viernes, 31 de enero de 2014

ME GUSTARÍA SER...


 
 
 
De niño, siempre quise crecer rápido. Tener barba y poder usar el rastrillo. Poder salir con mis amigos hasta altas horas de la noche sin que medie un solo regaño. Quería tener dieciocho y poder sacar mi licencia para conducir la camioneta de papá. Hoy tengo treinta y ni siquiera bicicleta tengo. Quería fumar y beber una cerveza para verme cool con mis compañeros de parra. Quería hacerme un arete en la oreja y dejarme el cabello largo al estilo Menudo. Quería ser mayor para ir a la urna y votar por el Presidente de turno. Sacar una tarjeta de crédito y comprar cosas que jamás hubiese podido pagar.

Quería vivir.

Hoy tengo treinta años y, obvio, ya soy mayor de edad. Pero ahora mis expectativas son otras. Hay muchas cosas que me gustaría hacer, y ser…


Me gustaría ser un verdadero hijo de puta (no en el sentido estricto, claro), ser un mal hijo, de aquellos que le roban a la madre o se hacen los pendejos con el cambio de las compras en los mercados. Me gustaría que mi madre me sorprendiera sacándole cobres de su monedero, que me viera hurgando en su bolsa, me gustaría robarle su pensión de jubilación, que me agarré infraganti y me diera un par de buenas bofetadas con sus respectivo Eres un mal hijo; cómo le puedes robar a la mujer que trajo al mundo. Lárgate de mi casa. Para mí, hoy, has muerto. Como me gustaría ser un mal padre, de aquellos que se niegan a pasarle pensión a su hijo, que no quiero verlo y menos expresarle cariño. Me gustaría que mi esposa me enjuicie por la tenencia de mi hijo, que me pida una pensión alimenticia tan elevado que sea imposible cumplir con ella para que me denuncie por Omisión de Alimentos, que me quiten la custodia del bebé y, además de pagar una reparación civil, no me dejen salir de país, como medida de seguridad. Me gustaría ser un mal esposo, de aquellos cobardes que ante la impotencia de no poder imponer su autoridad, gritan y golpean a su mujer, que venga la policía para que me arreste y me lleve esposado hasta la comisaria donde estarían las cámaras de televisión para cubrir lo sucedió, aparecer en los diarios pichiruchis de Lima con los titulares ‘Varón golpea a hembra porque no le tuvo el café listo’. Que me lleven a juicio y me encuentren culpable por los delitos contra el cuerpo y la salud en agravio de mi cónyuge. Me gustaría ser un mal cuñado, sí, de aquellos que descaradamente se le insinúan a sus cuñadas, que las invitan a ser partícipe de sus trastornos sexuales; que ellas se ofendan y me acusen con sus maridos, que éstos vengan, me encaren y me agarren a golpes por ser un vil cabrón. Me gustaría ser un buen cuñado, sí, de aquellos tan educados que en vez de decir no, dicen sí, a las insinuaciones de sus cuñadas. Enfrascarnos en una relación que atente contra la moral y las buenas costumbres; que mi esposa nos descubriera y que se vaya hacia los cabellos de su hermana, que me agarré a mis de los innombrables y que me largue de la casa. Me gustaría que me pida el divorcio pro la causal de Adulterio, que el juez le dé la razón y que como indemnización le otorgue los bienes que no tengo. Me gustaría ser un abogado soberbio, de aquellos que miran por encima del hombro a sus colegas y menosprecian a los que no son letrados. Me gustaría estar en una corte marcial e interrogar a un Oficial Mayor de la Fuerza Área Peruana y decirle, con la boquita de Harvard, que me diga la verdad: ¡Quiero la verdad! Al estilo Tom Cruise en ‘A fee a good men’. Quisiera verme con el juez que revocó mi causa decirle que es vil corrupto, que se enfade conmigo y que ordene me desalojen de la Sala, que me abran un proceso disciplinario, que me hallen responsable y me quiten la licencia de abogado. Me gustaría tener un físico envidiable, de aquellos que al pasar roban espejos y miradas de féminas, que sus novios o parejas le llamen la atención y las jalen del brazo por ser tan resbalosas. Me gustaría tener la habilidad de Jean-Claude Van Damme, ser un maestro en las artes marciales y romper madres a diestra y siniestra a quien me ponga mala cara en la calle. Me gustaría ser cobrador de transporte público, pelearme con el usuario por el precio del pasaje, decirle que no se pase de conchudo y que pague lo que corresponde so pena de bajarlo en media calle. Me gustaría ser un jugador de futbol, ser tan bueno como Cristiano Ronaldo, ganar muchos millones y gastarlos en mujerzuelas y juegos de azar, como hiso Pique. Quisiera ser gordo, de aquellos que se mandan una panza setásica, como la de mi primo Juano, y poder comer todo sin ningún tipo de prejuicio corporal. Me gustaría se un vil truhan, robar el pan que me lleve a la boca, entrar a los supermercados y hurtas calcetines y medias deportivas sin que nadie me pille, como también lo hiso mi primo Juano. Me gustaría ser un hombre guapo, como aquellos que arrastran las miradas de mujeres y hombres por igual, tener la sonrisa y el encanto de Tony Curtis y ser estrella de cine. Me gustaría ser un actor, sí, un actor porno, trabajar varios años en el oficio, acostarme con tanta mujer pueda, y ganar varios «AVN Awards» por mi sobresaliente actuación; y luego, ya jubilado, escribir un libro al estilo Las Cincuenta Sobras de Luchito. Me gustaría ser gay, sí, de aquellos que tienen los huevos suficientes y salen del closet para gritar su libertad; pelearme y discutir con los ‘conservadores’ que ven porno y golpean a sus mujeres, ¡pero ah!, homosexuales no. Me gustaría ser sacerdote, claro, de aquellos que cabellos bien peinados y trajes entallados como los que salen el televisión por cable; hablar sobre la palabra del Señor, decirles que el que siga en el sendero de Dios estará con Él cuando sea llamado, pero sobretodo decirles que dejen ya de mirar la biga en el ojo ajeno, que amen y respeten a su prójimo, y que si están libres de pecado, que lancen la piedra. Me gustaría ser un Congresista, seguir haciendo leyes tan absurdas como las que gobiernan nuestras vidas; que me paguen mucho dinero por calentar el curul de turno, ir a las invitaciones Sociales, salir en las revistas semanales con mi sonrisa Colgate y traje italiano. Me gustaría ser el hijo de Satanás, crecer con la maldad dentro, pudrir la mente de los demás, hacer maldades y poder estar en varios lugares al mismo tiempo. Me gustaría ser un aventurero, subir a aeroplano y tirarme con un paracaídas, que este no abra y que me saque la misma mierda al caer; quedar en coma por treinta años, despertar y no reconocer a nadie. Me gustaría ser un trapecista como mis primos Cavallini, subir a doce metros de altura, agarrar el valor suficiente y dar un cuádruple salto mortal sin red de protección, llegar a las manos de cacher y regresar sano y salvo a la plataforma y sentir el aplauso vibrante del público. Me gustaría ser tan rápido y encantador como mí hermano malabarista Paolo y dominar hasta nueve clavas al mismo tiempo. Me gustaría ser argentino, sí, che, de aquellos que todo lo saben y lo que lo inventan; poder hablar al estilo porteño y ningunear a los demás, pero sobretodo ser como ellos: humildes, sencillitos y carismáticos, ¿viste? Me gustaría ser un domador de fieras salvajes, obligarlos a saltar el aro de fuego, que se enoje uno de los ejemplares y me tome con sus colmillos y filudas garras por haberlo maltratado por muchos años. Me gustaría ser payaso, sí, como ese que se ha hecho famoso en nuestro país por tocar la trompeta al son de ‘Tócame la pitita’; que un ladrón entre a mi refugio y se lleve los instrumentos musicales y preocuparme porque sin ellos no sé qué hacer. Me gustaría ser un Santo, ajá, como aquellos que adornan varias de las casas limeñas, que me rodeen de velas y hasta que me volteen de cabeza las mujeres desesperadas que no encuentren marido valiente. Me gustaría ser un gran detective, como aquel que sufre Trastorno Obsesivo Compulsivo pero que es un genio resolviendo casos de homicidios, y por quien le puse el nombre a mi Schnauzer. Me gustaría ser feo, sí, de aquellos que van por la calle orgullosos de su fealdad, que no temen de verse al espejo y saberse feos, como mi primo Juano. Me gustaría ser un asesino en serie, sí, como aquel ‘Larry Hall’ y que inspiró el libro Encerrado con el Diablo. Me gustaría tener una voz privilegiada, como la de Luis Miguel, cantar temas de amor y susurrarle cosas hermosas a mi esposa. Me gustaría ser un escritor famoso, escribir muchos libros y estar asediado de mis lectores, que me pidan foto y firmar mis libros; me gustaría que piratearan mis libros y que aun así me pidan firmarlo. Me gustaría ser un sobón, sí, como aquellos que sólo tienen palabras adulonas para quienes no los quieren, de aquellos franeleros que van a casas ajenas y piden ‘pie de limón’ a sus tiítas, como el lambiscón de mi primo Juano. Me gustaría tener de nuevo dieciséis años, armarme de valor y declararle mi amor a esa mujer casada, con dos hijos, esposa del dueño del circo, y que robaba mis sueños de juventud. Me gustaría tener la pluma tan versátil y seductora como la del Maestro Mario Vargas Llosa, escribir libros como La tía Julia y el Escribidor, Travesuras de la Niña Mala o Pantaleón y las Visitadoras. Me gustaría ser divertido como Pablo Simonetti y escribir un libro tan audaz como La barrera del Pudor. Me gustaría poder tener una prosa tan majestuosa como mi otro Maestro Gabriel García Márquez y escribir una novela tan hermosa como Memorias de mis putas tristes.

Ha decir verdad, me gustaría ser todo eso,  y hacer mucho más…

Y así…

Y sólo así…

Tener algo de qué escribir, carajo.

Atte. Un escribidor cabreado por no saber qué escribir.

Lima, 31 de enero de 2014.

martes, 21 de enero de 2014

ANIMALES EN LOS CIRCOS







Hace unas semanas he estado viendo que varios de mis amigos y colegas circenses alzan la voz, o teclean con notorio fervor, contra las iniciativas legales mexicanas de prohibir tajantemente la participación de animales en los shows de circo. De otro lado, es igualmente notoria la campaña agresiva que ciertos Estados de México tienen a favor de que se prohíba el espectáculo con animales fieros en las carpas de circo; tan es así que se contrató a la actriz Kate del Castillo para defender los derechos de los animales. En youtube pueden ver el spot grabado por ella, quien además de lucir un rostro nuevo, defiende a capa y espada a los animales, arguyendo, entre otras, que son salvajemente torturados con la finalidad de que los animales, caballos, camellos, elefantes, tigres, leones, etcétera, salgan a la pista a demostrar las habilidades aprendidas por su torturador, esto es, el domador. En respuesta al spot referido, mis amigos, muchos de ellos domadores de fieras salvajes, han iniciado su propia campaña contra las posibles prohibiciones de no tener animales en los circos. En ese sentido, se ha subido a la web un espectáculo de un joven galante domando a sus hermosos caballos sin tener en sus manos algún látigo, fuete o porra que pueda lastimar a los ejemplares; queriendo demostrar de esta forma, que no hay maltrato a los animales, y menos que se ensañen con ellos, como así lo han hecho creer. El Circo Chino de Pekín, en respuesta también, accedió a una entrevista hecha por una reportera de Televisa donde la corresponsal tiene delante suyo una hermosa jirafa. El animal parece inofensivo, y de hecho lo es. La domadora explica que no usan la fuerza, que lo que aprenden lo hacen porque es rutinario y, además, premiado con comida. Todo ello hace presumir que efectivamente en los circos no hay maltrato animal, que no se les golpea ni tortura como desean hacer creer a la gente que gusta del espectáculo circense. Pero, ¿es verdad todo ello?

Mis padres son de circo, mis hermanos son artistas de circo, yo nací en el circo y trabajé en él por dos décadas y media. Si bien hoy en día no vivo bajo una carpa, no es menos cierto que no esté enterado de todo lo que se vive dentro de ella. Tan es así que en la actualidad formo parte del Sindicato Circense del Perú, siendo socio honorifico. ¿Por qué muestro las credenciales? Para que vean que opino con propiedad, con curtido conocimiento sobre la causa que nos acoge.

 Como todo conflicto e intercambio de opiniones, siempre hay dos versiones sobre una misma cuestión. Ya tenemos claro que de un lado están los defensores de los ‘derechos de los animales’ y de otro lado quienes aducen no maltratar a los animales. La pregunta se divide en dos:

1 ¿Se maltrata o no a los animales que trabajan en los circos?

2 ¿Los animales, cualquiera fuere, tienen derechos?

En cuanto a la primera, por desagradable que parezca, la respuesta es sí, se maltratan a los animales. Pero ojo, la afirmación no es del todo cierta. Y pido a mis amigos domadores que antes de verter algún improperio a mi persona, me permitan terminar la idea. Gracias al trabajo de mi padre, pude estar en diversos circos, que es donde conocí a mis amigos, que hoy son domadores o acróbatas. Desde chaval fui testigo fiel de cómo algunos domadores golpeaban ferozmente a los animales bajo su custodia. Una de las experiencias más amargas al respecto fue cuando presencié cómo apaleaban a un orangután de pelos rojos y alborotados, cuyo  nombre era ‘Cachirulo’, su castigador –en aquel remoto año– era un joven de talla alta y complexión atlética, quien se hacía llamar así mismo como ‘El Rey de los Payasos’. El orangután no actuó bien en su oportunidad y, El Rey de los Payasos’, ordenó amarrar al ejemplar sobre las rejas que marcan el territorio del circo. Le ataron sus extremidades, y el domador empezó a darle de golpes al pobre animal. Los alaridos de ‘Cachirulo’ se escucharon por todo el circo, como explosiones de tormenta. Yo estaba fuera de uno de los carromatos en compañía de mi padre, me sujeté a él y lloré en nombre del animal. Más por cansancio que de buena voluntad, el domador dejó de golpear con la porra pobre animal. ‘Cachirulo’ a penas y podía andar, y, pese a la cruel justicia de su amo, este se arrastró hasta los pies de su castigador en señal de sumisión. He sido testigo del maltrato que propinan los domadores o cuidadores –conocidos como animaleros, en el fuero circense– a los animales, ninguna tan cruel y baja como la que El Rey de los Payasos propinó a ‘Cachirulo’. Quiénes somos de circo, saben de quién hablo.

Sin embargo, el hecho de un desquiciado hijo de dueño de circo se esmerara contra un orangután, podría ser un hecho aislado, que únicamente ocurrió en uno de los circos de mayor trascendencia en México. Pero sería mentir. Además, habiendo tanto video en youtube sobre el maltrato animal, sería hipócrita contradecir y señalar que nunca se ha golpeado a un animal que trabaja en circo. Empero, y aunque suene a cliché, el circo de hoy no es el mismo que el de hace veinte o más años. Nuevas generaciones han brotado en las pistas de circo, muchos de ellos, quizá, siguiendo la tradición de sus padres, domar animales. El tiempo ha pasado, y como todo, trae nuevas formas de enseñanza; sé y me consta, al menos de mis amigos domares, que lejos de ellos está el de maltratar y enseñarse contra los animales, a los cuales aman y protegen. Mis amigos han alzado la voz, y con ardor señalan que en los circos no se maltrata a los animales. Mis queridos amigos, no metan la mano al fuego por nadie. Digan y defienda enérgicamente que USTEDES NO MALTRATAN A LOS ANIMALES, QUE SU CIRCO NO LOS MALTRATA, pero no generalicen. No todos vemos con los mismos ojos ni sentimos con el mismo corazón. Sé y me consta el amor que tienen ustedes por las especies fieras que tienen bajo su mando, pero no sé la de los demás. Desafortunadamente para ustedes, querido amigos, están pagando los platos rotos que otro rompió. Lo cual, por supuesto, no es justo. De todo corazón les deseo que el éxito que ustedes mismos se hayan cosechado a lo largo de sus vidas profesionales; únanse y luchen inteligentemente por lo que piensan, no tildando y ninguneando a las personas que salen en los spots ni contra un grupo determinado de personas, pues ellos ignoran la verdad.

En verdad, éxitos. Amigos.

En cuanto a la segunda, he decir que no. Los animales no tienen derechos. Al ser letrado y estudioso de las leyes, me permite opinar también al respecto. Hay agrupaciones –ONG– que señalan con entusiasmo que los animales tienen derechos. Esa afirmación es falsa. Al menos lo que respecta a Perú y México, los animales no tienen derecho alguno. Ello es una corriente filosófica, romántica y hasta filántropa de quienes defienden a los animales. Pero el hecho, estricto y acorde a la Ley, es que los animales no tienen derecho. Lo que tienen son ciertos beneficios, que no es lo mismo, y esos beneficios varía según el animal. Sin embargo, el hecho de que los animales no tengan derechos, no nos da a nosotros el derecho de abusar y maltratarlos y menos ensañarnos con ellos. ¿Quién sería el animal entonces? A diferencia de los animales, nosotros razonamos, y ello también en relativo, porque está comprobado que los animales también razonan. Claro está que no resolverían una ecuación algebraica (yo menos), pero razonan. Lo que nos diferencia, y es una opinión personal, es el hecho de que nosotros si diferenciamos el bien del mal, tenemos la habilidad o facultad de discernir entre lo bueno y lo malo. Y como tal, sabemos que no es bueno el maltrato animal. Sin embargo, también es oportuno señalar que muchas de las agrupaciones que se hacen llamar defensora de los derechos animales no ven más allá de lo que su propósito les ilumina. Pues sus referencias, la mayoría de veces, se basan en meras especulaciones y/o videos subidos a la web. Tal cual fue el caso de la actriz Kate del Castillo. De otro lado, a manera de reproche, mis amigos domadores hacen su defensa señalando que una actriz y cantante mexicana, de cabellos largos y llenos de brillo, dio muerte a un alce, o al menos así posa en la foto. El hecho de que Lucero haya posado fríamente y sin miramientos al lado de un alce yacido en el pastizal, tampoco hace referencia que todo el mundo de la farándula televisiva son cazadores empedernidos. Tampoco sería justo juzgar a todos los cantantes y actrices por el groso error cometido por Lucero.

Cabe precisar, y con ello termino, que el circo, cualquiera que fuera, está en la obligación moral y civil de demostrar que no maltrata ni se ensaña con sus animales, que estos son cuidados con suma responsabilidad, criados y amados como uno más de la familia. Pues el circo es el espacio de recreación al cual acude la familia para pasar un momento agradable, y no para formar parte de los dimes y diretes entre defensores y opositores.

Amo el circo, y me gusta el circo con animales, pero si estos son salvajemente maltratados por quienes deberían cuidarlos y brindarles amor, con todo el dolor de mi corazón, pero diría: NO. GRACIAS. A UN CIRCO DONDE SE MALTRATA A LOS ANIMALES, NO GRACIAS.


Lima, 21 de enero de 2014.

             

              


miércoles, 15 de enero de 2014

LA PUTA DEL TAXI...











LA PUTA DEL TAXI

Al salir de casa fui directo a la avenida Sucre. El sol sonreía sobre nubes blancas, y el rugir de los autos acompañaba mí acelerada caminata. Sobre la vereda yacían charcos de agua debido a la ligera lluvia que cayó sobre Pueblo Libre la noche anterior. La avenida Bolívar estaba adornada con cadáveres de cucarachas por todos lados; algunas estaban aplastadas gracias a las pisoteadas deliberadas de los transeúntes y otras estaban despanzurradas con las patas hacia arriba. Mi intención era llegar de inmediato a la avenida la Marina e irme directo al Sexto Juzgado de Paz Letrado del Callao ubicado en la Av. Sáenz Peña. Subí por la avenida Bolívar pensando en mi informe oral. Tenía que ser enérgico, duro pero a la vez inteligente. La razón está de nuestro lado. No hay porqué preocuparse.

 Llegué a la esquina de Bolívar con Sucre; 7.45am marcaba mi celular. Aun a tiempo. «¡Cincuenta todo Sucre, cincuenta, cincuenta!», gritaba el cobrador del transporte público al que subí. Dentro, el aire era espeso y caliente, como la boca de un horno, pocas eran las ventanas abiertas y el calor comenzaba a despertar con el avanzar del reloj. Me encontraba en medio del custer con un brazo en la silla frente a mí y el otro sujetando el barandal que estaba sobre mi cabeza. En Lima hay que estar bien sujeto, pues los chóferes aceleran y frenan como se les venga en gana sin importarles un cobre partido en dos tu salud.

Al bajar la mirada me percaté que había una chica sentada, a juzgar por su look estaría entre los dieciséis o dieciocho años. Sostenía con ambas manos un Smartphone Galaxy de pantalla ancha. No era mi intención fisgonear pero lo hice; le escribía a quien supongo era su novio de verano: «Ace muxo k no t veo…t xtraño mal. Kiero bexart». De haber obedecido mi primer impulso, le hubiese tocado el hombro a la chica y dicho que si como escribe, besa, pobre de tu novio. Obviamente callé, y lo más probable es que dicha fulana me hubiese dado un revés con un «Y a ti quién te metió. Sapo». Así que preferí ahorrarme la vergüenza. Dejé de ver la terrible forma que tienen los jóvenes de hoy para expresar su amor y me puse a repasar mi discurso jurídico, por segunda vez.

Al repasar los hechos de la causa que defendía, fui interrumpido por la vibración de mi celular. Era un número desconocido. Vacilé en contestar, pues no suele responder números que no conozco, pero luego recordé que he repartido varias de mis tarjetas de abogado. Contesté. Era mi cliente, el señor Armando. Le dije que ya estaba en camino, «No se preocupe», le tranquilicé. Mi cliente ya estaba en el juzgado esperándome.

A la altura de la avenida La Mar, bajaron varios de los usuarios. La mayoría de las damas vestían faldas con blusa blanca manga corta, los caballeros saco y corbata. El chófer había sintonizado una radio salsera; la canción de turno era la de un joven que, a ritmo caribeño, cantaba y decía que no sabía si mañana se acabaría el mundo o que sí él era para ella o ella era para  él o si se seguirán odiando o amando. Simplemente no lo sabía. La custer comenzaba a transformarse en un horno. Sobre mi frente sentí que se formaban pequeñas perlar de sudor. El cobrador, que tenía el aspecto de niño viejo, seguía gritando con su voz cavernosa que el carro estaba vacío y el cobro por ir toda la avenida Sucre era por cincuenta céntimos. Únicamente subieron dos personas.

Al haber más espacio, me acerqué a la puerta con la intención de que el aire secara la corona de sudor que se me había formado. El cobrador advirtió mi presencia y me miró con desconfianza. Lo vi vacilante pero, gobernado por una voluntad de supervivencia, se me acercó y preguntó por mi pasaje, le di una moneda de cincuenta céntimos y dije que voy a Sucre. Me miró de nuevo de pies a cabeza y me preguntó con voz de hilo, una muy distinta a la voz de caza usuarios, «¿Hasta qué parte de Sucre va?» Quise responderle que eso no importaba, ya que desde el inicio dijo que ir todo Sucre costaba cincuenta céntimos, pero no estaba de ánimos para poner a discutir con un chiquiviejo. «Hasta la avenida La Marina», le señalé, con cara de poto.

Estaba ya a cuatro cuadras de bajar cuando un anuncio periodístico del caballero que tomaba asiento frente mi llamó mi atención. El caballero de calva incipiente y rasgos orientales leía la sección deportiva; en ella se señalaba que Perú jugaría un amistoso contra Inglaterra. No jodan, dije para mis adentros. Mi fisgonearía fue percatada por el dueño del periódico quien con un movimiento sutil dobló en dos el diario y lo dejó encima de sus piernas. No lo culpo, yo hubiese hecho lo mismo si un extraño conchudo como yo hubiese husmeando mi diario, «Jódete y cómprate uno», le hubiese espetado al intruso. Fingí no notar la represalia del oriental de frente amplia mientras en la radio sonaba ya otra canción.

Al bajar del transporte público noté que el chófer era groseramente más grande que su asiento; su enorme panza de tinaco resbalaba por su cintura de huevo. Ya en tierra firme, se me vino a la mente algo que muy probable me serviría para escribir en el futuro: “Los periódicos son como las mujeres casadas. Siempre se te antojan cuando están en manos ajenas”.

Sobre la avenida La Marina hubo cualquier cantidad de gente esperando por una custer que vaya a la avenida Javier Prado. Felizmente yo iba en sentido contrario, hacia el Callao. Crucé la avenida Sucre y vi que la farmacia que está en la esquina recién abría. A dos metros de ella un puesto ambulante, algo así como un carrito sanwichero, ofrecía a los parroquianos emolientes y pan con huevo. Varios hicieron sus pedidos. Un niño lustrabotas me fijó la mirada, y con su escobilla en la mano derecha señaló mis zapatos; eché un rápido ojo a mis zapatos negros, y si bien no brillaban como el sol de ese día, no pintaban mal para mi informe oral en el despacho judicial. No gracias, le dije, con un guiño. Estuve parado por más de quince minutos y el carro debía pasar por mí no pasaba, carajo. En esos momentos de espera, me di el atrevimiento que pocos jurisconsultos se dan cuando tienen que dar un alegato jurídico, divagué. Estuve pensado en lo dicho por mi cuñada el domingo pasado. Eres un machista, me refirió en tono indulgente. El pregunté por qué y me contestó que se notaba por mi forma de ser, ¿Cómo así?, increpé. «Es que se nota. Tienes tus manías, como la que cada cosa esté en su lugar, comer a tus horas y no cenar de noche sino tomar lonchecito», argumentó, con esa sonrisa diamante que tiene ella. «Yo no lo veo machista», me defendió el esposo de mi cuñada, y, haciendo un gesto con el brazo, agregó: «Me parece que es recto, y formal». Mi cuñada me dijo que ese tema, sobre el machismo, sería un buen tema para escribir en mi blog. Lo haré, le prometí.

Regresando de mi flashback, fui testigo de cómo un niño con ropa playera, cruzaba la calle con una mujer, supuse que por la forma en cómo aprendió al muchachito del brazo, esa tosca dama de vestido claro primaveral, era su madre. No me equivoqué. Es que yo no quiero ir, mamá, refunfuñó el mocoso. Pues no te mandas solo, y vas donde yo diga, sentenció la progenitora del infortunado infante. Si hay algo que es horrible en esta vida, o cualquier otra vida, es ir a un lugar en contra de tu voluntad. Todos pasamos por ese camino donde tu voto, opinión o incomodidad valen un carajo.

Harto de que no pasara la custer que me llevaría al Callao, y ante el temor de llegar tarde a la cita, estiré mi mano señalando la parada de un taxi. Era un auto negro brillante de cuatro puertas. Un Toyota. Al asomarme, una enorme sonrisa de dientes color marfil me dieron la bienvenida. Era una mujer de cabellera espesa y tez morena.

¾ Voy al Palacio de Justica que está en el Callao, en la avenida Saénz Peña ¾ilustré, y al mismo tiempo, por una costumbre autoprotectora, ojeé todo el auto en su interior. No tengo memoria fotográfica, pero aprecié un crucifijo colgado en el espejo retrovisor, un par de monedas sueltas donde se suelen poner los vasos y el periódico La República en el asiento del copiloto.

Ella hizo varias muecas, como haciendo cálculos matemáticos para sí; achinó su mirada postrándola en el horizonte de su ventanal.

¾ Catorce soles ¾me dijo, con voz delicada.

Titube por unos segundos, pero el auto me daba cierta confianza, y debo confesar que el hecho de que el chófer sea una mujer, me sedujo por completo. Era la primera vez que tomaba el taxi cuya capitán era una fémina.

–Ok. Vamos –Dije. Abrí la puerta trasera y me despedí de la avenida Sucre, de los emolienteros y del niño lustrabotas.

Al cerrar la puerta, el auto se puso en marcha, y aunque no soy amante de los fierros y los motores, de inmediato caí que el taxi era nuevo. Ni un asomo de ralladura. La mujer taxista mantenía la vista al frente con ambas manos sobre el timón. Sus uñas estaban perfectamente alineadas y en ellas reposaba un resplandor natural. Una sombra de lo que fue un anillo de algo adornaba su dedo anular de la mano derecha.

Teníamos apenas tres cuadras de camino cuando, sobre la izquierda, como alma que lleva el diablo, pasó el transporte público que estaba esperando tomar. Típico, eso siempre pasa. Cuando quieres un taxi, no pasan. Cuando quieres micro pasan cualquier cantidad de taxistas Así es la vida de caprichosa. Como niño lamiendo su paleta de caramelo. El auto avanzaba velozmente, casi no se sentía el mal estado de la pista, y aunque el tráfico era ligero, el claxon de vehículos aledaños no dejaban de llorar.

            ― ¿Gusta el periódico?, señor.

― No gracias. Muy amable ―Respondí, con una media sonrisa.

Ya estábamos a la altura de Plaza San Miguel.

― Quizá quiera escuchar la radio, señor ―insistió la dama.

― Tampoco, pero si usted gusta, por mí no hay problema alguno ―repliqué.

No prendió nada.

Me sorprendía la formalidad y la seriedad de la taxista para conmigo. No voy a mentir, he tenido la oportunidad de conocer taxistas afables, pero son pocos. La mayoría ni siquiera te ofrece el diario, menos aún qué música quieres escuchar. A medida que avanzábamos el calor se tornaba más fuerte; atrás habían quedado las nubes que acompañaban al gringo, y este se mostraba en todo su esplendor. Opté por bajar toda la luna y poder refrescarme con el viento que genera el taxi, pero el calor era tan abrumador y el aire seco, que decidí asomarme por completo, así que acerqué mi rostro. Lo más probable es que en ese momento hubiese parecido un perro con saco y corbata, sólo faltaba sacar la lengua y jadear un tanto. Poco faltaba, juro.

A través del espejo retrovisor trataba de ver el rostro de la mujer taxista. Quería comprobar si en verdad vi o no un lunar sobre su labio derecho o fue mi imaginación. Pero por más esfuerzos que hacía, sólo pude verle sus pobladas cejas negras y sus ojos de mirada cálida.

― Disculpe, señorita ―carraspeé ligeramente la garganta― ¿Desde cuándo hace taxi?

― No hace mucho, señor. Será seis meses ya. ¿Por qué? ―devolvió la pregunta a la vez que dejábamos atrás la avenida Faucett.

Su voz era suave y tranquilizadora.

― Es que la primera vez que tomo un taxi y una dama ―quise decir mujer pero temí sonar crudo― es quien maneja.

― Y se siente cómodo, señor…

No dejaba de mirar su objetivo, ni por un instante.

― Sí, claro.

― Qué bueno, señor. Ya estamos entrando al Callao.

Eran ciertas dos cosas. Una, me sentía cómodo con la mujer al volante. Dijo tener seis meses como taxista pero manejaba de manera envidiable, rebasaba con propiedad a los demás autos y en ningún momento uso el claxon como medio de comunicación. Dos, ya estamos entrando al Callao; de hecho, sobre mi derecha, se alzaba la Comandancia General de la Marina de Guerra del Perú, edificio también conocido como el Ministerio de Marina, resguardada por dos enormes cañones de color plomo y en medio una gran ancla dorada.

― Disculpe ―interrumpí de nuevo―, y antes a qué se dedicaba…

Se hizo un silencio largo.

Pensé que quizá no había escuchado mi inquietud o que no quería responderla, pero deseché esa idea al pensar que una persona tan amable se pueda rehusar a contestar una pregunta tan sencilla. Ya estábamos por la cuadra dos de la avenida La Marina. Avanzamos

pero la luz roja del semáforo nos frenó. Un sujeto sucio y con cara de crápula se apresuró a mi puerta y me pidió unos cuantos centavos. «Pa´comer, jefe».

El perenne hedor a alcohol del sujeto golpeó directamente mi rostro.

¾ Ya pe´jefe. Un solcito nomás…¾insistió el hombre.

Lo ignoré.

El auto retomó su marcha. El mendigo siguió el taxi, o a mí, lo más probable, con una mirada dura. Sus labios farfullaron algo, quizá una rica y merecida mentada de madre.

La mujer chófer seguía sin responder.

Pensé que en verdad hice la pregunta en tono tan bajo que pasó desapercibida. Pero ya estábamos cerca de Palacio de Justicia del Callao. Así que decidí regresar a mi discurso jurídico planteado para esa mañana en particular, pero sólo para repasar los artículos pertinentes del Código Penal. Los repetía una y otra vez de manera mental, pero de vez en vez se me escapara un susurro jurídico. De pronto, como golpe de rayo, fui atajado por la voz de la mujer chófer.

La confesión, estriñó mi espíritu.

            ― Puta. 

Pensé de inmediato que el ruido de la calle, o el zumbido del viento entrando por la ventana me habían jugado una mala pasada. Miré hacía los costados, como esperando que el eco de esa palabra se renovara ante mis oídos. Dudé unos segundos, pero me armé de valor.

― Disculpe. ¿Qué dijo?

― Puta. ¾Volvió a decir. Por primera vez dejó de mirar su destino y me echó mirada por el espejo retrovisor. ―Usted preguntó en qué trabaja antes. Bueno, antes era una puta.

Me quedé helado. Una estatua griega de unos cuatrocientos años de antigüedad tendría mejor semblante que yo en ese momento. Sentí y escuché cómo mi estómago se retorcía. Aunque para mi sorpresa, la mujer taxista no parecía estar alterada ni molesta con sus respuestas. Lo decía de una manera natural, libre de culpas. ¿Y además, qué culpa hay en ser una puta? Sin embargo, también sentí vergüenza por haber lanzado la pregunta que originó la respuesta. Ahora comprendo por qué el letargo de su respuesta.

― Disculpe usted, señorita, si la he incomodado con mi pregunta. No quise entrometerme ni hacerle pasar un mal rato.

― Descuide, señor. Usted tenía una inquietud, y eso es normal. De otro lado, no me ofende haber sido una puta. Claro que tampoco es un orgullo y no espero ganar algún diploma en el Congreso por mi pasado. Pero gracias a esa profesión, porque créame, es una profesión. Saqué a mis padres de la miseria donde vivían, les di estudios a mis dos hermanos, y pude ahorrar para comprarme este carrito.

― En verdad me alegró por usted. Y le agradezco la confianza de haberme contado parte de su vida ―le dije.

― De nada, señor. Usted para ser una buena persona, pese a ser abogado.

― ¿Cómo sabe que soy abogado?

―¿Cuántas personas van a Palacio de Justicia de saco y corbata en un día tan caluroso como hoy?

Reímos discretamente.

Estábamos cerca del lugar, a unas cinco cuadras. Me preguntó si tenía sencillo para pagarle. Le dije que tenía un billete de veinte soles. Consulté la hora y marcaba las 8.15am. Le entregué el billete a la mujer chófer y ella comenzó a hurgar entre los documentos que estaban sobre su mano izquierda. Me entregó unas monedas a través de las rejas cuadriculadas que la protegían ante cualquier intento de atraco.

  ― Muchas gracias, señor. Que tenga buen día. ― Agradeció. Estaba por bajar cuando agregó: ― Pero no es fácil, señor. Me juzgan por mi pasado sin siquiera preguntarme por qué tuve que ser una puta. Así es la gente. Saqué adelante a mi familia, les compré su casita a mis viejitos, hasta cable para ver canales internacionales tienen. Mis hermanos ya no tienen que andar descalzos y andar pidiendo limosnas. Mi mamita linda ya no tiene que lavar ajeno y mi padre ya no tiene que estar en la chacra bajo el duro sol. Ahora tengo mi carrito. Lindo está. Y esta será mi nueva profesión. Puta no más. Pero desgraciadamente así no lo ven en mi barrio. En mi barrio me dicen: miren allá va la puta del taxi…

Su voz se quebró por un instante. Pude apreciar de nuevo su rostro. Era una mujer no mayor de 30 años. Tenía una calidez otoñal en sus ojos, como niños al abrir el regalo de navidad. Aunque de nariz grande, no desencajaba son su firme mandíbula y gruesos labios. Y sí, en efecto, tenía un lunar sobre su labio derecho. Bajé del auto y le dije a la mujer chófer que era una gran conductora, que siguiera así. Ella sonrió ligeramente. Y con una voz terciopelo, de aquellas dignas de sólo escuchar en las radios o en alguna radionovela, se despidió con un cálido, «gracias, señor».

Me fui directo a Palacio de Justicia y, a manera de bienvenida, un mojón de dos pisos yacía en el pavimento, sobre ella las moscas hacían su festín ¿Quién habrá dejado ese cadáver fecal sobre la vereda? ¿Mierda humana o canina? Da igual, mierda es mierda. Mal presagio, pensé. Al subir las escaleras me encontré con mi cliente. Pese a mis recomendaciones, el señor Armando llevaba una camisa gris manga corta con estampados urbanos en el pecho. Me saludó enérgicamente. «Doctor, pensé que no llegaba».

Antes de entrar a Palacio de Justica, una hoja blanca con apuntes negros pegada sobre la puerta de entrada llamó mi atención. El Sexto Juzgado de Paz Letrado del Callao ha sido trasladado al Jirón España # 01, esto es a dos de la avenida La Marina, en el Callao.

Faltaban quince minutos para mi alegato jurídico. No llegaríamos a tiempo.

La mujer chófer ya no estaba. El sol quemaba mi cabeza y las gotas de sudor se formaron de nuevo sobre mi frente. 

― Y ahora, Doctor, ¿qué hacemos?

Miré el enorme edificio de sueños rotos y derechos negados que es el Palacio de Justicia del Callao. Fijé mí vista sobre los leones amarillentos, desgastados y diminutos que resguardan el Poder Judicial; respiré hondo, giré mi cuerpo y postré mi mirada sobre la avenida Sáenz Peña. Un sentimiento de nostalgia invadió mi cuerpo al ver esos edificios viejos y destartalados que se alzan sobre la gran avenida. 

Maldecí.

Lima, 15 de enero de 2014.

 

 

 

 

miércoles, 8 de enero de 2014

CONFESIÓN # 391 FUI UN STRIPER





Lima tiene una magia incompresible, sus Distritos aún más. Una salida cualquiera puede convertida en LA SALIDA. Eso fue lo que pasó una noche de abril remota. Donde los primos se juntaron para divertirse sanamente, y lo consiguieron, ¿no?

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Mis primos y yo quedamos en salir un sábado por la noche. El clima era cálido y la noche presumía una medialuna adornada de grises nubes. Los cinco quedamos en vernos en El Puente de los Suspiros, en Barranco. Todos llegamos a la hora acordada, nueve de la noche. Obviamente era una salida de varones, nada de enamoradas. Por aquel entonces todavía no estaba casado, pero vivía con mi hoy esposa. ‘Diviértete mucho, y cuidadito nomás…’, fueron sus palabras de despedida cuando me acomodaba el saco para salir; cogí las llaves de la casa, guardé mi celular en el saco, metí la billetera en su lugar y le mandé un beso volado, ‘te amo’, le dije. La salida tenía como motivo la de reunirnos con los primos, en ese entonces éramos más unidos que ahora. Pero uno de nosotros estaba pasando por una mala situación sentimental: su enamorada había terminado la relación. Y aunque al inicio se rehusó a salir, gracias a mis convincentes súplicas, se animó. ‘Vamos cholo, qué chúmas vas a hacer en casa, vamos con los primos a tomar unos tragos, a bailar y hacer algo de desmadre’. Aceptó. Cuatro de los primos nos vimos en un lugar intermedio para reunirnos y tomar taxi rumbo a Barranco, donde ya nos espera mi primo, al que habían terminado. Al subir al taxi todo fue relajo, los apodos y bromas pesadas no se hicieron esperar. Todos, salvo el chofer, fuimos blanco de certeras y jodidas bromas. Enrumbados, el taxista sube por El Malecón de la Reserva en vez de ir por Circuito de Playa. De noche siempre es agradable ir por Miraflores, y más por la zona pegada al mar. Se ve gente corriendo, patinando y bicicleteando con la tranquilidad que un barrio pituco, o de gente bien, como le dicen, les puede brindar. Primero pasamos por el Parque del Amor, donde varios adolescentes yacían en el césped, en compañía de sus respectivas parejas; la luz tenue de la luna y el susurro del mar estrellándose contra la costa verde, servían como marco inspirador para cualquier aspirante a galán. Luego sin percatarnos ya estábamos entre el Parque Beato Marcelino Champagnat y el Parque Salazar. Al pasar por el Parque Salazar no pude evitar recordar la vez que estuve allí con una amiga de la facultad de leyes.

Los dos sentados en la banca de madera que ofrece el parque, estábamos conversado de algo que en ese momento parecía interesante, luego me pongo de pie frente a ella y al estar erguido veo que a lo lejos que nos observaba alguien con sospechoso interés. No le di importancia y seguimos conversado. Al alzar de nuevo la vista veo que la sombra que nos miraba a los lejos se viene hacia nosotros. Sentí un hormigueo en el estómago y un sudor inusual se apoderó de mis manos. Pensé en tomar de la mano a mi acompañante y ponernos en marcha en dirección contraria, hacia los quioscos, pero antes de que eso pasara el sujeto ya estaba a tres metros de nosotros. Era un tipo alto, fornido, de espalda y hombros anchos. Tenía el aspecto de un boxeador en retiro. No dijo nada al estar delante de nosotros. Nos miraba con delicada atención. Sus ojos, negros y pequeños como bolas de canicas, no se movían, miraban hacia nosotros pero también parecían mirar al vacío. Tenía una capucha en su cabeza, y zapatillas blancas con el logo nike en color rojo chillón. ‘Nicagando son originales’, recuerdo haber pensado. Tuve la sensación de que el tiempo se detuvo sobre nosotros por unos segundos. La tensión que reinaba sobre los tres fue interrumpida por mi amiga, quien poniéndose de pie le increpó en tono suave al intruso preguntándole qué quería. Él, sin musitar ruido alguno, alzó la mano derecha y arqueó todo su cuerpo hacia izquierda. Sus movimientos eran lentos, calculados y algo dotados de irrealismo, casi teatrales. Se llevó la mano hacia la cintura donde tenía un canguro, mi corazón palpitaba estrepitosamente, parecía tener un caballo cabreado dentro. El boxeador en retiro abrió pausadamente el canguro y metió toda la mano. ‘Una pistola, la conchasumadre’, me dije. De pronto, como el salto de un gato, en un movimiento que no pude ver por la rapidez de su protagonista, sacó tres barras de turrones. Y con una voz ronca, de aquellas con la que una piensa que en vez de lengua tiene una lija, nos dijo: ‘Colabórenme con un turroncito. Anda pe. Varón. Un regalito para tu jerma’. Saqué rápidamente unas monedas de mi bolsillo derecho esperando sacar la moneda de un sol pero fue la de cinco, agarré un turrón (cuyo costo en la tienda es de un sol) y el sujeto se fue sin dar gracias rumbo a otras parejas. Aún recuerdo la patética escena en la que un sujeto de piel oscura, labios delgados como sobre y apretados como la angustia nos hizo -me hizo- caer. Nos estudió a lo lejos, vio dos pichones, puso en marcha su acción magistral de cautivar a sus víctimas-consumidores inyectándonos algo de temor, de miedo, y obtuvo de nosotros, luego del quebrantamiento psicológico, una moneda de cinco soles por producto que cuesta cuatro veces menos y que en ese momento no deseábamos. Le funcionó.

Mi recorderis  fue violentamente interrumpido por uno de mis primos que estaba señalando a una pareja de enamorados que se hallaban debajo de un árbol. ‘Mira mira cómo le arriba el paquete ese pendejo a su flaca’, oí decir desde la parte trasera del taxi. Le dije al taxista que bajara su velocidad, y al hacerlo, fui bajando la luna del copiloto, saqué mi cabeza, y el viento alborotó mi escasa cabellera, tomé airé, y cuando estábamos cerca de la pareja, le grité a todo pulmón: ‘Déjalo. Dile que no. Está bien feo’. Todos mis primos, incluida la chica que tenía sus brazos sobre el cuello de su enamorado se echaron a reír. El aludido se quedó mirando dolosamente el taxi y nos siguió con la mirada hasta que desaparecemos de su alcance. Mis primos me felicitaron a su estilo. ‘Jajaja, eres un conchasumare’; ‘Puta qué maleado eres, causa’; ‘Pobre huevón pues’, fueron sus apremios. El taxista, con una sonrisa de complicidad, retomó la velocidad. Llegamos a Barranco y mi primo de corazón roto estaba al costado de La Estación de Barranco. Como es usual en nosotros, nos saludos con beso en la mejilla. Luego de los saludos correspondientes, y dada la hora (9pm), decidimos darnos un gusto en la anticuchería que está bajando las escaleras pero antes de cruzar el Puente de Los Suspiros. Pedimos dos mixtos especiales y una porción extra de anticuchos. Dos de mis primos se pidieron un par de pisco sour, los otros dos se pidieron un par de chicha morada y yo una limonada frozen. Durante el aperitivo hablamos de distintos temas, tratando en lo posible de no hablar de nuestras parejas, pues sentíamos que no era oportuno dada la situación personal de uno de nuestros primos. Desafortunadamente no hay foto que cele con sumo cariño el cuadro que éramos los cinco allí, comiendo y brindando a viva voz. Terminado el agasajo culinario, decidimos cruzar el Puente de Los Suspiros. Un señor se nos acercó con una polaroid y nos dijo que por diez soles nos tomaba una foto. ‘No gracias’, oí. Luego de cruzado el puente nos dirigimos a la Iglesia La Ermita, donde otro de mis primos, al que le gusta adornar su cuerpo de tatuajes, me señaló a un par de gringas, o al menos eran rubias. Estaban acompañadas de unos sujetos de aspecto duro y rasgos andinos. ‘Bricheros de mierda’, declaró mi primo. Descendimos por La Bajada de los Baños, su calle pedregosa y sus árboles grandes y torcidos fungían como marco preparativo para algo que aún no conocíamos. Alrededor de las once la noche decidimos entrar a un barrar en el boulevard de Barranco. Llegamos hasta la playa y con las mismas nos regresamos. Al ingresar una cortina de humo nos dio la bienvenida, el bar era sumamente pequeño y oscuro. Estaba casi vacío y la música exageradamente alta. Nos sentamos en el lugar más apartado del local, pedimos dos jarras de cerveza y nos instalamos lo más cómodo que pudimos. Las jarras de cerveza fueron servidas por una chica de brazos pequeños y pelo ensortijado. Tenía un piercing en el lado derecho de su ancha nariz. Vestía una minifalda color verde pastel y un polo con unas ranas dibujas. Era una caricatura verla. ‘Salud, salud por nosotros, carajo’, brindamos.  Mi primo aún tenía en su rostro la imagen del dolor. Sus movimientos eran desganados y torpes. Los otros cruzamos miradas. Uno de mis primos le dijo que este tranquilo, que no es fácil romper con una flaca, pero puta madre hoy es noche de primos, quita esa cara compare y salud. Otro de mis primos le dio unas palmadas suaves en el hombro y le dijo que todo iba a estar bien, que se tranquilizara, que quizá ella recapacitaría y todo volvería a la normalidad (nunca volvieron a estar juntos). Luego de cuarenta minutos decidimos irnos del bar. Al atravesar el boulevard hacia la Plaza Central, varios sujetos de vestimenta reguetonera nos ofrecían a sus mujeres como damas de compañía. ‘Baratito nomás, oye. Un polvo no es polvo sino te tiras a una hembra de Barranco’. No gracias, no hay plata, dije.

Nos sentamos en la banca de la plaza central, el frío barranquino comenzó asentirse. Yo comenzaba a sentirme culpable por forzar a mi primo a salir cuando lo único divertido hasta ese momento había sido gritarle a un desconocido que era feo. Para variar, él no había estado presente. Quizá la hubiese pasado mejor llorando por su ex en la privacidad de su cuarto, pensé. Un niño en harapos y con las mejillas color ladrillo se nos acercó y nos ofreció chicles y cigarrillos. Tres de mis primos se pusieron a fumar. Comenzamos a discutir sobre las pobres posibilidades de pasarla bien esa noche. Pareció, y sólo así, que la nostalgia que acurrucaba a uno de nosotros había hecho el mismo efecto sobre los demás. ‘Vamos a La Marina, dices…’ gritó uno de nuestros primos. ¿Y qué vamos hacer allá? ‘Yo conozco unos huecos donde se la pasa de la puta madre, ¿vao?’, replicó. Todos abordamos el taxi y hacia la avenida La Marina nos dirigimos. Estando allí recorrimos varios lugares de aspecto lúgubre que ofrecían sana diversión, la única condición era consumir bebidas alcohólicas. Luego de visitar tres templos de dudosa reputación, guiados por el primo que vive en San Miguel, decidimos por uno que en la puerta principal adornaba un foco enorme de color rojo pasión. A los costados se encontraban dos sujetos vestidos completamente de negro, y absurdamente con gafas oscuras. Al entrar, mi vista se cegó por varios segundos, tomé la camisa de unos de mis primos como guía, de apoco iba recobrando la visibilidad dentro del local. Al pasar por un túnel adornado de focos también de color rojos, unas manos delicadas y pequeñas comenzaban a saludarnos, eran las bailarinas del lugar. Un sujeto chaparro de pelos duros y panza descomunal nos dio la carta de presentación: ‘Señores, bienvenidos sean al nigth club La Once (debido a que se encontraba en la cuadra once de la avenida La Marina). Como podrán apreciar, nuestro local les brinda los más selecto de lo selecto de nuestras bellas mujeres limeñas, quienes encantadas los acompañaran en lo que será una bella velada, a cambio de que ustedes consuman como mínimo cuatro jarras de cerveza. Es la única condición. Señores, son todas suyas…’, declaró el sujeto panzón con voz angurrienta. Yo no tomó, dije. ‘Ya no seas maricón’, me dijeron. Ya, pago, pero no tomo, volví a decir. Todos aceptaron. Fuimos al paradón donde las chicas, las más selectas de las selectas, aguardaban por nosotros. Cogí una al azar, al tomarla por la muñeca me percaté que era una chica muy delgada, casi anoréxica; me arrepentí de inmediato pero ya era tarde, ahora ella era quien me tomaba del brazo y me dirigía a la sala principal donde ya estaban mis primos sentados en sus respectivos sofás. La chica me acomodó delicadamente sobre un sofá de brazos anchos, me sentía enano en un sofá tan grande. Ponte cómodo, susurró la bailarina en lo que me servía un vaso de cerveza. Me alcanzó el vaso y de inmediato se sirvió otro para ella. Salud, gritó. ‘Y… cómo te llamas’. Le dije mi nombre. ‘Y ellos son tus amigos’. Mis primos, respondí. ‘Qué edad tienes’. Cuántos crees. ‘Veinte cuatro’. No, veintiséis. Tú cómo te llamas, le pregunté, me dijo que Rosmery. Era obvio que ese no era su nombre, si acaso el nombre profesional que se había escogido, pero más nada. Estaba vestida con diminutas prendas pero provista de unas enormes botas de cuerina al estilo Xuxa. Y aunque era muy delgada, resaltaban en ella un busto respetable. Tenía ojos grades y un rostro angular, su cabello era lacio y tenía tonos rubios y mechones blancos. Salud, volvió a celebrar. Se llevó el vaso a la boca y de un solo trago desapareció la cerveza. ‘Ay, pero tú no tomas, oye’. Salud, le dije, y mojé mis labios con la cerveza. Al voltear a ver a mis primos, los vi envueltos bajo la magia maliciosa que esa cueva, y sus destacadas, nos ofrecía. Sus rostros estaban cubiertos por unas sombras envilecidas.

Todos esteban concentrados en su labor. Las chicas serpenteaban bajo la mirada atónita de mis primos. Mi primo deprimido me miró de reojo, y alzó su pulgar en signo de conformidad. Le devolví el gesto con una sonrisa pícara. Rosmery me tomó de las manos y las puso en su cintura. Su piel era suave y tibia. Las brillantinas en su piel quedaron adheridas a las yemas de mis dedos. Se acercó lentamente a mi oreja izquierda. ‘Quieres un baile privado’, me invitó. Más privado que esto, no creo, pensé. Como leyendo el pensamiento, se levantó delicadamente y me señaló unos lugares que se encontraban detrás de unas cortinas rojas sangre. En un ratito más, le indiqué. Ella seguía bailando bajo la melodía “sensual” que la canción de saxo con bajo y acordes de piano le ofrecía. Yo estaba aburrido. La chica hacía su mejor esfuerzo pero no lograba cautivar mi atención; pese a que sus movimientos eran ondulados, había algo en ella que no me convencía. Quizá sentí pena por ella. ‘Yo ya voy por dos y tú no te has terminado el vaso’, gruñó con mueca de puchero. Disculpa, le dije. Salud. Y volví a mojar mis labios, pero esta vez, en el momento en que ella se servía un tercer vaso, boté la cerveza al piso. Comenzaba a sentir calor y sueño. Al consultar mi reloj daban las dos y media de la madrugada. Estaba por decirle a mi primo, al que nos llevó a la avenida La Marina, que unos cinco minutos más y nos vamos, pero lo veo ponerse de pie y dirigirse hacia las cortinas de rojo sangre. La luz se puso aún más baja. La oscuridad no me dejó ver su rostro, pero no era difícil de adivinar su semblante, pues sus grandes dientes mostraban la enorme sonrisa que en él se dibujaba. Luego veo que otros dos de mis primos se levantan y marchan hacia el mismo lugar, con la misma sonrisa de complicidad que la del primero. ‘Ay… Tus primos si van al privado y tú no, oye’, me reclamó Rosmery. Fingí no escucharla. Al ver a otro de mis primos, el único que me hacía compañía en la sala principal, le hice gestos con los brazos, y él me respondió con sus dedos que le faltaba presupuesto para ir a un privado. A lo lejos escuché nuevamente al panzón que nos hizo pasar, repetía el mismo sermón a lo que probablemente eran nuevos clientes. Rosmery me sirvió un vaso más y me dijo si quería pedir otra jarra de cerveza porque ya estaba por acabarse. No le respondí, ella seguía meneándose. Al cabo de unos segundos, La Once puso la canción I'm too sexy. Esa canción me trajo viejos recuerdos. De inmediato una cascada de energía se apoderó de mí y tomé de los brazos a Rosmery, y le dije: Ahora me toca a mí. Ella se quedó pasmada, inmóvil ante repentino cambio. La senté en el sillón gigante y comencé a bailar sobre ella. Mi cuerpo no era mi cuerpo, estaba dominado, somatizado por la sensual canción de los años noventa.  Los ojos de Rosmery miraban hacia todos lados. Mi primo, que estaba a unos cuantos metros de mi me miraba sorprendido, tenía los ojos abiertos de par en par y comenzó a matarse de risa. No me importó. Yo seguía moviendo mi cintura y mi dorso al compás de la música. Acercaba mi cuerpo el de Rosmery, me doblaba y me erguía sobre ella. Noté que comenzaba a sudar de manera profusa. Vi una sombra moverse rápidamente, era mi primo que fue corriendo a pasarles la voz a los demás que estaban en el privado. Rosmery estaba callada, seguía mi cuerpo con sus ojos grandes, adornados con pestañas largas. Sin tapujos, me desprendí de mi camiseta, lo hice lento, desabrochando uno a uno los ocho botones. Agarré las manos de Rosmery y las pasé por mi cuello, luego la hice tocar mi pecho para luego bajar por el abdomen hasta que llegó a mi trasero, ella era un trapo, un títere y yo su titiritero. Seguía y hacia lo que yo ordenaba en ese momento. I'm a model you know what I mean and i do my little turn on the catwalk yeah on the catwalk on the catwalk yeah i shake my little touche on the catwalk…’ Mis primos me miraban perplejos, no daban crédito a lo que veían. Yo mismo me sorprendí al verme danzar de una manera tan exótica. Pero en ese momento otro hombre, uno que no conocía muy bien y que pocas veces sale de mí, se apoderó por completo de mis manos, de mis piernas y de mis movimientos pélvicos.

La canción terminó y me fui abrochando la camisa. Estaba empapado en sudor. Mi corazón rugía como una máquina industrial. Noté que jadeaba de manera grotesca. Por fin entonces agarré la jarra de cerveza y vertí en mi vaso lo poco que quedaba. La cerveza aplacó en algo mi fatiga. Rosmery seguía callada, no sabía qué debía hacer. Cuando me abrochaba el último botón me preguntó: ‘¿Eres bailarín profesional?’. No, pero me encanta bailar, y más esa canción, ¿por qué? ‘Porque bailas muy bien, precisó Rosmery. Esa noche mis primos se reían de mí. ‘Puta que eres un huevón para pagarle a una bailarina y tu ser el que le tenga que bailar’. Yo les dije que esa noche salí con ellos a divertirme, y eso fue lo que hice. Según ellos, los que entraron al privado, se divirtieron más, pues dentro de ese cubil de tela roja donde tuvieron el privado sus bailarinas, las más destacadas bellezas limeñas, hicieron más que solo bailar. ‘A mí me dio un par de cabezazos’, dijo uno. ‘A mi dos’, dijo otro. Hasta ahora me pregunto qué habrán querido decir con ello. Ya a las afueras de la avenida La Marina, cuando los ruidos de los autos  parece ser un amargo recuerdo de un día que comienza, un grupo de féminas se acercaron hacia nosotros. ‘Chicos chicos, qué lindos están. Qué guapos… ¿Un cache?’. Mi primo, que tiene un rosa dibujada en su espalda, nos advierte: ‘Cuidado, que son chicas sorpresas’ ¿Chicas sorpresas?, pregunto uno. ‘Maricones pues, huevón’, respondí. Avanzamos a paso veloz hacia la avenida Universitaria con la intención de tomar taxi. Al voltear, uno de mis primos se había quedado varios metros atrás de nosotros; vimos cómo el grupo de chicas sorpresas lo estaban rodeando. Él estaba callado, casi asustado. Sus ojos azules parecían dos zafiros perdidos en el espacio de la nada. Una docena de manos comenzaron a bailar alrededor de mi primo, parecía un pulpo humano vestido de lentejuelas multicolores. ‘Lo van a bolsiquear’, oímos decir a una anciana de figura ovalada que ofrecía chicles y cigarros. Fue cuando otro de mis primos, de dimensiones respetables, se acercó al grupo de maricones que trataban de quitarle el celular y la billetera al otro primo. ‘¡Ya carajo! ¡Cabros de mierda! ¡A la mierda con ustedes, por la puta madre!’, gritó colérico. Todos regresamos haciendo sombra sobre el primo pregonero. Las chicas sorpresas corrieron en distintas direcciones, como cucarachas al encender la luz. ‘Por qué mierda no gritaste’, reclamaron al primo que querían bolsiquear. No respondió. Tomamos taxi y nos fuimos por fin.  Al día siguiente me desperté con buen ánimo. Mi hoy esposa me preguntó sobre la noche anterior. Y no le mentí. Le respondí cada uno de sus interrogantes: ¿Que cómo la pasamos? La pasamos bien. ¿Que si me divertí? Claro que me divertí. ¿Que sí tomé alcohol? No, tomé, mojé mis labios, nada más. ¿Que si te extrañé? Claro que te extraño, amor. Como verán, sus preguntas fueron respondidas. Nunca le mentí al respecto. Bueno, nunca jamás, tampoco, me preguntó si había hecho un Striper para Rosmery. Pero lo cierto es que así fue, o así creo recordarlo. Pero fuera de todo ello, eso es lo gratificante de salir con tus primos, o al menos con los míos, el de no tener casi nada planeado, ir a Barranco a aburrirnos y terminar a las tres y media de la madrugada en un antro de dos por tres en la avenida La Marina y fungir de bailarín ocasional, y lo mejor de todo, gratis.


Lima, 07 de enero de 2013.        

jueves, 2 de enero de 2014

2013







El pasado año estuvo muy cargo; estuvo lleno de sorpresas, buenas y malas noticias. Haciendo un cálculo rápido diría que fue un buen año. No extraordinario, pero estuvo bastante bueno. En lo personal he decir que me fue bien a nivel profesional, estoy en el mismo trabajo, elaborando escritos judiciales con la finalidad de defender los intereses de nuestros patrocinados, y lo bueno de la carrera de leyes es que siempre se aprende algo nuevo. Estoy ansioso por saber que me traerá de nuevo este 2014. Como aspirante a escritor, no estuvo malo, tampoco fue la gran revelación; no gané ningún premio y menos una estrellita dorada por escribir lo que escribí. Pero me había propuesto a escribir de manera regular, y de hecho así fue, salvo por el mes de diciembre último, y no es que no haya escrito, sino que se me pidió amablemente que borrara lo que había escrito. Y  pese que soy muy celoso con mis escritos, y pese a la férrea decisión de no corregir ni eliminar mis ‘historias’, lo hice. Digamos que fue un ‘favor’ temporal, pues la persona que me pidió borrar mi historia (ESTOY MALDITO) es una persona a la que aprecio mucho, y no me hubiese gustado distanciarme de ella ni de su familia sólo por un capricho literario. Sin embargo, he de ser sincero, el hecho de haberlo eliminado cuando se me pidió no significa que no lo vaya a publicar en el futuro, pero, y vulnerando mis propios principios, lo publicaré haciendo ciertas enmendaduras sobre sus personajes: los disfrazaré algo más. De otro lado, en el 2013 cumplí uno de mis propósitos: Escribir. De hecho estoy a días de cumplir un año con mi blog. No fue fácil, en lo absoluto. Siempre he tenido ganas de escribir, pero también siempre se me construía un muro al hacerlo. Rompí el muro y me atreví. No sé si he superado las expectativas de terceros, las mías sí. Ha sido un viaje interesante el poder escribir, el de tratar de persuadir a los que me leen, pocos o muchos, creo que más bien pocos, pero gracias a ellos sigo con el espíritu inquieto de poder plasmar mis sentimientos, pensamientos y vivencias –propias o ajenas– en una hoja. Al respecto, tuve aciertos con algunos escritos. Con otros causé cierta polémica y hasta el distanciamiento de algunos tíos y primos (maternos). Qué decir, son gajes del oficio. Pero una vez lo dije, y espero no suene a venganza, aunque tal vez lo sea, ‘a veces te topas con alguien con quien no debías meterte, y menos cuando ese alguien tiene una mente tan fantasiosa como la mía, pues recuérdese que la pluma tiene más filo que la espada’. Es una pena vivir distanciados de la familia, pero qué caray, tampoco soy moneda de oro. Un detalle hermoso del 2013 fue ver crecer a mi hijo, sin duda fue una de las mejores cosas que me pasó. Verlo allí, pequeño, indefenso, lleno de ternura, de inocencia. Simplemente indescriptible. Claro que tampoco todo ha sido fácil, ser padre es una tarea ardua y no se limita al primer año, es una tarea que tendré por el resto de mis días, la cual trataré de llevarla lo mejor posible. Otro hecho de suma importancia fue el hecho de terminar con la misma mujer con la que inicié mi 2013, mi esposa. No es broma. Desafortunadamente hoy en día eso es un ‘milagro’. Pues la gente se casa y se separa como cambiar pañales a un bebé. Así de simple. Estoy a puertas de cumplir cuatro años. No ha sido fácil, en verdad no lo es para nadie. El matrimonio se labra como la tierra. Hay que trabajar en él todo el día. En verdad me siento afortunado de tener la esposa que tengo. Pero sobretodo afortunado de tener a alguien que me acepte tal cual soy. Otro hecho importante del 2013 fue que por fin conocí a mi hermano mayor, Javier. Decían que yo me parecía papá. Bueno pues, ahora paso al segundo lugar. Conocer a mi hermano Javier me ha traído grandes alegrías, así como también grandes cuestionamientos; pero la persona que debe responder está lejos. Pero llegará la hora. A todos no llega. Así como llegó la reconciliación con una de las personas más importantes en mi vida, mi primo. Pero como me pidió no escribir nada al respecto, y no lo haré…por ahora. De otro lado, 2013 también trajo desilusiones y tristezas. Una de ellas fue la muerte del señor Franco Berosini. Su partida caló en todos aquellos que tuvimos la oportunidad de trabajar bajo su mando. Sin embargo estoy seguro que está en un lugar mejor, ¿con Dios? No lo sé. Lo que sí sé es que sea con quien esté, lo más seguro es que lo esté puteando y diciéndole cómo debe hacer las cosas. Estoy escribiendo sobre él, y espero publicarlo pronto, siempre y cuando tenga la venía de sus hijos. Un hecho que caló en todo el Perú fue saber que la selección peruana ni de asomo estará en el Mundial ‘Brasil 2014’. Ni modo, otro mundial que se nos va. Pero de otro lado ya estamos acostumbrados a no estar en los mundiales, pero ahora la gran diferencia es que lo veremos en HD. Bueno, eso es nuevo. La partida a Italia de mi primo Francisco también es un hecho que se suma a la nostalgia. Y aunque seguimos con la misma joda de siempre a través del Facebook, su ausencia se siente. Pero me alegro de verlo bien. Y de todo corazón espero que le vaya bien, y de hecho parece que la va bien, de otro lado no sabría cómo explicar su sobrepeso. También fui nombrado Socio Honorífico en el Sindicado circense del Perú. Hecho que me llena de orgullo. Y acción que llevó a que un tío mío me llamase ‘Corrupto’. O como él lo dijo: Todos los que están en el sindicato son unos corruptos’. Pero mi tío está viejo, y algo cansado. Y lo único que busca ese tipo de personas es pelearse con todos, digamos que es la única diversión que podrían tener. Por eso no le respondí, por respeto a sus canas, bueno, por respeto a él, porque canas no tiene, por pelón. Hubo quienes hicieron muy ameno el 2013, como la visita de mi cuñada Katy, quien estuvo por suelo inca en tres oportunidades en menos de un año. Dos de ellas vino con la familia entera. Desafortunadamente la reciente visita no fue por vacaciones, sino por un tema familiar, de aquellos no gusta hacer. Pero el poco tiempo que estuvieron por acá la pasamos bien. Sobre todo con sus hijas, mis sobrinas, que son un primor, tan juguetonas y despiertas. Los Casas se hacen extrañar. Y debo dar gracias por el extraordinario regalo de navidad que recibí, un libro. No lo abrí el mismo día de navidad, de hecho lo abrí recién en año nuevo, y es que no soy muy ‘fanático’ de la navidad. Tengo mis reservas, y el hecho de ser un hereje, o ’mundano’, como dice mi otra cuñada cuando se refiere a los que no siguen la palabra del Señor, me da ciertos beneficios, los cuales están justificados por mi fato de credibilidad espiritual. Como digo: A Dios gracias, soy Ateo. Sorry ‘che’ cuñis, pero lo soy. Bueno, no del todo, claro que creo en el Señor. Claro que temo a su poder y a sus castigos. Solo que siempre he sido jodido con ese tema. Ya lo explicaré. Lo bueno es que así me acepta la familia, con esa dualidad que hay en mí. En verdad…gracias. No podría dejar de lado la maravillosa experiencia que causó en mí (por tercera vez) el asistir a un concierto de ‘Luis Miguel’. Definitivamente uno de los mejores hechos que me ocurrieron, pero lo más hermoso aún fue poderlo compartir con mi esposa, qué mejor manera de apreciar a tu artista favorito que con una buena compañía. Mi 2013 estuvo marcado también por mis libros, mis amantes nocturnos, mis libros. Y claro, por mis cafecitos. No importa cuál sea el problema o qué tan grande sean sus dimensiones, todo sabe y se ve mejor con una taza de café humeante. Claro que hubo más cosas sensacionales este 2013, como el hecho de que con la partida de mi primo ‘Juano’ a Italia haya disminuido los robos de medias en las tiendas comerciales, ¿pero quién soy yo para juzgar las ‘casualidades’ de la vida? Doy gracias por el año 2013. Me dejó grandes experiencias, dolorosas partidas y gratos momentos. Espero que este año 2014 sea mejor para todos; espero de todo corazón poder romper esa racha de diez años sin ver a los míos, pues como dicen en misa, es justo y necesario. Propósitos para este año 2014… ni idea, es mejor –a veces- no planificar y dejar que la vida se encargue de delinear el camino, y darle frente cuando haya que hacerlo. ¿Mi compromiso? Seguir siendo como soy.

Lima, 02 de enero de 2014.