Carta
a una amiga.
PARTE I
Hola amiguita, espero
que al leer estas líneas te encuentres gozando de esplendida salud por allá, por la lejana y gélida Estonia. Ha
pasado mucho tiempo desde nuestra última comunicación y te pido disculpas al
respecto, debí estar más en contacto contigo, escribirte un poco más, pero por
absurdo que parezca, he estado muy ocupado. Sí, sé que con tanta tecnología que
hay hoy en día es casi tonto decir que no hay “tiempo” para poder comunicarse
con los demás, pero sabes muy bien, amiga, que no soy de ésta generación que
maneja las redes sociales ni los celulares de última moda; no es lo mío. Espero
entonces que desde ya me disculpes por la falta de comunicación.
Tengo mucho que
contarte desde que nos vimos por última vez, hace ya quince largos años, me han
pasado una seria de cosas, unas buenas y otras malas ¿Qué se le puede hacer? Te
comento que terminé mi carrera de profesor, si, ahora enseño matemática en un
colegio privada ubicado en una buena zona limeña; la paga no está mal, me permite
darme ciertos lujos y una que otra banalidad. No fue fácil conseguir el puesto,
no señor. Antes de conseguirlo, estuve trabajando como mozo en una prestigiosa
cafetería de Miraflores, una que lleva años frente al parque Kennedy, una donde
la “sociedad limeña” se reúne para tomar un desayunito, un almuercito y un
lonchecito. No me fue nada mal, la paga era buena y las propinas eran, en el
mejor de los casos, en dólares. Sin embargo no era lo mío. Sabía que esto sería
pasajero, según yo, y mi inocencia, no pasaría más de tres meses antes de
conseguir mí puesto de profesor. Sí claro, pero uno hace los planes y el Todo
Poderoso se encarga de ponerte en tú lugar
y, de cierta forma, te hace ver que no eres más que un pobre iluso que
gasta su tiempo pensando en el futuro cuando lo que se debe hacer es
concentrarse en el presente. Y es que mis tres meses como mozo se postergaron
por cinco años. No por desidia, no. No encontraba puesto como profesor. Postulé
a un sin números de colegios privados y ninguno me daba la oportunidad (creo
que eso de ser un profesor joven no es, al menos acá, sinónimo de garantía), y
no es por presumir, pero en más de una oportunidad me dijeron que la cara de
niño buen mozo que tengo (esas fueron sus palabras, no las mías) no imponía autoridad,
y que fácilmente el alumnado podría ponerse insolente conmigo.
¡Oh, gran decepción!
Así pues, amiga, estuve
como mozo cinco años, el horario muy flexible, por supuesto; pero me sentía
atrapado, asfixiado. Nunca sería lo mío estar sirviendo a otros el cafecito, el
pastelito, la galletita, el croissant ni nada por el estilo. Claro que estoy
muy agradecido por haber estado trabajando durante los años en que no conseguí
el puesto de profesor; mal agradecido no soy. Y bueno, además de las propinas
en moneda extranjera, también habían otros beneficios, de aquellos que son un
poco más personal, íntimos, y es que créeme cuando te digo, amiga, que los
peruanos somos para las gringas como miel para las abejas, no todos por
supuesto, pero al menos yo tuve la oportunidad de flirtear con más de una.
Bueno, Santo no soy, y como no espero convertirme en tal, no desaproveché la
oportunidad.
El puesto de profesor
fue casi de casualidad. Una prima mía, Magdalena, ¿la recuerdas?, ella es
profesora de inicial, y un día que nos topamos por Lince, me preguntó que si ya
estaba enseñando, le dije que no, que estaba esperando un par de llamadas pero
que no le tenía mucha fe. Me dijo que en el colegio donde enseña, el profesor
de matemáticas está por viajar por y que están buscando un reemplazo y que si
yo estaba interesado ella podría hablar con la directora y conseguirme una
entrevista con ella. Que no me prometía nada pero que haría lo que este a su
alcance. Le agradecí el gesto a mi prima y nos despedimos. Honestamente pensé
que lo que me había dicho Magdalena era puro floro, de ese tipo de comentario
que uno suelta al aire porque no tiene nada que decir; me equivoque.
Al día siguiente,
cuando estaba por salir rumbo a la cafetería, mi celular sonó. El número era
desconocido, así que vacilé en contestar, sin embargo me acordé que había
dejado un par de CVs en unos colegios, así que, para no desperdiciar un posible
trabajo, contesté la llamada. Era la misma directora del colegio donde trabaja
mi prima. «Alo, buenos días con el señor Gustavo», fueron las primeras palabras
de la directora; su tono de voz era dulce, agradable y obedecía una mujer no
mayor de 30 años. «Si, el habla, con quién tengo el gusto» respondí imponiendo
un poco mi voz, quise hacerla parecer algo más pesada para que no creyeran que
del otro lado contestaba un mocoso. La conversación no duró más que medio
minuto, me dijo que si ese mismo día a las 3pm podía ir al colegio para una
entrevista; me dio la dirección, la cual no anoté por no tener papel y lápiz a
la mano y tampoco quise preguntarle de nuevo por temor a que vaya pensar que
soy un desmemoriado, nada bueno para un profesor. Al cortar llamé a mi prima,
ella me dio la dirección exacta del colegio. Felizmente ese día, en la
cafetería, me tocaba el turno de la mañana, así que apenas terminé salí como
bólido hacía la entrevista. Llegué con 15 minutos de anticipación, tiempo en
que pude examinar el colegio. Te lo describiría, pero para evitar que esta
carta se extienda más de lo necesario, te envío una foto de ella donde estoy yo
justo en la puerta.
Para ahorrarte la
historia, la entrevista fue muy amena y entretenida. La directora es una mujer
de mediana estatura, y su voz por supuesto que no obedece a su aspecto físico,
el cual, por ser un caballero (creo que lo soy, al menos de cierta forma), no
te ilustrare. Solo debo agregar que es una muy buena persona, muy gentil y
servicial. Me dijo que estaba interesada en un profesor de matemáticas que
cubriera al profesor de turno quien, por motivos personales, estaría ausente
por tres semanas. Le dije que no tenía inconveniente y que por supuesto
aceptaba el cargo. Me señaló que por no tener mucha experiencia, por no decir
ninguna, el sueldo no sería el mismo al del profesor designado; hice las
comparaciones y resultó que no estaba nada mal el sueldo que me tocaría recibir
por tres semanas; ello, más la paga como mozo y las propinas, me dejarían
buenos ingresos.
Y bueno amiga, han
pasado cuatro años desde aquella entrevista. ¡O no!, no le quité el puesto al
profesor, jamás. Sucede que el profesor regresó solicitando su despido, pues no
podría enseñar más. Lo cual obviamente me benefició totalmente. El sueldo se
igualó al que ganaba el profesor, por lo tanto, ya no vi necesario seguir como
mozo en aquella cafetería miraflorina de nombre tropical.
Ha decir verdad, estoy
muy contento con mi puesto, me va muy bien y tengo alumnos que me respetan y
que son unos amores de personas, al menos conmigo. En cierta ocasión pensé que
eso de estudiar para profesor había sido un error; y es que valgan verdades, he
corrido con mucha suerte, pues el trabajo de profesor, al menos acá en Perú, es
muy mal remunerado. Pero felizmente se me dio la oportunidad, y con una buena
retribución económica.
A nivel personal, hay
alegrías y tristezas. Pero no quiero ponerte melancólica, este no es el
propósito de esta carta. Así que permíteme contarte las alegrías ¿sí?
Al año y medio de estar
trabajando como profesor, se llevó a cabo el aniversario del Colegio, hubo
pachanga, comida, orquesta y se juntaron varias promociones del colegio, las
más antiguas. Tú sabes que para eso del baile y el trago soy aburrido, pero no
podía faltar a la ceremonia, más aun cuando fue el primer colegio que me dio la
oportunidad, ¿verdad? Fui vestido con un jean, una camisa blanca y zapatos
marrones (sí, sí, sí, lo sé: lo mismo de siempre, jajajaja) y con un carné
especial, diseñado para la ocasión, el cual permitía diferenciar a las
promociones anteriores, alumnos, padres de familia y a los profesores. Estaba
sentado en un rincón viendo como la gente se estaba divirtiendo, reían, comían,
bebían, bailaban, todo un agasajo. En ese momento recibí un mensaje de texto en
mi celular, cosa que se me hizo muy extraño pues rara vez recibo mensaje de
texto; era CLARO, me informaba que si no le ponía saldo a mi celular hasta tal
fecha, le darían de baja a mi línea, «Qué conchudos más sangrones que son lo de
CLARO, yo pagué religiosamente todos los meses que duró mi contrato, y ahora,
que el equipo es mío, me quieren obligar a que le ponga saldo, qué cabrones»,
recuerdo haber dicho eso en voz queda. De pronto, una sombre nubló mi vista, al
subir la mirada una chica de piel tostada, ojos grandes color café, cejas
pobladas, nariz semi-romana, con labios delgados y cabellos largos de tono castaño,
me saludó: «Hola, soy Erika» me dijo; yo me quedé callado, no supe qué
responder. «Tú… te me haces familiar, ¿de qué promoción eres?» preguntó
mirándome fijamente. «No, nada que ver, me confundes, no soy exalumno, soy
profesor» le dije señalando con mi dedo el carné que llevaba puesto. «Ay qué
tonta, disculpa, pensé que eras exalumno» dijo ella sin quitarme la mirada. «No
te preocupes. Por cierto, mi nombre es David. David Ruiz Caballero», le dije
estirando mi mano. «Mucho gusto, David», dijo simulando una pequeña sonrisa.
Tres días después de la
celebración, estando en mi cuarto calificando la práctica de mis alumnos,
recibí un mensaje de texto, «Cómo joden los de CLARO, carajo» pensé; pero no,
no eran los de CLARO amenazándome que si no le ponía tres soles al celular me
cancelaban la línea, era Erika, sí, la chica que me saludó en el aniversario
del colegio, ¿Locaso, no? «Hola, soy Erika. La que te confundió con un
exalumno. Disculpa el atrevimiento de escribirte sin haberte pedido tú número,
y es que necesito ayuda, necesito un profesor de matemáticas que ayude a un
sobrinito que tengo, tiene problemas con los números. Crees que nos podamos
encontrar para hablar del asunto. Sin estás interesado, obvio. Saludos». Fue el
texto que recibí.
Mi primer impulso fue
contestar de inmediato el mensaje, pero no tenía saldo. «Maldita sea, tendré
que ponerle saldo a mi celular. Los de CLARO pretenden ganarme la batalla»
exclamé en tono irónico. Y es que en verdad me dieron ganar de decirle que sí,
que no tenía ningún problema en ayudar a su sobrino; mentira, yo solo quería
verla de nuevo, y es que para serte honesto, amiga, me dejó impactado aquella
noche. Su hermosa cara no desaparecía de mi mente. Pero bueno, como no tenía
saldo y no le iba dar ese gusto a los de CLARO, y con tal de no parecer
desesperado, decidí llamarla al día siguiente, a la hora del refrigerio. Así lo
hice. Antes de almorzar, fui a la cabina de la esquina y la llamé. Contestó la
llamada con mucha amabilidad, y le dije que era yo, pude escuchar un cambio en
su voz al oír mi nombre, eso me gustó. Quedamos de vernos ese mismo día a las
siete de la noche en el nuevo Starbucks que
está en Larcomar. Oh si, y es que estos “points” están de moda; donde voltees
hay uno, son los Mcdonal´s de la nueva
generación, qué horror.
¿Quieres saber qué
desenlace tuvo nuestra reunión con sabor a cita? Permíteme darme un ligero
descanso, tomo mi cafecito y sigo con la historia.