Es increíble lo que un
par de soles (monedas) pueden hacer por una persona. Mis zapatos estaban
sumamente mugrientos debido a la llovizna del sábado pasado, eran un asco
total, lejos estaban de lucir el cuero color marrón que tanto me gusta. Ante ello,
decidí pasar a lustrador de zapatos del mercado de Jesús María, que está cerca
de mi trabajo. ♪Uno, busca lleno de
esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias... ♫ Sabe que la
lucha es cruel y es mucha, pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina…♪,
me deleitaba Luis Miguel cantando unos de mis tangos favoritos. Rumbo al
lustrador de zapatos, vi cómo varias personas ignoraban olimpiacamente las normas
peatonales. Una madre cogió del brazo a su retoño y, sin medir el peligro, logró,
por escasos centímetros, birlas el transporte público que se avecinaba libre de
culpas puesto que la luz del semáforo estaba en verde. De ser esa mujer la madre de mí hijo, lo más
seguro es que se hubiese ganado semejante tortazo por poner el peligro la vida
de mi pequeño. El hecho de que la
mujer haya traído al mundo a un ser no
le da derecho de jugar con la integridad de su hijo. Si quieres arriesgas tu vida, hazlo, pero si te vuelvo a ver o me
entero de otra estupidez como ésta, te denuncio, le hubiera espetado a esa
regordeta mujer de cabellos amarillos como el choclo (elote). Seguí rumbo al
mercado y pasé junto a una estética, cuyo artista es un hombre que se
identifica más con el sexo femenino, me miró, me examinó, me escaneó, y brotó
de él, o ella, una sonrisa de la cual no quise adivinar sus intenciones. No es la primera vez, pensé. Ya otras veces se me han quedado mirando de
la misma forma. Supongo entonces que, lejos de incomodarme, debo sentirme
alagado, así que le devolví el gesto y le sonrío con la misma naturalidad que ella, o él, me sonrió. ♪Amor en silencio, es
vivir un momento a tiempo…♫ Amor en silencio, es un beso amar o dar perdón sin
explicar solo un alma desnuda esa dicha puede lograr♪, me explica en esta
ocasión Marco Antonio Solís. Estando en la Av. Garzón, me encontré con el
supermercado «Metro», alcancé a ver
algunas ofertas al paso, ninguna me llamó mi atención, no hay ofertas en
pañales, leches, pañuelos húmedos ni nada para bebés; únicamente hay ofertas de
mujeres adornando los artículos domésticos de limpieza, todas ellas felices por
los grandes resultados de sus jabones. Nada me interesó, seguí de largo, y
pensé: Las mujeres se quejan del hombre
y su “machismo”. Porque entonces no se quejan con las agencias de publicidad y
con sus congéneres, quienes siendo mujeres, las modelos, al menos, se prestan a
que en pleno siglo XXI, y con la supuesta “igualdad de género” ganada, sigan
etiquetándolas como esclavas domésticas cuyas virtudes, fuera de la profesión u
oficio que ostenten, es la de saber distinguir sobre el mejor jabón de platos o
de ropa. Amén. O caso han visto a un hombre diciendo en un comercial de
jabón: ¡Ay, estas manchas de grasa no
salen! Usted, Don Benito, ¿qué jabón usa? Obvio que no. Llegué a la esquina
y me tropecé con un anciano de aspecto montañés, de barba espesa y gris; tocaba
torpemente algo que simula ser una flauta. Bajé el volumen de mi Ipod; el sonido que emitía es tan feo
como un chido de una rata; el anciano no me miró ni me dirigió la mano, ambas están
ocupadas tocando aquel plástico viejo y sucio que simulaba ser un instrumento de
viento. Vestía andrajosamente, y brotaba de él, creo, un hedor inhumano. ¿No se sentirá él mismo? A su frente había
una lata que no tiene etiqueta alguna (¿de leche, de piñas, de duraznos?),
dentro hay una par de monedas, me seguí de largo, traté de ignorar al viejo y su
ruido, pero, presa del remordiendo, regresé ¿Quién
elige esa vida? Quizá pudo ser alguien grande, y el destino le jugó en su
contra. Recordé entonces una entrevista de un dominical en el cual decían que a los ancianos y niños, sus propios
parientes, los obligaban a limosnear por las calles de Lima, so castigo de
golpiza y maltrato si no llevan la recolecta voluntariosa de los parroquianos.
Reflexioné. No quiero que lo golpeen al
pobre viejo. Hurgué mi bolsillo y saqué una moneda de un sol y la
deposité. La lata emitió el sonido pero el abuelo
no me agradeció. Tampoco dejó de tocar. En la esquina, doblé hacia la derecha, una señora
de tez morena, chata y uñas extravagantes le consultaba a la vendedora de Dvds
piratas si tiene la película de «Lotería
de Amor», pero en Blu Ray, la vendedora niega con la cabeza pero la consuela
diciéndole que la tienen en Dvd normal, y que es de muy buena calidad, Está en español latino, le ofertó. Pasé
por el quiosco de periódicos y leí que el Presidente Humala sigue bajando en
las encuestas, otra nota resaltante señalaba que el caso Fefer se posterga porque
la Vocal que debió dirimir decidió retirarse del proceso. Pensé: Es curioso, el asesinato de la señora Myriam
Fefer atrajo tanto la atención del país, como la mierda a las moscas, que no me
sorprendería que la novela que se ha tejido al respecto sea obra del Estado
para llamar la atención respecto a las porquerías que el Gobierno de turno hace
con nuestro futuro. “Teoría de la Conspiración N°02. ¿Eres la asesina de tu
madre?” Anoté en mi libretita como asuntos pendientes de publicar en mi blog. Consulté mi reloj y sigo rumbo al
lustrador de zapatos. A mi izquierda, cruzando la calle, había varias mesitas
improvisadas en las cuales se ofrecen tamales, Tamales, lleve sus ricos tamales, caserita, ofrecían los pregones
tamaleros, pero la clientela estaba baja, y la poca que había decide por las crujientes
y malignas presas de pollo del KFC,
de modo tal que los pregoneros tamaleros ven con cierta amargura la competencia
proveniente de las tierras del tío SAM.
♪A quien quiero mentirle Porque quiero
fingir que te olvide Trato de convencerme… ♫ Que no sentí un amor tan profundo
Y quedaste en el ayer Yo trato de olvidarte, yo de verdad lo intento Pero no lo
consigo…♪, me declaraba Marc Anthony mientras le preguntaba al lustrador
cuánto me costaría dejar como nuevos los zapatos que llevaba puestos. Los examinó
con rigurosidad; les puso mala cara. Viene
de la guerra, jefe, preguntó con una media sonrisa burlona que deja
entrever el pan con atún que acababa saborear. Dos soles es el precio
convenido. Me invitó a tomar asiento a la vez que me ofreció el período del día.
En la portada del periódico El Trome ¾que
forma parte del mundo amarillista de noticias que tiene nuestro país¾
estaba un joven, atlético y hasta buen bozo Sylvester Stallone compitiendo contra
un viejo, arrugado y carón Sylvester Stallone, 'Rambo' podría ser convertido en una miniserie de televisión, rezaba
el titular. En la sección de deportes estaba la foto del arquero de ¢Universitario
de Deportes¢
José Carvallo, "Aprovecharé al
máximo mi convocatoria", señalaba el arquero convocado para el encuentro
de Perú vs Uruguay por las Eliminatorios-Mundial
Brasil 2014. Pienso: Así se escribe
mi apellido: ¢Carvallo¢
y no ¢Carballo¢,
mi abuelo se apellida Carvallo,
algunos de mis tíos también Carvallo, mi papá es Carballo al
igual que mi tío Carlos Carballo, mis hermanos y yo somos Carballo,
mi hijo es Gabriel Carballo; legalmente ninguno de los Carvallo
es familia mía, consanguíneamente todos
los Carvallo, lo son. Seguí hojeando el periódico sin detenerme a leer un artículo
completo; todo su contenido me paría fofo, aburrido y reiterativo. En Ate muere mujer degollada por esposo celoso. En San Juan de
Lurigancho muere abuelo por no usar el puente. En Lima crece la delincuencia a
un 80%. En el Perú el 75% de mujeres
son analfabetas. Cae policía corrupto con cien soles en coimas. Eran varios
de los titulares de El Trome.
*
♪Dueño
de ti, dueño de que dueño de nada un arlequín que hace temblar tu piel sin
alma.♫ Dueño del aire y del reflejo de la luna sobre el agua. Dueño de nada, dueño
de nada♪, me decía José Luis Rodríguez el PUMA. Eché un vistazo a mis zapatos; ambos están llenos de jabón
líquido, espumosos y burbujeantes, Jefe,
sí que están realmente un asco, me espetaba el lustrador de zapatos. Es un
tipo chato, de figura regordeta, de nariz aguileña y frente amplia. Pensé en
mi primo Juano. La última vez que lo vi fue en la ceremonia el Sindicato de
Circo, Espero que esté bien mi primo, deseé.
Jesús María estaba fría, el aire era helado y el cielo lleno de nubes grises estaba.
En mí delante habían varios cambistas ofertando el tipo de cambio del dólar.
Llevaban sus chalecos oficiales de
cambistas, sus manos estaban armadas con billetes de veinte, cincuenta y cien
dólares y una calculadora de bolsillo. De fondo, el chillar claxon, el ruido de
los motores y los gritos de los copilotos del transporte público, son nuestra
sinfonía, cruel sinfonía urbana. Mi celular vibró. Era un mensaje de mi esposa: 'Amor, me estoy yendo al súper con
Gabito y mi mamá. Te amo¢, me
escribió. A mi derecha, sentada, había una señora a quien otro lustrador le estaba
terminando de limpiar sus botas color marfil. La señora, sin remordimientos ni
las precauciones mínimas, presumía por lo alto su Ipad con pantalla retina. Alcancé a ver, como quien no quiere la
cosa, que en su pantalla había unas figuras coloridas seguidas de líneas que iban
y venían, ví montañas, ríos color oro, carriles, trenes, y estrellas
multicolores, y… ¿Un dragón? Oh, está jugado Candy Crush. Tomé de
nuevo el diario que dejé a medias, y para no leer más los pobres y tristes
titulares, me antojé ser algo más intelectual y me fui al crucigrama.
Estaba intacto. Nunca he logrado llenar uno en su totalidad, y al comenzar a
leerlo, supe que esta tampoco será la excepción. «La mayor vía fluvial de Europa. Con sus elementos más espaciados de lo
regular en su clase». Ni idea. «Poeta
considerado como el padre de la poesía lírica francesa. Título croata a los que
gobernaban un territorio» Tampoco tenía (ni tengo) idea. Me rendí. La mujer del Ipad con pantalla retina se había retirado ya,
el lustrador de zapatos que lustró las botas de la dama sacaba las
cuentas del día; no hay billetes, solo monedas de uno, dos y cinco soles. Sacó
cuentas en su cabeza, y con expresión de gracia, las guardó en su
canguro color azul chillón y del cual cuelga un escudo del Real Madrid. Mi lustrador de zapatos me alzaba la mirada y me
preguntaba algo, traté de leer sus labios pero no entendía nada; sus dientes de caballo
adornados por una sombra verdosa y placas amarillentas distrajeron mi atención.
Puse pause a el PUMA, quien ahora me
dice que por haber abandonado a su amada, que por dejar que muriera el amor, el
culpable es él. Disculpe, no lo oí, me
excusé con el señor limpiador de zapatos. Que
si gusta grasa o líquido, jefe. Le indiqué que grasa. Hasta donde sé, es
mejor para los zapatos de cuero. Me afirma con la cabeza y siguió su faena.
Vibró de nuevo mi celular, no era es un mensaje, era un llamada de mi tía
Iarida: «Hola hijo. Cómo estás, cómo está
tu esposa y Gabito. ¡Ay qué bueno! Entonces nos vemos el día sábado de todas
maneras, ¿verdad? Listo hijito. Yo les doy tus saludos. Cariños por casa» La
tía Iraida siempre tan atenta, caray. Pensé: Es curioso, es la tía con la que menos crecí, con la que menos hablé y
tiempo pasé, pero es la más preocupada de todas. Por semana, mínimo, me llama
cuatro veces, y siempre pregunta por la familia. Es muy cariñosa, afectiva y
preocupada. Si en Lima tiembla, es la primera en llamar y preguntar por la
integridad familiar. Siempre nos da consejos para la salud y bienestar de mi
hijo Gabriel. Su esposo, mi tío Oscar Mavila, es un hombre bonachón de carácter
campechano, a quien, por ser presa de la tecnología, y gracias a su nuevo ¢Table¢
lo he bautizado como el “Loco Facebook”. Que Dios me los guarde por muchos años
más.
Agarré otro periódico al azar, no leí los titulares, ¿qué tan ajenos del
primero pueden estar? Me fui directo al crucigrama, no me daba por vencido. Hoy día sí que están bravos los crucigramas,
carajo, musité cabizbajo, y nuevamente derrotado por los intelectuales de
las Editoriales. Regresé a una página
anterior y un artículo pequeño, pero interesante, llamó mi atención. Tres Chiquitas, titulaba: (i) ¿Sabías que con la mitad de una cebolla
puedes revivir el brillo de los zapatos de charol? Se parte a la mitad y se
frota suavemente sobre los zapatos. Quedarán como nuevos. (ii) ¿Sabías que comer
muchas carnes rojas podría aumentar el riesgo del Alzheimer? El Profesor George
Bartzokis, de UCLA en los Estados Unidos, dijo que la enfermedad es causada por
una de dos proteínas, una llamada tau, el otro beta-amiloide. (iii) ¿Sabías que
las personas revisan sus Smartphones 150 veces al día? De acuerdo a un estudio
reciente, quienes poseen un Smartphone prácticamente lo revisan cada seis
minutos y medio como promedio, que en total en el transcurso de un día de 16
horas -sin contar las horas de sueño, las personan lo revisan unas 150 veces. Varias
cosas eran seguras luego de leer tan corto pero ilustrativo artículo. Uno, no
tenía zapatos de charol, así que de momento no podía poner a prueba la teoría del
brillo que causa la mitad de una cebolla. Dos, reduciría el consumo de carnes rojas,
no quiero llegar a padecer de ésa enfermedad que es tan cruel con las familias.
No recordar a tus padres, hermanos, hijos, ha de ser jodido, además de
horrible. Tres, a Dios gracias no tenía (ni tengo) un Smartphone,
por tanto no estaba ni estoy dentro de ese porcentaje de zombis tecnológicos que
paran fijándose cada seis minutos y medios si hay alguna novedad en sus redes
sociales o si alguien le puso like o
no a su comentario. No soy amante de los Smartphone.
No me agradan. Mis primos se burlan de mí por el pobre y viejo celular que
tengo, pero prefiero ser un aburrido que ser un estúpido más que le presta mayor
atención a la minipantalla táctil, que a la persona que tienen en frente.
*
♪Porque
yo quiero crecer en ti y sentir contigo, tan cerca y no darte amor, yo no lo
concibo ♫ Y tengo tanto tanto amor, aquí estoy esperando. Tanto tanto amor los
dos disimulando♪, me susurraba Basilio, con esa voz tan
fina y fuerte a la vez. Es una pena que
haya muerto, me dije. Seguía pendiente también de mi celular. La llamada que
esperaba no llegaba. ¿Qué le habrá pasado?
¿Por qué ignora mis mensajes y llamadas?, me preocupé. Supongo que todo a
su tiempo, para él no ha de ser fácil
esta situación; todo le cayó de un solo golpe. Seguí esperando. El avance
de mis zapatos es notorio, han cambiado mucho su aspecto, pero aún no lucen como quiero.
Miré a mi alrededor, todo marchaba con rapidez; señoras llevando el mercado del día o de la semana, cargando
las bolsas pesadas que resguardan las frutas y verduras, los menestrones y las
especias adquiridas. El compañero de mi lustrador de zapatos, aguardaba paciente
que otro cliente, hombre o mujer, pida sus servicios. Mientras tanto se ponía a
revisar otro de los tantos periódicos que han comprado. Me detuve a verle, es
un hombre poco más joven que mi lustrador, pero su destello es completamente
distinto, mientras mi lustrador de zapatos no deja de reír y ponerle buena
cara a su labor, el joven tenía una cara dura, casi sin expresión, sus hombros
estaban encogidos y de su oreja colgaba un arete, una cruz plateada. Observé sus
brazos, son más cortos de lo normal y estaban adornadas por fieras cicatrices
unas muy seguidas de otras, ¿Colección de
enfrentamientos bélicos interbarrios?, presumí. Dejé de prestarle
importancia al compañero de laburo de mi lustrador de zapatos y me puse a
cavilar sobre el sueño que tuve anoche. No era la primera vez que soñaba con ese
felino. Pero había pasado tiempo desde la última vez. Recuerdo soñar con ese
gato de enormes y filosos dientes desde que tengo doce años: Ando caminando por los alrededores del
circo, no sé qué circo es, eso no importa. Camino como lo haría un turista, sin
malicia ni remordimientos, sin presagiar el futuro. De pronto alguien grita ¡Se
escapó el tigre! Y todo mundo corre. Yo no veo nada. No me inquieto, no me
alarmo, sigo caminando. Luego, tras caminar diez metros, volteo; a lo lejos hay
una figura que no logro descifrar, me acercó a la figura, preso de la
curiosidad. Es el tigre. Trato de disimular mis nervios, mi miedo. Volteo y
comienzo acelerar el paso, volteo de reojo y el tigre sigue quieto, pero ya
advirtió mi presencia. Camino a zancadas, mis manos tiemblan, mis piernas se
doblan, mis dientes cascabelean, soy un títere sin su titiritero. Un sudor frío
recorre mi espalda. Volteo de nuevo, el tigre me acecha, sus hombros bailas, su
mirada es penetrante, sus garras parten el suelo, y se lanza a gran velocidad
hacia mí. ¢Corre, niño. Corre…¢
oigo que gritan, no sé quién me advierte, pero comienzo a correr. Volteo de
nuevo y el tigre está cerca de mí, ruge con cada salto que da. Sigo corriendo,
pero mis piernas no reaccionan, me pesan y me cuesta mucho moverlas, no me
obedecen, son inútiles, se han convertido en peso muerto. Volteo, el tigre está
a pocos metros de mí. Grito pidiendo ayuda, pero no logro escuchar mi voz, giro
de nuevo con más fuerza, pero no emite siquiera un leve lamento. Mis quejidos
se ahogan en mi garganta. Volteo, y el tigre se ha lanzado sobre mí; lo veo en
cámara lenta, sus patas delanteras están completamente estiradas, sus ocho garras
delanteras están perfectamente alineadas, su hocico es enorme, también sus
colmillos, su pelaje baila al compás del viento. Cierro los ojos, respiro
hondo. Ya no hay nada que hacer. Siempre es lo mismo,
cuando está por atraparme, soy salvado por el despertador de mi celular, por la
luz que se escabulle por la ventana o por el ruido insignificante de cualquier
cosa. No tengo ni la más remota idea de lo que ese sueño pueda significar. Esta
vez fue un tigre, otras veces es una leona. Pero… ¿Por qué un felino de fieros
instintos? ¿Qué representa o a quién representa? ¿Y por qué me ataca?
*
Ahora era Ricardo Arjona
quien me deleitaba con la canción ¢Señora
de las cuatro décadas¢. Me
hace recordar aquellos ayeres de circo en los que, en secreto, dedicaba esa canción a una mujer mayor que yo, casada y
con dos hijos, su hermosura es completamente distinta a lo que su nombre podría
indicar; lejos está de lo que el nombre pueda brindar, es una mujer de belleza
delicada. Fantasías de un adolecente
soñador, pensé. El lustrador de zapatos intercambiaba dialogo con su colega
lustrador, no sé de qué hablaban o de quién. Mis zapatos iban tomando la
forma y el color que quería. Falta poco, pensé. Nuevamente mi lustrador ocasional me lanzaba una pregunta, no la escuché,
pero presumiendo que se trata de una consulta relacionada con mis zapatos,
asentí con la cabeza. ¿Y cuándo fue que
le metieron el dedo, jefe?, me preguntó. Dudé sobre lo que me había
preguntado. Me sacó de cuadro, me desubicó. ¿En
verdad me había preguntado si me han metido el dedo? No le di crédito a lo
que escuchado, así que puse en stop a
mi cajita musical. Disculpe, no escuché
bien la primera pregunta. Me la repite, por favor.
¾ Si
jefe. Si ya se ha hecho el examen de próstata.
¾ No,
todavía no.
¾ ¿Qué
edad tiene, jefe?¾
Preguntó hurgando en sus bolsillos hasta dar con la franela color roja.
¾Tengo
treinta¾
respondí de manera cordial, con el tono de quien da por concluida la
conversación.
¾ Uhhhhhhh…¾
aulló
mi lustrador de zapatos con una leve sonrisa torcida, a lo Sylvester Stallone,
y frotando la franela roja sobre mis zapatos, agregó¾:
Todavía le quedan diez años para ser
feliz. Y rió de manera exagerada, abrió tanto la boca que dejó entrever que
le faltaban varias muelas.
¾ Es
que a este comparito ya le metieron el dedo varias veces. Le encanta ir a su
consulta con el urólogo¾ interrumpió su colega lustrador, ese que hace
un instante sacaba cuentas del día y revisaba el periodo. Y con tono
campechano, señaló¾: Aquí
al hombre le gusta, le encanta ir al urólogo que queda en la Victoria. Un zambo
de metro noventa, con dedos gigantes. Rió también sarcásticamente. Y, dando
a entender que es broma, se acercó hacia mi lustrador de zapatos y le palmeó el
hombro.
Pero mi lustrador no se dejó:
Pero mi lustrador no se dejó:
¾ Calla
huevón. Si a quién le gusta que le metan el dedo es ti. Rosquete de mierda. Ja,
ja, ja, ja. Yo he ido una vez en toda mi vida. Y obvio pe huevón, te tienen que
meter el dedo, sino cómo chucha te analizan la próstata ¾ Me miró y me sonrió discretamente. Al
cabo de uno segundos, y ya dejando impecables mis zapatos de cuero color
marrón, mi lustrador, con voz de experiencia en el campo de guerra, me advirtió¾:Cuídese mucho, jefe. No es broma,
esta huevada de la próstata es cosa seria. Yo me cagaba de risa, no le hacía
caso, decía que nunca me dejaría meter el dedo al poto, que eso es de
maricones. Y le daba duro a mi vida de hijoputa. Ahora estoy cagado. Mi
próstata tiene el tamaño de una papaya. A nadie le gusta que le metan el dedo
al culo, solo a los cabros como mi compañero. Ja, ja, ja. Listo jefe.
Terminados. Son dos soles.
Le pagué lo acordado, me
levanté y vi mis zapatos. Más brillosos
imposible, dije con voz queda. Agradecí el servicio prestado, y me puse en marcha
rumbo a la oficina. El día gris seguía; la llamada que esperaba, no
llegó. Consulté mi reloj y habían pasado sin darme cuenta casi quince minutos desde que
me senté y dejé que lustrador de zapatos cumpliera con lo que mejor sabe hacer,
dejar como nuevos los zapatos. Me dispuse a poner play a mi cajita musical cuando fui interrumpido por una voz
grotesca que me gritaba:
¡Recuerde jefe. En diez años, le meten el dedo!
¡Recuerde jefe. En diez años, le meten el dedo!
Lima, 26 de
agosto de 2013.
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