejor que pude. Me siento orgulloso de haber mantenido estas tierras que le fueron arrebatas a gentes con visión empresarial; me alegro de haber mantenido viva una promesa que no fue mía, pero que el papá de mi papá prometió a sus expatrones, el de mantener con vida las tierras. Espero que los Caberletti, estén donde estén, se den por bien servidos. Yo cumplí. Siempre quise ser pintor, ¿sabes?, pero nunca tuve el valor de decirle a papá. Me encantaba pintar los paisajes que adornan nuestro pueblo, pintar las aves en pleno vuelo con el sol radiante y con el cielo libre de nubes imperfectas. Así conquisté a tu madre ¿sabías?: la veía pasar por la plaza del pueblo. Sobresalía entre sus amigas. Yo fui al pueblo a comprar unas cosas que tú abuelo me había encargado y, aprovechando la oportunidad, fui a la plaza a ver a los pintores en plena acción. Pintaban tan hermoso que parecía fotografía. Luego, cuando estaba por retornar, la vi. Llevaba puesta una blusa blanca manga larga con pequeños girasoles bordados alrededor del cuello. Su cabello, tan fino como el cabello de ángel, bailaba al son del viento; viento que acariciaba ese rostro de cejas pobladas, labios delgados y mentón pronunciado. Enamorado quedé de tu madre desde el momento en que la vi. Te digo que así la conquisté porque, so pretexto de hablarle, la seguí hasta su casita, a las afueras del pueblo. La seguí tres semanas, me enteré de sus horarios de casa y de sus tiempos libres, ocasión en la que aprovechaba y baja al pueblo a pasear con tu tía Flor. Un día, miércoles recuerdo, el sol estaba en su punto más alto cuando la vi llegar sola a la plaza, yo, una semana antes, le había pagado a un pintor para que dibujará un paisaje, el cual estaba adornado por girasoles, le pedí al pintor de que no firmara su arte. Desconcertado el artista, accedió a mi pedido por 10 soles más. Cuando tu madre estaba por marcharse, le cogí suavemente del hombre y le obsequié la obra de otro artista diciéndole que ella me había inspirado a dibujar semejante ejemplar. Me creyó. Desde entonces, todos los miércoles que ella paseaba por la plaza yo, con la astucia del pillo, comencé a comprar obras de otros para hacerlas pasar por mi autoría y así poder obsequiárselas a tu madre. Obvio que no siempre fue así: tomé la firme decisión de aprender a pintar paisajes, y, de ésta forma, cubrir las mentiras amorosas, pero mentiras al fin y al cabo, que le decía a tu madre. Total, ¿no dicen que en la guerra como en el amor todo se vale? Pero lo siento hijo, esa historia la sabes de sobra. Lo que trato de decirte es que sin importar lo que decidas para tu futuro, cuentas conmigo para lo que sea, y si es necesario vender estas tierras, yo, con mucho gusto, lo haré. Como padre, no seré para ti el padre que fue el padre de mi padre y lo que fue mi padre conmigo, como padre. Y si hasta conmigo ha de llegar la tradición de cultivar frutos terrenales, en amén de tu futuro, cualquiera que elijas, que así sea. Pues tus espaldas no tienen por qué cargar con las promesas que otros hicieron, y tus manos no tienen por qué labrar las tierras que, como arenas movedizas, se comieron los sueños de sus nuevos patrones.

                                                                                

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Nunca olvidaría las palabras de su anciano padre (¿había acaso mejor prueba de amor de un padre hacia su hijo, al grado de despojarse de las tierras que le fueron heredadas por el padre de su padre, arrebatadas de sus verdaderos dueños ―como se le quita un caramelo a un niño― por el Estado Peruano imponiendo el solemne principio de que «las tierras son de quienes las trabajan»?). El hijo apreció que su padre le hablara como igual, que no espetara sobre él, y menos que lo cargara con la presión familiar, de que tenía que ser Doctor o Abogado, como se acostumbraba a exigir a los vástagos de origen agricultor. Ahora comprendía porqué su padre pasaba largas horas bajo el duro sol, mirando el campo. Era la inspiración de sus obras caseras. El padre campesino agricultor tenía toda su casa plagada de cuadros dignos de presumir en fincas, galerías y reuniones de sociedad. El hijo, expromesa de la arquitectura y nuevo conductor comercial, no comprendía como su padre, de moribundos reflejos corporales, ojos plagados de malestares visuales, de manos desgastadas por el trajín diario de arrear el ganado, sacrificar bueyes, vacas, vacunos, caballos, yeguas, gallos, gallinas, etcétera, y esos dedos llenos de imperfecciones, chuecos y maltratados por la artrosis obtenida a una temprana edad, pudiese tener la delicadeza y firmeza de un cirujano con el bisturí. Sus lienzos eran tan perfectos que parecían ser de un autor cuyas virtudes artísticas fueron endosadas por años de estudios en algún colegio europeo. Agradecía más de una vez que su padre, frustrado pintor, cuya potencia jamás fue advertida, no lo obligará a seguir cumpliendo con la promesa de mantener viva la tierra. El agricultor artista, hombre de palabra férrea, cumplió con su palabra. Vendió gran parte de la tierra cuando su lustre hijo le indicó los costos que acarraría estudiar arquitectura en una de las mejores universidades de Lima, pero en el ranking sudamericano no estaba siquiera dentro de las veinte primeras. Sin sentimiento que lo aferrara a lo que había trabajado desde que tenía uso de razón, el viejo se desprendió de la tierra y lo obtenido lo depositó a cuenta de ahorros que él mismo había abierto a nombre de su hijo. «Ahora puedo, si Dios lo permite, morir en paz. He cumplido como padre. El dinero es tuyo. Lo que hagas con él, será responsabilidad tuya. Es hora de que tú labres tu propio destino. Si fracasas o triunfas, será cuestión tuya, y de nadie más. Así que no andes, como otros imbéciles, echándole la culpa a Eva. Yo, hijo mío, solo quiero descansar», premió, con voz de despedida, a su hijo, quien marchaba a la gran Lima a ser lo que él quería ser: el mejor arquitecto de América. ¿Lo conseguiría?, se preguntaba el hijo, constantemente.   

 

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Era obvio que lo dicho por el Gerente General de Grañel & Montalvo había sido puro cuento para despedirlo, ¿pero por qué?, se preguntaba una y otra vez, sin hallar respuesta a sus inquietudes. La Torre Eiffel, maravilla de la construcción humana; la Catedral de Notre Dame, imponente recinto católico que no se puede pasar por alto; el Palacio de Versalles, incomparable refugio reinal; el Museo de Louvre, cosas maravillosas que guarda, arte puro. Así lo tenía doña Hermelinda Sifuentes viuda de Medina ¾Cincuenta, de nariz ñata, frente amplia y espirito jocoso¾, quien acababa de arribar de Paris, donde estuvo tres meses. Se había hospedado en la casa de su yerno, franchute, ingeniero agrónomo de gruesa billetera y que había desposado a la menor de camada Median Sifuentes, hacía tres años. Un favor, en vez de ir directamente a Magdalena, podemos irnos directo a la Molina, a la calle Los Meteorólogos, que está a cuadra y media del supermercado Metro, le sugirió la recién llegada. Habiendo quedado de acuerdo sobre el costo del servicio de taxi, el doble del pacto original, por ser el doble de viaje, tomó la ruta de la Av. La Marina, entraron por Magdalena del Mar hasta llegar a la Av. Javier Prado Oeste.

Luego de veinte minutos de recorrido paró en la gasolinera, echó treinta soles de combustible, fue al meadero, se despojó de sus ansiedades, luego fue al comercio, compró un frugos y una galleta de soda, y reanudó trayecto. Doña viuda de Medina seguía narrando sus historias galas, él únicamente atinaba a afirmar o negar con la cabeza ante las grandes diferencias que resaltaba, ávidamente, la cliente sobre el orden y respeto que la marcaron en su poca, pero muy cultural, estadía por el país francés. Pasando el cruce de la Av. Arequipa, el chofer comenzó a recordar que ésa era la ruta que tomaba para ir donde su exempleadora, trataba en lo posible de no hacer carreras que lo obligasen a tomar las calles que conducían a la oficina central de Grañel & Montalvo. A media cuadra de la vía expresa ¾la vía rápida más lenta de Lima¾ sus ojos contemplaron un enorme y bello edificio lleno de lunas que se alzaba a su derecha. Era una montaña de vidrios finamente acabada; al ojo, como buen edificador, calculó que se trataba de un monstruo de más de cien metros (120, para ser preciso). «HOY, GRAN INAUGURACIÓN DEL HOTEL WESTIN», presumía un enorme cartel con letras doradas a las afueras de la apoteósica infraestructura. Gracias a la congestión vehicular que se genera a las doce del mediodía, a ritmo de tortuga, pudo ver que se encontraban varias camionetas estacionadas a fuera del local, todas pertenecientes a las distintas televisoras nacionales. Había gente entrando y saliendo como lo hacen las hormigas a la colmena, todas esas personas estaban armadas con costosos adornos florales, otras llevaban pasteles gigantescos de más de 10 pisos, alcanzó a ver un pastel a tamaño escala del recinto a inaugurarse. ¡Qué hermoso!, apreció la cliente sin que recibiera respuesta alguna por parte del ido conductor. Había algo que no le cuadraba, que no lo terminaba de convencer al padre de familia, comenzó a cavilar sobre las dimensiones de majestuoso escenario, no sabía qué era, pero le faltaba algo a ese bloque futurista. Quizá no era nada, y únicamente, tal vez, era el hecho de ser tan perfeccionista que le hubiese gustado que adornara un arco estilo barroco sobre la entrada al nuevo hotel cinco estrellas de Lima. Vaya vaya, sí que estos de Inmobiliaria G&M la están rompiendo. Mire nada más lo que construyeron, recitó la enajenada gabacha, sin malicia en su admiración por semejante monumento a la modernidad arquitectónica. Pero el chofer ignoró las admiraciones de su temporal cliente, y prendió la radio. El chillar de unas guitarras acompañaban una débil pero armoniosa voz que narraba la historia de un amor donde el caballero le juraba amor eterno a su amada, y donde el enamorado le hacía prometer a su querida que si él moría primero ella, ante tal desgracia, dejaría caer sobre el cadáver del amado todo el llanto que brote de su tristeza y que todo el mundo se entere de su querer. El amado, en cambio, prometía a su amada que si ella acaecía primero, él escribiría la historia de su amor con el alma llena de sentimientos, y la «escribiría con sangre, con tinta sangre del corazón».

 

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Los ayes de la cliente seguían sin parar, tenía todo un arsenal inacabable de comparaciones: que si Francia aquí, que si Francia allá. Jamás verás a la gente empujándose, decía. Allá todo son muy amables, todo es correcto y hablan de forma apropiada. Qué vas a ver gente vendiendo en las calles, o escuchar a los gritones de los cobradores para jalar gente en el transporte público. O mear, como lo hacen los peruanos en las calles de Lima, se sorprendía la recién llegada. En ese momento se lamentó el taxista de no tener a la mano el Cd que amablemente le grabó su consorte con la música que a él le gustaba y entre las cuales estaba el hit de Los Prisiones “Por qué no se van”. El obligado atinaba a responderle a la inadapta con muecas de aprobación, las cuales, para redondear un gran asombro, y no quedar mal con la cliente, acompaña con los hombros subiéndolos cada vez que ella sentenciaba algo en contra de su, ahora negado, Perú. Ciertas virtudes había desarrollo en los casi diez meses que llevaba taxiando por las calles de Lima. Ha decir verdad, se volvió casi un experto sociólogo al timón escuchando los berridos que los parroquianos, los cuales únicamente tomaban taxi por habérseles hecho tarde la llegada al trabajo ¾¿qué otra razón hay sino para tomar una carrera de taxi?¾. Dos principios fundamentales había aprendido en el arte del manejo: (i) siempre tener limpio su auto, ¿quién pues en su sano juicio se subiría a una nave asquerosa?, como todo producto que se vende, el gusto entra por los ojos; y, (ii) el cliente siempre tiene la razón. ¡Imagínese pues!  ¡Qué barbaridad! ¡Qué cosas, ¿no?! ¡En serio, no me diga! ¡Tiene toda la razón!¸entre otras, eran las frases cliché que aprendió a utilizar según el cliente y según sus monólogos. De cierta forma, al escuchar las historias de sus consumidores, de daba cuenta que su vida y el vuelco, como la casa por los aires por culpa de los vientos del tornado, no era tan miserable, y siempre hay uno que está más jodido que otro, o, este caso, que él. También logró coleccionar historias morbosamente interesantes de sus concurrentes, algunas tan sufridas como las telenovelas made in Televisa y otras tan jodidas como las historias de Stephen King. Así también sumó a su baúl privado cada personaje tan extraño que se subía en su móvil. Había aquellos parlanchines que hablaban hasta por las orejas, otros mudos como zombis que únicamente atinaban a responder con monosílabas Sí, Aja, Uhmmm.

 

viernes, 11 de octubre de 2013

AHORA QUE TE VAS...



 
Es duro, más que difícil, decirle adiós a alguien que quieres; eso me pasó a mí cuando me despedí de mi primo, sí, ese, el de los tatuajes con look ´caushha´ con pantalones holgados, usándolos siempre debajo de las nalgas, con un swing peculiar siempre al andar, como rapero, como si tuviese lesionada la rodilla, o hubiese tenido una mala experiencia sexual en su corta pero educativa estancia en Maranguita, sí, ese de panza prominente, de barbita incipiente, quizá ridícula pero carismática, siempre con las cejas –unicejas, el webas- con dedicación prolija para verse bien, o, según yo, menos mal, aquél que toda expresión verbal y física es acompañada de miradas y gestos obscenos, casi lascivos. Se va mi primo a tierras de nuestros antepasados, ¿a probar suerte? No. Se va a lucharla, a rajarse la espalda como lo hacen todos aquellos que salen de la matriz por algo mejor. Duele, cierto, pero así es la vida. Nos dijo que volverá, yo ya lo espero sin haberse marchado. Estaremos en contacto, le dije. Y es cierto, el Internet te impide crear excusas para no saber o escribirte con otra persona, pero no será lo mismo. Aun así sé, y lo creo con firmeza, que la joda entre nosotros, esa joda tan característica de los primos Cavallini, o al menos la de nuestra generación, seguirán latentes, de eso me encargo yo, y quizá el culón, también, carajo. El día que me despedí de ti, en la casa de San Miguel, nos abrazamos y nos besamos la mejilla como siempre lo hemos hecho, pero sentí algo raro, algo diferente, algo que no supe, en ese momento, qué era y por qué, pero la sensación fue nostálgica, y aunque la expresión fue de lo más cariñosa, hubo un relámpago de frío invernal que recorrió mi espalda en el instante que nos alejamos.  Luego, a solas, reflexionando, supe qué paso. Y es que ese día –miércoles 09.10.13- no me despedí de un primo, tampoco de un amigo; me despedía de uno de mis hermanos (el más feo de todos, claro). Comprendí entonces cuánto es que me entristece saber que no te tendremos cerca, que habrá un gran vacío en las futuras reuniones de primos. Si las hay. Pero sé, como todos, que no es un adiós, sino un HASTA LUEGO. También aprovecho la oportunidad para desearte todo lo mejor, que no tengas suerte -ya que la suerte es para aquellos que no luchan por lo que quieres pero, de una forma un tanto caprichosa, y desmerecida, claro es, obtienen lo que buscan- sino que tengas muchos éxitos, que sea lo que sea que te hayas trazado, lo logres a punta de sudor y esfuerzo, de lucha constante, dedicación y mucho respeto. Sé de antemano que así será, pues acá lo demostraste. Y callaste la boca de aquellos que no daban un real por ti. Bien carajo, bien. Juano, Pancho, Chato, Mara, Causha, Cobrizo, Pincho Muerto, Perfil Griego, Chorimedias, Rata, Primo, Hermano, Broder, El Maldito de Renovación, etcéteras, TE VOY A EXTRAÑAR COMO LA PUTA MADRE.

TE QUIERO, MÁS DE QUE LO QUE TÚ PIENSAS, Y MÁS DE LO QUE YO CREÍA, Y AHORA QUE TE VAS, ASÍ HA QUEDADO DEMOSTRADO.



PDT:  Dale un fuerte abrazo a ella, a la hermana de mi mamá, que es mi tía, y que la quiero mucho, dile cuánto es que me hace falta, y que, al igual que todos, espero su pronto retorno.

Con el mismo cariño de siempre, el más chulapi de todos.
Lima, 11 de octubre de 2013.