martes, 13 de agosto de 2013

Haz fama y échate a dormir


 

 

Hace un poco más de diez años, cuando aún no había ingresado a la universidad, ni planeaba casarse y tener hijos, Ricardo, joven entonces, dueño de una sonrisa comercial, se hospedó en la casa de uno de sus tíos. Fue el segundo hogar en el que estuvo antes de mudarme a la calle Cádiz, en Pueblo Libre. En ese entonces tenía 17 años, maravillosos 17 años. Vino a Lima a operarse el cartílago de la rodilla izquierda; y, aprovechando el pánico, le dijo a sus padres que deseaba quedarse, concluir sus estudios y seguir una carrera profesional. Contrario a sus temores de enloquecer por romper la tradición circense  familiar, los padres, lo apoyaron.

Cuando se mudó a la segunda casa, que también estaba (está) en Pueblo Libre, pensó que todo sería chévere, lo fue. De cierta forma. Al inicio sus primos compartían su cuarto Ricardo. La pasaban bien aunque algo apretados; por ello, la madre de sus primos, doña Pilar Montenegro -Pili, para la familia-decidió acomodar el cuarto del servicio que estaba en la azotea de su casa: un cuarto pequeño de 3x3 y paredes blancas. No tenía internet, no tenía tele (menos cable, obviamente), no tenía un frigobar y tampoco tenía baño. Únicamente tenía una ventana que daba a los pies de la cama. Pero él estaba feliz allí, de cierta forma era independiente, tenía la azotea a su disposición y el aire fresco era su mejor inspiración.

Ricardo iba a un colegio "no escolarizado", de esos que hoy abundan como frutas en el mercado, que se encontraba en el distrito de San Miguel, cerca de la casa familiar en la calle Arica. Todas las mañanas salía temprano para pasar primero por la casa de San Miguel, allí su tía Rosa (hermana de su mamá y cuñada de Pili) lo espera con un rico desayuno: dos huevos fritos con su pancito francés y su café humeante acompañado, por supuesto, de la agradable compañía de la tía Rosa y su prima Claudia “patito”. Luego del desayuno, se dirigía a estudiar. Sacaba buenas notas, casi en todas las materias sacaba 18, salvo matemáticas (14) y ciencias naturales (13) ¿Seres bióticos y abióticos?, se preguntaba sin hallar respuesta inmediata. El no tener tele en el angosto cuarto era muy positivo. No hubo distracción alguna y se enfocaba en hacer la terea. Leer, comer chocosoda, leer, dibujar, comer club social, leer y dormir, era su itinerario, el cual cumplía religiosamente. 

¡Qué vida!      

Pero no todo es bueno. Y lo que es bueno, no siempre dura.

Luego de varias semanas de estudio, con resultados óptimos, el cuerpo de Ricardo pedía un respiro. Y es que en verdad se desvelaba leyendo historia y literatura del Perú, le encantaba. Sin embargo el cansancio y las horas de sueño le pasaron factura. No bajaron sus notas, no. Pero pese a su recio peso (de aquel entonces), parecía un alma en pena, de andar pausado y fatiga al hablar, era como si llevara plomo en sus pies y una papa caliente en la boca; sus ojos estaban rojos, y además presentaba ojeras que no eran propias de su sello personal. Todo ello concluyo en una sola cosa: Se drogaba.
Así es, bueno, afirmó lo que se decía de él. Pero era completamente falso. Nunca en su vida ha probado un porro, mota, wiro, sustancias toxicas y/o alucinógenas. Sin embargo, para cierto sector familiar, ésa era la respuesta más lógica que había ante el estado anímico de Ricardo. Se drogaba. No importaban sus buenas notas, no. Al carajo con ellas. OJO ROJO = DROGADICTO.
Y así fue como el buen Ricardo prendió "LÓGICA".
 
Nota curiosa: en la casa donde vivía Ricardo, de la cocina hacia la azotea, había una empinada y estrecha escalera que conectaba al primer piso con la puerta falsa del segundo piso y que permitía el acceso directo a la azotea, a dos pasos de la puerta de su acogedor cuarto de 3x3. Un día asaltaron una casa vecina: los hampones ingresaron por la azotea de ésa casa, y la vaciaron. Dejaron a dos ancianos, pensionistas del Estado, en el más completo despojo personal, ni los dientes de porcelana recientemente estrenados, perdonaron los amantes de lo ajeno. El tema se divulgó como pólvora entre los vecinos y, obvio, no tardó en llegar a oídos de la tía Pili, quien por seguridad "familiar" decidió poner dos puertas antichoros, las más sofisticadas que el mercado podía ofrecer. Una en la cocina, que bloqueaba el acceso a la escalera, y la otra puerta en el segundo piso, la cual bloqueaba el acceso al segundo piso. Así, los malandrines, si entraban POR LA AZOTEA, no podrían vaciar la casa ni hacerle daños a nadie. A eso se le llama inteligencia, refirió la tía Pili, un domingo cualquiera.

¡Oh! Un momento, Ricardo vivía en la azotea.   


¿WTF...?
En el cuarto de 3x3, pese a su reducido tamaño, era el  lugar preferido de Ricardo. Tenía gran comodidad (por raro que parezca), y como lo dije al inicio, gozaba de plena independencia. Los inconvenientes se presentaban cuando le daba hambre o sed, el acceso a la cocina estaba bloqueado por la puerta anti truhanes que hábilmente habían puesto. Otro gran problema eran las necesidades fisiológicas, el baño más cercano estaba en el segundo piso, que también estaba bloqueado por la segunda puerta anti malos.

Me meo, carajo. En verdad que me meo...

Así aprendió el gran uso que se le puede dar a sendas botellas vacías.

Una noche, llegando de la casa de la tía Rosa, en San Miguel, Ricardo pasó por una pollería y ordenó un cuarto de pollo a la brasa, “Mister. Por favor, parte pecho”, insistió. Llegó a su cuarto, abrió el álbum de fotos familiar, y, recordando con melancolía los ayeres en los yunaites, se dispuso a despellejar y a devorar el pollito. No hubo más remedio que comer con las manos, que dicho sea, es la mejor manera de comer un cuartito de pollo; las papás, calientes y saladitas, también con las manos; y no lo hacía por grosero, no. Carecía de utensilios de cocina, recuerden que el cuchillo y el tenedor estaban en el primer piso, en la cocina, cuyo acceso fue bloqueado. Terminó su pollito y sus manos estaban llenas de grasa “No me dieron servilletas, carajo”, observó. No tenía con que limpiarme, sabía, por harta e incansable experiencia, que la grasa del pollo es difícil de sacar, por eso no usó su ropa ni sus toallas “¿Con qué me limpiare…con qué mi limpiaré? Caminó de punta a punta con la mirada clavada en el piso tratando de encontrar con qué limpiarme. Alzó la mirada y se topó con la cortina “blanca” que adornaba la venta de su cuarto de 3x3. “Bueno. Me limpio y ya mañana, a primera hora, te lavo”, repuso, sin más miramientos. Sin embargo pasaron los días y nunca limpió la pequeña cortina “blanca” ahora adornada con manchas de grasa y olor a pollito. Se le pasó por alto, ni le di importancia, la ignoró, y la dejó de lado.
Llegó el momento mudarme. ¿Lugar?, la casa de sus tíos ubicada en la calle Cádiz, en Pueblo Libre. Del cuartito pequeño de 3x3 empacó todo lo suyo. Dejó únicamente la cama y el colchón, no eran de Ricardo, sino prestados por los dueños de casa. Le invadió la nostalgia al marcharse del pequeño cuarto, había sido un buen sitio; lo cobijó y, cual centinela, cuidó de sus sueños. Nada le había pasado, nada había dejado.
Pasó el tiempo y se acomodó rápido al nuevo cuarto. Esta vez tenía un compañero de habitación, su primo ojiazul, Joan Morales Cavalli. Ricardo terminó el colegio "no escolarizado";  ingresó a la PRE de la UIGV, ingresó a la facultad de Derecho y Ciencias Políticas, hizo nuevas amistades, vinieron nuevas experiencias, nuevas ilusiones y nuevos desafíos.

Ricardo estaba feliz. 


Una tarde cualquiera, del verano del 2002, Ricardo, ahora universitario, pasó a visitar a su querida tía Rosa. Desde que ingresó a la universidad no le daba el tiempo necesario, o al menos el que él deseaba, para visitar a su tía y sus primos. Y ante el infortunio de ser declarado huésped indeseable por ser tan "ingrato, programó una ida a la casa y tomar un rico cafecito. 

"Sobrino, no quiero incomodarte con lo que te voy a decir, pero creo que es preciso y necesario que lo sepas, y entre más pronto mejor. Recuerdas el cuarto pequeño que ocupabas en la azotea de tu Pili. Bueno, ha pasado algo curioso. Algo que se ha regado como leche en el piso. Me da vergüenza contigo, caray. Recuerdas la cortina blanca, esa que estaba en la ventana. Sucede que tu tía la encontró luego de que tú la dejaste; la encontró sucia y eso no le agrado. Y es que dice que allí has limpiado tus..., este, tus...bueno, que te has pajeado y allí has adornado tus líquidos seminales…"
Sentenció la querida tía Rosa.

Rojo como tomate, se encendieron los cachetes de Ricardo. Quería que se lo comiera la tierra. No porque era verdad, sino que pese a ello sentía una enorme vergüenza ante su tía Rosa. Por supuesto que también le invadía la cólera. Cómo era posible que lo acusaran de tan baja perpetración. Ensució la cortina, sí, pero nunca con sus secreciones. Digo, santo no soy, y no pretendo serlo, le refirió a su tía Rosa. La masturbación formaba parte de la  vida adolescente de Ricardo, como la de la mayoría de los muchachos de su edad, pero de allí a que se limpiara en las cortinas, jamás. Pensó en reprocharle a su tía Pili tamaña acusación, pero la tía Rosa, mujer de noble espíritu y experiencia confortable, le hizo recapacitar en el tema, y le señaló que era algo sin importancia, que ella y su madre le creían a Ricardo ("Carajo, ya había llegado a oídos de mis padres. Qué roche. Qué vergüenza"). Que no valía la pena ganarse un problema por algo que no tiene sentido, que bastaba con saber que era falso, le consolaba la tía Rosa. Pero habían mancillado su honor (de nuevo) y por segunda vez. Recuerden que por tener los ojos rojos, era un drogado más.
El tiempo pasó; volvió a ver a su tía Pili y del tema nunca lo hablaron, nunca la increpó tampoco. Hubiese sido más bochornoso para ella, que para mí, el tratar un tema tan delicado como la masturbación y sus consecuencias, de decía Ricardo. Así que por el bien de los demás y el propio, Ricardo decidió enterrar la acusación de pajero depravado con tendencias bizarras, para siempre. Sin embargo, Ricardo, tiene la fortuna de tener primos tan buena onda, tan chéveres consigo, que cada cierto tiempo, en una reunión social o familiar, le dicen “El pajero viola cortinas”. Muy creativo, a decir verdad. No le ofende, en lo absoluto. Se río con ellos y se presta, con hidalguía de quien se sabe inocente,  a las bromas. Pero no dejar de ser algo falso, algo que se creó a sus espaldas. Le hubiese gustado mucho que antes de andar con la boca suelta se lo hubieran consultado “Sobrino, ¿te has hecho la paja y has usado la cortina como trapo?” Lo hubiese negado, y todo bien, aquí nunca pasó nada. Pero no, a la gente le gusta hablar de terceros, y si pueden hablar mal, mejor. Es como una adicción, algo que te atrapa, te enreda, se mete por las venas y envenena el corazón.

Así es la sociedad en general. Si tienes un buen puesto de trabajo no es mérito, es padrinazgo. Si te compras un auto, seguro con dinero mal habido. Si tienes dinero, en algo turbio estás. Si te va mal en la vida, eres un pobre diablo. En fin, ejemplos sobran. Ricardo lo único que recuerda es: haber llegado a ese cuarto pequeño de 3x3, sacar su álbum de fotos familiar, comer su pollito, limpiarse las manos llenas de grasa en la cortina, y echarse a dormir.      

 

  
                                                                                                   Lima, 13 de agosto de 2013.

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