La hora de marcharse
había llegado. Fue al servicio, se lavó los dientes y se refrescó el rostro con
agua fría. Se miró detenidamente en el espejo. Ya no era el joven de hace
quince años y las tibias pero notorias marcas a la altura de sus sienes se lo
decían. «Cómo pasa el tiempo, caray», suspiró a la vez que se robaba una
sonrisa.
Cerró su portátil,
apagó las luces de su oficina y se marchó rumbo a casa.
Ricardo es un joven
arquitecto de treinta y pico de años. No está casado pero convive con su novia
desde hace más de cuatro años. Se aman y viven una vida normal, sin riquezas ni
apuros mensuales. Al joven arquitecto hay tres cosas que lo apasionan: Su novia,
sus libros y escribir historias.
Brisa es dueña de una
sonrisa encantadora, es inteligente, fina, delicada pero sobretodo muy amoroso.
Se complementa muy bien con Ricardo, y, aunque no habla mucho sobre el
matrimonio, ella, muy a menudo, lo desea con todas sus fuerzas.
Ricardo se dirigía
hacía su casa no sin antes pasar por la panadería y comprar un sol de pan francés
y una barra de mantequilla como le había pedido su enamorada a través de un
mensaje de texto. «Amorcito, no te olvides del pan y de la barra de sol de oro,
pi. Te amo». Compró lo encargado y, además, cogió dos porciones de suspiro a la
limeña; segundo manjar favorito de éste.
Brisa se hallaba en
casa corrigiendo las tareas de sus pequeños estudiantes. Es profesora de
inicial y le encanta trabajar con sus «angelitos», como ella los llamaba. Es la
mayor de tres hermanas, a quienes ama y aprecia mucho. Por ello vive bajo
cierta angustia de no darles un ‘buen ejemplo’ viviendo en unión libre con su
amado Ricardo. «Así no es como Dios manda, Brisa», eran lo reproches que doña
Gertrudis, madre de Brisa y dueña de una fe católica inoxidable. Aunque no era
una suegra metiche, no perdía la oportunidad para refrescarle a la mayor de sus
hijas era una pecadora, además de mundana.
Terminó sus quehaceres pedagógicos
(que iban desde poner estrellitas doraras y caras felices hasta dibujitos de
soles sonriendo) y se dispuso a vagar un rato por la red. Entró a su perfil de
Facebook e inició el ritual de siempre: ver las novedades de los demás. Bajaba
la página dándole ‘like’ a lo que le parecía bonito o agradable. Bajó, bajó y
bajó hasta que llegó a la página que su amorcito había creado en la Red Social:
‘Escribidor Travieso’. Se percató que Ricardo había hecho una nueva
publicación. «Con tanto trabajo que tiene, cómo se da tiempo para escribir»,
reflexionaba dándole clic al nuevo post de su novio y aficionado escritor.
«Ella & Él», era el título del escrito. Brisa, que había sacado un yogurt sabor
vainilla del refrigerado y comenzaba a disfrutarlo con la puntita de la lengua,
comenzó a leer el nuevo escrito sin prestarle mucha importancia pensando que se
trataba de una historia más, como tantas otras que había publicado. No tardó
mucho en cambiar su aspecto y su humor. Sus manos comenzaron a sudar
profusamente, su semblante enverdeció y una tormenta estaba por desatarse en
sus entrañas mientras un temblorcito caprichoso de apoderaba de su mejilla
derecha. Estaba furiosa, y cada línea que leí del escrito «porno», como lo bautizó,
iba aumentado esa graba ardiente que subía desde sus picudos tobillos hasta
apoderarse de su espalda de hombros altos.
«Pero…pero… ¡está bien
huevón!»
Ricardo subió uno por
uno cada uno de los sesenta escalones que lo llevan a quinto piso del apartamento
donde vive con su novia hace ya tres años. Gracias al ejercicio, y a la
costumbre, por supuesto, no le causa fatiga alguna subir los cinco pisos. Subía
con la parsimonia y la tranquilidad de alguien libre de pecados, pero siendo un
mortal más, común y silvestre, ¿cuántos pecados tendría en su haber? Iba
tarareando uno de sus tangos favoritos: Volver.
Abrió la puerta y esta
brotó ese clásico chillido incomodo pidiendo a gritos un poco de aceite. Cerró
con cautela para no hacer más bulla que la que provoca la oxidada bisagra. Se
sorprendió al encontrar las luces apagadas y la sala de estar abandonada. Esto
que lo alertó ligeramente pues su mujer aprovechaba esa hora en particular para
dar un vistazo al programa Esto es Guerra. «Lo más seguro es que Brisa esté en la
cama echada panza arriba con su Smartphone o quizá durmiendo», pensó Ricardo.
Puso las cosas sobre la mesa, se sirvió un vaso con fresco. Se lo tomó de un sólo
trago haciendo sonar toscamente la garganta. Sació la sed que lo abrumaba y se
dirigió a la alcoba. Pasó por el pasadizo del apartamento, y las dos amplias
ventanas le ofrecieron el resplandor de un crepúsculo sangriento que agonizaba
a las espaldas de la ‘Huaca’ Julio C. Tello, en Pueblo Libre.
El atardecer que se iba
obsequiaba una noche fresca y tranquila, o al menos así lo parecía.
Brisa, que se hallaba
en la cama con las luces apagadas, escuchó llegar a su novio; de hecho lo
adivinó llegar desde que éste abrió la puerta del edificio que da a la calle.
Mantuvo la calma esperando que ése desgraciado de mente cochina y febril
entrara al cuarto y le explicara el contenido porno de su escrito. Qué se había
creído pues, escribir un relato donde brazos y besos se entrelazan bajo las
dulces sabanas del pecado, carajo. No, tendría que borrar esa publicación
lujuriosa, ya que esa asquerosa historia donde un primo tiene sexo con su prima
en la madrugada del primero de enero del año 2011, atentaba contra sus
principios morales, además de hacerla quedar como una cojuda y cachuda ante los
ojos de la familia de ambos, ¡puta madre! Ricardo se deslizaba como un gato
para no despertarla, pero no estaba dormida sino más bien despierta, y cabreada
hasta el tuétano.
Se inclinó hacia ella
para darle un besito en la mejilla pero Brisa, como no queriendo la cosa, se
levantó bruscamente ignorando la presencia de su amado como si éste fuera una
nube de humo. Lo miró como quien mira una asquerosa cucaracha y salió
raudamente. El arquitecto y novel escritor se quedó pasmado, mudo, y no
entendía el reaccionar de su Brisa.
Dibujando una mueca de
curiosidad en su rostro, la siguió hasta la sala de estar y le preguntó:
—¿Qué pasa amor, todo
bien?
Se hizo un silencio
prolongado y hasta incómodo.
El reloj marcaba las
7.45 de la noche y el crepúsculo agonizante había desaparecida por completo.
Las luces de las casas al horizonte comenzaban a encenderse. Brisa lo miraba
con cara de pocos amigos. Estaba sentada en el sillón principal con los brazos
cruzados y con sus piernas cruzadas. Toda ella era una gran equis.
—Crees que soy tonta,
verdad— Dijo mientras se ponía de pie—. Crees que me vas agarrar de tu
cojudita, ¿no?
Ricardo abrió los ojos
de par en par. Sacó rápidamente cuentas mentales y no halló razón para que su
amada lo increpara de esa. Seguía sin entender el arrebato repentino de su pareja.
—Amor — la interrumpió—,
de qué hablas. No te entiendo.
—¿De qué hablo? De tu
huevada pues, de ésa cochinada que escribiste y haz posteado en tú perfil de
Facebook. De eso te hablo. —Respondió molesta, iracunda, y daba manotazos al
aire como quien espanta moscas. Su rostro estaba rojo como un carbón en el
asador. Sentía como el corazón le palpitaba con mayor fuerza, «Ahorita me da un
paro, carajo», pensó. Por sus venas corría mares de ira contra su querido. Estaba
indignada. Nunca antes la habían ofendido de tal manera, ¡caray!
Ricardo, fingiendo demencia,
alzó los hombros e hizo un puchero infantil. La miraba de arriba abajo mientras
que por dentro un cosquilleo estomacal se incrementaba de a pocos, hasta llegas
a sus hundidas mejillas. No sabía por qué motivo el disgusto de su mujer le
agradable mucho a él. Se tenían frente a frente. La atmosfera se cargó de
pesadez y los dos sostuvieron
intercambio de palabras.
—Ay amor. Es sólo un
escrito es…(«Porno», lo interrumpió). No. Amor, no es porno. Es sensual,
erótico y, hasta cierto punto, atrevido—. Acuñó Ricardo, tranquilo,
desenvuelto, tratando de restarle importancia al contenido de su reciente
escrito ‘Ella & Él’.
—Eso es porno.
P.O.R.N.O. —Deletreó cada una de las letras. Tomó aire, se recogió el cabello y
agregó—: Y ahora dime, quién esa prima tuya, esa coscolina piernas floja que
señalas en tu escrito, eh.
—¿Qué? —Se horrorizó
Ricardo—. Estás mal de la cabeza mujer. Nada que ver tus conjeturas. Ni es mi
prima ni nada por el estilo. Simplemente es la narración de una noche de placer
de dos personas que se atraen locamente —hizo una pausa, se fajó la camisa
dentro del pantalón de vestir color plomo, y continuó:— Sólo que le agregué el
tema de que eran primos, sino, qué chiste pues.
Se acercó hacia ella
tratando de darle un abrazo. Pero Brisa, que se hallaba con fuego en los ojos,
se lo impidió dando un paso hacia atrás. Lo miraba con desconfianza total. No
le creía ni una palabra. Para Brisa, ése sujeto que se encamaba con su prima en
la madrugada del primero de enero del 2011, era él y nada más que él. Punto. No
quería que la toque ni sentir su respiración.
Comenzó a rascarse la
cutícula del dedo pulgar con sus uñas en un claro estado de excitación. Miraba
a Ricardo y éste, en vez de tener una reflejo de culpa, de amonestado, tenía
una sonrisa al estilo Guasón que le daban ganas de borrársela con un tortazo
bien puesto.
—Y tú que mierda tienes
que andar publicando estupidez — Gruñó Brisa, al fin. —Qué necesidad tienes de
escribir sobre sexo, qué, andas necesitado o qué carajos. —Ricardo estaba
paralizado. No recordaba haber escuchado a Brisa decir tantas palabrotas. Pero
lejos de sentir remordimiento, comenzó a experimentar una sensación extraña,
una que nunca antes había sentido. Se percató que algo se movía entre sus
piernas. Que algo cobraba vida. Sí, los insultos propinados por su mujer lo
excitaban, sólo que él no lo sabía.
—Amor. En serio. Nada
de lo que dices tiene sentido. Lo escribí porque hace tiempo quería escribir
algo así. Dejé volar la imaginación y ahí está el resultado. Sí. Lo admito, es
fuerte, pero no es vulgar. Es más, he tratado de ser lo más caballeroso
posible. A mí me ha gustado. Y por lo que veo, también les ha gustado a mis seguidores en el Facebook
—quiso decir ‘lectores’ pero sintió que no era el momento de dárselas de
‘Escritor’.
—Claro, cómo no les va
gustar, si todos son unos enfermos mañosos como tú. A mí no me la haces. Y más
te vale que me vayas diciendo a qué prima te montaste esa noche —Esa palabrita
«Montaste», incremento la libido de Ricardo. —Así que vamos, habla.
—No pues de plano ya
azotaste. No es ninguna prima. Es algo que me imaginé, por Dios. Tú sabes bien
que me gusta escribir. Eso es todo. Escribí, y punto, amor. Y no es mañosería,
okey. Lo más grandes escritores en sus libros relatan esa clase de situaciones.
Mira, por ejemplo, Mario Vargas Llosa, en la mayoría de sus libros, escribe
sobre encuentros carnales, y lo hace de una forma magistral y…
—Pero yo no estoy con
Mario Vargas Llosa y tú tampoco eres tal escritor.
Eso último caló los
cimientos de Ricardo.
Brisa no quería seguir
escuchando las ridículas excusas de su novio y acompañante de alcoba. Nada en
el mundo la haría cambiar de parecer. Y si por último él no era ese fulano que
se revuelca con la prima de la historia, entonces Ricardo estaba mal de la
cabeza por escribir y detallar relaciones sexuales. Lo dejó con la palabra en
la boca y se fue a la recamara echando más chispas que un soldador en plena
faena.
Ricardo, desconcertado,
confundido, y algo excitado, se quedó parado en medio de la sala de estar. Se
preguntaba en silencio si su escrito ‘Ella & Él’ en verdad era porno. Pero
no, no lo era, o al menos para él. Erótico. Sí, esa era la palabra, erótico. Ricardo
no borraría lo escrito. No se prestaría a los caprichos infundados de su novia.
¡Qué buena vaina pues! Sacó de su maletín el libro ‘El héroe indiscreto’ de
Mario Vargas Llosa, y se sentó a leerlo.
La noche era tibia y
ninguna estrella adornaba el cielo morado de Pueblo Libre. Afuera reinaba la
orquesta de siempre: gentes yendo y viniendo, el ronroneo de los autos y uno
que otro perro ladrando a lo lejos. Ricardo se hallaba perdido, sumergido,
fascinado en la historia de ‘Felícito Yanaqué’, el personaje principal de la
obra, tan así que se olvidó de cenar.
Su concentración fue
quebrada por la presencia repentina de una sombra melenuda cubierta de un
pijama colorido. Brisa estaba frente a Ricardo, «Ya se le pasó. Menos mal»,
pensó el joven arquitecto.
—¿Para qué las sabanas,
eh?
—Para el sofá.
—Ay amor. No seas
tontita. No tienes porqué dormir en el sofá.
—No son para mí. Son
para ti. Buenas noches. Es-cri-tor— Ironizó la mujer ofendida, y se marchó.
Ricardo improvisó una
cama en el sofá de su sala. No estaba molesto. Pero tampoco feliz. «Este es el
precio de la fama, caray», pensó.
Cerró sus ojos
capotudos al tiempo se dejaba seducir por el aire fresco que entraba por las
inmensas ventanas del apartamento. A lo lejos, el llanto de una sirena o de
bomberos lo arrullaban mientras se dibujaba una discreta pero maliciosa
sonrisa.
Se durmió.
PRÓXIMAMENTE: «ELLA
& ÉL. EL PRIMO QUE ESCRIBE DESDE EUROPA».
Lima, 02 de
abril de 2014.
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