miércoles, 14 de mayo de 2014

ELLA & ÉL. EL PRIMO QUE ESCRIBE DESDE EUROPA










ELLA & ÉL. EL PRIMO QUE ESCRIBE DESDE EUROPA

 

José Alfredo Quínrroma Nivacalli se levantó de su cama como de costumbre e hizo sus estiramientos corporales que lo han acompañados los últimos cinco años de su vida. Vio por encima del hombro el reloj despertador que debería despertarlo antes de las 5am. Lo apagó antes de que el aparato electrónico llorara por la habitación y sacará de sus más profundos sueños a  Arturo Cuadrado, su pareja.

Poncho, como le gustaba que lo llamaran, se quitó el pijama y se puso ropa deportiva. El sueño aún se hallaba dentro de su sistema por lo que sus movimientos eran lentos y torpes. Era un zombi perdido en la madrugada. No fue hasta que se aseó y el agua helada lo sacó de su cueva despabilándolo por completo.    

Se calzó sus zapatillas Nike de colores pastales y se dio varias vueltas al parque boscoso  que se hallaba cruzando la pista. Últimamente se sentía incómodo por el peso ganado. Sus piernas habían crecido de manera notoria al igual que su culo, su cuello había desaparecido y su rostro presumía dos cachetes marca «NO JODAS QUE ESTOY GORDO». A penas y terminó de dar la tercera vuelta al parque. No podía más, no tenía resistencia y menos condición física como para correr otra vuelta más. Simplemente ya no podía. Regresó a su apartamento con jadeos rítmicos y con los primeros halos de la mañana sobre su espalda de boxeador en retiro. Echó un vistazo a su alcoba, pero Arturo aún seguía engañándolo con Morfeo. Esbozó una media sonrisa y se fue a la ducha.

Se quitó el polo sudado y las lonjas se mostraron en todo su esplendor. Había desarrollado una panza cetácea que a él mismo le causa rechazo. Se miró en el espejo de manera desaprobatoria. Aún mantenía sus cejas perfectamente delineadas al igual que su ridícula barba fina que más parecía la marcha de hormigas trabajadoras. Se puso de perfil, soltó un suspiro ingrato, y se metió a la ducha. Ya no tenía más ese abdomen plano que presumía en su adolescencia. En el ayer habían quedado sus hombros redondos y sus piernas de pelotero de barrio. Ahora que toda una ama de casa. Y le gustaba.

6:30am marcaba el reloj de la cocina. El cásico reloj de pared de ‘Félix, el gato’ meneaba la cola de un lado al otro mientras que Poncho se vertía café pasado. Arturo aún seguía noqueado, no se levantaría temprano y tampoco tenía que hacerlo, siendo sábado, día de descanso, no tenía más trabajo que seguir durmiendo. Se preparó dos croissants, un par de rodajas de pan tostado con mermelada y se sentó al pie de su portátil para tomar su merecido desayuno.

Toda su familia estaba en Perú. El único medio de contacto que tenía con ellos era a través del Facebook. De hecho se había vuelto un fanático de la red social; publicaba y subía fotos a cada instante, sobretodo subía fotos de él presumiendo sus prolijas cejas al estilo Don Omar. Mudó a Europa para poder casarse con su pareja. En Perú aún no se aprobaba la ley para que una pareja homosexual contrajera nupcias civiles, ¡cómo hacerlo, por Dios! ¡Qué escandalo! ¡Horror! Por lo que decidieron mudarse a un país cuya unión civil estaba tan bien visto como el ‘matrimonio normal’, como otros lo llamaban.

Su portátil encendió en menos de diez segundo y una foto con adornos florales, donde predominaba el color blanco con violeta, estaba de protector en el escritorio. En la foto dos jóvenes risueños y con ojos de niños bien portados, cruzaban sus brazos a modo de brindis celebrando un gran momento. Era Arturo y Poncho casándose. Abrió su página en Facebook y comenzó a ver las nuevas buenas. Fotos de sus hermanos, de sus primos, de su mami querida. Bajó y bajó hasta ponerse al día de lo publicado por propios y extraños; todo parecía normal.

Tomó un sorbo de su café humeante y se engulló una buena mordida de croissant. Disfrutaba cada mordisco al tiempo que emulaba muecas de sabrosidad. Bajó más y bajó más hasta que llegó a una publicación que uno de sus primos –uno que además de ser arquitecto, tenía ínfulas de ‘escritor’- había hecho la noche del viernes. Dio clic a la página Travieso Escribidor, y se puso a leer la historia que contenía el título «Ella & Él». Sus ojos pequeños y oscuros como roedor andaban un vaivén automático; ojeaba el escrito con atención sacerdotal. No creía lo que estaba leyendo. De pronto un sismo estomacal hizo resonar las paredes de su grasosa panza, soltó un pequeño chillido de incomodidad y sintió que sus regordetas piernas lo traicionaban. Se comenzó a morder el labio inferior en un claro estado de excitación. El airé le era pesado y su boca se llenó de acidez. Pensó que era una mala broma, pero no lo era. Su primo había publicado a manera de historia un hecho que Poncho le confesó en una ocasión. Sus ojos se cargaron de un extraño fulgor que pocas veces se apoderaba él. El dolor que subió hasta su pecho, que ahora habían sido canjeadas por ubres, sólo era comparado con esa sensación de rechazo que recibió de sus hermanos cuando les dijo que era gay y deseaba casarse con Arturo. Estaba en verdad furioso. Dejó el café a medias y botó al tacho el resto del desayuno. Sólo abrió la boca para gritar:

¡Pero qué gran hijo de puta!

 

Se levantó muy temprano el día lunes. Se aseó y se puso a ver las noticias matutinas mientras que la cafetera hacia su trabajo. Ricardo tomó un ligero desayuno compuesto por café cortado y una rebana de pan tostado cubierta de jamón y queso. Una mujer de avanzada edad y su nieta fueron arrolladas en la Panamericana Norte por no usar el puente peatonal; un exOficial de las fuerzas armadas mató a su mejor amigo de tres balazos por un pleito de borrachos; un bus interprovincial fue asaltado cuando unos desconocidos encapuchados abordaron el bus en medio de la pista; en la Av. Arequipa dos colectivos chocaron por tratar de ganar pasajeros. Fue lo anunciado por las noticias. Por lo visto sería un día normal en la Lima gris.

Sin muchos tropiezos llegó a su oficia. Sobre el buró yacían tres notas que le recordaban las llamadas que tenía que hacer para poder llevar adelante el proyecto inmobiliario que estaba bajo su cargo. Se sentó en su enorme sillón negro reclinable y encendió su laptop. Abrió su correo personal y desechó varios emails de anuncios publicitarios. «Estos cabrones no se dan por vencidos, caray». Pensó. Le dio clic a uno que rezaba Proyecto Inmobiliario Zona A. Tomó apuntes mentales y archivó el correo. Luego vio uno que decía Querido Primo; era un correo enviado hace dos días por su primo ‘Poncho’. Con una sonrisa de oreja a oreja, le dio clic al email. Se acomodó en el sillón como quien se acomoda para ver una película, relajó sus hombros, se remangó la camisa, y se dispuso a leer la misiva.

«Querido primo,

Espero en verdad a leer este correo te encuentres bien. Te escribo porque me siento ofendido, burlado, mancillado. Sabes bien que apoyo tu faceta de ‘escritor’, sabes bien que trato en lo posible de compartir tus historias. Pero publicar una historia que está basada fielmente en un acontecimiento que viví, se me hace de lo más bajo y ruin. No sé qué mierda se te pasó por la mente al escribir semejante huevada —Ricardo enderezó su postura. La sonrisa de oreja a oreja había desaparecido de su rostro. Comenzó a sentir hormiguitas en la planta de sus pies—. Tal vez para ti sea divertido divulgar las cosas de los demás; digo, lo hiciste cuando publicaste ciertas cosas de un tío nuestro, ¿recuerdas?

Ricardo recordaba exactamente a qué se refería Poncho, al escrito de titulado ‘JUAN PEDRO’.

Alguien tocó la puerta de la oficina. Era la secretaría del Estudio que le recordaba que a las 10:30 tendría una reunión con la Inmobiliaria García SAC. Ricardo le agradeció el gesto y continuó leyendo:

Me siento traicionado por ti, y eso me decepciona. Lo que te conté fue un secreto íntimo, algo que ahora sé nunca de vi confiarte. Haz roto nuestra cadena de confianza —muy poético, pensó el lector—, si te confesé lo sucedido con mi prima (NUESTRA PRIMA), no era para que luego lo anduvieras publicando como “Travesuras” tuyas, carajo. Te lo conté porque me sentía mal. Porque no podía más con el remordimiento de haberme acostado con mi prima esa noche, luego de que toda la familia cenara y brindara por el nuevo año que nos acogía. Me haz cagado. Confié en ti, puta madre, y me cagas. Es verdad, no debí a costarme con ella pero lo hice y me arrepiento. Fue un momento de debilidad, de torpeza, de querer experimentar algo nuevo. Arturo aún no lee tu publicación; por supuesto que no sabe nada de nada, no tiene porqué saberlo tampoco. Pero tonto no es. Te pido, si es que me tienes algo de lealtad, que borres esa cojudez que has escrito antes de que en verdad me metas en líos gordos —Ricardo, lejos de reflexionar sobre lo que estaba leyendo, se imaginaba a su primo Poncho sentando sobre delgada silla desparramando sus nalgas gordas de señora de mercado, humillando, asfixiando, aplastado su ya reducido órgano sexual. Soñaba como su primo estaba escribiendo la misiva que ahora leía: seguramente tecleando torpemente con esos dedos rolludos pero que presumían una ‘manicure’ de envida; arrugando aún más esa nariz de ganso, de borracho, de pincho muerto, mientras se llevaba a la boca algún bocado exótico o caro, de aquellos que lo habían hecho subir de peso de manera exagerada el último año y medio. Pero a la vez, Ricardo, se ponía a pensar sobre qué hacer. Cierto era que Poncho le confesó la aventura pecaminosa con la prima de ambos, pero nunca dijo que era un secreto, sin embargo era obvio que lo sucedido no era digno de andar contando y menos que se pusiera en boca de todo mundo y menos de la familia de éstos, quienes veían la comidilla, el chismorreo, como un trozo de pan untado con dulce de leche, simplemente deliciosa. Siguió leyendo:— Espero que recapacites y madurez. Si quieres andar contando historias basadas en hechos reales, pues cuenta las tuyas, ya que santo no eres y huevón tampoco. No quiero, ni deseo, terminar mi relación contigo, pues pese a todo te tengo un gran cariño, ya que fuiste uno de los primos que me apoyó desde el inicio con mi homosexualidad, quien me cobijó en su casa cuando nadie me quería cerca, quien me tendió la mano cuando más lo necesité; quien habló con mamá cuando yo no sabía cómo abordar el tema. De hecho gracias a ti, estoy libre. No creas que he olvidado la vez que robé ciertas cosas de un supermercado y tú fuiste en mi ayuda. Pero era un niño haciendo travesuras. Todo por un par de medias —Ricardo también recordaba con cierta ironía cómo fue que recibió la llamada de un niño asustado y con la voz quebrada pidiéndole ayuda porque había sido detenido en la Comisario de San Miguel por una ‘palomillada’ como fue la de guardarse un par de calcetines en los genitales—. Pero me desvío del tema central. Sé que te gusta escribir, y en verdad lo admiro. Pero por favor, borra esa historia; sé que hallarás otras que puedan suplirla. Me despido esperando que las líneas que he escrito hayan cumplido su cometido.

Con el mismo cariño de siempre,

Poncho»

Ricardo soltó un enorme y grotesco suspiro. Se hallaba en un dilema: borrar la historia o perder la confianza del pecaminoso de su primo. Se quedó sentado en la silla negra reclinable mirando al vacío. No volvió a leer el email. No era necesario. Ricardo siempre soñó con dos cosas: ser arquitecto, profesión que ama como el aire que respira, y ser escritor. No era un santo, como bien señaló Poncho, pero tampoco sentía ni un ápice de remordimiento por lo escrito. Si Poncho fue cuidadoso con lo que sucedió entre él y su prima, entonces nadie más que ellos sabían qué fue lo que pasó esa noche después de celebrar el año nuevo. Por tanto, si alguien le preguntaba a Ricardo sobre si la historia de ‘Ella & Él’ era cierta, contestaría que fue su ardiente imaginación la que lo llevó a construir una historia donde un primo se encama con su prima, en la casa de su prima, luego que toda la familia se fuera a dormir cansados y ligeramente borrachos.

Se puso de pie y le dio clic a su portátil para responderle a Poncho que por nada en el mundo borraría su historia. Pero un sonido plano, que resonó en toda la oficina,  lo distrajo de su empresa. Era nuevamente la secretaria que le avisaba que ya habían llegado los representantes de la inmobiliaria. Ricardo agradeció de nuevo el gesto. Se acomodó la corbata de lunares blancos y enmendó las mangas de su camisa. Apretó los dientes y ensanchó la nariz.

A la próxima no te comas el plato que no debes, Ponchito.

Susurró.      

 

Lima, 14 de mayo de 2014.

      

 

 

 

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