miércoles, 28 de mayo de 2014

KITT, NUESTRO AUTO FANTÁSTICO


 

 

Hace unos días mi pequeña sobrina me preguntó por qué había escogido la carrera de leyes como profesión. Una pequeña de apenas nueve años de edad, de carita angelical y cabellos largos como lianas, me puso la piel de gallina con la interrogante. Al principio vacilé y conjugué miles de respuestas (todas, quizá, acertadas), pero que ninguna hubiera obedecido a la verdad; al menos en primera instancia.

Se me ocurrió responderle: porque me gusta actuar con arreglo a ley; respetando las normas judiciales y sociales que moldean nuestra vida. Pero hubiese puesto a mi sobrina en la luna con términos poco comprensibles para su edad. Luego, tratando de responderle, pensé en decirle la verdad: Que no sabía el por qué.

Pero tampoco le dije eso.

Atiné a mirar a un punto medio, reflexioné la repuesta varias veces en la cabeza sin poder cuajar una que sea lo suficientemente sólida y además dulce para que una nena que aún se divierte cantando ‘La gallina Turuleca’ se vaya tranquilita a la cama. Estaba por abrir la boca y responderle cuando fui atajado por ella.

—Yo sé. Es porque te gusta usar corbata— dijo con una enorme sonrisa cristalina, al tiempo que sus disimulados pómulos eran asaltados por un color rosa confeti.

«Estás en lo cierto», le dije. Me dio un beso en la mejilla y se fue a hacerle compañía a su abuela, que se hallaba disfrutando cierta novela brasileña.

Pero le mentí a la nena. Cierto es que tengo debilidad por las corbatas y demás accesorios propios de los jurisconsultos, pero ello no era el verdadero motivo del porqué estudié leyes. Tampoco lo es (del todo) que me gusta dirigirme en la vida respetando los mandatos de otros simplemente porque así creen en ellos que debemos vivir. ¡Sino qué chiste! Pues a veces ‘la verdadera pimienta de la vida se halla en quebrantar las reglas’.

Me fui a la cama con la pregunta de mi sobrina flotando en mí alrededor. ¡Vaya que le peque me puso en jaque! Al poner la fría sábana sobre mis piernas tuve de inmediato la imagen de lo que me había hecho estudiar leyes y no literatura: Un auto color azul acero cuyo hocico emulaba una lancha acuática.

Fue el primer auto que nuestra familia, a base de punche, esfuerzo y ciertos sacrificios, compró en México.

Yo tenía apenas siete años. Pero recuerdo claramente cuando papá llegó al cuarto de hotel con una enorme sonrisa dibujada en su rostro. Entró, juntó a mi mamá, a mi hermana y a mí y dijo con luz renaciente en sus ojo: ‘¡Familia, ya tenemos auto!’ Hubo abrazos y felicitaciones. Por fin la familia dejaría de trasladarse en bus a los demás pueblos donde el circo presentaría su show.

Al bajar a la puerta del hotel, un auto azul acero de cuatro puertas y asientos de cuero aguardaba por nosotros. No era nuevo, pero como si lo fuera. Aún tengo esa fragancia de pino campestre mentida en mi nariz: era el aroma que acaricia el auto, nuestro auto. Mi hermana y yo nos acomodamos en la parte trasera, nos pusimos los cinturones de seguridad, papá encendió el auto —este rugió con furia romántica— y puso en marcha el móvil mientras nos preguntaba: «¡¿Quieren ir al centro por un helado?!»

«¡Sí!», fue la respuesta sonora y uniforme que recibió papá.

Mamá prendió la radio y un cantante interpretaba una melodiosa canción de amor, o quizá de desamor, donde ‘doce rosas’ eran las protagonistas.

«Kitt», como lo habíamos bautizado, en honor a ‘Kitt, el auto fantástico’, se volvió nuestro orgullo, nuestro consentido, nuestro bebé de cuatro llantas. Además de movilizarnos de un lado al otro, Kitt era como un parque de diversiones para mí y mi hermana. En la parte trasera poníamos a prueba nuestra creatividad de inventar juegos que se limitaran al espacio del auto. En verdad que un sueño ese auto.

Pero como todos sabemos la cruda realidad, los sueños son sólo eso: «fantasías del hombre que el propio hombre se encarga de destrozar».

El ‘Circo de Capulina’ llegó a la ciudad de Querétaro. Mamá era la encargada de buscar alojamiento en los hoteles cercanos al circo mientras papá, que era trapecista, se quedaba en el circo a poner su herramienta de trabajo. No recuerdo la fecha exacta, pero recuerdo que era un día muy soleado pero que caprichosamente corría viento helado. Mamá consiguió cuarto en un hotel de cuatro estrellas no muy lejos del circo. Tenía piscina, jacuzzi, frigo bar y, lo más importante y vital para unos mocosos, con cable para poder disfrutar «Cartoon Network»

Papá llegó al hotel en Kitt. Subió al cuarto y le dijo a mamá que tendría que llevar a un compañero de circo a la central de buses; pues tenía que viajar a la Ciudad de México ya mismo y como no tenía quien lo lleve, se lo pidió de favor. Papá se echó un duchazo en menos de lo que canta el gallo, se arregló y salió como ‘alma de Judas’ del cuarto. No llevó chamarra ni chompa que lo protegiera del gélido viento. Mamá se puso a ordenar la habitación mientras que mi hermana veía ‘Don Gato y su Pandilla’. Yo, que era un glotón de primera, bajé a la recepción donde se hallaba la máquina dispensadora de productos chatarreros en los que se encontraban una de mis galletas favoritas: Polvorones. Inserté las monedas que la máquina me pedía y tecleé el código que me permitiría endulzar mi paladar y ensuciar mis dedos con ese polvito azucarado que tanto me fascinaba.

El paquete cayó a los pies de la dispensadora. Lo cogí y lo abrí. Su olor hizo que mi boca se llenara de agua. Las saboreé sin siquiera tocarlas. Eran cuatro rodajas llenas de calorías que calentarían mi fría tarde mientras disfrutaba de mi canal favorito.

Pulsé el botón del ascensor cuando un joven gritó mi nombre a lo lejos; se trataba del amigo de papá, al que llevaría a la central de buses. Al voltear lo veo con cara llena de preocupaciones, con ojos saltones y los labios secos. «¿Tú mamá…, tú mamá dónde está?», preguntó muy alterado y con un cansancio notorio. «En el cuarto 407», respondí. No esperó que el ascensor llegara al piso. Atajó su camino por las escaleras y desapareció.

Cuando llegué a la habitación mamá se hallaba rebuscando los cajones del cuarto, los pantalones de papá, las casacas (chamarras), todo. El joven, que era un domador de focas, aguardaba en la puerta de la habitación con una cara no muy distinta con la que me topé hacia minutos. «Hijo, has visto la licencia de papá», me preguntó con una voz cortada y temerosa. Le respondí que no, que no había visto la licencia de papá. Le pregunté qué pasaba. «Han detenido a papá y sólo llevaba su pasaporte pero no su licencia. Parece ser que la ha olvidado en una de sus chaquetas. Pero no sé dónde», explicó mamá. «Nos detuvieron a ocho cuadras del hotel. Según el policía es de rutina. Puro cuento. Le vieron la placa del auto que dice ‘DF’ (Distrito Federal) y le pidieron que se esquinara, luego los papeles del auto, luego su licencia, y es allí donde se dio cuenta que no llevaba la licencia consigo. Le explicamos que somos del circo, que sí tiene la licencia, que seguro está en una chamarra, que nos esperen. El problema es que el Policía se dio cuenta que tu papá no es mexicano, y ya sabes cómo son con los extranjeros. Me han dado quince minutos para regresar con la licencia, sino, decomisan el auto», agregó, entre jadeos e hipos producto de la fatiga de subir cuatro pisos, el domador de focas.

Cuando por fin dimos con la licencia, ya era muy tarde. Papá la había olvidado en el circo, en el bolsillo del mameluco que usaba para poner su herramienta. El domador perdió el bus, y nosotros el auto. Acompañé a mamá a la Delegación (Comisaria) y, luego de hablar con varios barrigones de mostachos apretados, pasamos a hablar con el ‘más más’ de los Oficiales. Era un sujeto alto y fornido con ínfulas de ‘perdona vidas’. Nos explicó que, lo hecho papá, era un delito Estatal y Federal, una violación de transito que se castiga con la pena privativa de la libertad. «Y el hecho se agrava cuando el infracto es extranjero, señora», precisó el ‘más más’ abriendo sus ojos pequeños y negros como canicas. Nos llenó de palabrería inteligible. Que teníamos que seguir un trámite, y una serie de actos con términos tan ambiguos que sólo atinamos a vernos mi madre y yo con una enorme expresión de ‘¿What?’ en la cara.

El circo estuvo únicamente tres días en Querétaro (viernes, sábado y domingo). «Y los fines de semana no atendemos estos asuntitos», chirrió el Oficial. Era la primera vez que nos veíamos metido en temas legales, nos sentíamos entrampados, acorraladas. Una tristeza fría nos cobijó todas las noches que estuvimos en esa ciudad sin poder hacer nada por Kitt.

El día lunes el circo se mudada a la ciudad de Guadalajara. Nos entró un estado de pánico. Nos teníamos que ir sí o sí de Querétaro ese mismo lunes, pues el viaje era largo. Ni modo, nos fuimos en bus. Antes de ello volvimos a la Comisaría y hablamos con el ‘más más’. Le explicamos lo delicada de nuestra situación y le indicamos que, en diez días, que era la fecha en que el circo estaría en Celaya, cerca de Querétaro, volveríamos por Kitt. «No se preocupen; aquí se lo cuidamos». Y nos fuimos, intranquilos, pero ansiosos de que el tiempo volara.

A la fecha, regresamos por Kitt. Fuimos al depósito vehicular, que estaba a la espalda de la Delegación, pero no vimos por ningún lado a nuestro auto. Preocupados, fuimos cual rayo a hablar con el ‘más más’. No estaba. Andaba en una diligencia y no tenía hora exacta de regreso, nos ilustró un subalterno, un joven de buenos modales. Raro en los Oficiales. En frente de la Comisaría se hallaba una taquería. Aprovechando la hora pasamos a almorzar. No fue hasta que hicimos los pedidos culinarios cuando vimos que un auto azul acero con hocico de lancha acuática aparcó en la Delegación. Era Kitt. Pero qué hacía conduciéndolo un señor de canas plateadas y vestido de vaqueros con camisa safari si él no era el dueño.

Dejamos los tacos a medio probar, pagamos la cuenta y fuimos corriendo hasta el impostor conductor. «Señor. Disculpe usted, pero ese es nuestro auto», lo atajó mamá. Pero el don nos miró como a bichos raros. Nos escaneó de pies a cabeza. «No sé de qué hablan», refirió el indeseable sujeto. «El auto es mío. Me lo gané en una rifa». Lo dicho por el canoso nos cayó como un balde con agua fría. Nuestro Kitt ahora era dueño de un ser con panza de burro y bigote bicolor, quien además apestaba a tabaco. Se limitó a decir que cualquier queja, habláramos con el ‘más más’. Lo acompañamos cual sombra hasta entrar a la Delegación; allí le pedimos al joven servicial que nos atendió hacía unas horas, que en el acto se comunicara (por radio) con el ‘más más’. Éste, al saber que nos hallábamos el Camisería junto con el intruso conductor, llegó en menos de diez minutos. Al vernos abrió los ojos como plato y se apoderó de él un temblor al hablar.

Mamá lo increpó e ilustró con las manos qué tan indignada estaba. El señor de vaqueros y panza de asno nos miraba distante y sin muestras de incomodidad. El ‘más más’ nos invitó a su oficina, una mugre mazmorra de paredes peladas que además apestaba a rancio. «Tome asiento». «Así estoy bien», gruño mamá, con las manos en equis.

«Sucede, doña, y es que no sé cómo decírselo, que hubo un detalle que omití decirle el día que vino —tomó una bocanada de aire, miró a los costados, y continuó:— Pasa que cada año se sortean los vehículos que son capturados y no reclamados legalmente por sus dueños. Yo no formo parte del comité que realiza esas gestiones —trató de disculparse haciendo aniñada su voz cavernosa—, pero cuando me enteré que su auto ya había sido sorteado, fue demasiado tarde. Lo siento»

Hubo un silencio largo y frío que de rato en rato era curtido por el chirrido irritante  del ventilador que prendía en una de las esquinas hongueadas y polvorientas de ese lúgubre lugar. 

Mamá lo fulminaba con su mirada. Yo sentía impotencia de no poder hacer nada. ¡Qué tanto podría haber hecho un escuincle regordete como yo en ese momento! Mamá señaló al sujeto detrás del escritorio y le indicó con furia desmedida que todo eso era una porquería, que no estaba dispuesta a recibir disculpas ni lastimas de nadie, que quería el auto ya. «O pondré una denuncia por corrupción contra todos ustedes», amenazó.

El Oficial se puse de pie, estiró su trompa seca, y dijo con cierto tufillo a rabia:

«Señora. El auto ha sido trasferido con todas las de la ley, y contra ello, yo, no puedo hacer nada. Y en cuanto a su denuncia. Bueno, no puedo evitar tal cosa. Está en su derecho. Sin embargo me temo que me veré obligado a desarchivar el expedientillo que se le abrió a su esposo por manejar sin licencia de conducir, arrestarlo, y ponerlo a disposición del Ministerio Público. ¡Ah! Y oficiar a Migraciones, ya que si su esposo resulta culpable, será deportado con toda su familia», escupió el ‘más más’ con una media sonrisa burlona en su jeta rechoncha.

Mamá me tomó fuertemente del brazo y, escupiendo flamas como la boca del inferno, salimos raudamente del lugar.

Tiempo después nos enteramos que al señor que le habían adjudicado a Kitt, era suegro del ‘más más´ de la Comisaria. Que efectivamente existía el sorteo de los autos incautados, pero que ello sucedía luego de cinco años de no lograr recuperar el auto los respectivos dueños. Luego, también, nos enteramos que el Oficial que atajó a papá ese día que no portaba la licencia, únicamente debió levantarle una papeleta con infracción (grave infracción, según las Reglas de Transito) mas no así capturar el vehículo.

Han pasado más de veintitrés desde entonces, y aún recuerdo con alegría (y se me humedecen los ojos, juro) ese día en el que papá entró al cuarto de hotel presumiendo nuestra primera conquista en tierra azteca. Llevo en mi corazón esos viajes largos que mi hermana y yo disfrutábamos en la parte trasera de Kitt jugando a las adivinanzas o ‘manitas calientes’. Clavada está en mi memoria a esos oficiales oportunistas que se burlaron de nosotros por ignorar lo que todo hombre —nacional o extranjero— debe saber  respecto de sus derechos civiles.  

Salimos de la Delegación con una pena tremenda sobre nuestro ser. Kitt nos miraba y nos decía ‘adiós’. Mamá con lágrimas en los ojos me dijo que volveríamos por nuestro auto fantástico.

Jamás regresó a nosotros.

Lima, 28 de mayo de 2014.

miércoles, 21 de mayo de 2014

CONFESIÓN # 05. A LOS TRECE ME HICE HOMBRE


 

 

En el circo, muchos de mis amigos alardeaban de lo que ‘hacían’ con sus conquistas de momento. Yo en cambio era prudente, no decía ni contaba nada. Bueno, tampoco tenía nada que contar; y qué podía saber un mozalbete de cortos trece años de los placeres infinitos de la sexualidad. Única diversión consistía en ver ‘Dragón Ball Z’, ‘Los Súper campeones’ y ‘Los Caballeros del Zodiaco’ y, por supuesto, sobrevivir a los interminables apodos que me endosaban de free. Sin embargo todo cambió cuando me gustó una chica que recién había llegado al circo. Era de piel canela y cabellos frondosos. No muy alta, era dueña de una figura agradecida y flexible. Era la contorsionista del espectáculo.

Cuando la vi por primera vez, me impactó. Entró por mis ojos como entra un cuadro renacentista en el mirar del experto. Era mayor que yo; no mucho, pero sí lo suficiente como para pasar por alto un cotejo mío. Y no sólo eso, era una mujer muy atractiva y coqueta. Y yo, yo era un niño cachetón, caderón y carente de atractivo. Joder. Siendo que mi potencial no era la seducción física, tuve que recurrir a la estrategia infalible de los entrados en carne: hacerme el mejor amigo de ‘la chica de elástico’.

Me resultó.

Nos hicimos una y mugre. Íbamos a todos lados; ella me contaba sus cosas de mujer y yo me limitaba a escucharla. Me convertí en su confidente, es su ‘diario’. Todo lo que me decía entraba por un oído y se archivaba en algún lugar de mi cerebro.  

Todo era lindo, pero el problema es que ella por mí, ni una migaja de atracción.    

Pero como si el destino jugase a ser cruel conmigo y mis fallidos intentos por robar el corazón de ‘La Mujer de Goma’, como la anunciaban en la pista de circo, entró en escena un gallardo varón de ojos azules, cuerpón, y, para mi desgracia, muy atractivo. Era el malabarista del circo. Tenía fama de pillín, de galán de pueblo. Y no era para menos, pues al término de cada función siempre había alguna pueblerina con ardientes deseos de conocerle.

Fue sólo cuestión de tiempo para que la ‘elastigirl’ y ‘manos rápidas’ sintieran atracción mutua.

Una mañana que parecía ser cualquiera en mi rutina circense, mi amiga me consultó por el joven buen mozo del malabarista. «No te parece de lo más lindo», me dijo, con cierto brillo de ilusión en sus ojos. No contesté. Me limité a enarquear mis gruesas cejas y a enchuecar mi jeta. No lo expuse, ni siquiera mostré un ápice de angustia, pero por dentro enardecía de coraje. Un imbécil de cabellos rubios y abdomen plano me estaba por comer el mandado, carajo. Todo mi plan, mis horas alejado de mis series favoritas, mis regaños por no llegar a tiempo a comer, todo, absolutamente todo, se vendría abajo.

Una noche de tertulia, donde la luna se mostraba en esplendida figura, nos juntamos todos los jóvenes del circo. No había ningún motivo en particular para la reunión, era una simple junta de amigos. Ese día, que no era laborable, no vi mi amiga. Fui a verla a su casa rodante pero su mamá la excusó y me dijo que había salido desde temprano y que quizá demoraba en llegar. No me dio más explicaciones ni detalles de su repentina salida. Me sentí ofendido; ella no salía a ningún lado sin mí, ni siquiera me había dicho que iba a salir. Lo tomé como una total falta de respeto y compromiso; me había traicionado. En la reunión de amigos tampoco asistió el malabarista, pero no le presté mayor importancia. Lo ignoré como se ignora un bicho raro, como se ignora al joven que sube al bus a pedir caridad o se ignora a la viejita que le urge asiento y te haces el dormido.

Al día siguiente todo volvió a la normalidad. Los trabajadores del circo comenzaron sus labores cotidianas desde muy entrada la mañana. Era miércoles, día del debut, por tanto todo debía estar a pedir de boca. Vi a mi amiga casi al mediodía, se hallaba en el ‘backstage’ armando lo que viene siendo su plataforma de trabajo: una mesa de cristal de un metro de alto por tres ancho, con patas de araña bañadas en plata. Allí era donde ella mostraba las habilidades corporales que tenía, donde ponía a prueba la física, donde recogía unas rosa con sus labios, pero arqueando su espalda hacia atrás. Me saludó muy risueña, con unos ojos de niña bien y con una sonrisa que abarcaba todo su delicado y fino rostro. Le devolví el saludo, pero mi respuesta fue corta y fría, como el viento de esa mañana en Tlalnepantla. Ella no se tomó el tiempo para analizar lo gélido de mi proceder, me tomó del brazo y me arrinconó en una esquina. «Ven, ven, ven, que tengo que decirte algo importante», me dijo. Aunque trataba de sonar tranquila, no podía evitar el revuelo que las mariposas le causaban a su elástica panza.

«Ayer pasé uno de los mejores días de mi vida», me expuso. Miró a su al redor para comprobar que nadie más oyera lo que me iba a contar. Se acomodó un mechón de pelo atrás de su oreja izquierda, y con una voz delgada y placentera, agregó: «Me fui a Chapultepec con él…; y pasamos todo el día juntos (por dentro sentía como mis tripas se peleaban). No sabes. Es lindo, muy atento y servicial (es un pendejo y cabrón, quise agregar). Fuimos a los juegos y luego entramos a la casa del terror. Wow…allí me dio la mano y me abrazó cuando de la nada apareció La Llorona —yo la escuchaba con suma atención, pero mi corazón de encogía; sus palabras, aunque llenas de amor estaban, desgarraban mi ser—. Luego fuimos al lago y allí, entre los árboles, me sujetó de la cintura (me imaginaba al ‘manos rápidas’ tocando la reducida cintura de mi amiga con sus toscas garras. Una corriente de frío subió por mi espalda) y me besó». Cuando terminó de narrarme su escena de amor tenía un suspiro atorado en su pecho mientras se mordía los labios. Estaba enamorada.  

Esa noche, luego de terminado el show, nos volvimos a reunir todos los amigos del circo. De nuevo faltó ‘elastigirl’ y el galán de Chapultepec y héroe de la casa del terror. Entre los asistentes yo era el único que sabía lo que había pasado entre ella y ‘manos rápidas’. Ella misma me había dicho que por el momento nadie se enteraría, «es un secreto, y sólo lo sabes tú». Pero yo tenía trece años y me hallaba cabreado; cómo era posible que mi amiga no se diera cuenta de lo que yo sentía por ella. Ardido y completamente fuera de mí, expuse los detalles que ‘La Mujer de Goma’ confesó. Esa noche su ‘pequeño secreto’ pasó a formar parte de la comidilla circense.

Por supuesto que el ambiente circense no es ajeno a los placeres del chismorreo. Al igual que en toda gran familia, son gustosos del cotilleo, y si es ajeno, pues mejor. Al día siguiente me levanté muy temprano para ir a comprar el pan. De regreso me encontré con mi amiga. A diferencia del día anterior, sus ojos estaban llenos de lágrimas, ya no tenía más esa sonrisa primaveral que presumía cuando me contaba sus detalles. Fingí demencia (aunque por dentro un espinazo me decía de qué se trataba el asunto), me acerqué y le pregunté qué sucedía. Me miró con cierta distancia, clavó sus redondos ojos marrones sobre mí, y bramó:

«Cómo fuiste capaz de delatarme. Confié en ti porque eras (ERAS, esa palabra resonó en mi cerebro) mi mejor amigo. Te conté algo que para mí era muy importante, y qué haces tú, lo divulgas como si fuera un chisme barato. Por tu culpa mi papá está enfadado conmigo. Me ha castigado y me ha prohibido verme con él. Me has traicionado. Y nunca te lo perdonaré».

Sus palabras, para mi sorpresa, no estaban cargadas de odio ni de resentimiento, sino de decepción y angustia. Por una inmadurez mía, por una niñería mía, perdió la oportunidad de vivir un amor juvenil, de aquellos que nacen debajo de la carpa y luces de circo. Me sentí muy mal por ella. Mi estupidez me costó una amiga. Han pasado ya dieciocho años desde esa metida de pata, y aunque ‘elastigirl’ y yo seguimos siendo amigos, nunca olvidaré la lección que me dio esa mañana de sol dorado que se postró sobre nosotros, pero que para ella era un sol carente de calor.

Se marchó toda cabizbaja. Quería ir tras ella y pedirle perdón. Decirle que fui un verdadero estúpido, que no quería esto para ella. Que nunca deseé que su padre la resondrara por mi culpa. Pero sus palabras habían sido contundentes y tan fuertes como un derechazo de boxeador. Me quedé allí, parado, noqueado, con la bolsa de pan llena de gotas de vapor. La vi alejarse de mí. No volteó sino para decirme algo, una cosa que quedó grabada en mi pecho y conciencia desde entonces.

«A la próxima…, sé más hombrecito»          

Desde entonces ando por la vida con esa consigna. He guardado los secretos de aquellos que han confiado en mí para ser su baúl de recuerdos. Desde entonces no ha salido de mi boca o he escrito nada que ‘ellos’ me hayan autorizado a hacerlo.

Así fue cuando, a la edad de trece años, una mujer de habilidades elásticas me enseñó que un hombre no es aquel que anda presumiendo sus supuestas conquistas carnales, sino aquel que sabe guardar un secreto.

 

 

Lima, 21 de mayo de 2014.  

miércoles, 14 de mayo de 2014

ELLA & ÉL. EL PRIMO QUE ESCRIBE DESDE EUROPA










ELLA & ÉL. EL PRIMO QUE ESCRIBE DESDE EUROPA

 

José Alfredo Quínrroma Nivacalli se levantó de su cama como de costumbre e hizo sus estiramientos corporales que lo han acompañados los últimos cinco años de su vida. Vio por encima del hombro el reloj despertador que debería despertarlo antes de las 5am. Lo apagó antes de que el aparato electrónico llorara por la habitación y sacará de sus más profundos sueños a  Arturo Cuadrado, su pareja.

Poncho, como le gustaba que lo llamaran, se quitó el pijama y se puso ropa deportiva. El sueño aún se hallaba dentro de su sistema por lo que sus movimientos eran lentos y torpes. Era un zombi perdido en la madrugada. No fue hasta que se aseó y el agua helada lo sacó de su cueva despabilándolo por completo.    

Se calzó sus zapatillas Nike de colores pastales y se dio varias vueltas al parque boscoso  que se hallaba cruzando la pista. Últimamente se sentía incómodo por el peso ganado. Sus piernas habían crecido de manera notoria al igual que su culo, su cuello había desaparecido y su rostro presumía dos cachetes marca «NO JODAS QUE ESTOY GORDO». A penas y terminó de dar la tercera vuelta al parque. No podía más, no tenía resistencia y menos condición física como para correr otra vuelta más. Simplemente ya no podía. Regresó a su apartamento con jadeos rítmicos y con los primeros halos de la mañana sobre su espalda de boxeador en retiro. Echó un vistazo a su alcoba, pero Arturo aún seguía engañándolo con Morfeo. Esbozó una media sonrisa y se fue a la ducha.

Se quitó el polo sudado y las lonjas se mostraron en todo su esplendor. Había desarrollado una panza cetácea que a él mismo le causa rechazo. Se miró en el espejo de manera desaprobatoria. Aún mantenía sus cejas perfectamente delineadas al igual que su ridícula barba fina que más parecía la marcha de hormigas trabajadoras. Se puso de perfil, soltó un suspiro ingrato, y se metió a la ducha. Ya no tenía más ese abdomen plano que presumía en su adolescencia. En el ayer habían quedado sus hombros redondos y sus piernas de pelotero de barrio. Ahora que toda una ama de casa. Y le gustaba.

6:30am marcaba el reloj de la cocina. El cásico reloj de pared de ‘Félix, el gato’ meneaba la cola de un lado al otro mientras que Poncho se vertía café pasado. Arturo aún seguía noqueado, no se levantaría temprano y tampoco tenía que hacerlo, siendo sábado, día de descanso, no tenía más trabajo que seguir durmiendo. Se preparó dos croissants, un par de rodajas de pan tostado con mermelada y se sentó al pie de su portátil para tomar su merecido desayuno.

Toda su familia estaba en Perú. El único medio de contacto que tenía con ellos era a través del Facebook. De hecho se había vuelto un fanático de la red social; publicaba y subía fotos a cada instante, sobretodo subía fotos de él presumiendo sus prolijas cejas al estilo Don Omar. Mudó a Europa para poder casarse con su pareja. En Perú aún no se aprobaba la ley para que una pareja homosexual contrajera nupcias civiles, ¡cómo hacerlo, por Dios! ¡Qué escandalo! ¡Horror! Por lo que decidieron mudarse a un país cuya unión civil estaba tan bien visto como el ‘matrimonio normal’, como otros lo llamaban.

Su portátil encendió en menos de diez segundo y una foto con adornos florales, donde predominaba el color blanco con violeta, estaba de protector en el escritorio. En la foto dos jóvenes risueños y con ojos de niños bien portados, cruzaban sus brazos a modo de brindis celebrando un gran momento. Era Arturo y Poncho casándose. Abrió su página en Facebook y comenzó a ver las nuevas buenas. Fotos de sus hermanos, de sus primos, de su mami querida. Bajó y bajó hasta ponerse al día de lo publicado por propios y extraños; todo parecía normal.

Tomó un sorbo de su café humeante y se engulló una buena mordida de croissant. Disfrutaba cada mordisco al tiempo que emulaba muecas de sabrosidad. Bajó más y bajó más hasta que llegó a una publicación que uno de sus primos –uno que además de ser arquitecto, tenía ínfulas de ‘escritor’- había hecho la noche del viernes. Dio clic a la página Travieso Escribidor, y se puso a leer la historia que contenía el título «Ella & Él». Sus ojos pequeños y oscuros como roedor andaban un vaivén automático; ojeaba el escrito con atención sacerdotal. No creía lo que estaba leyendo. De pronto un sismo estomacal hizo resonar las paredes de su grasosa panza, soltó un pequeño chillido de incomodidad y sintió que sus regordetas piernas lo traicionaban. Se comenzó a morder el labio inferior en un claro estado de excitación. El airé le era pesado y su boca se llenó de acidez. Pensó que era una mala broma, pero no lo era. Su primo había publicado a manera de historia un hecho que Poncho le confesó en una ocasión. Sus ojos se cargaron de un extraño fulgor que pocas veces se apoderaba él. El dolor que subió hasta su pecho, que ahora habían sido canjeadas por ubres, sólo era comparado con esa sensación de rechazo que recibió de sus hermanos cuando les dijo que era gay y deseaba casarse con Arturo. Estaba en verdad furioso. Dejó el café a medias y botó al tacho el resto del desayuno. Sólo abrió la boca para gritar:

¡Pero qué gran hijo de puta!

 

Se levantó muy temprano el día lunes. Se aseó y se puso a ver las noticias matutinas mientras que la cafetera hacia su trabajo. Ricardo tomó un ligero desayuno compuesto por café cortado y una rebana de pan tostado cubierta de jamón y queso. Una mujer de avanzada edad y su nieta fueron arrolladas en la Panamericana Norte por no usar el puente peatonal; un exOficial de las fuerzas armadas mató a su mejor amigo de tres balazos por un pleito de borrachos; un bus interprovincial fue asaltado cuando unos desconocidos encapuchados abordaron el bus en medio de la pista; en la Av. Arequipa dos colectivos chocaron por tratar de ganar pasajeros. Fue lo anunciado por las noticias. Por lo visto sería un día normal en la Lima gris.

Sin muchos tropiezos llegó a su oficia. Sobre el buró yacían tres notas que le recordaban las llamadas que tenía que hacer para poder llevar adelante el proyecto inmobiliario que estaba bajo su cargo. Se sentó en su enorme sillón negro reclinable y encendió su laptop. Abrió su correo personal y desechó varios emails de anuncios publicitarios. «Estos cabrones no se dan por vencidos, caray». Pensó. Le dio clic a uno que rezaba Proyecto Inmobiliario Zona A. Tomó apuntes mentales y archivó el correo. Luego vio uno que decía Querido Primo; era un correo enviado hace dos días por su primo ‘Poncho’. Con una sonrisa de oreja a oreja, le dio clic al email. Se acomodó en el sillón como quien se acomoda para ver una película, relajó sus hombros, se remangó la camisa, y se dispuso a leer la misiva.

«Querido primo,

Espero en verdad a leer este correo te encuentres bien. Te escribo porque me siento ofendido, burlado, mancillado. Sabes bien que apoyo tu faceta de ‘escritor’, sabes bien que trato en lo posible de compartir tus historias. Pero publicar una historia que está basada fielmente en un acontecimiento que viví, se me hace de lo más bajo y ruin. No sé qué mierda se te pasó por la mente al escribir semejante huevada —Ricardo enderezó su postura. La sonrisa de oreja a oreja había desaparecido de su rostro. Comenzó a sentir hormiguitas en la planta de sus pies—. Tal vez para ti sea divertido divulgar las cosas de los demás; digo, lo hiciste cuando publicaste ciertas cosas de un tío nuestro, ¿recuerdas?

Ricardo recordaba exactamente a qué se refería Poncho, al escrito de titulado ‘JUAN PEDRO’.

Alguien tocó la puerta de la oficina. Era la secretaría del Estudio que le recordaba que a las 10:30 tendría una reunión con la Inmobiliaria García SAC. Ricardo le agradeció el gesto y continuó leyendo:

Me siento traicionado por ti, y eso me decepciona. Lo que te conté fue un secreto íntimo, algo que ahora sé nunca de vi confiarte. Haz roto nuestra cadena de confianza —muy poético, pensó el lector—, si te confesé lo sucedido con mi prima (NUESTRA PRIMA), no era para que luego lo anduvieras publicando como “Travesuras” tuyas, carajo. Te lo conté porque me sentía mal. Porque no podía más con el remordimiento de haberme acostado con mi prima esa noche, luego de que toda la familia cenara y brindara por el nuevo año que nos acogía. Me haz cagado. Confié en ti, puta madre, y me cagas. Es verdad, no debí a costarme con ella pero lo hice y me arrepiento. Fue un momento de debilidad, de torpeza, de querer experimentar algo nuevo. Arturo aún no lee tu publicación; por supuesto que no sabe nada de nada, no tiene porqué saberlo tampoco. Pero tonto no es. Te pido, si es que me tienes algo de lealtad, que borres esa cojudez que has escrito antes de que en verdad me metas en líos gordos —Ricardo, lejos de reflexionar sobre lo que estaba leyendo, se imaginaba a su primo Poncho sentando sobre delgada silla desparramando sus nalgas gordas de señora de mercado, humillando, asfixiando, aplastado su ya reducido órgano sexual. Soñaba como su primo estaba escribiendo la misiva que ahora leía: seguramente tecleando torpemente con esos dedos rolludos pero que presumían una ‘manicure’ de envida; arrugando aún más esa nariz de ganso, de borracho, de pincho muerto, mientras se llevaba a la boca algún bocado exótico o caro, de aquellos que lo habían hecho subir de peso de manera exagerada el último año y medio. Pero a la vez, Ricardo, se ponía a pensar sobre qué hacer. Cierto era que Poncho le confesó la aventura pecaminosa con la prima de ambos, pero nunca dijo que era un secreto, sin embargo era obvio que lo sucedido no era digno de andar contando y menos que se pusiera en boca de todo mundo y menos de la familia de éstos, quienes veían la comidilla, el chismorreo, como un trozo de pan untado con dulce de leche, simplemente deliciosa. Siguió leyendo:— Espero que recapacites y madurez. Si quieres andar contando historias basadas en hechos reales, pues cuenta las tuyas, ya que santo no eres y huevón tampoco. No quiero, ni deseo, terminar mi relación contigo, pues pese a todo te tengo un gran cariño, ya que fuiste uno de los primos que me apoyó desde el inicio con mi homosexualidad, quien me cobijó en su casa cuando nadie me quería cerca, quien me tendió la mano cuando más lo necesité; quien habló con mamá cuando yo no sabía cómo abordar el tema. De hecho gracias a ti, estoy libre. No creas que he olvidado la vez que robé ciertas cosas de un supermercado y tú fuiste en mi ayuda. Pero era un niño haciendo travesuras. Todo por un par de medias —Ricardo también recordaba con cierta ironía cómo fue que recibió la llamada de un niño asustado y con la voz quebrada pidiéndole ayuda porque había sido detenido en la Comisario de San Miguel por una ‘palomillada’ como fue la de guardarse un par de calcetines en los genitales—. Pero me desvío del tema central. Sé que te gusta escribir, y en verdad lo admiro. Pero por favor, borra esa historia; sé que hallarás otras que puedan suplirla. Me despido esperando que las líneas que he escrito hayan cumplido su cometido.

Con el mismo cariño de siempre,

Poncho»

Ricardo soltó un enorme y grotesco suspiro. Se hallaba en un dilema: borrar la historia o perder la confianza del pecaminoso de su primo. Se quedó sentado en la silla negra reclinable mirando al vacío. No volvió a leer el email. No era necesario. Ricardo siempre soñó con dos cosas: ser arquitecto, profesión que ama como el aire que respira, y ser escritor. No era un santo, como bien señaló Poncho, pero tampoco sentía ni un ápice de remordimiento por lo escrito. Si Poncho fue cuidadoso con lo que sucedió entre él y su prima, entonces nadie más que ellos sabían qué fue lo que pasó esa noche después de celebrar el año nuevo. Por tanto, si alguien le preguntaba a Ricardo sobre si la historia de ‘Ella & Él’ era cierta, contestaría que fue su ardiente imaginación la que lo llevó a construir una historia donde un primo se encama con su prima, en la casa de su prima, luego que toda la familia se fuera a dormir cansados y ligeramente borrachos.

Se puso de pie y le dio clic a su portátil para responderle a Poncho que por nada en el mundo borraría su historia. Pero un sonido plano, que resonó en toda la oficina,  lo distrajo de su empresa. Era nuevamente la secretaria que le avisaba que ya habían llegado los representantes de la inmobiliaria. Ricardo agradeció de nuevo el gesto. Se acomodó la corbata de lunares blancos y enmendó las mangas de su camisa. Apretó los dientes y ensanchó la nariz.

A la próxima no te comas el plato que no debes, Ponchito.

Susurró.      

 

Lima, 14 de mayo de 2014.

      

 

 

 

miércoles, 7 de mayo de 2014

XXXI


 

 

Hoy cumplo 31 años. Motivo por el cual deseo compartir con todos ustedes algunos de los momentos más importantes de mi vida. No todo, claro. Hay cosas que se van a la tumba, o, en mi caso, a la urna; pues deseo ser incinerado.

Nací un sábado siete de mayo de 1983 y, como en Perú el ‘Día de las Madres’ se celebra el segundo domingo de mayo, mi mamá dice que fui su mejor regalo.

Soy el mayor de mis hermanos, de los que nació de la camada de mis padres, pero tengo un hermano mayor por parte de mi papá, a quien conocí poco menos de un año. Ni yo en mis mejores ángulos tengo el parecido que tiene mi hermano con papá. Simplemente son dos gotas de agua.

Con tan sólo tres años de nacido migramos a México, donde mi papá fue contratado por el circo ‘Hnos Fuentes Gasca’, por una temporada (1986-1987). En ese entonces éramos dos, mi hermana, ‘La negra’, y yo. Siempre fuimos como perro y gato, pero fue mi primera amiga, mi primera confidente y mi primera arma mortal: rompía todos mis muñecos de acción por la mitad.

Acudí al colegio ‘Emiliano Zapata’ (uno de tantos). Allí aprendí a leer y a escribir. Ahí canté por primera vez el himno Nacional mexicano. Aún me veo llevándome la mano derecha estirada y postrándola en el pecho, con la mirada firme y cantando a todo pulmón el himno patrio. Pero mi paso por el colegio fue momentáneo, pues la vida del circense es una vida nómada.

Con seis años pierdo a mi abuelo, papá de mi mamá. Estábamos en Acapulco. Mi madre viaja con mi hermana a Lima para su entierro.

A los siete años recibí mi primer beso. A esa misma edad perdí dos dientes de leche (los de conejo). También conocí el primer concepto de ‘primo’. Sin serlo, hoy en día nos queremos como tal; sabe lo que quiero y lo admiro. A los siete también perdí a mi primer amigo y aprendí la regla # 01 de los cuates: no se besan a las hermanas de los mejores amigos.

La mejor fiesta de cumpleaños que recuerdo fue cuando me celebraron mis ocho añitos. Estábamos de gira con el circo ‘Mágico Italiano’ por todo Centro América. Hubo dos pasteles y dos piñatas, y varios regalos. A esas edad conocí a mis abuelos, los papás de mi papá.

Cuando cumplí diez años, mamá esperaba a mi hermano, el tercero de nuestra familia. Hoy está casado con una guapa mujer que lo ama. No pretendo levantar el ego y menos alimentárselo, pero de que es guapo mi hermano, es guapo.

El cumpleaños #11 lo pasé en Perú. Me quedé estudiando todo un año (1994-95). Viví con mis tías, hermanas de mamá, y conocí a muchos primos; de los cuales hoy en día forman parte de mi círculo de amistades. Viví grandes aventuras y notorias decepciones. En ese año murió mi abuela, la mamá de mi mamá. Nunca la conocí muy bien. Sé que amaba a sus hijos por igual y, obvio, también a sus nietos. Cuando tuve oportunidad de charlar con ella (días antes de partir), no lo hice. Y es algo de lo que hoy mucho me arrepiento. He soñado con ella un par de veces. Despierto llorando.

A los doce recibí mi primera golpiza. La pelea fue grabada por unos ‘amigos’ que, lejos de detenernos, echaban porras al encuentro.  

Los trece los pasé en Estados Unidos de Norteamérica. Era el año de 1996 y nos fuimos de gira con el circo ‘Hnos. Vázquez’. Conocí a grandes personas, y otras un tanto ingratas. Quedé maravillado al entrar por primera vez al supermercado ‘Wal-Mart’, y qué decir de los centros comerciales –mall-, ¡Oh my god!

1997, el amor de mis amores se alza con el Trofeo y se hace campeón luego de 17 años. Cruz Azul Campeón de la Liguilla.

Una de las épocas más hermosas fue cuando cumplí quince años. El mundial de Francia 98’ fue el segundo mundial que viví con avidez (el primero fue EE.UU 1994). Estábamos de nuevo en México. Aún con el circo ‘Hnos. Vázquez’, andábamos de gira por Cuernavaca; los balnearios fueron nuestros centros de recreación por excelencia. Me tiré de un trampolín olímpico de diez metros de altura.  

La bienvenida al nuevo milenio fue en EE.UU. Toda la familia recibimos el año 2, 000 en ‘Walt-Disney’, en California. Ese año fue increíble. Consolidé varias amistades, perdí quince dólares. Mi amigo, el ‘che’ Pool, me lesiona (sin mala intención) la rodilla izquierda en una cascarita –pichanguita–. Mi madre aguardaba la dulce espera de mis hermanos, los mellizos. Ese año perdí a un gran amigo, quien falleció en Chicago, ya casi terminando la gira. De un momento a otro se nos fue («un derrame cerebral», dictaminaron los doctores).

En el 2001 regreso al Perú después de seis años. El viaje era para operarme de la rodilla izquierda. Pero como quien no quiere la cosa, postulé a la PREPA e ingresé a la Universidad a estudiar leyes. Me volví un ‘Universitario’. Toda la familia estaba contenta. Ese año conocí a quien nueve años más tarde sería mi esposa y madre de mi hijo. Fue, también, un año civil importante, pues me convertí oficialmente en ciudadano al cumplir la mayoría de edad. No voté por las Presidenciales, pero sí alcancé los comicios municipales. ‘¡Oh yeah!’

En el 2002 me mudé a vivir a un mini-apartamento (o cuarto con baño y cocina, y una salita). Estaba soltero y no nadie me empelotaba. ´Luis Miguel’ da un concierto en Lima; fue la primera vez que vi al astro mexicano en vivo: Sencillamente FENOMENAL. Pero no cantó ‘La Incondicional’. (snif snif)

En el 2003 regreso a México luego de cuatro años de ausencia. Únicamente estuve dos semanas; visité un par de familiares y amigos que seguían en el circo. En abril viajo a USA a ver a mis padres luego de dos años de no verlos. Mis hermanos, todos, habían crecido notoriamente. Ese año, además, mis padres, en unión con otros familiares del lado materno, se aventuran a tener un negocio propio: un circo. Gracias a la aventura, y por primera vez en nuestras vidas, tocamos fondo en cuanto a economía refiere. Quebremos. Es donde aprendí otro principio fundamental: «Una cosa es ser dueño de una carpa, y otra muy distinta ser Empresario Circense». Pero no todo fue negativo. Mi madre esperaba al que hoy es el menor de mis hermanos. Yo conocí el amor por primera vez. También el desamor. También pierdo a un gran amigo, uno que con su voz profunda y pelo engominado hacia resonar la carpa de circo. Te extraño, amigo.  

En el 2004 regreso a Lima a terminar la carrera de leyes. Me reencuentro con mis compañeros de aula y con mis primos. Luis Miguel visita Lima; no pude ir. Cantó ‘La Incondicional’. (¡Rayos!)

Del año 2004 al 2007 me dediqué a estudiar y ser, para mi sangre, en el primer abogado de la familia. Ese año (2007), comienzo a salir con una chica muy guapa, se hizo mi novia y hoy es mi esposa. Y conozco a quien, en mi humilde opinión, ha sido uno de los mejores defensas que la tierra Inca ha podido dar, quien llegó a ser capitán y campeón en México, al Señor Juan Reynoso. ¡Qué emoción!

 En el 2009 culmino la carrera de leyes. Ya era un Bachiller en Derecho. Ese año me comprometo con mi esposa. Oficialmente nos hicimos ‘Novios’. Solicité por primera vez la visa para USA, pero me la negaron. ¡Gringos ojetes!

Para el año 2010 ya estaba trabajando como abogado para una empresa. Ese mismo año me caso y, como regalo sorpresa, vuelvo a ver a mi hermana, ‘La Negra’, luego de seis años. Viene con su esposo y con su rubicundo hijo. Nos hace padrinos del pequeño ‘Oh maaaan’. Luis Miguel regresa a Lima; esta vez sí lo vi, y en compañía de mi esposa (Cantó ‘La Incondicional’, ¡Oh yeah!) Ese año le obsequié a quien hoy forma parte fundamental de nuestras vidas, a quien con mucho cariño y amor llamamos ‘Nuestro primer hijo’, un hermoso y muy cariñoso Schnauzer.

En el 2011 mi hermano, ‘el guapo’, se casa con su novia. Vuelvo a solicitar la visa para USA, ahora ya casado, pero tampoco me la dieron. ¡Gringos cabrones!

En mayo de 2012, luego de mi cumpleaños, mi esposa me anuncia la llegada de nuestro primogénito. Fue uno de los mejores regalos que pude recibir en mi vida. También me operan de la rodilla izquierda, por segunda vez.

En el 2013 nace el segundo hijo de mi hermana. Meses después nace mi hijo. Verlo recién nacido, tenerlo entre mis brazos y decirle cuánto es que lo amo, fue la sensación más gratificante que he sentido en mi vida. Luis Miguel regresa a Lima. Mi esposa y yo fuimos de nuevo (ella por segunda vez, yo por tercera). También ese año, me animé a colgar mis escritos y abrir un ‘blog’ en la web. Conozco por fin al mayor de mis hermanos: en verdad agradezco la oportunidad de haber conocido a mi hermano, quien es el espejo de papá.

Hoy, en pleno 2014, cumplo 31 años de edad, casi cuatro de casado con una bella mujer, 4 años de abogado. Soy padre, letrado y aspirante a escritor. Espero a mi segundo hijo o hija. Muy a mi pesar cumpliré diez años sin ver a mis padres y a mis demás hermanos. Pero vivo una vida que elegí vivir hace mucho. He conocido el amor en distintas oportunidad y facetas; he llorado y reído. Mi película favorita es ‘Un lugar llamado Notting Hill’. Mi disco favorito es ‘Amarte es un Placer’. Mi canción favorita es ‘La incondicional’ (más cuando la canta en Vivo). Mi héroe por excelencia es ‘El Hombre Araña’. Mi libro favorito es: (i) Travesuras de la Niña Mala, y, (ii) La tía Julia y el Escribidor’. Mi botana favorita son los ‘Rancheritos’. Me gusta leer e ir al cine. Pero más me gusta tratar de entretenerlos con mis travesuras literarias.  

Tengo salud y Dios me ha regalado una familia hermosa. ‘Google’ me ha saludo por mi día, y aún espero que Luis Miguel regrese a Lima (jejeje). Y de todo corazón deseo poder seguir obsequiándoles más y más: ‘Travesuras de un Escribidor’.

 

Lima, 07 de mayo de 2014.

 

 

 

  

                 

 

 

viernes, 2 de mayo de 2014

DÍA DEL TRABAJADOR


 

En Lima, como gran parte del mundo, se celebró el ‘Día del Trabajador’ y, como ya es sagrada costumbre, ese nadie “trabajó”, por ser feriado Nacional.

¿Nadie trabajó?

En el Perú lo que reina, además de la pobreza extrema y de la falta de escrúpulos civiles, es la informalidad. Una reciente encuesta señala que por cada diez trabajadores, seis son informales. Esto quiere decir que no goza de ninguna protección legal ante el arrebato del empleador y, por ende, ni si quiere tiene beneficios laborales. Esos seis trabajadores informales no tuvieron un día libre, ni en el ‘día del trabajador’, ni en fiestas patrias, ni ningún otro. Para ellos no existe navidad ni año nuevo no laborable. De hecho son personas que viven al día, su comida y el sostenimiento de la familia, es el resultado de un arduo día de trabajo. No se puede enfermar, menos tener un dolor corporal, pues no trabaja, no come. Y lo peor, no comen sus hijos.

Perú es un país pobre y seguirá pobre por los próximos cien años, ¿por qué? Porque al Estado, que curiosamente ellos mismos lo conforman, le conviene que sigan pobres, además de ignorantes. Ya lo dijo Ernesto Guevara de la Serna: ‘Un pueblo que no sabe leer ni escribir, es un pueblo fácil de engañar’.

Se dice mucho de Perú y de su ‘boom’ económico, que es cuna del desarrollo moderno y sostenido del siglo XXI, modelo económico de Sudamérica. Cierto que Perú ha crecido, pero los sueldos del obrero se mantienen; peor todavía, quieren reducirlo aún más.

Perú está en crecimiento, de eso no hay duda. Pero lejos estamos de los países de primer mundo, de aquellos que en verdad pueden darse el lujo de señalar feriados nacionales en sus calendarios. Pero un país pobre como el nuestro, que lo que necesita es trabajar todos los días (lo que incluye, obviamente, la formalidad y los beneficios laborales), descansando, si lo desea, los sábados y domingos. Después de la Argentina, Perú es el tercer país con más feriados en este extremo del continente. Lo que es una verdadera cachetada a la pobreza. Por si fuera poco, los Ministros, así como varios “servidores públicos” se obsequian sueldos más que generosos, remuneraciones que obedecen a otra realidad, a una muy ajena a la peruana.

La remuneración mínima “vital” –RMV– es de S/. 750. Soles. Es decir S$ 267. 18 Dólares Americanos. Y eso si el empleador es humano y respeta el estándar, que sino…

Mucho me gustaría que los ´Padres de la Patria´, ‘Ministros’, y etcéteras, ganarán el sueldo mediocre que el Perú tiene como base. La cosa sería distintas, ¿verdad?  

Sin embargo pocos son los que protestan, ellos (los explotados) son quienes salen a las calles gritando por sus derechos, y qué hacemos nosotros para ayudarlos…Nos deleitamos por los programas basuras que nos ofrece nuestra pobre, y mediocre, televisión nacional.

Lima, 02 de mayo de 2014.