Mi
primo Juan Pedro llegó desde EEUU. Diez años que no lo veía, diez años que no
lo abrazaba. Nuestra comunicación se limitó, se limita, al Facebook. Diez años
han pasado, ahora los dos estamos casados, él antes; ahora los dos somos
padres, él antes. Nos vimos un jueves,
un solo día de los siete días que estuvo
por Lima. Qué pena. Me hubiese gustado mucho que viniera en un mejor momento,
donde la relación con los demás primos estuviese más sólida, mejor. Pero no fue
así, y él no tiene la culpa de nada. Cenamos en una pollería de la Av. El Ejercito,
en el distrito de San Isidro, con otros tantos primos más, mi esposa y mi hijo;
la pasamos bien y de muestra hay dos fotos. Me dijo para ir al partido de
Perú-Uruguay, pero para sufrir, prefiero sufrir en la comodidad de mi casa. Me
dijo para ir a Mistura, no fui. No por hacerle el feo a mi primo, no, sino por
las personas que lo acompañarían, sus otros dos primos, que también son mis
primos y que en su momento fueron como hermanos para mí, lo que me demuestra
que sólo los que salen del mismo claustro materno lo son, y no así los primos,
por muy primos hermanos que sean. Me dijo para ir a tomar un lonche en la casa
de nuestra tía, la que vive en Pueblo Libre, a seis cuadras de mi casa, madre
de uno de mis primos, al que consideré más que a todos por compartir con él más
de seis años las clases de leyes en la facultad, y el que peor me pagó. No fui
tampoco. No por flojera, sino por las personas que estarían en la reunión, es
decir, sus tíos, que también son mis tíos, hermanos de mi mamá, y que en su
momento fueron grandes tíos conmigo. Tampoco pude ir porque no fui invitado por
la dueña de casa, no puedo asistir a un lugar donde no soy invitado, por más
que el festejado, que fue mi primo Juan Pedro, me haya dicho para ir. No fui a
ninguno de los lugares donde fue mi primo, y donde él me dijo para ir. Juan
Pedro vino de visita, a visitar a la familia, y no a ganarse los problema de la
familia, ¿qué culpa tiene él de que mis tíos, a quienes les cursé invitación
para el babyshower de mi hijo, no hayan asistido, ni siquiera excusarse, y
tampoco llamarme por teléfono o mandar un mensaje felicitándome por el
nacimiento de mi bebé? ¿Qué culpa tiene Juan Pedro de que los dos primos que
consideré como hermanos no hayan siquiera tratado de saludarme e igualmente
felicitarme por el nacimiento de mi hijo? ¿Qué culpa tiene Juan Pedro si uno de
sus primos, que es mi primo también, fue a llorar a las faldas de su madre, mi
tía, cuándo todos le prestamos una broma en la boda de nuestra prima Paola, y el
llorón, pensando que fui yo el artífice de la burla, me acusara con sus padres,
quienes también invitados al babyshower, tampoco asistieron? ¿Qué culpa tiene
Juan Pedro de que su primo, que también es mi primo, y con quien quemé pestañas
y horas de estudios en la facultad de leyes, no haya ido al babyshower ni
mandarme un inbox felicitándome por
el nacimiento de mi bebé, cuando él vive a seis cuadras de mi casa y dos meses
antes del nacimiento de mi hijo estuvo sentado en el sofá de mi casa donde se
comprometió en asistir al evento, y no fue? Han pasado ocho meses desde que
nació mi hijo y ninguno de ellos se acercó a brindarles el calor de familia.
¿Molesto? Sí. ¿Indignado? También. Quizá lo estoy porque esperaba mucho de esos
tíos y de esos primos; lo que me demuestra que esperar duele. Tal vez, pensaba,
o quizá siga pensando, que debieron pronunciarse, no por mi o por el nacimiento
de mi hijo, sino por mi madre, hermana de mis tíos, tía de mis primos, a quienes
en más de una ocasión ayudó en todos los sentidos posibles, siendo el económico
el más recurrente. Mi madre, tía materna de Juan Pedro, sí esperaba que ellos
asistieran al babyshower de mi hijo o al nacimiento de mi bebé, o que por lo
menos hicieran llegar sus bendiciones, tal vez pensó que se portarían como lo
hizo ella, su otra hermana, tía mía y
que también es tía de Juan Pedro, y que vive en Italia, quien no se movió de la
clínica hasta ver nacido a su sobrino nieto, mi hijo, y que ahora le resta días al calendario para verse
con su hijo, mi primo, quien también es primo hermano de Juan Pedro y de los
otros dos primos que consideré, pero que a diferencia de ellos, él si fue al babyshower, a la casa a conocer a mi hijo y que
cada vez que puede demuestra el amor que le tiene. Mi madre es la más ofendida
con la actitud de sus hermanos, mis tíos y tíos de Juan Pedro, que son también tíos
abuelos de mi bebé, pues como ella dice, no
estando yo a tu lado (diez años sin vernos) esperaba que mis hermanos, quienes están a minutos de ti, pudieran
brindarte el cariño y el amor que yo quisiera. De ellos- mis primos- no me interesan, pues son unos mocosos y no
tengo porque discutir sobre niños que aún tiene la leche en la boca, pero ellos
–mis tíos-, a quienes apoyé en varias
ocasiones, no esperaba tal actitud. Escuchar a mi madre decir eso con la voz
quebrada, sollozada, y lo más probable, con lágrimas marcando su rostro, es lo
que quizá más me molestó, y me molesta. Esperaba encontrar mayor respaldo en
Juan Pedro respecto a mi decisión de no frecuentar con esa parte de la familia,
pero no fue así, él aun considera que exagero, que ha escuchado otras veinte historias
y que todos- no sé a quién le dice “todos”-
concluyen que exagero, y me vuelve a invitar a un lonchecito de despedida en la
casa de su tía que también es mi tía, que vive a seis cuadras de mi casa, donde
se llevó acabo el primer lonche al que tampoco fui; me dice que vaya y que me
deje de huevadas y que vaya con mi esposa y mi hijo y que reinemos como la
familia que somos. Supongo que quizá la euforia, la alegría y la pasión que
nace en uno luego de regresar, tras diecisiete años de ausencia, a la tierra
que te vio nacer, reencontrarte con tus tíos, primos, amigos, calles, comidas,
carros, clima, etcétera, lo hacen olvidar, al menos por un rato, de que él,
Juan Pedro, al igual que yo, es padre, y que como tal no pasaría por alto el
actuar de sus tíos, que son los míos también, de sus primos, que también son los
míos. Tal vez. Aun así, me dio mucho
gusto verlo después de tantos años, espero que su estancia haya sido de lo más
confortable, pero que pese al cariño y respeto que le tengo, pese a las fuertes
bromas que nos prestamos en las redes sociales, no volvería, no permitiría que
sus tíos, aquellos que viven en Chilca -refugiados bajo el confort que les brinda mí tío, el Gringo, quien es mi padrino, y
que también es tío de Juan Pedro, pero que es un amor de persona- que son los
míos, me lanzaran ésa mirada de desprecio, llena de resentimientos, llena de
reproches, como si yo estuviese en falta con ellos; pues si aguanté ésa mirada
fue por el cumpleaños de nuestro sobrino, y no quería hacer una escena en un
día tan especial, pero que de ninguna manera volvería pasar por alto semejante
majadería, y que los pondría en su lugar, estén donde estén. Espero querido
Juan Pedro, que tengas un feliz retorno, que pronto podamos volvernos a ver
y poder compartir más; y por supuesto, recordar aquellos ayeres que marcaron
nuestra niñez, juventud, y parte de nuestra adultez. Con el mismo cariño de siempre,
tu primo.
Lima, 11 de setiembre de 2013.
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