miércoles, 25 de septiembre de 2013

CONFESIÓN # 231. ME GUSTA MI PRIMA


 

Una tarde de julio del 2002, en pleno lonchecito familiar, una de las tías comenzó a comparar las distintas bellezas que adornaban nuestro vasto linaje. Y qué opinas de ella; ah pero la otra no se queda atrás; pero mira qué tales ojos tiene ella; pero qué piernas tan bonitas tiene la otra; pero si tiene una cintura de avispa, regía la maldita; pero tiene unas caderas bien despachadas, etcétera. Ha decir verdad ignoro por completo cómo fue que llegamos al tema de las distintas hermosuras que mis primas ostentan; lo cierto es que tengo primas que tranquilamente pudieron haber hecho una vida en televisión ganándose el pan de cada día con comerciales donde lo que más se explotaría, además del producto, sería la belleza innegable de ellas. Todas podrían haberse codeado con las participantes a Miss Perú, pero no lo hicieron. A media que avanzaba la conversación y los panes con mantequilla y jamonada iban disminuyendo en la mesa, comenzó también la comparación entre las sobrinas, que son mis primas; las comparaciones son odiosas, pensé, pero eso no pensaban mis tías, quienes tenían un amplio repertorio, un abanico de comparaciones, pero algo andaba mal desde el inicio de la conversación, no lo quería decir en voz alta, quería ver hasta dónde llegaban sin mencionarla, pero nunca la mencionaron, es cuando entonces intervine de la forma más discreta que pude, pero no han mencionado a mi prima María José, musité como lo hace un niño al aceptar su travesura, todo se detuvo en ese momento, pude sentir el ruido que produce las alas de una mosca por el súbito silencio que se instauró en la mesa, hubo cruces de miradas maliciosas entre mis tías, yo seguí saboreando mi café con leche con tres de azúcar que me había servido desde hace rato y que ya estaba tibio y que me costaba tomarlo porque odio tomar un café tibio. Reinó un silencio sepulcral más que incomodo por varios segundos que me parecieron una eternidad, yo no despegaba mi vista del café, no me atrevía a mover un musculo, ni siquiera para darle una mordida a ese pan sólo con mantequilla porque nunca me ha gustada la mezcla ni el sabor del jamonada con la mantequilla, trataba de respirar lento, despacio, sentía como mi corazón golpeaba cada vez más fuerte mí pecho, podía sentir que mi sangre corría rápido por mis venas, sin darme cuenta sentí mis mejillas coloradas, ardientes, como si me hubiesen dado un par de buenas bofetadas, una traicionera gota de sudor comenzaba a formarse en mi frente, maldita gota, pensé, va descubrir mi incomodidad y nerviosismo, seguí pensando. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve diez y once, once eran las migajas de pan que adornaban alrededor de mi café, las conté de manera pausada, tranquila, en secreto. Luego de un sorbo grotesco de una de mis tías, todo volvió a su ritmo anterior, así que María José, dijo al fin una de las tías, sí, repuse, no lo han nombrado para nada, agregué, y por qué la mencionas con tanto afán, ¿afán?, me pregunté, ¿cuál afán?, sólo fue un comentario, una precisión, un ¡Ey, se les olvida una sobrina!, pero no había ningún afán de por medio, nunca lo hubo, pero no dije nada, no dije que era una precisión, no dije que era sólo un comentario, no dije que era un ¡Ey, se les olvida una sobrina!, ¿por qué no lo dije, qué de malo tenía incluirla, pues ella es tan guapa o más que las otras primas que gustosas pasaron por el visto exigente de mis tías, qué de malo tiene decirles que se olvidaron de María José? Pues a mí no me lo parece, a mí tampoco, ni a mí, concluyeron todas. Pero a mí sí, dije en tono marcial, qué tarado, cómo se te pudo escapar eso, pero a mí sí, qué idiota, qué estúpido, qué irresponsable, pensé. Con que a ti sí, uhmmm, ya veo, ¿por qué ah?, no respondí, y como si el café estuviera bueno para mí, de un sorbo largo me lo terminé para poder retirarme de la mesa, pero no pude, no podía, algo me decía que debía quedarme al final de la conversación, pero no quería, pero ese algo clavó mis piernas en el suelo y no pude pararme. No me digas que te gusta María José, escuché. Sí, me gusta, no es fea. Pero es tu prima, lo es, dije, pero eso no significa nada más, hay tías que son guapas, que me gustan, pero no significa que las pretenda, ¡¿Qué cosa, que las pretendas, que te gustan algunas tías?! ¿Eres imbécil?, ya cállate por favor, la estás embarrando peor, me seguí diciendo. Así, ¿qué tías?, no están acá. Así que te gusta tu prima, dijo un de ellas alzando una ceja y mostrando una mueca picara en su rostro. De razón te gusta estar por allá, atajó otra de ellas. No, me agrada estar con ellos, que es muy distinto. Cuando vi los ojos de mis tías lo supe inmediatamente, estaba perdido, estaba con la soga al cuello, nadie les quitaría esa idea de la mente, nadie las haría cambiar de parecer, ya no sólo me gustaba mi prima, sino me la quería afanar, me la quería ligar. Desde entonces algunas dan por hecho que María José me gusta, y que además, muero por ella. Pobres. Lo cierto es que María José es una prima muy guapa, pero lejos de mi estaba dar a entender que mi gusto iba más allá de lo que permite la naturaleza, los buenos modales y las buenas costumbres, sólo que se me hacía injusto no nombrarla siquiera dentro del comité de belleza que se había formado. No tardó en expandirse la noticia, y como suele pasar con toda noticia morbosa y que se pasa de boca en boca, mi intervención, esa tarde de julio de 2002, en pleno lonchecito familiar, fue exagerada al límite, comenzó a rumorearse de que mis salidas con mi prima María José tenían otro sentido, otro afán, uno más íntimo y de carácter reproductivo. Por supuesto que llegó a los oídos de María José, quien para mi sorpresa lo tomó de la manera más deportiva que alguien puede tomar una noticia así. Igual siempre van hablar, primo. No te preocupes, espetó. Nos matamos de risa a menudo pensando, craneando, inventando en lo que pensarán mis tías cuando nos vean juntos ya sea para un café, un almorzar o ir al cine, como hacíamos antes. En verdad eso es lo que me gusta de María José, que tiene un espíritu alpinchista, que todo le resbala, que nada le jode, y que ante toda la habladuría que se teje a sus espaldas y a las mías, ella siempre tendrá esa sonrisa que rompe hielos, aquella robaba los aplausos del público asistente cuando se enfrentaba a los salvajes cazadores gritándoles que no lo mate, que es bueno, que es su amigo. Esa es mi confesión.


El lonche -merienda-, el café, los panes, las tías, las primas, el nombre, las migajas de hogaza, las miradas, la jamonada, la mantequilla, la gota de sudor traicionera, y demás, es producto de mi imaginación, creación exclusiva de mis travesuras literarias; cualquier parecido con la realidad, por jodido que sea, es mera coincidencia.

 

Lima, 25 de setiembre de 2013.               

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