lunes, 26 de agosto de 2013

POR DOS SOLES, UN MUNDO.





Es increíble lo que un par de soles (monedas) pueden hacer por una persona. Mis zapatos estaban sumamente mugrientos debido a la llovizna del sábado pasado, eran un asco total, lejos estaban de lucir el cuero color marrón que tanto me gusta. Ante ello, decidí pasar a lustrador de zapatos del mercado de Jesús María, que está cerca de mi trabajo. ♪Uno, busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias... ♫ Sabe que la lucha es cruel y es mucha, pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina…♪, me deleitaba Luis Miguel cantando unos de mis tangos favoritos. Rumbo al lustrador de zapatos, vi cómo varias personas ignoraban olimpiacamente las normas peatonales. Una madre cogió del brazo a su retoño y, sin medir el peligro, logró, por escasos centímetros, birlas el transporte público que se avecinaba libre de culpas puesto que la luz del semáforo estaba en verde. De ser esa mujer la madre de mí hijo, lo más seguro es que se hubiese ganado semejante tortazo por poner el peligro la vida de mi pequeño. El hecho de que la mujer haya traído al mundo a un ser no le da derecho de jugar con la integridad de su hijo. Si quieres arriesgas tu vida, hazlo, pero si te vuelvo a ver o me entero de otra estupidez como ésta, te denuncio, le hubiera espetado a esa regordeta mujer de cabellos amarillos como el choclo (elote). Seguí rumbo al mercado y pasé junto a una estética, cuyo artista es un hombre que se identifica más con el sexo femenino, me miró, me examinó, me escaneó, y brotó de él, o ella, una sonrisa de la cual no quise adivinar sus intenciones. No es la primera vez, pensé. Ya otras veces se me han quedado mirando de la misma forma. Supongo entonces que, lejos de incomodarme, debo sentirme alagado, así que le devolví el gesto y le sonrío con la misma naturalidad que ella, o él, me sonrió. ♪Amor en silencio, es vivir un momento a tiempo…♫ Amor en silencio, es un beso amar o dar perdón sin explicar solo un alma desnuda esa dicha puede lograr♪, me explica en esta ocasión Marco Antonio Solís. Estando en la Av. Garzón, me encontré con el supermercado «Metro», alcancé a ver algunas ofertas al paso, ninguna me llamó mi atención, no hay ofertas en pañales, leches, pañuelos húmedos ni nada para bebés; únicamente hay ofertas de mujeres adornando los artículos domésticos de limpieza, todas ellas felices por los grandes resultados de sus jabones. Nada me interesó, seguí de largo, y pensé: Las mujeres se quejan del hombre y su “machismo”. Porque entonces no se quejan con las agencias de publicidad y con sus congéneres, quienes siendo mujeres, las modelos, al menos, se prestan a que en pleno siglo XXI, y con la supuesta “igualdad de género” ganada, sigan etiquetándolas como esclavas domésticas cuyas virtudes, fuera de la profesión u oficio que ostenten, es la de saber distinguir sobre el mejor jabón de platos o de ropa. Amén. O caso han visto a un hombre diciendo en un comercial de jabón: ¡Ay, estas manchas de grasa no salen! Usted, Don Benito, ¿qué jabón usa? Obvio que no. Llegué a la esquina y me tropecé con un anciano de aspecto montañés, de barba espesa y gris; tocaba torpemente algo que simula ser una flauta. Bajé el volumen de mi Ipod; el sonido que emitía es tan feo como un chido de una rata; el anciano no me miró ni me dirigió la mano, ambas están ocupadas tocando aquel plástico viejo y sucio que simulaba ser un instrumento de viento. Vestía andrajosamente, y brotaba de él, creo, un hedor inhumano. ¿No se sentirá él mismo? A su frente había una lata que no tiene etiqueta alguna (¿de leche, de piñas, de duraznos?), dentro hay una par de monedas, me seguí de largo, traté de ignorar al viejo y su ruido, pero, presa del remordiendo, regresé ¿Quién elige esa vida? Quizá pudo ser alguien grande, y el destino le jugó en su contra. Recordé entonces una entrevista de un dominical en el cual decían que a los ancianos y niños, sus propios parientes, los obligaban a limosnear por las calles de Lima, so castigo de golpiza y maltrato si no llevan la recolecta voluntariosa de los parroquianos. Reflexioné. No quiero que lo golpeen al pobre viejo. Hurgué mi bolsillo y saqué una moneda de un sol y la deposité. La lata emitió el sonido pero el abuelo no me agradeció. Tampoco dejó de tocar. En la esquina, doblé hacia la derecha, una señora de tez morena, chata y uñas extravagantes le consultaba a la vendedora de Dvds piratas si tiene la película de «Lotería de Amor», pero en Blu Ray, la vendedora niega con la cabeza pero la consuela diciéndole que la tienen en Dvd normal, y que es de muy buena calidad, Está en español latino, le ofertó. Pasé por el quiosco de periódicos y leí que el Presidente Humala sigue bajando en las encuestas, otra nota resaltante señalaba que el caso Fefer se posterga porque la Vocal que debió dirimir decidió retirarse del proceso. Pensé: Es curioso, el asesinato de la señora Myriam Fefer atrajo tanto la atención del país, como la mierda a las moscas, que no me sorprendería que la novela que se ha tejido al respecto sea obra del Estado para llamar la atención respecto a las porquerías que el Gobierno de turno hace con nuestro futuro. “Teoría de la Conspiración N°02. ¿Eres la asesina de tu madre?” Anoté en mi libretita como asuntos pendientes de publicar en mi blog. Consulté mi reloj y sigo rumbo al lustrador de zapatos. A mi izquierda, cruzando la calle, había varias mesitas improvisadas en las cuales se ofrecen tamales, Tamales, lleve sus ricos tamales, caserita, ofrecían los pregones tamaleros, pero la clientela estaba baja, y la poca que había decide por las crujientes y malignas presas de pollo del KFC, de modo tal que los pregoneros tamaleros ven con cierta amargura la competencia proveniente de las tierras del tío SAM. ♪A quien quiero mentirle Porque quiero fingir que te olvide Trato de convencerme… ♫ Que no sentí un amor tan profundo Y quedaste en el ayer Yo trato de olvidarte, yo de verdad lo intento Pero no lo consigo…♪, me declaraba Marc Anthony mientras le preguntaba al lustrador cuánto me costaría dejar como nuevos los zapatos que llevaba puestos. Los examinó con rigurosidad; les puso mala cara. Viene de la guerra, jefe, preguntó con una media sonrisa burlona que deja entrever el pan con atún que acababa saborear. Dos soles es el precio convenido. Me invitó a tomar asiento a la vez que me ofreció el período del día. En la portada del periódico El Trome ¾que forma parte del mundo amarillista de noticias que tiene nuestro país¾ estaba un joven, atlético y hasta buen bozo Sylvester Stallone compitiendo contra un viejo, arrugado y carón Sylvester Stallone, 'Rambo' podría ser convertido en una miniserie de televisión, rezaba el titular. En la sección de deportes estaba la foto del arquero de ¢Universitario de Deportes¢ José Carvallo, "Aprovecharé al máximo mi convocatoria", señalaba el arquero convocado para el encuentro de Perú vs Uruguay por las Eliminatorios-Mundial Brasil 2014. Pienso: Así se escribe mi apellido: ¢Carvallo¢ y no ¢Carballo¢, mi abuelo se apellida Carvallo, algunos de mis tíos también Carvallo, mi papá es Carballo al igual que mi tío Carlos Carballo, mis hermanos y yo somos Carballo, mi hijo es Gabriel Carballo; legalmente ninguno de los Carvallo es  familia mía, consanguíneamente todos los Carvallo, lo son. Seguí hojeando el periódico sin detenerme a leer un artículo completo; todo su contenido me paría fofo, aburrido y reiterativo. En Ate muere mujer degollada por esposo celoso. En San Juan de Lurigancho muere abuelo por no usar el puente. En Lima crece la delincuencia a un 80%. En el Perú el 75% de mujeres son analfabetas. Cae policía corrupto con cien soles en coimas. Eran varios de los titulares de El Trome.

 

*

 

♪Dueño de ti, dueño de que dueño de nada un arlequín que hace temblar tu piel sin alma.♫ Dueño del aire y del reflejo de la luna sobre el agua. Dueño de nada, dueño de nada♪, me decía José Luis Rodríguez el PUMA. Eché un vistazo a mis zapatos; ambos están llenos de jabón líquido, espumosos y burbujeantes, Jefe, sí que están realmente un asco, me espetaba el lustrador de zapatos. Es un tipo chato, de figura regordeta, de nariz aguileña y frente amplia. Pensé en mi primo Juano. La última vez que lo vi fue en la ceremonia el Sindicato de Circo, Espero que esté bien mi primo, deseé. Jesús María estaba fría, el aire era helado y el cielo lleno de nubes grises estaba. En mí delante habían varios cambistas ofertando el tipo de cambio del dólar. Llevaban sus chalecos oficiales de cambistas, sus manos estaban armadas con billetes de veinte, cincuenta y cien dólares y una calculadora de bolsillo. De fondo, el chillar claxon, el ruido de los motores y los gritos de los copilotos del transporte público, son nuestra sinfonía, cruel sinfonía urbana. Mi celular vibró. Era un mensaje de mi esposa: 'Amor, me estoy yendo al súper con Gabito y mi mamá. Te amo¢, me escribió. A mi derecha, sentada, había una señora a quien otro lustrador le estaba terminando de limpiar sus botas color marfil. La señora, sin remordimientos ni las precauciones mínimas, presumía por lo alto su Ipad con pantalla retina. Alcancé a ver, como quien no quiere la cosa, que en su pantalla había unas figuras coloridas seguidas de líneas que iban y venían, ví montañas, ríos color oro, carriles, trenes, y estrellas multicolores, y… ¿Un dragón? Oh, está jugado Candy Crush. Tomé de nuevo el diario que dejé a medias, y para no leer más los pobres y tristes titulares, me antojé ser algo más intelectual y me fui al crucigrama. Estaba intacto. Nunca he logrado llenar uno en su totalidad, y al comenzar a leerlo, supe que esta tampoco será la excepción. «La mayor vía fluvial de Europa. Con sus elementos más espaciados de lo regular en su clase». Ni idea. «Poeta considerado como el padre de la poesía lírica francesa. Título croata a los que gobernaban un territorio» Tampoco tenía (ni tengo) idea. Me rendí. La mujer del Ipad con pantalla retina se había retirado ya, el lustrador de zapatos que lustró las botas de la dama sacaba las cuentas del día; no hay billetes, solo monedas de uno, dos y cinco soles. Sacó cuentas en su cabeza, y con expresión de gracia, las guardó en su canguro color azul chillón y del cual cuelga un escudo del Real Madrid. Mi lustrador de zapatos me alzaba la mirada y me preguntaba algo, traté de leer sus labios pero no entendía nada; sus dientes de caballo adornados por una sombra verdosa y placas amarillentas distrajeron mi atención. Puse pause a el PUMA, quien ahora me dice que por haber abandonado a su amada, que por dejar que muriera el amor, el culpable es él. Disculpe, no lo oí, me excusé con el señor limpiador de zapatos. Que si gusta grasa o líquido, jefe. Le indiqué que grasa. Hasta donde sé, es mejor para los zapatos de cuero. Me afirma con la cabeza y siguió su faena. Vibró de nuevo mi celular, no era es un mensaje, era un llamada de mi tía Iarida: «Hola hijo. Cómo estás, cómo está tu esposa y Gabito. ¡Ay qué bueno! Entonces nos vemos el día sábado de todas maneras, ¿verdad? Listo hijito. Yo les doy tus saludos. Cariños por casa» La tía Iraida siempre tan atenta, caray. Pensé: Es curioso, es la tía con la que menos crecí, con la que menos hablé y tiempo pasé, pero es la más preocupada de todas. Por semana, mínimo, me llama cuatro veces, y siempre pregunta por la familia. Es muy cariñosa, afectiva y preocupada. Si en Lima tiembla, es la primera en llamar y preguntar por la integridad familiar. Siempre nos da consejos para la salud y bienestar de mi hijo Gabriel. Su esposo, mi tío Oscar Mavila, es un hombre bonachón de carácter campechano, a quien, por ser presa de la tecnología, y gracias a su nuevo ¢Table¢ lo he bautizado como el “Loco Facebook”. Que Dios me los guarde por muchos años más. Agarré otro periódico al azar, no leí los titulares, ¿qué tan ajenos del primero pueden estar? Me fui directo al crucigrama, no me daba por vencido. Hoy día sí que están bravos los crucigramas, carajo, musité cabizbajo, y nuevamente derrotado por los intelectuales de las Editoriales. Regresé a una página anterior y un artículo pequeño, pero interesante, llamó mi atención. Tres Chiquitas, titulaba: (i) ¿Sabías que con la mitad de una cebolla puedes revivir el brillo de los zapatos de charol? Se parte a la mitad y se frota suavemente sobre los zapatos. Quedarán como nuevos. (ii) ¿Sabías que comer muchas carnes rojas podría aumentar el riesgo del Alzheimer? El Profesor George Bartzokis, de UCLA en los Estados Unidos, dijo que la enfermedad es causada por una de dos proteínas, una llamada tau, el otro beta-amiloide. (iii) ¿Sabías que las personas revisan sus Smartphones 150 veces al día? De acuerdo a un estudio reciente, quienes poseen un Smartphone prácticamente lo revisan cada seis minutos y medio como promedio, que en total en el transcurso de un día de 16 horas -sin contar las horas de sueño, las personan lo revisan unas 150 veces. Varias cosas eran seguras luego de leer tan corto pero ilustrativo artículo. Uno, no tenía zapatos de charol, así que de momento no podía poner a prueba la teoría del brillo que causa la mitad de una cebolla. Dos, reduciría el consumo de carnes rojas, no quiero llegar a padecer de ésa enfermedad que es tan cruel con las familias. No recordar a tus padres, hermanos, hijos, ha de ser jodido, además de horrible. Tres, a Dios gracias no tenía (ni tengo) un Smartphone, por tanto no estaba ni estoy dentro de ese porcentaje de zombis tecnológicos que paran fijándose cada seis minutos y medios si hay alguna novedad en sus redes sociales o si alguien le puso like o no a su comentario. No soy amante de los Smartphone. No me agradan. Mis primos se burlan de mí por el pobre y viejo celular que tengo, pero prefiero ser un aburrido que ser un estúpido más que le presta mayor atención a la minipantalla táctil, que a la persona que tienen en frente.

 
 
*                 
                

♪Porque yo quiero crecer en ti y sentir contigo, tan cerca y no darte amor, yo no lo concibo ♫ Y tengo tanto tanto amor, aquí estoy esperando. Tanto tanto amor los dos disimulando♪, me susurraba Basilio, con esa voz tan fina y fuerte a la vez. Es una pena que haya muerto, me dije. Seguía pendiente también de mi celular. La llamada que esperaba no llegaba. ¿Qué le habrá pasado? ¿Por qué ignora mis mensajes y llamadas?, me preocupé. Supongo que todo a su tiempo, para él no ha de ser fácil esta situación; todo le cayó de un solo golpe. Seguí esperando. El avance de mis zapatos es notorio, han cambiado mucho su aspecto, pero aún no lucen como quiero. Miré a mi alrededor, todo marchaba con rapidez; señoras llevando el mercado del día o de la semana, cargando las bolsas pesadas que resguardan las frutas y verduras, los menestrones y las especias adquiridas. El compañero de mi lustrador de zapatos, aguardaba paciente que otro cliente, hombre o mujer, pida sus servicios. Mientras tanto se ponía a revisar otro de los tantos periódicos que han comprado. Me detuve a verle, es un hombre poco más joven que mi lustrador, pero su destello es completamente distinto, mientras mi lustrador de zapatos no deja de reír y ponerle buena cara a su labor, el joven tenía una cara dura, casi sin expresión, sus hombros estaban encogidos y de su oreja colgaba un arete, una cruz plateada. Observé sus brazos, son más cortos de lo normal y estaban adornadas por fieras cicatrices unas muy seguidas de otras, ¿Colección de enfrentamientos bélicos interbarrios?, presumí. Dejé de prestarle importancia al compañero de laburo de mi lustrador de zapatos y me puse a cavilar sobre el sueño que tuve anoche. No era la primera vez que soñaba con ese felino. Pero había pasado tiempo desde la última vez. Recuerdo soñar con ese gato de enormes y filosos dientes desde que tengo doce años: Ando caminando por los alrededores del circo, no sé qué circo es, eso no importa. Camino como lo haría un turista, sin malicia ni remordimientos, sin presagiar el futuro. De pronto alguien grita ¡Se escapó el tigre! Y todo mundo corre. Yo no veo nada. No me inquieto, no me alarmo, sigo caminando. Luego, tras caminar diez metros, volteo; a lo lejos hay una figura que no logro descifrar, me acercó a la figura, preso de la curiosidad. Es el tigre. Trato de disimular mis nervios, mi miedo. Volteo y comienzo acelerar el paso, volteo de reojo y el tigre sigue quieto, pero ya advirtió mi presencia. Camino a zancadas, mis manos tiemblan, mis piernas se doblan, mis dientes cascabelean, soy un títere sin su titiritero. Un sudor frío recorre mi espalda. Volteo de nuevo, el tigre me acecha, sus hombros bailas, su mirada es penetrante, sus garras parten el suelo, y se lanza a gran velocidad hacia mí. ¢Corre, niño. Corre…¢ oigo que gritan, no sé quién me advierte, pero comienzo a correr. Volteo de nuevo y el tigre está cerca de mí, ruge con cada salto que da. Sigo corriendo, pero mis piernas no reaccionan, me pesan y me cuesta mucho moverlas, no me obedecen, son inútiles, se han convertido en peso muerto. Volteo, el tigre está a pocos metros de mí. Grito pidiendo ayuda, pero no logro escuchar mi voz, giro de nuevo con más fuerza, pero no emite siquiera un leve lamento. Mis quejidos se ahogan en mi garganta. Volteo, y el tigre se ha lanzado sobre mí; lo veo en cámara lenta, sus patas delanteras están completamente estiradas, sus ocho garras delanteras están perfectamente alineadas, su hocico es enorme, también sus colmillos, su pelaje baila al compás del viento. Cierro los ojos, respiro hondo. Ya no hay nada que hacer. Siempre es lo mismo, cuando está por atraparme, soy salvado por el despertador de mi celular, por la luz que se escabulle por la ventana o por el ruido insignificante de cualquier cosa. No tengo ni la más remota idea de lo que ese sueño pueda significar. Esta vez fue un tigre, otras veces es una leona. Pero… ¿Por qué un felino de fieros instintos? ¿Qué representa o a quién representa? ¿Y por qué me ataca?



* 

Ahora era Ricardo Arjona quien me deleitaba con la canción ¢Señora de las cuatro décadas¢. Me hace recordar aquellos ayeres de circo en los que, en secreto, dedicaba esa canción a una mujer mayor que yo, casada y con dos hijos, su hermosura es completamente distinta a lo que su nombre podría indicar; lejos está de lo que el nombre pueda brindar, es una mujer de belleza delicada. Fantasías de un adolecente soñador, pensé. El lustrador de zapatos intercambiaba dialogo con su colega lustrador, no sé de qué hablaban o de quién. Mis zapatos iban tomando la forma y el color que quería. Falta poco, pensé. Nuevamente mi lustrador ocasional me lanzaba una pregunta, no la escuché, pero presumiendo que se trata de una consulta relacionada con mis zapatos, asentí con la cabeza. ¿Y cuándo fue que le metieron el dedo, jefe?, me preguntó. Dudé sobre lo que me había preguntado. Me sacó de cuadro, me desubicó. ¿En verdad me había preguntado si me han metido el dedo? No le di crédito a lo que escuchado, así que puse en stop a mi cajita musical. Disculpe, no escuché bien la primera pregunta. Me la repite, por favor.

¾ Si jefe. Si ya se ha hecho el examen de próstata.
¾ No, todavía no.
¾ ¿Qué edad tiene, jefe?¾ Preguntó hurgando en sus bolsillos hasta dar con la franela color roja.
 ¾Tengo treinta¾ respondí de manera cordial, con el tono de quien da por concluida la conversación.
¾ Uhhhhhhh…¾ aulló mi lustrador de zapatos con una leve sonrisa torcida, a lo Sylvester Stallone, y frotando la franela roja sobre mis zapatos, agregó¾: Todavía le quedan diez años para ser feliz. Y rió de manera exagerada, abrió tanto la boca que dejó entrever que le faltaban varias muelas.
¾ Es que a este comparito ya le metieron el dedo varias veces. Le encanta ir a su consulta con el urólogo¾  interrumpió su colega lustrador, ese que hace un instante sacaba cuentas del día y revisaba el periodo. Y con tono campechano, señaló¾: Aquí al hombre le gusta, le encanta ir al urólogo que queda en la Victoria. Un zambo de metro noventa, con dedos gigantes. Rió también sarcásticamente. Y, dando a entender que es broma, se acercó hacia mi lustrador de zapatos y le palmeó el hombro.

Pero mi lustrador no se dejó:   
¾ Calla huevón. Si a quién le gusta que le metan el dedo es ti. Rosquete de mierda. Ja, ja, ja, ja. Yo he ido una vez en toda mi vida. Y obvio pe huevón, te tienen que meter el dedo, sino cómo chucha te analizan la próstata ¾ Me miró y me sonrió discretamente. Al cabo de uno segundos, y ya dejando impecables mis zapatos de cuero color marrón, mi lustrador, con voz de experiencia en el campo de guerra, me advirtió¾:Cuídese mucho, jefe. No es broma, esta huevada de la próstata es cosa seria. Yo me cagaba de risa, no le hacía caso, decía que nunca me dejaría meter el dedo al poto, que eso es de maricones. Y le daba duro a mi vida de hijoputa. Ahora estoy cagado. Mi próstata tiene el tamaño de una papaya. A nadie le gusta que le metan el dedo al culo, solo a los cabros como mi compañero. Ja, ja, ja. Listo jefe. Terminados. Son dos soles.

Le pagué lo acordado, me levanté y vi mis zapatos. Más brillosos imposible, dije con voz queda. Agradecí el servicio prestado, y me puse en marcha rumbo a la oficina. El día gris seguía; la llamada que esperaba, no llegó. Consulté mi reloj y habían pasado sin darme cuenta casi quince minutos desde que me senté y dejé que lustrador de zapatos cumpliera con lo que mejor sabe hacer, dejar como nuevos los zapatos. Me dispuse a poner play a mi cajita musical cuando fui interrumpido por una voz grotesca que me gritaba:

¡Recuerde jefe. En diez años, le meten el dedo!

 

 

Lima, 26 de agosto de 2013.

             

martes, 13 de agosto de 2013

Haz fama y échate a dormir


 

 

Hace un poco más de diez años, cuando aún no había ingresado a la universidad, ni planeaba casarse y tener hijos, Ricardo, joven entonces, dueño de una sonrisa comercial, se hospedó en la casa de uno de sus tíos. Fue el segundo hogar en el que estuvo antes de mudarme a la calle Cádiz, en Pueblo Libre. En ese entonces tenía 17 años, maravillosos 17 años. Vino a Lima a operarse el cartílago de la rodilla izquierda; y, aprovechando el pánico, le dijo a sus padres que deseaba quedarse, concluir sus estudios y seguir una carrera profesional. Contrario a sus temores de enloquecer por romper la tradición circense  familiar, los padres, lo apoyaron.

Cuando se mudó a la segunda casa, que también estaba (está) en Pueblo Libre, pensó que todo sería chévere, lo fue. De cierta forma. Al inicio sus primos compartían su cuarto Ricardo. La pasaban bien aunque algo apretados; por ello, la madre de sus primos, doña Pilar Montenegro -Pili, para la familia-decidió acomodar el cuarto del servicio que estaba en la azotea de su casa: un cuarto pequeño de 3x3 y paredes blancas. No tenía internet, no tenía tele (menos cable, obviamente), no tenía un frigobar y tampoco tenía baño. Únicamente tenía una ventana que daba a los pies de la cama. Pero él estaba feliz allí, de cierta forma era independiente, tenía la azotea a su disposición y el aire fresco era su mejor inspiración.

Ricardo iba a un colegio "no escolarizado", de esos que hoy abundan como frutas en el mercado, que se encontraba en el distrito de San Miguel, cerca de la casa familiar en la calle Arica. Todas las mañanas salía temprano para pasar primero por la casa de San Miguel, allí su tía Rosa (hermana de su mamá y cuñada de Pili) lo espera con un rico desayuno: dos huevos fritos con su pancito francés y su café humeante acompañado, por supuesto, de la agradable compañía de la tía Rosa y su prima Claudia “patito”. Luego del desayuno, se dirigía a estudiar. Sacaba buenas notas, casi en todas las materias sacaba 18, salvo matemáticas (14) y ciencias naturales (13) ¿Seres bióticos y abióticos?, se preguntaba sin hallar respuesta inmediata. El no tener tele en el angosto cuarto era muy positivo. No hubo distracción alguna y se enfocaba en hacer la terea. Leer, comer chocosoda, leer, dibujar, comer club social, leer y dormir, era su itinerario, el cual cumplía religiosamente. 

¡Qué vida!      

Pero no todo es bueno. Y lo que es bueno, no siempre dura.

Luego de varias semanas de estudio, con resultados óptimos, el cuerpo de Ricardo pedía un respiro. Y es que en verdad se desvelaba leyendo historia y literatura del Perú, le encantaba. Sin embargo el cansancio y las horas de sueño le pasaron factura. No bajaron sus notas, no. Pero pese a su recio peso (de aquel entonces), parecía un alma en pena, de andar pausado y fatiga al hablar, era como si llevara plomo en sus pies y una papa caliente en la boca; sus ojos estaban rojos, y además presentaba ojeras que no eran propias de su sello personal. Todo ello concluyo en una sola cosa: Se drogaba.
Así es, bueno, afirmó lo que se decía de él. Pero era completamente falso. Nunca en su vida ha probado un porro, mota, wiro, sustancias toxicas y/o alucinógenas. Sin embargo, para cierto sector familiar, ésa era la respuesta más lógica que había ante el estado anímico de Ricardo. Se drogaba. No importaban sus buenas notas, no. Al carajo con ellas. OJO ROJO = DROGADICTO.
Y así fue como el buen Ricardo prendió "LÓGICA".
 
Nota curiosa: en la casa donde vivía Ricardo, de la cocina hacia la azotea, había una empinada y estrecha escalera que conectaba al primer piso con la puerta falsa del segundo piso y que permitía el acceso directo a la azotea, a dos pasos de la puerta de su acogedor cuarto de 3x3. Un día asaltaron una casa vecina: los hampones ingresaron por la azotea de ésa casa, y la vaciaron. Dejaron a dos ancianos, pensionistas del Estado, en el más completo despojo personal, ni los dientes de porcelana recientemente estrenados, perdonaron los amantes de lo ajeno. El tema se divulgó como pólvora entre los vecinos y, obvio, no tardó en llegar a oídos de la tía Pili, quien por seguridad "familiar" decidió poner dos puertas antichoros, las más sofisticadas que el mercado podía ofrecer. Una en la cocina, que bloqueaba el acceso a la escalera, y la otra puerta en el segundo piso, la cual bloqueaba el acceso al segundo piso. Así, los malandrines, si entraban POR LA AZOTEA, no podrían vaciar la casa ni hacerle daños a nadie. A eso se le llama inteligencia, refirió la tía Pili, un domingo cualquiera.

¡Oh! Un momento, Ricardo vivía en la azotea.   


¿WTF...?
En el cuarto de 3x3, pese a su reducido tamaño, era el  lugar preferido de Ricardo. Tenía gran comodidad (por raro que parezca), y como lo dije al inicio, gozaba de plena independencia. Los inconvenientes se presentaban cuando le daba hambre o sed, el acceso a la cocina estaba bloqueado por la puerta anti truhanes que hábilmente habían puesto. Otro gran problema eran las necesidades fisiológicas, el baño más cercano estaba en el segundo piso, que también estaba bloqueado por la segunda puerta anti malos.

Me meo, carajo. En verdad que me meo...

Así aprendió el gran uso que se le puede dar a sendas botellas vacías.

Una noche, llegando de la casa de la tía Rosa, en San Miguel, Ricardo pasó por una pollería y ordenó un cuarto de pollo a la brasa, “Mister. Por favor, parte pecho”, insistió. Llegó a su cuarto, abrió el álbum de fotos familiar, y, recordando con melancolía los ayeres en los yunaites, se dispuso a despellejar y a devorar el pollito. No hubo más remedio que comer con las manos, que dicho sea, es la mejor manera de comer un cuartito de pollo; las papás, calientes y saladitas, también con las manos; y no lo hacía por grosero, no. Carecía de utensilios de cocina, recuerden que el cuchillo y el tenedor estaban en el primer piso, en la cocina, cuyo acceso fue bloqueado. Terminó su pollito y sus manos estaban llenas de grasa “No me dieron servilletas, carajo”, observó. No tenía con que limpiarme, sabía, por harta e incansable experiencia, que la grasa del pollo es difícil de sacar, por eso no usó su ropa ni sus toallas “¿Con qué me limpiare…con qué mi limpiaré? Caminó de punta a punta con la mirada clavada en el piso tratando de encontrar con qué limpiarme. Alzó la mirada y se topó con la cortina “blanca” que adornaba la venta de su cuarto de 3x3. “Bueno. Me limpio y ya mañana, a primera hora, te lavo”, repuso, sin más miramientos. Sin embargo pasaron los días y nunca limpió la pequeña cortina “blanca” ahora adornada con manchas de grasa y olor a pollito. Se le pasó por alto, ni le di importancia, la ignoró, y la dejó de lado.
Llegó el momento mudarme. ¿Lugar?, la casa de sus tíos ubicada en la calle Cádiz, en Pueblo Libre. Del cuartito pequeño de 3x3 empacó todo lo suyo. Dejó únicamente la cama y el colchón, no eran de Ricardo, sino prestados por los dueños de casa. Le invadió la nostalgia al marcharse del pequeño cuarto, había sido un buen sitio; lo cobijó y, cual centinela, cuidó de sus sueños. Nada le había pasado, nada había dejado.
Pasó el tiempo y se acomodó rápido al nuevo cuarto. Esta vez tenía un compañero de habitación, su primo ojiazul, Joan Morales Cavalli. Ricardo terminó el colegio "no escolarizado";  ingresó a la PRE de la UIGV, ingresó a la facultad de Derecho y Ciencias Políticas, hizo nuevas amistades, vinieron nuevas experiencias, nuevas ilusiones y nuevos desafíos.

Ricardo estaba feliz. 


Una tarde cualquiera, del verano del 2002, Ricardo, ahora universitario, pasó a visitar a su querida tía Rosa. Desde que ingresó a la universidad no le daba el tiempo necesario, o al menos el que él deseaba, para visitar a su tía y sus primos. Y ante el infortunio de ser declarado huésped indeseable por ser tan "ingrato, programó una ida a la casa y tomar un rico cafecito. 

"Sobrino, no quiero incomodarte con lo que te voy a decir, pero creo que es preciso y necesario que lo sepas, y entre más pronto mejor. Recuerdas el cuarto pequeño que ocupabas en la azotea de tu Pili. Bueno, ha pasado algo curioso. Algo que se ha regado como leche en el piso. Me da vergüenza contigo, caray. Recuerdas la cortina blanca, esa que estaba en la ventana. Sucede que tu tía la encontró luego de que tú la dejaste; la encontró sucia y eso no le agrado. Y es que dice que allí has limpiado tus..., este, tus...bueno, que te has pajeado y allí has adornado tus líquidos seminales…"
Sentenció la querida tía Rosa.

Rojo como tomate, se encendieron los cachetes de Ricardo. Quería que se lo comiera la tierra. No porque era verdad, sino que pese a ello sentía una enorme vergüenza ante su tía Rosa. Por supuesto que también le invadía la cólera. Cómo era posible que lo acusaran de tan baja perpetración. Ensució la cortina, sí, pero nunca con sus secreciones. Digo, santo no soy, y no pretendo serlo, le refirió a su tía Rosa. La masturbación formaba parte de la  vida adolescente de Ricardo, como la de la mayoría de los muchachos de su edad, pero de allí a que se limpiara en las cortinas, jamás. Pensó en reprocharle a su tía Pili tamaña acusación, pero la tía Rosa, mujer de noble espíritu y experiencia confortable, le hizo recapacitar en el tema, y le señaló que era algo sin importancia, que ella y su madre le creían a Ricardo ("Carajo, ya había llegado a oídos de mis padres. Qué roche. Qué vergüenza"). Que no valía la pena ganarse un problema por algo que no tiene sentido, que bastaba con saber que era falso, le consolaba la tía Rosa. Pero habían mancillado su honor (de nuevo) y por segunda vez. Recuerden que por tener los ojos rojos, era un drogado más.
El tiempo pasó; volvió a ver a su tía Pili y del tema nunca lo hablaron, nunca la increpó tampoco. Hubiese sido más bochornoso para ella, que para mí, el tratar un tema tan delicado como la masturbación y sus consecuencias, de decía Ricardo. Así que por el bien de los demás y el propio, Ricardo decidió enterrar la acusación de pajero depravado con tendencias bizarras, para siempre. Sin embargo, Ricardo, tiene la fortuna de tener primos tan buena onda, tan chéveres consigo, que cada cierto tiempo, en una reunión social o familiar, le dicen “El pajero viola cortinas”. Muy creativo, a decir verdad. No le ofende, en lo absoluto. Se río con ellos y se presta, con hidalguía de quien se sabe inocente,  a las bromas. Pero no dejar de ser algo falso, algo que se creó a sus espaldas. Le hubiese gustado mucho que antes de andar con la boca suelta se lo hubieran consultado “Sobrino, ¿te has hecho la paja y has usado la cortina como trapo?” Lo hubiese negado, y todo bien, aquí nunca pasó nada. Pero no, a la gente le gusta hablar de terceros, y si pueden hablar mal, mejor. Es como una adicción, algo que te atrapa, te enreda, se mete por las venas y envenena el corazón.

Así es la sociedad en general. Si tienes un buen puesto de trabajo no es mérito, es padrinazgo. Si te compras un auto, seguro con dinero mal habido. Si tienes dinero, en algo turbio estás. Si te va mal en la vida, eres un pobre diablo. En fin, ejemplos sobran. Ricardo lo único que recuerda es: haber llegado a ese cuarto pequeño de 3x3, sacar su álbum de fotos familiar, comer su pollito, limpiarse las manos llenas de grasa en la cortina, y echarse a dormir.      

 

  
                                                                                                   Lima, 13 de agosto de 2013.

viernes, 2 de agosto de 2013


LA CULPA ES DE EVA

PRIMERA PARTE

 

Hay quienes nacen con estrella, otros nacen estrellados. Hay quienes nacen con fortuna, otros nacen afortunados (no, no es lo mismo). Hay quienes saben a qué vinieron a este mundo, hay quienes lo descubren con cada paso. Hay quienes inspiran, hay quienes negamos. Somos pues, parte de un libreto pre determinado. ¿Por Dios? Somos personajes de un cuento cuyo fin, a veces, no está escrito. Y cuando sientes que todo es una maravilla, te das cuenta que has construido tu fortaleza sobre arenas movedizas. Somos entonces, el resultado caprichoso de un futuro incierto, y es tan cierto, que nada está dicho. Entre más alto llegues, más dolorosa será la caída. Dependerá de uno mismo, y nada más, si ante cada adversidad, aprendes a levantarte o dejarte llevar por la desdicha que, como obstáculos olímpicos, te pone la vida.  

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Viendo su billetera, color marrón y notoriamente desgastada, que fue regalo de sus 27 años, hace tres años, es cuándo se dio cuenta que las cosas no marchaban bien. Era julio y el frio limeño calaba hasta los huesos. La lluviecita, por otro lado, estorbosa y odiosa como siempre, amenazaba con resfriar a los de a píe. Había que abrigarse hasta las orejas, la economía no permitía, y menos ahora, el lujo que se  podían dar placenteramente los hacendados de la gran Metropolitana, enfermarse de gripe. Pero él que culpa tenía; no sabía de fríos ni de calores, de vestimenta, de modas, de resfríos, de gustos; no conocía la angustia y la desesperación que causa la tibia  economía familiar. Su único deber era comer, dormir, comer, cagar y comer; esto último lo más preocupante. Además, tampoco tenía porque preocuparse, no era su responsabilidad, era de ellos. Pero él exigía, sin sentimientos de por medio, que cumplieran con la obligación que tienen todos aquellos que tuviesen el rotulo, grande o chico, acomodados o no, de PADRES.  Trescientos soles, y estamos recién en quince, ¿qué hacer?, se repetía el padre, sin esbozar palabra alguna a su querida. Ella, al igual que el exigente, no tenía culpa alguna. Ella ―cándida esposa de piel morena, alma inquieta y corazón alegre― había cumplido con su cuota respectiva hace dos semanas. Libre de culpas, consultó el precio de los tarros de leche. S/. 95.00 Soles cada una. Los compramos de una vez o prefieres ir a la farmacia cerca de la casa, consultó la señora del hogar, con el tono delicado de quien se preocupa únicamente de que no se agote el producto dictado por el pediatra. Caminaron rumbo a casa con las compras del día, y el padre de familia avanzaba esperándose, inútilmente, que las latas estuvieses un tanto menos que en la farmacia antes solicitada. Cosa improbable, pues tanto la farmacia que se encontraba fuera del supermercado y la ubicada cerca de casa pertenecían a la misma cadena farmacéutica. Esta vez él consultó por los alimentos: ¡¿Tres soles más por cada una?! ¿Cómo era posible? Es ilógico. Ambas son de la misma franquicia. ¡Qué descaro más grande! No seré participe de ésta estafa. ¡No!. Iba rezongando el papá con cada peldaño que iba subiendo por las escaleras del hogar. La madre del exigente, sin remilgos y fiel a su estilo comprensor, virtud forjada por las largas horas dedicadas a la cuida de proles en su época estudiantil, escuchaba atentamente, como lo hace el alumno ante la brillantez del educador, los berridos de su querido esposo. Él no lo decía, era un secreto íntimo el que se ahogaba en su joven garganta cada vez que él tenía que compadecer con los alimenticios de su vástago: Pero yo por qué, si ella es la que quiso suspender la lactancia al bebé. Hay mujeres con hijos grandes que aún están, como monos prensados a liana, alimentándose directamente del pecho de la madre. Ellas, gustosas y libres de complejos, y ante las miradas rojas por los que gustan de lo ajeno, les brindan a sus exigentes el néctar natural que no se encuentra en polvo en las farmacias, libres de manipulaciones científicas. ¿Acaso sale de su bolsillo algún cobre? No. Ni la mitad. Si acaso en pañales, ropita, juguetes y mudas. La madre, luego de parido, como fiel primeriza, ardía en llanto cada vez que su exigente, cada dos horas, y más puntual que un tren inglés, pedía pecho. Probó de todo, nada hizo efecto. Googleaba en internet métodos alternativos, científicos o caseros, para que sus inexpertos pezones no reventasen con cada succión. Todas fueron utilizadas sin el éxito, ni mediano, que presumían las páginas visitadas. Ya pasará, es cuestión de meses. Tres a lo mucho, le consolaba su madre ―hembra traga años de aun buen ver, con tres matrimonios a cuestas, todos al tacho, pero de manos inquietas, hábiles, y de espíritu jovial para con su lustre descendiente― con la competencia que le dan los años de experiencia y el haber pasado por el mismo camino tres veces; la última hace 25 años. Ante el sufrimiento inhumano que acarrea ser mutilado por los labios, encías y lengua del exigente ¿Y es que, qué derecho tienen un infante de desgarrar los primerizos y sensibles y bisoños pezones de quién, en un futuro aun no palpable, dejaría, quizá, en abandono completo en alguna casa-refugio para mayores?― decidió de inmediato, sin consulta previa que valga, hacerse de un succionador mecánico que vio en la web. El producto garantizaba lo que otros no: liquido rápido y al instante, listo para ser bebido por el o los engreídos del hogar sin el dolor sangriento que el Todopoderoso había obsequiado a todas aquellas descendientes de Eva. Dios castigó a Eva diciéndole que, por comer el fruto prohibido, pariría con dolor. Pero nunca dijo que amantaríamos con dolor, parodiaba la primeriza antes, durante y después de la traumática faena lactosa. El producto aliviador tardó en llegar tres días. Procedente de Gringolandia, aseguraba el consuelo de no sufrir más con cada ventosa. Fue utilizado cuatro veces. Allí yacen doscientos cincuenta verdes, enterrados bajo los escombros que aguanta el canasto de la ropa sucia.

Al abrir la puerta, son recibidos por el cuadrúpedo amigo, el primer hijo, como ellos lo llamaban. El can, al igual que el exigente, desconocía los pormenores de la endeble economía del varón de casa. El padre, fiel a su costumbre cafetera, se dirigió directamente a la cocina a preparar una taza de café, esperando de este modo, que el líquido hirviendo se llevara de una buena vez, como rinde el agua caliente con la grasa pegada en la sartén, todos aquellos pensamientos respecto a la alimentación del churre de casa. Una vez preparado, se dirigió a uno de los pequeños cuartos que le servía de Estudio, al entrar, y luego de dejar la casa con el perfume humeante del cafetucho, siempre lo recibía de bienvenida su título profesional otorgado por la Universidad de Lima, a nombre de la Nación, esa hoja con sello oficial lo acreditaba como Arquitecto; profesión que ejerció apenas dos años. Ya pedí por delivery las dos latas para el bebé. Van a ser 195 soles. Llegan en cualquier momento, decretó la supresora de la leche natural, mientras preparaba la papilla del heredero. Un ardor muy humano subió lentamente por la espalda del obligado. Tauro de signo, sintió las palabras de su consorte como una verdadera estocada. Se veía asimismo zigzagueando, con las patas doblándose, con el hocico lleno de baba mezclada con plasma y dando brinquitos letales de un lado a otro, como lo hace el toro vencido y humillado ante su diestro. Por cierto, ¿por qué esa marca, justo la más cara?, bramó el cónyuge varón, tratando de disimular la traición que acaba de escuchar de su propia querida. El polvo no produce gases, no permite cólicos, es nutritivo, es el que más se acerca a la leche materna, y además fue el recetado por el pediatra, explicó la prójima. Y si es el más cercano a la leche materna, por qué no le seguiste dando pecho a la criatura, bufoneó el marido, tratando de imponer una voz amistosa que ocultase su total enfado. Sin remedio qué hacer ni nada que pudiera dilatar, y sin la oferta de que si no llega en 30 minutos es gratis, separó de su billetera doscientos soles. Ahora si estoy frito. Al menos tendré que hacer cinco o siete carreras bien retribuidas si quiero mantener esta situación. Bah…pudo ser peor, pude ser argentino, masculló para sus adentros. ¿Era cierto? ¿Podía ser peor? ¿Podría haber sido argentino? Todas esas afirmaciones no tenían lógica alguna, no podía ser argentino, no tenía familiares en tierras gauchas, no tenía amigos ches, nunca había pisado suelo porteño. La afirmación en contra de los pibes se debió a que uno de ellos, un poco más joven, con menos experiencia, con más pinta, con menos responsabilidades, con más verbo, con menos disciplina, pero de mucho contacto, entró a la oficina donde el obligado trabajaba; desde que lo vio salir del ascensor, con el pelo engominado, traje oscuro a la medida, zapatos impecables, sonrisa de comercial de Colgate, caminando con el porte de perdonavidas, supo que era un ave (Zopilote carroñero) que se había confundido de nido. El dandi tenía poco de haber llegado a tierras incas, oriundo de la provincia de Santa Fe (Rosario Central, Argentina) llegó a Lima para ejercer la resiente profesión concluida en la Universidad de Palermo, Italia. El padre del vástago hambriento ingresó a trabajar para Grañel & Montalvo hacía un año. Era la más reciente contratación de la poderosa firma inmobiliaria; con excelentes notas, y una carta recomendación ―de puño y letra― nada más y nada menos que del mismo Ministro de Vivienda del Perú, no fue obstáculo entonces para asumir un cubil ante la poderosa Grañel & Montalvo. Con un sueldo respetable, con una enamorada de curvas deseables y de generosas piernas, decidió dar el paso al matrimonio; luego se hizo (hicieron a cómodos plazos) de un modesto apartamento. El dinero, no siendo freno alguno, comenzó a disfrazar el hogar con costosos artículos de supuestos diseñadores de moda. Luego, dándole rienda a la pasión por los motores y los fierros, adquirió un Ford Mustang 2008, tocó suelo ante el costo inicial que debió desenfundar para adquirir tan exquisito ejemplar. No crees que es algo exagerado, amor, le apremió la recién casada. Pero con un buen puesto de trabajo, con un envidiable sueldo y con todos los años por delante, no tenía nada de qué preocuparse. Le apaciguó los nervios a la dichosa mujer.

Una tarde soleada de noviembre, cuando apenas había terminado de presentar tres proyectos inmobiliarios al directorio, dos de ellos de su propia autoría (cuyas horas de dedicación le restaron reuniones familiares, cines, deporte, cenas románticas y horas de sueño). Si aprueban mis dos proyectos, hasta la luna, mi amor, y no paramos. O con que me aprueben al más ambicioso, no hay problema. Se convertiría el más alto del país, arguyó aprobadamente el profesional con voz llena de inocencia y atrevimiento, de quien desconoce el futuro incierto y desolador. Arquitecto, los buscan en el directorio. Todos están reunidos, le susurró muy amable la modelo-recepcionista, flamantemente contratada por el Gerente General tras un largo casting que, además de riguroso, fue libidinosamente llamativo por todo el personal a cargo. Virtudes de la ponente: metro ochenta de alto, rostro inmaculado de imperfecciones, ojiverde, de blonda y larga cabellera, de cero experiencia corporativa, dueña de una piel blanca y tersa con olor a durazno, con limitado conocimiento de las formalidades del cargo, pero de muslos fuertes, generosos y atractivos, con nulo uso del Office, Power Point, Excel y Outlook, pero, émula de Barbie, con una cintura de muñeca y encantadoras glándulas mamarias; virtudes todas que harían saltar del pupitre a todos aquellos varones que dentro de sí llevaban un desconocido profesor en la materia. Arquitecto, pase, por favor, invitó el Gerente General con una sonrisa blanca de consultorio dental de trescientos dólares por sesión. En el país (Perú), se habían establecidos nuevas formas de hacer políticas, ahora hay nuevas formas de hacer negocio, más rentabilidad a menor costo. La economía no es lo que era antes, hoy en día la competencia avanza con pasos de gigante; las pequeñas firmas se han encargado de pesetear los proyectos, hoy, más que nunca, cuesta mucho más ganar concursos con el Estado, ya no sólo es cuestión de sostener el imperio, que con arduo trabajó se consiguió, sino también de mantener el brillo y la calidad de su imagen. Palabras más, palabras menos, con ésa perorata, mezclada de teorías económicas irrepetibles, que confunde hasta el más docto de los mortales, fue despedido la tierna promesa de la arquitectura incaica. Eres joven y sabemos que lograrás alcanzar grandes proyectos. Lamentamos tan delicada noticia, pero eres el más joven de la compañía y el que aún no tiene familia ―debí haber anunciado el embarazo de mi mujer cuando me lo dijo, hace 4 meses, reflexionó el nuevo desempleado―, por eso es que, en una difícil decisión, tomamos la firme e irrevocable determinación, de no seguir contando con tus servicios profesionales. Te citarán en Recursos Humanos para la liquidación correspondiente, fulminó el Gerente General dibujando una mueca en su mofletudo rostro, crápula sonrisa de quien se sabe mentiroso. Pasado un año de lo sucedido, y con una boca que mantener, y ante la desesperación de no encontrar un puesto de trabajo que simulara los exingresos que le generaba su antiguaba fuente de trajín, usó su Toyota Corolla Statión Wagon (motor que compró luego de desprenderse de su amado Ford Mustang 2008) para taxiar en lo que encontraba otro puesto de fatiga donde ejercer lo que mejor sabía hacer. El día lunes 16 de mayo de 2013, el jefe de familia, arquitecto desempleado, expromesa inmediata del futuro limeño, se despertó como todas las mañanas a las cinco de la madrugada, hizo los estiramientos corporales propios del amanecer, se vistió con deportiva y corrió alrededor del parque El Bolívar; cinco vueltas eran suficientes para mantener en línea su modesta figura. Luego de los aseos íntimos, prendió la tele para ponerse al día de los matutinos. El café ralo con dos de azúcar, el pan con mantequilla desparramada yacían en la mesa blanca mil usos que únicamente usaba él (obsequio que se dio asimismo cuando obtuvo su primera tarjeta de crédito a los 23 años), su amada había partido al trabajo en lo que él se duchaba, no sin antes dejar apto el alimento mañanero. El aseado tomó a sorbos infantiles el café, devoró el pan acompañado con las noticias deportivas de los resultados que había dejado el inmediato fin de semana. Ojeó la hora, tenía 45 minutos para llegar al aeropuerto y recoger a una señora que llegaba de Francia, a quien ya le había hecho servicios de taxi en distintas oportunidades. Salvo las muertes de tres hermanos, escolares ellos, que se resistieron al robo de un celular en las desoladas calles de San Juan de Miraflores, tierra de nadie: donde reina el hampa, lugar en el que las luces nocturnas son el reflejo de las lentejuelas de las meretrices y travestis ofreciendo placer a bajo costo, y los cadáveres, muchos de ellos maniatados, degollados y con las cienes perforadas por un simple “ajuste de cuentas”, son el festín de las facultades de medicina, no había nada nuevo en la televisión. Arrancó el motor de su medio de trabajo, el cual rugía como león dominante en época de celo, y dio marcha rumbo al campo de aviación Jorge Chávez. En el trayecto iba pensando y reflexionando sobre los cambios bruscos que había dado su vida.  ¡De novela!, concluía. Su padre, don Fernando, humilde agricultor de espalda ancha y brazos de fuerza hercúlea, de rostro curtido por las fuertes centellas solares, propias del varón de campo, ¿se sentiría orgulloso de su hijo al verlo montar un taxi para sostener y buscar el bienestar familiar? ¿Le reprocharía acaso el hecho de haberse desprendido de más de la mitad de sus fértiles tierras para pagar tan ostentosa carrera universitaria que, por caprichos ajenos a la voluntad del nuevo conductor, terminara como un humilde automovilista urbano?

 

Lima, 02 de agosto de 2013.