ELLA & ÉL. EL PRIMO QUE ESCRIBE
DESDE EUROPA
José Alfredo Quínrroma
Nivacalli se levantó de su cama como de costumbre e hizo sus estiramientos
corporales que lo han acompañados los últimos cinco años de su vida. Vio por
encima del hombro el reloj despertador que debería despertarlo antes de las
5am. Lo apagó antes de que el aparato electrónico llorara por la habitación y
sacará de sus más profundos sueños a
Arturo Cuadrado, su pareja.
Poncho, como le gustaba
que lo llamaran, se quitó el pijama y se puso ropa deportiva. El sueño aún se
hallaba dentro de su sistema por lo que sus movimientos eran lentos y torpes.
Era un zombi perdido en la madrugada. No fue hasta que se aseó y el agua helada
lo sacó de su cueva despabilándolo por completo.
Se calzó sus zapatillas
Nike de colores pastales y se dio varias vueltas al parque boscoso que se hallaba cruzando la pista. Últimamente
se sentía incómodo por el peso ganado. Sus piernas habían crecido de manera
notoria al igual que su culo, su cuello había desaparecido y su rostro presumía
dos cachetes marca «NO JODAS QUE ESTOY GORDO». A penas y terminó de dar la
tercera vuelta al parque. No podía más, no tenía resistencia y menos condición
física como para correr otra vuelta más. Simplemente ya no podía. Regresó a su
apartamento con jadeos rítmicos y con los primeros halos de la mañana sobre su
espalda de boxeador en retiro. Echó un vistazo a su alcoba, pero Arturo aún
seguía engañándolo con Morfeo. Esbozó una media sonrisa y se fue a la ducha.
Se quitó el polo sudado
y las lonjas se mostraron en todo su esplendor. Había desarrollado una panza cetácea
que a él mismo le causa rechazo. Se miró en el espejo de manera desaprobatoria.
Aún mantenía sus cejas perfectamente delineadas al igual que su ridícula barba
fina que más parecía la marcha de hormigas trabajadoras. Se puso de perfil,
soltó un suspiro ingrato, y se metió a la ducha. Ya no tenía más ese abdomen
plano que presumía en su adolescencia. En el ayer habían quedado sus hombros
redondos y sus piernas de pelotero de barrio. Ahora que toda una ama de casa. Y
le gustaba.
6:30am marcaba el reloj
de la cocina. El cásico reloj de pared de ‘Félix, el gato’ meneaba la cola de
un lado al otro mientras que Poncho se vertía café pasado. Arturo aún seguía noqueado,
no se levantaría temprano y tampoco tenía que hacerlo, siendo sábado, día de
descanso, no tenía más trabajo que seguir durmiendo. Se preparó dos croissants, un par de rodajas de pan
tostado con mermelada y se sentó al pie de su portátil para tomar su merecido
desayuno.
Toda su familia estaba
en Perú. El único medio de contacto que tenía con ellos era a través del
Facebook. De hecho se había vuelto un fanático de la red social; publicaba y subía
fotos a cada instante, sobretodo subía fotos de él presumiendo sus prolijas
cejas al estilo Don Omar. Mudó a Europa para poder casarse con su pareja. En
Perú aún no se aprobaba la ley para que una pareja homosexual contrajera
nupcias civiles, ¡cómo hacerlo, por Dios! ¡Qué escandalo! ¡Horror! Por lo que
decidieron mudarse a un país cuya unión civil estaba tan bien visto como el
‘matrimonio normal’, como otros lo llamaban.
Su portátil encendió en
menos de diez segundo y una foto con adornos florales, donde predominaba el
color blanco con violeta, estaba de protector en el escritorio. En la foto dos
jóvenes risueños y con ojos de niños bien portados, cruzaban sus brazos a modo
de brindis celebrando un gran momento. Era Arturo y Poncho casándose. Abrió su
página en Facebook y comenzó a ver las nuevas buenas. Fotos de sus hermanos, de
sus primos, de su mami querida. Bajó y bajó hasta ponerse al día de lo
publicado por propios y extraños; todo parecía normal.
Tomó un sorbo de su
café humeante y se engulló una buena mordida de croissant. Disfrutaba cada mordisco al tiempo que emulaba muecas de
sabrosidad. Bajó más y bajó más hasta que llegó a una publicación que uno de
sus primos –uno que además de ser arquitecto, tenía ínfulas de ‘escritor’-
había hecho la noche del viernes. Dio clic a la página Travieso Escribidor, y
se puso a leer la historia que contenía el título «Ella & Él». Sus ojos
pequeños y oscuros como roedor andaban un vaivén automático; ojeaba el escrito
con atención sacerdotal. No creía lo que estaba leyendo. De pronto un sismo
estomacal hizo resonar las paredes de su grasosa panza, soltó un pequeño
chillido de incomodidad y sintió que sus regordetas piernas lo traicionaban. Se
comenzó a morder el labio inferior en un claro estado de excitación. El airé le
era pesado y su boca se llenó de acidez. Pensó que era una mala broma, pero no
lo era. Su primo había publicado a manera de historia un hecho que Poncho le
confesó en una ocasión. Sus ojos se cargaron de un extraño fulgor que pocas
veces se apoderaba él. El dolor que subió hasta su pecho, que ahora habían sido
canjeadas por ubres, sólo era comparado con esa sensación de rechazo que
recibió de sus hermanos cuando les dijo que era gay y deseaba casarse con
Arturo. Estaba en verdad furioso. Dejó el café a medias y botó al tacho el
resto del desayuno. Sólo abrió la boca para gritar:
¡Pero qué gran hijo de
puta!
Se levantó muy temprano
el día lunes. Se aseó y se puso a ver las noticias matutinas mientras que la
cafetera hacia su trabajo. Ricardo tomó un ligero desayuno compuesto por café
cortado y una rebana de pan tostado cubierta de jamón y queso. Una mujer de
avanzada edad y su nieta fueron arrolladas en la Panamericana Norte por no usar
el puente peatonal; un exOficial de las fuerzas armadas mató a su mejor amigo
de tres balazos por un pleito de borrachos; un bus interprovincial fue asaltado
cuando unos desconocidos encapuchados abordaron el bus en medio de la pista; en
la Av. Arequipa dos colectivos chocaron por tratar de ganar pasajeros. Fue lo
anunciado por las noticias. Por lo visto sería un día normal en la Lima gris.
Sin muchos tropiezos llegó
a su oficia. Sobre el buró yacían tres notas que le recordaban las llamadas que
tenía que hacer para poder llevar adelante el proyecto inmobiliario que estaba
bajo su cargo. Se sentó en su enorme sillón negro reclinable y encendió su
laptop. Abrió su correo personal y desechó varios emails de anuncios
publicitarios. «Estos cabrones no se dan por vencidos, caray». Pensó. Le dio
clic a uno que rezaba Proyecto
Inmobiliario Zona A. Tomó apuntes mentales y archivó el correo. Luego vio
uno que decía Querido Primo; era un
correo enviado hace dos días por su primo ‘Poncho’. Con una sonrisa de oreja a
oreja, le dio clic al email. Se acomodó en el sillón como quien se acomoda para
ver una película, relajó sus hombros, se remangó la camisa, y se dispuso a leer
la misiva.
«Querido primo,
Espero
en verdad a leer este correo te encuentres bien. Te escribo porque me siento
ofendido, burlado, mancillado. Sabes bien que apoyo tu faceta de ‘escritor’,
sabes bien que trato en lo posible de compartir tus historias. Pero publicar
una historia que está basada fielmente en un acontecimiento que viví, se me
hace de lo más bajo y ruin. No sé qué mierda se te pasó por la mente al
escribir semejante huevada —Ricardo enderezó su
postura. La sonrisa de oreja a oreja había desaparecido de su rostro. Comenzó a
sentir hormiguitas en la planta de sus pies—.
Tal vez para ti sea divertido divulgar las cosas de los demás; digo, lo hiciste
cuando publicaste ciertas cosas de un tío nuestro, ¿recuerdas?
Ricardo recordaba exactamente
a qué se refería Poncho, al escrito de titulado ‘JUAN PEDRO’.
Alguien tocó la puerta
de la oficina. Era la secretaría del Estudio que le recordaba que a las 10:30
tendría una reunión con la Inmobiliaria García SAC. Ricardo le agradeció el
gesto y continuó leyendo:
Me
siento traicionado por ti, y eso me decepciona. Lo que te conté fue un secreto
íntimo, algo que ahora sé nunca de vi confiarte. Haz roto nuestra cadena de
confianza —muy poético, pensó el lector—, si te confesé lo sucedido con mi prima
(NUESTRA PRIMA), no era para que luego lo anduvieras publicando como
“Travesuras” tuyas, carajo. Te lo conté porque me sentía mal. Porque no podía
más con el remordimiento de haberme acostado con mi prima esa noche, luego de
que toda la familia cenara y brindara por el nuevo año que nos acogía. Me haz
cagado. Confié en ti, puta madre, y me cagas. Es verdad, no debí a costarme con
ella pero lo hice y me arrepiento. Fue un momento de debilidad, de torpeza, de
querer experimentar algo nuevo. Arturo aún no lee tu publicación; por supuesto
que no sabe nada de nada, no tiene porqué saberlo tampoco. Pero tonto no es. Te
pido, si es que me tienes algo de lealtad, que borres esa cojudez que has
escrito antes de que en verdad me metas en líos gordos —Ricardo, lejos de
reflexionar sobre lo que estaba leyendo, se imaginaba a su primo Poncho
sentando sobre delgada silla desparramando sus nalgas gordas de señora de
mercado, humillando, asfixiando, aplastado su ya reducido órgano sexual. Soñaba
como su primo estaba escribiendo la misiva que ahora leía: seguramente
tecleando torpemente con esos dedos rolludos pero que presumían una ‘manicure’ de envida; arrugando aún más
esa nariz de ganso, de borracho, de pincho muerto, mientras se llevaba a la
boca algún bocado exótico o caro, de aquellos que lo habían hecho subir de peso
de manera exagerada el último año y medio. Pero a la vez, Ricardo, se ponía a
pensar sobre qué hacer. Cierto era que Poncho le confesó la aventura pecaminosa
con la prima de ambos, pero nunca dijo que era un secreto, sin embargo era
obvio que lo sucedido no era digno de andar contando y menos que se pusiera en
boca de todo mundo y menos de la familia de éstos, quienes veían la comidilla,
el chismorreo, como un trozo de pan untado con dulce de leche, simplemente
deliciosa. Siguió leyendo:— Espero que
recapacites y madurez. Si quieres andar contando historias basadas en hechos
reales, pues cuenta las tuyas, ya que santo no eres y huevón tampoco. No
quiero, ni deseo, terminar mi relación contigo, pues pese a todo te tengo un
gran cariño, ya que fuiste uno de los primos que me apoyó desde el inicio con
mi homosexualidad, quien me cobijó en su casa cuando nadie me quería cerca,
quien me tendió la mano cuando más lo necesité; quien habló con mamá cuando yo
no sabía cómo abordar el tema. De hecho gracias a ti, estoy libre. No creas que
he olvidado la vez que robé ciertas cosas de un supermercado y tú fuiste en mi
ayuda. Pero era un niño haciendo travesuras. Todo por un par de medias —Ricardo
también recordaba con cierta ironía cómo fue que recibió la llamada de un niño
asustado y con la voz quebrada pidiéndole ayuda porque había sido detenido en
la Comisario de San Miguel por una ‘palomillada’ como fue la de guardarse un
par de calcetines en los genitales—. Pero
me desvío del tema central. Sé que te gusta escribir, y en verdad lo admiro.
Pero por favor, borra esa historia; sé que hallarás otras que puedan suplirla.
Me despido esperando que las líneas que he escrito hayan cumplido su cometido.
Con
el mismo cariño de siempre,
Poncho»
Ricardo soltó un enorme
y grotesco suspiro. Se hallaba en un dilema: borrar la historia o perder la
confianza del pecaminoso de su primo. Se quedó sentado en la silla negra
reclinable mirando al vacío. No volvió a leer el email. No era necesario.
Ricardo siempre soñó con dos cosas: ser arquitecto, profesión que ama como el
aire que respira, y ser escritor. No era un santo, como bien señaló Poncho,
pero tampoco sentía ni un ápice de remordimiento por lo escrito. Si Poncho fue
cuidadoso con lo que sucedió entre él y su prima, entonces nadie más que ellos
sabían qué fue lo que pasó esa noche después de celebrar el año nuevo. Por
tanto, si alguien le preguntaba a Ricardo sobre si la historia de ‘Ella & Él’ era cierta, contestaría
que fue su ardiente imaginación la que lo llevó a construir una historia donde
un primo se encama con su prima, en la casa de su prima, luego que toda la
familia se fuera a dormir cansados y ligeramente borrachos.
Se puso de pie y le dio
clic a su portátil para responderle a Poncho que por nada en el mundo borraría
su historia. Pero un sonido plano, que resonó en toda la oficina, lo distrajo de su empresa. Era nuevamente la
secretaria que le avisaba que ya habían llegado los representantes de la
inmobiliaria. Ricardo agradeció de nuevo el gesto. Se acomodó la corbata de
lunares blancos y enmendó las mangas de su camisa. Apretó los dientes y
ensanchó la nariz.
—A la próxima no te comas el plato que no debes, Ponchito.
Susurró.
Lima, 14 de mayo
de 2014.
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