miércoles, 30 de enero de 2013

Carta a una amiga

Carta a una amiga.
 
PARTE I
 
Hola amiguita, espero que al leer estas líneas te encuentres gozando de esplendida salud por allá, por la lejana y gélida Estonia. Ha pasado mucho tiempo desde nuestra última comunicación y te pido disculpas al respecto, debí estar más en contacto contigo, escribirte un poco más, pero por absurdo que parezca, he estado muy ocupado. Sí, sé que con tanta tecnología que hay hoy en día es casi tonto decir que no hay “tiempo” para poder comunicarse con los demás, pero sabes muy bien, amiga, que no soy de ésta generación que maneja las redes sociales ni los celulares de última moda; no es lo mío. Espero entonces que desde ya me disculpes por la falta de comunicación.
 
Tengo mucho que contarte desde que nos vimos por última vez, hace ya quince largos años, me han pasado una seria de cosas, unas buenas y otras malas ¿Qué se le puede hacer? Te comento que terminé mi carrera de profesor, si, ahora enseño matemática en un colegio privada ubicado en una buena zona limeña; la paga no está mal, me permite darme ciertos lujos y una que otra banalidad. No fue fácil conseguir el puesto, no señor. Antes de conseguirlo, estuve trabajando como mozo en una prestigiosa cafetería de Miraflores, una que lleva años frente al parque Kennedy, una donde la “sociedad limeña” se reúne para tomar un desayunito, un almuercito y un lonchecito. No me fue nada mal, la paga era buena y las propinas eran, en el mejor de los casos, en dólares. Sin embargo no era lo mío. Sabía que esto sería pasajero, según yo, y mi inocencia, no pasaría más de tres meses antes de conseguir mí puesto de profesor. Sí claro, pero uno hace los planes y el Todo Poderoso se encarga de ponerte en tú lugar  y, de cierta forma, te hace ver que no eres más que un pobre iluso que gasta su tiempo pensando en el futuro cuando lo que se debe hacer es concentrarse en el presente. Y es que mis tres meses como mozo se postergaron por cinco años. No por desidia, no. No encontraba puesto como profesor. Postulé a un sin números de colegios privados y ninguno me daba la oportunidad (creo que eso de ser un profesor joven no es, al menos acá, sinónimo de garantía), y no es por presumir, pero en más de una oportunidad me dijeron que la cara de niño buen mozo que tengo (esas fueron sus palabras, no las mías) no imponía autoridad, y que fácilmente el alumnado podría ponerse insolente conmigo.
 
¡Oh, gran decepción!
 
Así pues, amiga, estuve como mozo cinco años, el horario muy flexible, por supuesto; pero me sentía atrapado, asfixiado. Nunca sería lo mío estar sirviendo a otros el cafecito, el pastelito, la galletita, el croissant ni nada por el estilo. Claro que estoy muy agradecido por haber estado trabajando durante los años en que no conseguí el puesto de profesor; mal agradecido no soy. Y bueno, además de las propinas en moneda extranjera, también habían otros beneficios, de aquellos que son un poco más personal, íntimos, y es que créeme cuando te digo, amiga, que los peruanos somos para las gringas como miel para las abejas, no todos por supuesto, pero al menos yo tuve la oportunidad de flirtear con más de una. Bueno, Santo no soy, y como no espero convertirme en tal, no desaproveché la oportunidad.
 
El puesto de profesor fue casi de casualidad. Una prima mía, Magdalena, ¿la recuerdas?, ella es profesora de inicial, y un día que nos topamos por Lince, me preguntó que si ya estaba enseñando, le dije que no, que estaba esperando un par de llamadas pero que no le tenía mucha fe. Me dijo que en el colegio donde enseña, el profesor de matemáticas está por viajar por y que están buscando un reemplazo y que si yo estaba interesado ella podría hablar con la directora y conseguirme una entrevista con ella. Que no me prometía nada pero que haría lo que este a su alcance. Le agradecí el gesto a mi prima y nos despedimos. Honestamente pensé que lo que me había dicho Magdalena era puro floro, de ese tipo de comentario que uno suelta al aire porque no tiene nada que decir; me equivoque.
 
Al día siguiente, cuando estaba por salir rumbo a la cafetería, mi celular sonó. El número era desconocido, así que vacilé en contestar, sin embargo me acordé que había dejado un par de CVs en unos colegios, así que, para no desperdiciar un posible trabajo, contesté la llamada. Era la misma directora del colegio donde trabaja mi prima. «Alo, buenos días con el señor Gustavo», fueron las primeras palabras de la directora; su tono de voz era dulce, agradable y obedecía una mujer no mayor de 30 años. «Si, el habla, con quién tengo el gusto» respondí imponiendo un poco mi voz, quise hacerla parecer algo más pesada para que no creyeran que del otro lado contestaba un mocoso. La conversación no duró más que medio minuto, me dijo que si ese mismo día a las 3pm podía ir al colegio para una entrevista; me dio la dirección, la cual no anoté por no tener papel y lápiz a la mano y tampoco quise preguntarle de nuevo por temor a que vaya pensar que soy un desmemoriado, nada bueno para un profesor. Al cortar llamé a mi prima, ella me dio la dirección exacta del colegio. Felizmente ese día, en la cafetería, me tocaba el turno de la mañana, así que apenas terminé salí como bólido hacía la entrevista. Llegué con 15 minutos de anticipación, tiempo en que pude examinar el colegio. Te lo describiría, pero para evitar que esta carta se extienda más de lo necesario, te envío una foto de ella donde estoy yo justo en la puerta.
 
Para ahorrarte la historia, la entrevista fue muy amena y entretenida. La directora es una mujer de mediana estatura, y su voz por supuesto que no obedece a su aspecto físico, el cual, por ser un caballero (creo que lo soy, al menos de cierta forma), no te ilustrare. Solo debo agregar que es una muy buena persona, muy gentil y servicial. Me dijo que estaba interesada en un profesor de matemáticas que cubriera al profesor de turno quien, por motivos personales, estaría ausente por tres semanas. Le dije que no tenía inconveniente y que por supuesto aceptaba el cargo. Me señaló que por no tener mucha experiencia, por no decir ninguna, el sueldo no sería el mismo al del profesor designado; hice las comparaciones y resultó que no estaba nada mal el sueldo que me tocaría recibir por tres semanas; ello, más la paga como mozo y las propinas, me dejarían buenos ingresos.
 
Y bueno amiga, han pasado cuatro años desde aquella entrevista. ¡O no!, no le quité el puesto al profesor, jamás. Sucede que el profesor regresó solicitando su despido, pues no podría enseñar más. Lo cual obviamente me benefició totalmente. El sueldo se igualó al que ganaba el profesor, por lo tanto, ya no vi necesario seguir como mozo en aquella cafetería miraflorina de nombre tropical.
 
Ha decir verdad, estoy muy contento con mi puesto, me va muy bien y tengo alumnos que me respetan y que son unos amores de personas, al menos conmigo. En cierta ocasión pensé que eso de estudiar para profesor había sido un error; y es que valgan verdades, he corrido con mucha suerte, pues el trabajo de profesor, al menos acá en Perú, es muy mal remunerado. Pero felizmente se me dio la oportunidad, y con una buena retribución económica.
 
A nivel personal, hay alegrías y tristezas. Pero no quiero ponerte melancólica, este no es el propósito de esta carta. Así que permíteme contarte las alegrías ¿sí?
 
Al año y medio de estar trabajando como profesor, se llevó a cabo el aniversario del Colegio, hubo pachanga, comida, orquesta y se juntaron varias promociones del colegio, las más antiguas. Tú sabes que para eso del baile y el trago soy aburrido, pero no podía faltar a la ceremonia, más aun cuando fue el primer colegio que me dio la oportunidad, ¿verdad? Fui vestido con un jean, una camisa blanca y zapatos marrones (sí, sí, sí, lo sé: lo mismo de siempre, jajajaja) y con un carné especial, diseñado para la ocasión, el cual permitía diferenciar a las promociones anteriores, alumnos, padres de familia y a los profesores. Estaba sentado en un rincón viendo como la gente se estaba divirtiendo, reían, comían, bebían, bailaban, todo un agasajo. En ese momento recibí un mensaje de texto en mi celular, cosa que se me hizo muy extraño pues rara vez recibo mensaje de texto; era CLARO, me informaba que si no le ponía saldo a mi celular hasta tal fecha, le darían de baja a mi línea, «Qué conchudos más sangrones que son lo de CLARO, yo pagué religiosamente todos los meses que duró mi contrato, y ahora, que el equipo es mío, me quieren obligar a que le ponga saldo, qué cabrones», recuerdo haber dicho eso en voz queda. De pronto, una sombre nubló mi vista, al subir la mirada una chica de piel tostada, ojos grandes color café, cejas pobladas, nariz semi-romana, con labios delgados y cabellos largos de tono castaño, me saludó: «Hola, soy Erika» me dijo; yo me quedé callado, no supe qué responder. «Tú… te me haces familiar, ¿de qué promoción eres?» preguntó mirándome fijamente. «No, nada que ver, me confundes, no soy exalumno, soy profesor» le dije señalando con mi dedo el carné que llevaba puesto. «Ay qué tonta, disculpa, pensé que eras exalumno» dijo ella sin quitarme la mirada. «No te preocupes. Por cierto, mi nombre es David. David Ruiz Caballero», le dije estirando mi mano. «Mucho gusto, David», dijo simulando una pequeña sonrisa.
 
Tres días después de la celebración, estando en mi cuarto calificando la práctica de mis alumnos, recibí un mensaje de texto, «Cómo joden los de CLARO, carajo» pensé; pero no, no eran los de CLARO amenazándome que si no le ponía tres soles al celular me cancelaban la línea, era Erika, sí, la chica que me saludó en el aniversario del colegio, ¿Locaso, no? «Hola, soy Erika. La que te confundió con un exalumno. Disculpa el atrevimiento de escribirte sin haberte pedido tú número, y es que necesito ayuda, necesito un profesor de matemáticas que ayude a un sobrinito que tengo, tiene problemas con los números. Crees que nos podamos encontrar para hablar del asunto. Sin estás interesado, obvio. Saludos». Fue el texto que recibí.
 
Mi primer impulso fue contestar de inmediato el mensaje, pero no tenía saldo. «Maldita sea, tendré que ponerle saldo a mi celular. Los de CLARO pretenden ganarme la batalla» exclamé en tono irónico. Y es que en verdad me dieron ganar de decirle que sí, que no tenía ningún problema en ayudar a su sobrino; mentira, yo solo quería verla de nuevo, y es que para serte honesto, amiga, me dejó impactado aquella noche. Su hermosa cara no desaparecía de mi mente. Pero bueno, como no tenía saldo y no le iba dar ese gusto a los de CLARO, y con tal de no parecer desesperado, decidí llamarla al día siguiente, a la hora del refrigerio. Así lo hice. Antes de almorzar, fui a la cabina de la esquina y la llamé. Contestó la llamada con mucha amabilidad, y le dije que era yo, pude escuchar un cambio en su voz al oír mi nombre, eso me gustó. Quedamos de vernos ese mismo día a las siete de la noche en el nuevo Starbucks que está en Larcomar. Oh si, y es que estos “points” están de moda; donde voltees hay uno, son los Mcdonal´s de la nueva generación, qué horror.      
 
¿Quieres saber qué desenlace tuvo nuestra reunión con sabor a cita? Permíteme darme un ligero descanso, tomo mi cafecito y sigo con la historia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario