martes, 10 de septiembre de 2013

NO SOY JIPÓN, SOY CIRCENSE, Y NO ME CONFUNDAS







De todos los espectáculos, el circo es indudablemente el más completo, verdadero placer para los ojos y un gran horizonte abierto a la imaginación. En el circo siempre se asiste a la realización de proezas extraordinarias, inconcebibles; todos sus personajes son seres prestigiosos dotados de facultades tan por encima del tipo medio humano, que nos dan la impresión de lo sobrenatural de algo que está fuera de las leyes de la gravedad y de la inercia.

Fernando Leal.



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-          Y ojo que le dije que puede ser circense, lo lleva en las venas- presumió el padre con gran alegría, tomó un sorbo de café, se metió varios granos de granola a la boca y agregó- quizá sea trapecista, como su abuelo.

La mesa servida, los cafés humeantes, el pan en el centro, y los huevos revueltos con salchicha guachana (o huachana, da igual) perfumaban la fría tarde de Pueblo Libre. El motivo de la reunión: la tan esperada visita de la tía peruana que habla como porteña que no es argentina pero como si lo fuera porque así habla, viste.

-          Ay, no. ¡Qué horror! Viste que los cirqueros son jipones- dijo la tía que habla con dejo porteño que no es gaucha pero como si lo fuera, entendéss. El bebé en sus brazos se meneaba como mono danzarín, de un lado al otro movía su cabecita pequeña y rubia.

-          ¿Gitanos?- peguntó sorprendido el padre.

-          No. Jipones. Vos sabés, de essos que andan de aquí para asshá- precisó la cuñada dibujándose en su rostro una expresión de desencanto, de malestar, de incomodidad.

-          No. Esos son nómadas, cuñis, no jipones- aclaró el padre, con desdén, con sentimiento herido. No lo dijo, no fue necesario, pero algo revoloteaba en su estómago ¿enfado? ¿irá? ¿decepción de quién consideraba una persona con alto sentido intelectual y cultural? Lo cierto que no era la primera vez que mezclaban a los circenses, mal llamados “cirqueros”, con los jipis, yupis y gitanos.  

-          Buehh, es lo mismo…- dijo la tía del bebé, alzando esas delgadas cejas negras de prolija dedicación matutina.

-          No lo es - concluyó el padre herido.

La hermana de la peruana que no es gaucha pero que habla como porteña pero que no es argentina, esposa del padre, quien conoce como nadie a su amado, advirtió en sus ojos un fulgor ya antes visto, de aquellos que ella sabe cuándo algo ha incomodado a su pareja de alcoba. Sabia, como hermosa que es, lanzó una pregunta ocasional, de esas que no tienen sentido ni razón de ser con la materia, cosa, asunto o interés que se discute.

El café se consumía con la misma rapidez con la que se iban de un tema a otro. Y buehhno, todos bien, visste. Las nenas grandes, hacen y deshacen con el padre, No pudieron venir, vine ssho sola. La cuñada trató de cambiar el tema. No sirvió.

¿Qué, así nomás se queda esto? No vamos a discutir. Me tengo que defender. No, no, no y no, no es lo mismo un circense que un jipi, yupi o gitano, dónde se ha  visto tamaño insulto. No lo permitiré, estoy en mi casa y nadie, nadie me falta así el respeto.

            -Che, cuñis, ¿cómo dices qué te va el laburo?- inquirió la recién llegada.

Bien, está es la oportunidad. Saca que ese florido verbo propio de los jurisconsultos y de manera inteligente y audaz, ponla en su lugar. ¿Qué se ha creído pues, igualarnos a los jipis, fumones buenos para nada? ¿Y así nomás dejarás las cosas? Ni hablar. Vamos, anda, reivindica y deja en alto el arte circense.

            -Bien. Cuñis. Felizmente hay personas que les gusta meterse en problemas todos los días. No conocen sus derechos porque creen que El Derecho es único y exclusivo de los abogados, pero gracias a tal ignorancia, tengo trabajo. Y respecto a lo de….

            -Miráaa... Qué bien cuñis. Mamá, me alcansáss la leche para mi café, lo tomo cortado- interrumpió la cuñada, quien de vez en vez miraba de reojo, lejanamente y hasta con cierto celo, ese celular que no dejó de vibrar y mandar atenciones de que alguien, muy posiblemente su esposo, le mandaba mensajes por el whatsapp.

Con el café cortado por la leche suministrada por la madre, con los panes con huevos revueltos con salchicha guachana (o huachana, da igual) reducidos ya por la mitad, y con el bebé jadeando, riendo, muequeando, berreando, gritando, babeando y gruñendo, se pasaron las horas, y el tema que no fue el principal pero como si lo fuera porque a él le dolió en el alma la mala comparación hecha por su che cuñada; el letrado no pudo defender su posición, de que los circenses no son jipes, ni yupis y menos gitanos. Listo ssha esstá. Entonces nos vemos el sábado por la noche cuando regresen del cumpleaños del sobrino, ehh. Gracia por todo. Se despidió la cuñada haciendo gala, sin egocentrismos propios de los gauchos, de ese lunfardo endosado gratuitamente por los años que ha vivido- y sigue viviendo- en Buenos Aires, y de él, de su padre que, como Jordan Casasola, esposo de la che cuñis, es bonaerense. 



Joder. ¡Que me parta un rayo! No pude precisar la diferencia. No importa, la veré el sábado luego del cumpleaños de mi sobrino y allí presumiré las ventajas de un circense y las diferencias, que lejanas como están las montañas de los Andes, son hasta ofensivas para aquellos que dedican su vida al arte y al entretenimiento que se muestra con gallardía debajo de una carpa recibiendo como recompensa el fuerte sonido que las palmas de las manos puedan dar a conocer ante la valentina del arriesgado trapecista, o el ingenio del mago para aparecer o desaparecer un conejo de su sombrero o partir en dos a su bella edecán, o del coraje y heroísmo del domador enfrentándose a fieras de enormes colmillos y filudas garras, de la destreza y rapidez del malabarista para sorprender con su agilidad al parecer que tiene cuatro brazos en vez de dos y dominar tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once y hasta doce pelotitas al mismo tiempo, o de la finura y elasticidad de la contorsionista al doblarse como una hoja de papel y poner su cabeza debajo de sus piernas pero quebrando su espalda hacia atrás ante la presencia del público asistente quien ve atónito como con sus dientes recogen una rosa roja del suelo, o aquel sujeto vestido de colores chillones con el rostro cubierto de pintura cuyo único deber es hacer reír a los demás, haciéndolos olvidar, al menos por un rato, que la calle es dura, que la hipoteca gana, que el banco gana, que el pan sube, el sueldo no alcanza, que todo mundo mata, que todo mundo pierde a alguien, que alguien gana enfermedades, que los ricos son más ricos, que el pobre es más pobre, sin pensar si quiera si ese payasito de nariz roja tiene penas en el corazón, como todos; eso y más ofrece el mundo del circo, por el precio de un boleto.

   





De cierto modo resulta difícil para las personas ajenas a la vida del circo comprender lo qué es El Circo y lo qué es ser Circense. No era la primera vez que el orgulloso padre sentía ese volcán en su estómago, no era la primera vez que oía decir que ser de circo es ser jipi, yupi o gitano. La mayoría de la gente piensa que por vivir en carromatos, vivir donde vaya el circo y salir a la pista a trabajar, es vivir bajo las reglas mundanas de gentes sin educación, sin principios morales, sin valores, donde todo es promiscuidad y salvajismo. No. No lo es.

Quienes dedican su vida al circo son personas comunes y corrientes, cuyas virtudes y talentos son ligeramente distintos a la de los demás. Tiene sus riesgos y sus desventajas, cierto, pero no más de lo que lo puede tener la vida en los suburbios. Quizá si la comparación hecha por la cuñada del jurista hubiese sido acompañada con una mueca de ignorancia, de incertidumbre, de Dime si me equivoco, pero no es lo mismo Jipi que Cirquero, la comparación no hubiese sido tan jodida ni tomada a mal. Pero no lo fue. La comparación, la mala comparación fue acompañada con un gesto de hastío, de fastidio, de apatía. Pero… ¿qué culpa tiene la che cuñis que es peruana pero que habla como argentina sin ser porteña? Lo más seguro es que repitió lo que ha escuchado a lo largo de los años, donde todo mundo endosa las malas cosas a los circenses: Los congresistas creen que esto es un circo. Deja de joder, ¿qué crees, qué soy payaso? Deja de hacer payasas y ponte a trabajar, todas esas expresiones con connotaciones ofensivas.

En ese sentido, y como bien dijo Glenda Meda Lora, y que al afanado padre lo hubiese gustado decir a su che cuñis, es: «El circo es una expresión de arte, es cultura, es ingenio creativo, es la alegría que contagia sonrisas, es gente guerrera manteniendo una tradición, es el maravilloso mundo que sólo quien lo ha vivido desde adentro puede amarlo, sufrirlo, gozarlo y comprenderlo porque él te enamora. Porque, cómo diríamos la gente de circo "quien se ha terminado una suela de zapatos en el circo, jamás podrá dejarlo"».


Lima, 10 de setiembre de 2013.


     

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