De
todos los espectáculos, el circo es indudablemente el más completo, verdadero
placer para los ojos y un gran horizonte abierto a la imaginación. En el circo
siempre se asiste a la realización de proezas extraordinarias, inconcebibles;
todos sus personajes son seres prestigiosos dotados de facultades tan por
encima del tipo medio humano, que nos dan la impresión de lo sobrenatural de
algo que está fuera de las leyes de la gravedad y de la inercia.
Fernando Leal.
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-
Y ojo que le dije que puede ser
circense, lo lleva en las venas- presumió el padre con gran alegría, tomó un
sorbo de café, se metió varios granos de granola a la boca y agregó- quizá sea trapecista,
como su abuelo.
La mesa servida, los
cafés humeantes, el pan en el centro, y los huevos revueltos con salchicha
guachana (o huachana, da igual) perfumaban la fría tarde de Pueblo Libre. El
motivo de la reunión: la tan esperada visita de la tía peruana que habla como porteña
que no es argentina pero como si lo fuera porque así habla, viste.
-
Ay, no. ¡Qué horror! Viste que los
cirqueros son jipones- dijo la tía que habla con dejo porteño que no es gaucha
pero como si lo fuera, entendéss. El
bebé en sus brazos se meneaba como mono danzarín, de un lado al otro movía su
cabecita pequeña y rubia.
-
¿Gitanos?- peguntó sorprendido el padre.
-
No. Jipones. Vos sabés, de essos que
andan de aquí para asshá- precisó la cuñada dibujándose en su rostro una
expresión de desencanto, de malestar, de incomodidad.
-
No. Esos son nómadas, cuñis, no jipones-
aclaró el padre, con desdén, con sentimiento herido. No lo dijo, no fue
necesario, pero algo revoloteaba en su estómago ¿enfado? ¿irá? ¿decepción de
quién consideraba una persona con alto sentido intelectual y cultural? Lo
cierto que no era la primera vez que mezclaban a los circenses, mal llamados “cirqueros”, con los jipis, yupis y
gitanos.
-
Buehh, es lo mismo…- dijo la tía del bebé,
alzando esas delgadas cejas negras de prolija dedicación matutina.
-
No lo es - concluyó el padre herido.
La hermana de la
peruana que no es gaucha pero que habla como porteña pero que no es argentina,
esposa del padre, quien conoce como nadie a su amado, advirtió en sus ojos un
fulgor ya antes visto, de aquellos que ella sabe cuándo algo ha incomodado a su
pareja de alcoba. Sabia, como hermosa que es, lanzó una pregunta ocasional, de
esas que no tienen sentido ni razón de ser con la materia, cosa, asunto o interés
que se discute.
El café se consumía con
la misma rapidez con la que se iban de un tema a otro. Y buehhno, todos bien, visste. Las nenas grandes, hacen y deshacen
con el padre, No pudieron venir, vine
ssho sola. La cuñada trató de cambiar el tema. No sirvió.
¿Qué, así nomás se queda esto? No vamos a discutir. Me tengo que defender. No, no, no y no, no es lo mismo un circense que un jipi, yupi o gitano, dónde se ha visto tamaño insulto. No lo permitiré, estoy en mi casa y nadie, nadie me falta así el respeto.
¿Qué, así nomás se queda esto? No vamos a discutir. Me tengo que defender. No, no, no y no, no es lo mismo un circense que un jipi, yupi o gitano, dónde se ha visto tamaño insulto. No lo permitiré, estoy en mi casa y nadie, nadie me falta así el respeto.
-Che, cuñis, ¿cómo dices qué te va el laburo?- inquirió
la recién llegada.
Bien, está es la
oportunidad. Saca que ese florido verbo propio de los jurisconsultos y de
manera inteligente y audaz, ponla en su lugar. ¿Qué se ha creído pues,
igualarnos a los jipis, fumones buenos para nada? ¿Y así nomás dejarás las
cosas? Ni hablar. Vamos, anda, reivindica y deja en alto el arte circense.
-Bien. Cuñis. Felizmente hay personas que les gusta
meterse en problemas todos los días. No conocen sus derechos porque creen que El Derecho es único y exclusivo de los
abogados, pero gracias a tal ignorancia, tengo trabajo. Y respecto a lo de….
-Miráaa... Qué bien cuñis. Mamá, me alcansáss la leche
para mi café, lo tomo cortado- interrumpió la cuñada, quien de vez en vez
miraba de reojo, lejanamente y hasta con cierto celo, ese celular que no dejó
de vibrar y mandar atenciones de que alguien, muy posiblemente su esposo, le
mandaba mensajes por el whatsapp.
Con el café cortado por
la leche suministrada por la madre, con los panes con huevos revueltos con
salchicha guachana (o huachana, da igual) reducidos ya por la mitad, y con el
bebé jadeando, riendo, muequeando, berreando, gritando, babeando y gruñendo, se
pasaron las horas, y el tema que no fue el principal pero como si lo fuera
porque a él le dolió en el alma la
mala comparación hecha por su che cuñada;
el letrado no pudo defender su posición, de que los circenses no son jipes, ni
yupis y menos gitanos. Listo ssha esstá.
Entonces nos vemos el sábado por la noche cuando regresen del cumpleaños del
sobrino, ehh. Gracia por todo. Se despidió la cuñada haciendo gala, sin
egocentrismos propios de los gauchos, de ese lunfardo endosado gratuitamente
por los años que ha vivido- y sigue viviendo- en Buenos Aires, y de él, de su
padre que, como Jordan Casasola, esposo de la che cuñis, es bonaerense.
Joder. ¡Que me parta un
rayo! No pude precisar la diferencia. No importa, la veré el sábado luego del
cumpleaños de mi sobrino y allí presumiré las ventajas de un circense y las
diferencias, que lejanas como están las montañas de los Andes, son hasta
ofensivas para aquellos que dedican su vida al arte y al entretenimiento que se
muestra con gallardía debajo de una carpa recibiendo como recompensa el fuerte
sonido que las palmas de las manos puedan dar a conocer ante la valentina del
arriesgado trapecista, o el ingenio del mago para aparecer o desaparecer un
conejo de su sombrero o partir en dos a su bella edecán, o del coraje y
heroísmo del domador enfrentándose a fieras de enormes colmillos y filudas garras,
de la destreza y rapidez del malabarista para sorprender con su agilidad al
parecer que tiene cuatro brazos en vez de dos y dominar tres, cuatro, cinco,
seis, siete, ocho, nueve, diez, once y hasta doce pelotitas al mismo tiempo, o
de la finura y elasticidad de la contorsionista al doblarse como una hoja de
papel y poner su cabeza debajo de sus piernas pero quebrando su espalda hacia
atrás ante la presencia del público asistente quien ve atónito como con sus dientes
recogen una rosa roja del suelo, o aquel sujeto vestido de colores chillones
con el rostro cubierto de pintura cuyo único deber es hacer reír a los demás,
haciéndolos olvidar, al menos por un rato, que la calle es dura, que la
hipoteca gana, que el banco gana, que el pan sube, el sueldo no alcanza, que
todo mundo mata, que todo mundo pierde a alguien, que alguien gana
enfermedades, que los ricos son más ricos, que el pobre es más pobre, sin
pensar si quiera si ese payasito de nariz roja tiene penas en el corazón, como
todos; eso y más ofrece el mundo del circo, por el precio de un boleto.
De cierto modo resulta
difícil para las personas ajenas a la vida del circo comprender lo qué es El
Circo y lo qué es ser Circense. No era la primera vez que el orgulloso padre
sentía ese volcán en su estómago, no era la primera vez que oía decir que ser de circo es ser jipi, yupi o gitano. La
mayoría de la gente piensa que por vivir en carromatos, vivir donde vaya el
circo y salir a la pista a trabajar, es vivir bajo las reglas mundanas de
gentes sin educación, sin principios morales, sin valores, donde todo es promiscuidad
y salvajismo. No. No lo es.
Quienes dedican su vida
al circo son personas comunes y corrientes, cuyas virtudes y talentos son
ligeramente distintos a la de los demás. Tiene sus riesgos y sus desventajas,
cierto, pero no más de lo que lo puede tener la vida en los suburbios. Quizá si
la comparación hecha por la cuñada del jurista hubiese sido acompañada con una
mueca de ignorancia, de incertidumbre, de Dime
si me equivoco, pero no es lo mismo Jipi que Cirquero, la comparación no
hubiese sido tan jodida ni tomada a mal. Pero no lo fue. La comparación, la
mala comparación fue acompañada con un gesto de hastío, de fastidio, de apatía.
Pero… ¿qué culpa tiene la che cuñis
que es peruana pero que habla como argentina sin ser porteña? Lo más seguro es
que repitió lo que ha escuchado a lo largo de los años, donde todo mundo endosa
las malas cosas a los circenses: Los
congresistas creen que esto es un circo. Deja de joder, ¿qué crees, qué soy
payaso? Deja de hacer payasas y ponte a trabajar, todas esas expresiones
con connotaciones ofensivas.
En ese sentido, y como
bien dijo Glenda Meda Lora, y que al afanado padre lo hubiese gustado decir a
su che cuñis, es: «El circo es una expresión de arte, es
cultura, es ingenio creativo, es la alegría que contagia sonrisas, es gente
guerrera manteniendo una tradición, es el maravilloso mundo que sólo quien lo
ha vivido desde adentro puede amarlo, sufrirlo, gozarlo y comprenderlo porque
él te enamora. Porque, cómo diríamos la gente de circo "quien se ha
terminado una suela de zapatos en el circo, jamás podrá dejarlo"».
Lima, 10 de
setiembre de 2013.
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