viernes, 25 de abril de 2014

MI NOMBRE ES 'SIDNEY PHILLIPS'


 
 
 
No es que sea egoísta, pero mi vida ha sido muy dura, más que la mayoría de los mortales. Vivir sabiendo que nadie te cree, que todos dicen que miento, que lo que vi y escuché fue mera fantasía de una mente con mucha imaginación. Desde que tengo trece años mis padres me han llevado con varios psicólogos y, ante la frustración de no ‘curarme’, me han internado en respetados centros de control mental, o sea, loqueros. Me han acusado de ser un niño con claras intenciones de llamar la atención por supuestas faltas de aprecio de mis padres o, según otros, quererles arruinar la vida por el simple hecho de sentirme amenazado por la presencia de mi hermana menor, Hannah.

Pura mentira.

Yo sé lo que vi y lo que escuché. No soy loco. No soy mentiroso. Admito no haber sido un niño ‘modelo’ y que siempre fui de carácter rebelde o «remilgoso», como me amonestaba mi madre siempre que la sacaba de sus casillas. Quizá esos arrebatos de niño fastidioso eran para llamar la atención de mis procreadores, quizá era el mejor recurso que a mi edad tenía para echarle en cara a mamá que por su culpa, papá se iba de la casa y tenía amoríos con otra u otras. Pero de allí a que invente o alucine cosas, ni hablar. Lo peor de todo es que nadie, ni los psicólogos infantiles –según ellos muy expertos, que presumían sus diplomas de Harvard- hicieron por mí, es ponerse en mis zapatos. Nunca nadie lo ha hecho. Todos decían que alucinaba o que era una mera pataleta; otro dijo que era un trastorno y que tenía principios de esquizofrenia. Su chiste me costó ser internado por tres años en un centro psiquiátrico para menores donde sufrí crueles tratos: a veces me bañaban con agua helada o me ponían cables con chupones adheridos a mi frente y me propinaban descargas eléctricas para curarme. Sentía como las descargas perforaban mi piel y se anidaban en mis nervios y músculos, era como si miles de agujas te pincharan al mismo tiempo. Otras me encerraban en un cuarto tan pequeño que no podía estar de pie ni cómo para sentarme. Apestaba a vómito y orines. Todos sabían el gran temor, pánico, fobia que desarrollé a la oscuridad. Gritaba e imploraba que no apagaran las luces, que haría lo que fuera, que me bañaran con agua helada, que me dejaran sin comer pero que no apagaran la luz. Pero era inútil, mis suplicas y mis lágrimas no los conmovieron en lo absoluto. Me decían que la única forma de evitarlo era reconociendo que mentía, que todo lo había inventado, «que ha sido un pretexto para fastidiar la vida de mis padres», me aconsejaban. Pero me negué. Soy todo lo que quieran pero mentiroso, nunca. Me negaba y ellos ser reían de mí; entonces jódete, me gritaban.    

¡Malditos!

En una ocasión, y fue la única en mi vida, me armé de valor y regresé al lugar donde todo inició. Ya era un joven de 21 años pero el vecindario como si se hubiese congelado en el ayer. Todo estaba igual que la última vez que estuve allí. Hasta los mismos vecinos se hallaban en sus casas. La única diferencia, además de los años, por supuesto, era que ya no tenía de vecino a ese niñito ‘lindo’ y,  según mi madre, ejemplar. Yo era siete años mayor que él; y lo sé porque invitaron a mi hermana su cumpleaños número seis. Íbamos al mismo colegio pero, pese a que nos cruzábamos en el recreo y en ciertas actividades, nunca cruzamos palabra. No sé qué será de la vida de Andy, y tampoco me importa. Lo único resaltante es que el día en que él y su familia mudaron de casa, yo comencé con mis problemas.

Corría el año de 1995. Faltaban dos meses para navidad y el otoño estaba por irse. Pero como si fue el preámbulo de lo que me sucedería, y como si fuere una clásica historia de horror, la noche anterior al día que comenzó todo, una fuerte lluvia azotó el vecindario. Yo estaba feliz porque justo me llegó una correspondencia que había estado esperando por semanas: un cohete. A penas lo tuve en mis manos quise ponerlo en órbita pero el clima me jugó una mala pasada, y, con un golpe de trueno, dio inicio al diluvio nocturno. Ni modo. Me quedé con las ganas de prender el cohete. De pura rabia no cené ni me aseé. Con la misma ropa me eché a la cama y planché oreja.

Nunca antes había tenido problemas para dormir; de hecho esa fue la última noche que dormí como un ‘ángel’. Soñé que papá ya no se iba de casa y que estaba feliz de ello. Bajo sus brazos tenía varios obsequios para mi mamá y mi hermana. A mí me regaló una gorra de los yanquis de New York y un videojuego de peleas callejeras. Luego subimos a un auto que resultó ser un barco en forma de carruaje que era tirado por delfines. Lo raro es que no había mar ni agua, sólo tierra. Mi padre, adivinando mi sorpresa, me dijo que eran delfines mágicos. Río conmigo y me abrazó. Mi madre llevaba sobre su regazo a mi hermana Hannah y se mostraban contentas. Luego un señor, de barba poblada, nariz y cachetes colorados, que apareció de la nada nos indicaba que habíamos llegado al rancho de nuestro tío Ian, hermano de mi papá. Bajamos del curioso carruaje y nos dirigimos al establo. Había caballos de todos tamaños y colores. Nuestros padres nos miraban a lo lejos con rostro de aprobación. Mi hermana eligió un caballo color celeste pastel que prácticamente estaba listo para ser montado. Yo no sabía qué ejemplar elegir. Había un percherón de patas peludas, todo él era negro -como el  negro de las noches más oscuras que se puedan imaginar- con una larga mancha blanca sobre su pecho, como dibujada con una enorme brocha. Su nombre era ‘Portus’ y también estaba listo para ser montado. Me acerqué cuidadosamente Portus y sentí algo de nervios. Lo acaricié y le susurré algo al oído y el soltó un sonoro y exagerado relincho mientras se sacudía. Estaba por subirme cuando de pronto lo vi. Era un caballo grande y hermoso. Parecía ser también un percherón, pero a diferencia de Portus, era blanco con manchas beis en su lomo y patas. Dejé al percherón negro y fui hacia el nuevo caballo. Pero algo raro pasaba. A medida que avanzaba él se hacía más pequeño. Cuando por fin lo tuve al frente, resultó que el enorme percherón bicolor era en verdad un pony. Lejos de sentir decepción, sentí ganas de subirme a él. También lo acaricié y le decía cosas bonitas. Mi mamá me gritaba a lo lejos pero no la escuchaba con nitidez. Me llegaban aullidos y cosas indirigibles. Volteo a ver a mi papá y él ya no estaba. Mi hermana se acercó a mi mamá y las dos comenzaron hacerme señas de despedida. Yo les gritaba que no se fueran, que me faltaba subir a mi caballo. Pero ellas caminaban hacia una enorme nube dorada. Entonces cuando regreso a ver mi pequeño caballo ya no estaba. Me sorprendí y comencé a preguntar por él. No sabía qué hacer, así que comencé a decir: «¡Quiero montar el pony! ¡Quiero montar el pony! ¡Quiero montar el pony!»

Sé que lo contado no tiene sentido alguno: un auto que es una carrosa empujada por delfines, nubes de oro y un caballo enorme que resultó ser un pony que nunca monté. Pero siendo honestos: ¿cuántos sueños, en verdad, tienen sentido?

Fue un sueño feliz.

Regresé al mundo real por el ruido ensordecedor de mí reloj despertador analógico cuya campanita estaba cubierta por un brazo de muñeca (cosas de niños, supongo). Abrí los ojos rápidamente y me costó breves segundos ubicarme en espacio y tiempo. De inmediato vino a mi mente, como patada de mula, el cohete que había dejado listo para hacerlo explotar por los aires junto con su piloto estrella, un muñeco astronauta que me gané en una máquina de juegos. Lo agarré y salí raudamente de mi habitación. Al bajar las escaleras noté que mi madre estaba preparando el desayuno (waffles con jarabe de miel y mermelada); estaba de espaldas echando agua a la tetera para el café. No notó mi presencia porque no quería que se diera cuenta de mí. Cogí un una rebanada de pan suelto, y en puntitas me fui al jardín de la casa.

Al pisar el césped noté que aún seguía empapado pese al presuntuoso sol que ardía sobre el vecindario. El aire era seco y agotamiento; sentí una fuerte presión sobre mi rostro mientras que el olor a pasto mojado se clavaba en mis fosas nasales hasta llegar al corazón de los pulmones. Me asqueé. Pese a los inconvenientes climáticos mi decisión estaba tomada, nada ni nadie impediría que llevara a cabo mi misión, volar al superhéroe por los aires celestes. O al menos eso pensaba.

En la parte trasera del jardín mi padre tenía su desván. Allí guardada sus herramientas más preciadas y uno que otro cachivache inservible u obsoleto. Para mí era como mi guarida, mi lugar secreto donde podía darle rienda suelta a mis planes. Saqué varias cosas que me servirían de plataforma de lanzamiento y armé todo un operativo al estilo Nasa. Alguien estaba en la puerta de la casa ya que habían tocado el timbre, seguramente era algún testigo de Jehová o algún vendedor de suscripciones. Lo ignoré. También escuché ladrar a mi fiel perro ‘Scud’, un Bull Terry. 

Todo estaba listo para culminar lo que había estado esperando por meses; por fin haría estallar el cohete y despertaría la alarma vecinal de todo el mundo gracias al fuerte estallido que provocaría. Mi vecindario era muy callado y pacifico, raras vez pasaba algo interesante, a lo mucho una ambulancia recogiendo algún vejete cuyo tanque de oxígeno se acabó, o porque el gato de tal vecina desapareció, cosas así. Pero lo mío sería distinto. Le daría vida, color, voz al vecindario. Seguramente habría serias consecuencias tales como algún ex héroe de guerra teniendo una taquicardia pensando que baja de Normandía, de nuevo. O alguien creyendo que el tanque de gas explotó o que ocurrió un grave accidente. Pero como yo lo veo, eran gajes del oficio.

Hice un minimonólogo sobre el estado del tiempo y, al tener autorización de mí mismo, saqué uno de los fósforos y comencé el conteo regresivo. Nunca en vida pensé que ese conteo sería a su vez los segundos que marcarían mi vida para siempre. De haberlo sabido, juro en verdad que nunca hubiese hecho la cuenta regresiva. Hay veces en las que pienso que quizá todos tengan razón, que todo fue una invención, que todo fue producto de una imaginación volátil y corrompida. He llorado noches y días enteros tratando de negarme, de convencerme que no los vi, y que no lo escuché. Pero lo cierto es que los vi, y lo escuché. No fui el niño modelo que mamá quiso, no fui el hijo atleta que papá deseó. Pero mentiroso no soy.

Al verlo tirado en la tierra pensé que había llegado allí por error, que sin darme cuenta quizá lo había cogido. Que tanto era mi emoción por reventar el cohete que no me percaté de él. Ahora sé que no lo traje conmigo. Que llegó sólo ¿Cómo? No lo sé. Pero llegó sin que nadie lo trajera.

La cabeza colorada del fósforo había evolucionado a una lengüita azul con destellos amarillos; bailaba al compás del canto de los pajarillos que anidaban en los árboles. Parecía tener vida Propia. Estaba a punto de encender la mecha cuando fui interrumpido sorpresivamente por una voz que venía de una pequeña radio. «Manos arriba gusano», dijo, luego siguió: «En este pueblo ya no cabemos los dos», luego escuché algo sobre un abrevadero envenenado. De inmediato pensé que ese muñeco con gorro de vaquero y chaleco de color blanco con manchas negras estaba averiado, malogrado. Lo agarré y lo agité por los aires al tiempo que decía que estaba roto o dañado, o algo así. Lo que escuché después movió mis cimientos por siempre. Nadie me cree cuando lo digo, pero ese vaquero de nariz prolongada y figura quijotesca me respondió. No lo aluciné, no lo inventé, el juguete que vino junto con el astronauta que me saqué en una máquina me respondió. Al escucharlo mi sangre se heló, sentí cada palpitar de mi corazón como si dentro hubiera un tambor inquieto. Abrí los ojos, alarmado, pero por una extraña fuerza invisible que aún hoy en día, luego de veinte años, no logro entender, no tiré al muñeco que un día antes lo había expuesto al sol con una lupa obsequiándole una cicatriz entre cejas. Estaba horrorizado, quería gritarle a mi madre que aún se hallaba en la cocina, pero estaba atónito. Mis piernas flaqueaban y un frío látigo azotaba mi espalda. El muñeco diabólico decía que no le gustaba que los vuelen, ni que los aplasten ni que los destruya. Su voz era forzada y cavernosa. Yo no salía de mi asombro. Pensé que se trababa de una venganza elaborada por mi hermana Hannah harta de que le decapitara las cabezas a sus muñecas de trapo. Pero no, ella no podía ser la artífice de tan maquiavélica revancha.

El estómago se me puso duro como piedra y sentía como mis entrañas se retorcían de puro miedo. Como dando crédito a lo que escuchaba, y como si el vaquero fuese una persona de carne y hueso, pregunté a quién no le gustaba que los maltratara, y el juguete poseído respondió:

-A nosotros tus juguetes…

Aun hoy me da escalofríos la respuesta. El muñeco estaba hablando conmigo. Estaba respondiendo mis preguntas. De pronto escuché un ruido de tierra, volteo hacia mi derecha y una muñeca de trenzas amarillas despertaba como un muerto viviente mientras que una camioneta se sacudía la tierra de encima. Todo me daba vueltas, pensé que era un sueño, una terrible pesadilla, quería despertar de ella, quería llorar y correr donde mi mamá, abrazarla y decirle que me proteja. Luego salieron unos saldados mutilados de un charco lodoso. Todos venían hacía. Retrocedí unos pasos tratando de alejarme de ellos pero fui bloqueado por un tubo. Mi respiración era torpe, cortante, y un gran líquido de saliva ahogaba mi garganta. Unas garras de acero guidas por una cabeza de muñeca pelona trato de sujetarme pero brinqué rápidamente pudiendo zafarme de ella. Mis ojos no lo podían creer, mis muñecos estaban dominados por una extraña magia o quizá por algún demonio. Estaba acorralado y al borde de la locura. Mientras todo eso sucedía, el vaquero que aún yacía en mi mano no dejaba de hablar, de amenazarme, de decirme que de ahora en adelante los tratara bien porque si ellos lo iban a saber. Lo alcé y lo miré detenidamente tratando de hallar algún micrófono o algo que me explicara cómo es que hablaba. Pero no había nada. En el rostro del vaquero estaba dibujada una sonrisa fría y caprichosa, me atemorizó.


Pero eso no fue lo peor, no. Cuando estuvimos frente a frente, el muñeco me decía que ellos podían ver todo lo que yo hacía, y para comprobarlo giró su enorme cabeza trescientos sesenta grados, como la chica de la película «El Exorcista». Ello me marcó para toda la vida, pero nada tan fuerte como lo que a continuación pasó: luego que el comisario hiciera gala de su elasticidad, me habló, pero no sólo habló, gesticuló su acción, movió su delgada boca de plástico y me frunció el ceño diciéndome:

-Juega bonito, Sid…

Ello fue lo último que escuché. Solté al vaquero y corrí despavorido hacia mi casa. Noté que mis piernas aún flaqueaban pero estaba más gobernado por el miedo que por cualquier otra cosa, así que me dispuse a correr y a alejarme lo más posible. Al  entrar a casa me encontré con mi hermana Hannah quien llevada una muñeca de trapo de cabellos marrones. Le dije que los muñecos tenían vida, que estaban hablando. Pero lejos de creerme, me miró con desconfianza y estiró su muñeca hacia a mí como si fuera un cuchillo, la esquivé y subí raudamente las escaleras casi trastabillando con los escalones. No podía entrar a mi cuarto, cómo hacerlo si mis muñecos tenían vida y me habían amenazado. Entré al cuarto de mi papá quien se hallaba saliendo de la ducha. Corrí y lo abracé, le pedí que me protegiera, que me cuidara. Al verme pálido como un bólido me preguntó de qué o de quién debía cuidarme. Le respondí, pero me largó del cuarto diciendo que me dejará de bromas, que no estaba para tonterías.

La historia no sería diferente cuando se lo conté a mi mamá, a mis abuelos, tíos y primos. Nadie me creyó. Todos pensaban, y tal vez sigan pensando, que todo fue una mala broma o una travesura de un chiquillo quemado del cerebro. Como dije al inicio, fui internado en varios centros para personas con trastornos; mis padres terminaron divorciándose. Mi hermana vive con mi mamá, o eso creo. Papá se casó con una mujer menor que él pero lo suficiente grande para no pasar como su hija. Al ver que yo seguía empecinado con mi historia de muñecos parlanchines, y al ver que no tenía cura alguna, se hartaron de mí y decidieron continuar con sus vidas. En parte no los culpo, digo, siendo honesto, a mí mismo me cuesta trabajo creerlo a la vez que escribo lo que me ocurrió. Debo agregar que sólo esa vez, y nunca más, otro muñeco me ha dirigido la palabra. En una ocasión uno de mis terapeutas tomó un muñeco y lo quemó en mi presencia. El muñeco se deshizo y no emitió ni un sonido, se derritió ante mis ojos y el juguete no reaccionó. «Ves. Los muñecos no tienen vida. Todo fue una alucinación», me dijo el loquero.

No sé si ustedes me crean, y la verdad poco me importa. Ya no me interesa. Hoy en día vivo como un hongo en un cuarto que huele a orines y a rata muerta. Mis padres lograron declararme interdicto; no les fue difícil conseguirlo. Ahora soy un paría social incapaz de comprar un caramelo sin la venia previa de mi curador, a quien visito cada fin de mes. No trabajo y no terminé la escuela. Nunca tuve novia y tampoco me interesa. Sólo quiero que sepan la verdad, mi verdad: que fue un muñeco vaquero con una pequeña estrella distintiva, con botas marrones y con nariz de ‘Cyrano’, me arruinó mi vida. No lo he vuelto a ver más, y doy gracias por ello. Pero cuando cierro los ojos o la oscuridad de la noche llega, lo veo lanzándome esa mirada siniestra y escalofriante, al tiempo me dice que juegue bonito con mis muñecos.

Mi nombre es Sidney Phillips, y esta es mi verdad.

 


 

Travesuras de un Escribidor,

Lima, 25 de abril de 2014.

 

           

   

   

   

       

 

 

                  

 

 

jueves, 17 de abril de 2014

ELLA & ÉL. LA ESPOSA.


 


La hora de marcharse había llegado. Fue al servicio, se lavó los dientes y se refrescó el rostro con agua fría. Se miró detenidamente en el espejo. Ya no era el joven de hace quince años y las tibias pero notorias marcas a la altura de sus sienes se lo decían. «Cómo pasa el tiempo, caray», suspiró a la vez que se robaba una sonrisa.

Cerró su portátil, apagó las luces de su oficina y se marchó rumbo a casa.

Ricardo es un joven arquitecto de treinta y pico de años. No está casado pero convive con su novia desde hace más de cuatro años. Se aman y viven una vida normal, sin riquezas ni apuros mensuales. Al joven arquitecto hay tres cosas que lo apasionan: Su novia, sus libros y escribir historias.

Brisa es dueña de una sonrisa encantadora, es inteligente, fina, delicada pero sobretodo muy amoroso. Se complementa muy bien con Ricardo, y, aunque no habla mucho sobre el matrimonio, ella, muy a menudo, lo desea con todas sus fuerzas.

Ricardo se dirigía hacía su casa no sin antes pasar por la panadería y comprar un sol de pan francés y una barra de mantequilla como le había pedido su enamorada a través de un mensaje de texto. «Amorcito, no te olvides del pan y de la barra de sol de oro, pi. Te amo». Compró lo encargado y, además, cogió dos porciones de suspiro a la limeña; segundo manjar favorito de éste.

Brisa se hallaba en casa corrigiendo las tareas de sus pequeños estudiantes. Es profesora de inicial y le encanta trabajar con sus «angelitos», como ella los llamaba. Es la mayor de tres hermanas, a quienes ama y aprecia mucho. Por ello vive bajo cierta angustia de no darles un ‘buen ejemplo’ viviendo en unión libre con su amado Ricardo. «Así no es como Dios manda, Brisa», eran lo reproches que doña Gertrudis, madre de Brisa y dueña de una fe católica inoxidable. Aunque no era una suegra metiche, no perdía la oportunidad para refrescarle a la mayor de sus hijas era una pecadora, además de mundana. 

Terminó sus quehaceres pedagógicos (que iban desde poner estrellitas doraras y caras felices hasta dibujitos de soles sonriendo) y se dispuso a vagar un rato por la red. Entró a su perfil de Facebook e inició el ritual de siempre: ver las novedades de los demás. Bajaba la página dándole ‘like’ a lo que le parecía bonito o agradable. Bajó, bajó y bajó hasta que llegó a la página que su amorcito había creado en la Red Social: ‘Escribidor Travieso’. Se percató que Ricardo había hecho una nueva publicación. «Con tanto trabajo que tiene, cómo se da tiempo para escribir», reflexionaba dándole clic al nuevo post de su novio y aficionado escritor. «Ella & Él», era el título del escrito. Brisa, que había sacado un yogurt sabor vainilla del refrigerado y comenzaba a disfrutarlo con la puntita de la lengua, comenzó a leer el nuevo escrito sin prestarle mucha importancia pensando que se trataba de una historia más, como tantas otras que había publicado. No tardó mucho en cambiar su aspecto y su humor. Sus manos comenzaron a sudar profusamente, su semblante enverdeció y una tormenta estaba por desatarse en sus entrañas mientras un temblorcito caprichoso de apoderaba de su mejilla derecha. Estaba furiosa, y cada línea que leí del escrito «porno», como lo bautizó, iba aumentado esa graba ardiente que subía desde sus picudos tobillos hasta apoderarse de su espalda de hombros altos.

«Pero…pero… ¡está bien huevón!»

Ricardo subió uno por uno cada uno de los sesenta escalones que lo llevan a quinto piso del apartamento donde vive con su novia hace ya tres años. Gracias al ejercicio, y a la costumbre, por supuesto, no le causa fatiga alguna subir los cinco pisos. Subía con la parsimonia y la tranquilidad de alguien libre de pecados, pero siendo un mortal más, común y silvestre, ¿cuántos pecados tendría en su haber? Iba tarareando uno de sus tangos favoritos: Volver.

Abrió la puerta y esta brotó ese clásico chillido incomodo pidiendo a gritos un poco de aceite. Cerró con cautela para no hacer más bulla que la que provoca la oxidada bisagra. Se sorprendió al encontrar las luces apagadas y la sala de estar abandonada. Esto que lo alertó ligeramente pues su mujer aprovechaba esa hora en particular para dar un vistazo al programa Esto es Guerra. «Lo más seguro es que Brisa esté en la cama echada panza arriba con su Smartphone o quizá durmiendo», pensó Ricardo. Puso las cosas sobre la mesa, se sirvió un vaso con fresco. Se lo tomó de un sólo trago haciendo sonar toscamente la garganta. Sació la sed que lo abrumaba y se dirigió a la alcoba. Pasó por el pasadizo del apartamento, y las dos amplias ventanas le ofrecieron el resplandor de un crepúsculo sangriento que agonizaba a las espaldas de la ‘Huaca’ Julio C. Tello, en Pueblo Libre.

El atardecer que se iba obsequiaba una noche fresca y tranquila, o al menos así lo parecía.

Brisa, que se hallaba en la cama con las luces apagadas, escuchó llegar a su novio; de hecho lo adivinó llegar desde que éste abrió la puerta del edificio que da a la calle. Mantuvo la calma esperando que ése desgraciado de mente cochina y febril entrara al cuarto y le explicara el contenido porno de su escrito. Qué se había creído pues, escribir un relato donde brazos y besos se entrelazan bajo las dulces sabanas del pecado, carajo. No, tendría que borrar esa publicación lujuriosa, ya que esa asquerosa historia donde un primo tiene sexo con su prima en la madrugada del primero de enero del año 2011, atentaba contra sus principios morales, además de hacerla quedar como una cojuda y cachuda ante los ojos de la familia de ambos, ¡puta madre! Ricardo se deslizaba como un gato para no despertarla, pero no estaba dormida sino más bien despierta, y cabreada hasta el tuétano.

Se inclinó hacia ella para darle un besito en la mejilla pero Brisa, como no queriendo la cosa, se levantó bruscamente ignorando la presencia de su amado como si éste fuera una nube de humo. Lo miró como quien mira una asquerosa cucaracha y salió raudamente. El arquitecto y novel escritor se quedó pasmado, mudo, y no entendía el reaccionar de su Brisa.

Dibujando una mueca de curiosidad en su rostro, la siguió hasta la sala de estar y le preguntó:

—¿Qué pasa amor, todo bien?

Se hizo un silencio prolongado y hasta incómodo.

El reloj marcaba las 7.45 de la noche y el crepúsculo agonizante había desaparecida por completo. Las luces de las casas al horizonte comenzaban a encenderse. Brisa lo miraba con cara de pocos amigos. Estaba sentada en el sillón principal con los brazos cruzados y con sus piernas cruzadas. Toda ella era una gran equis.

—Crees que soy tonta, verdad— Dijo mientras se ponía de pie—. Crees que me vas agarrar de tu cojudita, ¿no?

Ricardo abrió los ojos de par en par. Sacó rápidamente cuentas mentales y no halló razón para que su amada lo increpara de esa. Seguía sin entender el arrebato repentino de su pareja.

—Amor — la interrumpió—, de qué hablas. No te entiendo.

—¿De qué hablo? De tu huevada pues, de ésa cochinada que escribiste y haz posteado en tú perfil de Facebook. De eso te hablo. —Respondió molesta, iracunda, y daba manotazos al aire como quien espanta moscas. Su rostro estaba rojo como un carbón en el asador. Sentía como el corazón le palpitaba con mayor fuerza, «Ahorita me da un paro, carajo», pensó. Por sus venas corría mares de ira contra su querido. Estaba indignada. Nunca antes la habían ofendido de tal manera, ¡caray!

Ricardo, fingiendo demencia, alzó los hombros e hizo un puchero infantil. La miraba de arriba abajo mientras que por dentro un cosquilleo estomacal se incrementaba de a pocos, hasta llegas a sus hundidas mejillas. No sabía por qué motivo el disgusto de su mujer le agradable mucho a él. Se tenían frente a frente. La atmosfera se cargó de pesadez y los dos  sostuvieron intercambio de palabras.

—Ay amor. Es sólo un escrito es…(«Porno», lo interrumpió). No. Amor, no es porno. Es sensual, erótico y, hasta cierto punto, atrevido—. Acuñó Ricardo, tranquilo, desenvuelto, tratando de restarle importancia al contenido de su reciente escrito ‘Ella & Él’. 

—Eso es porno. P.O.R.N.O. —Deletreó cada una de las letras. Tomó aire, se recogió el cabello y agregó—: Y ahora dime, quién esa prima tuya, esa coscolina piernas floja que señalas en tu escrito, eh.

—¿Qué? —Se horrorizó Ricardo—. Estás mal de la cabeza mujer. Nada que ver tus conjeturas. Ni es mi prima ni nada por el estilo. Simplemente es la narración de una noche de placer de dos personas que se atraen locamente —hizo una pausa, se fajó la camisa dentro del pantalón de vestir color plomo, y continuó:— Sólo que le agregué el tema de que eran primos, sino, qué chiste pues.

Se acercó hacia ella tratando de darle un abrazo. Pero Brisa, que se hallaba con fuego en los ojos, se lo impidió dando un paso hacia atrás. Lo miraba con desconfianza total. No le creía ni una palabra. Para Brisa, ése sujeto que se encamaba con su prima en la madrugada del primero de enero del 2011, era él y nada más que él. Punto. No quería que la toque ni sentir su respiración.

Comenzó a rascarse la cutícula del dedo pulgar con sus uñas en un claro estado de excitación. Miraba a Ricardo y éste, en vez de tener una reflejo de culpa, de amonestado, tenía una sonrisa al estilo Guasón que le daban ganas de borrársela con un tortazo bien puesto.

—Y tú que mierda tienes que andar publicando estupidez — Gruñó Brisa, al fin. —Qué necesidad tienes de escribir sobre sexo, qué, andas necesitado o qué carajos. —Ricardo estaba paralizado. No recordaba haber escuchado a Brisa decir tantas palabrotas. Pero lejos de sentir remordimiento, comenzó a experimentar una sensación extraña, una que nunca antes había sentido. Se percató que algo se movía entre sus piernas. Que algo cobraba vida. Sí, los insultos propinados por su mujer lo excitaban, sólo que él no lo sabía.

—Amor. En serio. Nada de lo que dices tiene sentido. Lo escribí porque hace tiempo quería escribir algo así. Dejé volar la imaginación y ahí está el resultado. Sí. Lo admito, es fuerte, pero no es vulgar. Es más, he tratado de ser lo más caballeroso posible. A mí me ha gustado. Y por lo que veo, también les ha  gustado a mis seguidores en el Facebook —quiso decir ‘lectores’ pero sintió que no era el momento de dárselas de ‘Escritor’.

—Claro, cómo no les va gustar, si todos son unos enfermos mañosos como tú. A mí no me la haces. Y más te vale que me vayas diciendo a qué prima te montaste esa noche —Esa palabrita «Montaste», incremento la libido de Ricardo. —Así que vamos, habla.

—No pues de plano ya azotaste. No es ninguna prima. Es algo que me imaginé, por Dios. Tú sabes bien que me gusta escribir. Eso es todo. Escribí, y punto, amor. Y no es mañosería, okey. Lo más grandes escritores en sus libros relatan esa clase de situaciones. Mira, por ejemplo, Mario Vargas Llosa, en la mayoría de sus libros, escribe sobre encuentros carnales, y lo hace de una forma magistral y…

—Pero yo no estoy con Mario Vargas Llosa y tú tampoco eres tal escritor.

Eso último caló los cimientos de Ricardo.

Brisa no quería seguir escuchando las ridículas excusas de su novio y acompañante de alcoba. Nada en el mundo la haría cambiar de parecer. Y si por último él no era ese fulano que se revuelca con la prima de la historia, entonces Ricardo estaba mal de la cabeza por escribir y detallar relaciones sexuales. Lo dejó con la palabra en la boca y se fue a la recamara echando más chispas que un soldador en plena faena.  

Ricardo, desconcertado, confundido, y algo excitado, se quedó parado en medio de la sala de estar. Se preguntaba en silencio si su escrito ‘Ella & Él’ en verdad era porno. Pero no, no lo era, o al menos para él. Erótico. Sí, esa era la palabra, erótico. Ricardo no borraría lo escrito. No se prestaría a los caprichos infundados de su novia. ¡Qué buena vaina pues! Sacó de su maletín el libro ‘El héroe indiscreto’ de Mario Vargas Llosa, y se sentó a leerlo.

La noche era tibia y ninguna estrella adornaba el cielo morado de Pueblo Libre. Afuera reinaba la orquesta de siempre: gentes yendo y viniendo, el ronroneo de los autos y uno que otro perro ladrando a lo lejos. Ricardo se hallaba perdido, sumergido, fascinado en la historia de ‘Felícito Yanaqué’, el personaje principal de la obra, tan así que se olvidó de cenar.

Su concentración fue quebrada por la presencia repentina de una sombra melenuda cubierta de un pijama colorido. Brisa estaba frente a Ricardo, «Ya se le pasó. Menos mal», pensó el joven arquitecto.

—¿Para qué las sabanas, eh?

—Para el sofá.

—Ay amor. No seas tontita. No tienes porqué dormir en el sofá.

—No son para mí. Son para ti. Buenas noches. Es-cri-tor— Ironizó la mujer ofendida, y se marchó.

Ricardo improvisó una cama en el sofá de su sala. No estaba molesto. Pero tampoco feliz. «Este es el precio de la fama, caray», pensó.

Cerró sus ojos capotudos al tiempo se dejaba seducir por el aire fresco que entraba por las inmensas ventanas del apartamento. A lo lejos, el llanto de una sirena o de bomberos lo arrullaban mientras se dibujaba una discreta pero maliciosa sonrisa.

 Se durmió.  

 

 

PRÓXIMAMENTE: «ELLA & ÉL. EL PRIMO QUE ESCRIBE DESDE EUROPA».

Lima, 02 de abril de 2014.       

 

               

               

 

      

   

 

miércoles, 9 de abril de 2014

NO MANCHES, NOÉ.


 

Lunes, siete de abril, vi la película «Noé». Me llevé, más que sentimientos encontrados, ideas que chocaban unas con otras. En general me gustó, y mucho. No la vería dos veces seguidas, pero sí la compraría en Blu Ray, y en original.

Antes de entrar a ver el film, mi esposa me comentó que a su hermana, que es entregada al Señor, no le gustó. Y a los quince minutos de iniciada la pela, te das cuenta porqué a los feligreses no les ha gustado la versión Hollywoodense del también conocido ‘Diluvio Universal’ y la ira de Dios —por cierto, ¿no es curioso que uno de los siete pecados capitales sea la ‘ira’ cuando el mismo Creador no ha azotado con ella? —; de hecho llegas a comprender porque los países islámicos se ofendieron con tamaña producción y prohibieron su exhibición en sus cines (Noé, haciéndole de «Jean-Claude Van Damme», ¡Ay no mamen!)

Aviso que no soy crítico de cine y menos un aspirante a Arcángel o Santo, por ello me daré el lujo de opinar sobre un episodio Bíblico como fue ‘El Arca de Noé’, basado en mis muy limitados conocimientos sobre el diluvio que ocultó grandes montañas y borró todo rastro de vida humana, salvo la de Noé y su familia.

Los que aprendimos sobre la Biblia viendo «La casa voladora» o «El súper libro», nos llevamos una gran sorpresa al ver a un Noé pintón, de brazos poderosos, quijada de boxeador y, para darle un toque sexy al asunto, con un look rebelde en el peinado. Agregado a ello, tiene la habilidad -la cual desconocía, debo agregar- de romper madres él solito a tres o más guerreros igualmente mamados como él. O sea, que además de ser el ELEGIDO, tiene la potestad para, en el nombre de Dios, romperle su madre a cuanto cabrón se le cruzara en su camino tratado de interrumpir los planes Celestiales. Ni más ni menos.

Según las Sagradas Escrituras, a Noé le llevó 120 años construir el Refugio, pero en el film le lleva sólo diez añitos. Claro, es que en la versión primigenia, el Elegido construye el Arca con sus propias manos y con ayuda de sus tres vástagos que, según el Libro, ya estaban bastante peludones y tenían, además, amplia experiencia sexual. Empero, en la nueva versión, Noé construye el Navío con unos gigantes de roca que representan a los Ángeles que desobedecieron al Señor, y que, ante tal actitud, los castigó volviéndolos rocas parlanchinas de carácter huraño; ¡ah!, y también rompemadres. También presentan a los hijos de Noé como unos mocosos de piel blanquita, narices pequeñas, cabellos rubios y sedosos, de boquita y mejillas coloradas, es decir, dignos de presumir ante la ‘socialite’. Y bueno, doña Emzara, cónyuge del musculoso Noé, está muy bien representada e interpretada por el bizcochito Jennifer Connely.  

Aquí es donde resaltan varias cosas: ¿Gigantes de Roca? De hecho la pelea que hay entre los insurgentes pecadores -que tratan de tomar el Arca- contra los Arcángeles (que más parecen Transformes Prehistóricos), nos hace recodar la batalla entre los ‘Ents’ y las criaturas de aspecto animal llamados ‘Trasgos’, en la película «El Señor de los Anillos. Las dos Torres». Hasta donde tengo entendido, Noé se mamó el Arca solito con sus hijos, y no con ayuda Celestial.

Luego, como ya hice mención, están los querubines de Noé y Emzara, que son unos verdaderos primores, uno más bello que el otro. Pero hay otro detalle, según la Biblia, éstos ya estaban avanzados en edad y tenían esposas, pero Hollywood no compartió esa idea, y nos ilustra a tres hijos noveles que obedecen ciegamente a su padre, pese que a ellos no les consta que la empresa realizada por el viejo rompeculos de Noé haya sido encomendada por Dios, y sólo uno de ellos tiene garantizada una vida sexual inmediata, pues la única mujer, además de madre de éstos, es ‘Ila’, encarnada por otro bizcochito como lo es Emma Watson. Por lo que despierta la envidia y coraje de ‘Cam’ al no tener esposa, y no poder ser un hombre de verdad. Y bueno, no era para menos, el otro –‘Sem’, el primogénito del Elegido y doña Emzara, y afortunado esposo de Ila– iba estar bien acompañado con el tibio y bien despachado cuerpo de su amada Ila. Por ello es obvio, y hasta respetable, la gran frustración del pobre ‘Cam’, quien tendría que recurrir al viejo consuelo masculino de satisfacerse…digámonos…manualmente, en esas noches frías de lluvia incesante. Y es que al pobre se le caían las lágrimas sin que le peguen. Rebuznaba peor que burro en primavera. Digo, siendo objetivos, yo también se la hacía de a pedo al buen Noé.  O sea, tú bien chingón con Emzara, mi carnal bien acá con Ila, pero, ¿y yo, qué? Para pajas, basta con la alfalfa acumulada para los mamíferos placentarios.  

Hay varias incoherencias, entre ellas la presencia de la ‘Espada’, ‘Casos’, ‘Escudos’ y hasta una improvisada ‘Bazuca’; un poco más y dejan pendejos a ‘Sylvester Stallone’ y a sus cuates en ‘Los Indestructibles’. Pero siendo que es una película fantasiosa con pínzalos de relatos Bíblicos, se le perdona.

Me gustó mucho, sí, la parte en la que Noé ilustra a todos sus hijos sobre la creación del Mundo y como es que Dios pensó hasta en el más mínimo detalle. Muestran, a prueba de imbéciles, como es que se hizo la luz, el fuego, las montañas, el mar, la vegetación, las especies marinas, rastreras, voladoras, hasta llegar a la peor de las creaciones, aquella que mata por placer y destruye su propio mundo zurrándose en los demás, el hombre. Muestran como ‘Adán y Eva’ se surten el fruto prohibido y como luego Adán se come a Eva dándole tres críos: Caín, Abel y Set. Ilustran también como Caín, gobernado por la envidia, la frustración y la cólera, mata a su hermano Abel con una piedra amorfa. Otra duda me asalta: ¿Qué no era con una quijada de burro lo que uso Caín como arma? Pues según las narraciones y tradiciones islámicas, la fétida quijada de un burro sirvió de arma homicida, y no una piedra, como muestran en la nueva versión. De otro lado, la Biblia no indica cómo Caín le dio muerte a su brother.

Eso sí, lejos de las figuras Bíblicas que se narran en las Sagradas Escrituras, ilustran a Noé como un verdadero cabrón genocida, que no le importa acabar con la vida de los demás con tal de obedecer la voz que él únicamente escucha. Es más, ni eso. Ya que no se oyó voz Divina alguna, como en el caso de ‘Moisés’, donde Dios habla, o al menos se le escucha dándole ordenes al buen pastor de cabras. Acá no, todo lo que hace Noé es porque lo soñó (¡¿What?!); digo, mínimo hubiesen puesto la voz chingona de ‘Morgan Freeman’ como en ‘Todopoderoso’; al menos así no habría dudas de que Dios guiaba a Noé, pero que éste haga una Arca sólo porque lo soñó, ay no mames.

Ya por terminar, lo que muestra la película de Noé, no es más que un puro reflejo de lo que hace el hombre hoy por hoy. Nuestro mundo muere, agoniza, y los únicos culpables somos nosotros. Lo peor que puede haber para nuestro mundo es el propio hombre, que mata a su hermano por dinero, por un celular, que envidia la casa del hombre que trabajó para tener su tele, su sala, su ropa. Que vive deseando a la mujer del otro, que ultraja y golpea e insulta a la mujer. Que vive sin medidas y lejos de los mandamientos Divinos, que cuestiona a su Creador y que vive alabando figuras ‘semejantes’, que se golpea el pecho creyendo que con tales azotes se libra del mal, o se junta para ‘alabar’ la Palabra, cuando por dentro de pudren de mera maldad. Que, con tal de enriquecer sus billeteras y cuentas bancarias, no les importa acabar con las riquezas naturales que el Poderoso nos regaló. Matamos sus animales por diversión, dejamos desiertos vastos bosques con tal crear empresa, que contaminamos sus ríos y mares, que agotamos los recursos básicos con los que hemos sido bendecidos. Noé muestra una sociedad corrompida por la envidia y lujuria del hombre hace más de 5.000 años AC. Echando un vistazo a la venta de mi casa, las cosas no son muy distintas a las razones que tuvo Dios para eliminar casi a toda la raza humana. Vivimos en una sociedad donde poco se habla de Dios, donde más nos importa ver las porquerías de la televisión basura, dándole importancia a que si fulano engañó a mengana con sultana, o que si Leones le ganaron a las Cobras, que si tal mujer ganó tanto dinero por desnudar su vida íntima en un programa de televisión. O donde dejamos a nuestros niños al cuidado de programas ‘infantiles’ en vez de hablarles de lo que Dios nos ha dado, y lo que Jesús, su único hijo, hizo por nosotros.

Teniendo todo eso en cuenta, quizás ésa sea la solución, quizás una nueva inundación sea la salvación de este pobre y carcomido planeta. ¿Habrá otro Noé? Y de haberlo, ¿Quién sería el Elegido? Con el abanico pecaminoso que pesa sobre mi espalda, es un hecho que yo no. ¿Aprenderá el hombre a valorar lo que tenemos? ¿Habrá aprendido ya, Dios, que el hombre no es digno de segundas oportunidades? 

Cualquiera que fuera, es importante que, más allá de lo que muestra la película Noé, y de las tonterías que arriba he reflexionado, tomemos pronta consciencia de lo que le hacemos a nuestra Gran Isla, antes que nos ahoguemos en nuestras propias consecuencias.          

 

 Lima, 09 de abril de 2014. 

                

 

viernes, 4 de abril de 2014

LOCO CIELO DE ABRIL






 

 

Ayer jueves tres de abril se estrenaron varias películas, entre ellas la tan esperada ‘Noé’. El cine Nacional no fue ajeno al estreno y se mandó a la competencia con una película titulada ‘Loco cielo de Abril’. Al rato, en uno de los periódicos web nacionales, salió un pequeño artículo donde el Director de la película peruana se ‘quejaba’ porque de las sesenta salas de cine, donde se mostraría el film, se había reducido a cincuenta. Según el Director no se quejaba, pero sí le daba cierto sabor amargo por la falta de ‘apoyo al cine nacional’.

El cine es un negocio, y eso lo sabemos todos. Y como tal, no puede darse el lujo de reservar butacas para una película que desde su nacimiento está destinada al fracaso. Cruel, pero cierto. Cuando vi el tráiler de ‘Loco cielo de Abril’ supe de inmediato que sería otra película peruana que no vería ni Dvd pirata. No soy crítico de cine ni muchos menos, pero sé reconocer una buena película y, modestia aparte, pocas veces me he equivocado. Al ver el reparto de la nueva película nacional, simplemente me di cuenta que no tendría el éxito minúsculo que su Directo hubiese deseado, y a decir por los comentarios vistos en el redes sociales, no soy el único en afirmarlo. No soy experto, pero el cine peruano hace años que no fabrica una película decente, con buen guion y buenos actores; ahora, no todos van al mismo saco, claro, hay hechos aislados como el film ‘La teta asustada’, que fue muy aclamada en el globo y hasta nominada al «Oscar» como mejor película extranjera. Película que, he de reconocer, no entendí ni un carajo.

Soy patriota sí, amo mi tierra, ciertos gustos y ciertas costumbres. Pero ello no me obliga a ver una película por mera caridad, como se estila últimamente en tierra Inca. ‘Apoyemos al cine Peruano; Veamos cine Nacional’, nos dicen. Es decir, que no ‘invitan’ a ver una película por mera CARIDAD; lo peor, hay que pagar por ello. En ese sentido, no vemos al Russell Crowe limosneado la película de ‘Noé’, tampoco vemos a Steven Spielberg con las manos en plegaria o enviando tweets pidiendo ‘apoyo’ a su nueva película.

Si quieren que un compatriota vaya y pague su boleto por ver una película nacional, pues al menos presenten algo digno de ver, no nos vendan siempre lo mismo: insultos callejos (huevón, huevona, conchasumadre, cabro de mierda, etcéteras), o pieles desnudas, golpes y asaltos en plena luz del día. Ya que para ver eso, sólo falta asomarse a la ventana de la casa.

Además, hubo grandes errores de logística al estrenarse ‘Loco cielo de Abril’ el mismo día en que estrenaban ‘Noé’. O el Director se metió un troncho, un wiro, un soplo de mota al pensar que acapararía más público que la versión bíblica de ‘Noé’, o simplemente no le avisaron que el tres de marzo se estrenaba una de las pelis más esperadas desde que salió su avance a mediados del 2013. Por sí mismas las pelas peruanas son más de lo mismo, ahora imagínense tratarle de pararle el macho a una mega producción norteamericana.

¡Está Cabrón!             

No le deseo mal a la película, de hecho espero que logre recuperar parte de lo invertido. Ahora que si fracasa, como creo está destinada, no es culpa del respetable, es culpa de ustedes por ofrecer lo mismo de siempre. Además, no recuerdo haber visto anuncios publicitarios en la tele o escuchado en la radio propaganda o carteles en la parada de buses o sorteos ni nada por el estilo; de hecho dudo que la mayoría esté enterado que el día de ayer se estrenó una película nacional llamada ‘Loco cielo de Abril’.

Aquí en link de la pela, digo, por si no me creían que ni regalado la vería:

https://www.youtube.com/watch?v=uJjQUmyVFhI