miércoles, 23 de enero de 2013


Todo Bolívar….


Mi profesión me obliga ir de vez en cuando a los recónditos fueros civiles de nuestra Lima para presionar a los Especialistas de los Juzgados que apuren con las providencias de sus labores. Es tema fregado, pues a ninguno de los trabajadores del Poder Judicial les gusta que les digan cómo hacer su trabajo y menos aún que lo arreen para hacerlo; les molesta, los irrita y siempre te atienden con cara de orto. La cosa se complica cuando delante tienen a un mozalbete jurisconsulto que le importa un carajo si se molestan o no ante las quejas y reproches producto de su propia decidía.

Simplemente les llega al cohete.

Un día me tocó ir al Juzgado de Paz Letrado de San Martín de Porres.  Salí de mi casa y caminé hacia la Avenida Bolívar. Felizmente no demoró mucho el bus que me llevaría a mi destino; de hecho estaba a dos cuadras de distancia.  Hago la señal para que el transporte público pare donde estoy, pese a que tiene la obligación de hacerlo, por estar yo en el paradero correspondiente.

Al subir me senté tres asientos detrás del chofer.

La mañana de ese día era cálida y el ambiente tranquilo, el tráfico era fluido. Todo listo para enrumbar hacia la Av. Universitaria con la Av. Antúnez de Mayolo, en el distrito de San Martín de Porres. Subí armado con mi ipod shuffle a la cintura, con mi mochililla guardando el celular, la billetera y un bolígrafo y, por supuesto, el libro Dándole pena a Tristeza; en mi mano derecha yacía el file del expediente cuyo viaje justificó haber faltado al gym esa mañana.

Tras ponerse el bus en marcha prendí mi cajita musical mágica y José José me da la bienvenida diciéndome, con su voz fuerte y melodiosa, que por culpa de una mujer, es un volcán apagado.

No pasó mucho desde que se puso en marcha el bus cuando de pronto frenó bruscamente con la finalidad de subir a un pasajero que, al igual que yo, estiró su mano indicando que también quería subir. Pero este sujeto de aspecto universitario no se encontraba en un paradero oficial sino en la esquina de una calle cualquiera. El chofer no le dio la importancia y, al estar dentro el pasajero, volvió a su empresa.

Conforme íbamos avanzando me percaté que el chofer, en complicidad con su cobrador, había hecho la misma jugada, esto es parar en lugares no oficiales para recoger pasajeros.

«¡Wow! El chofer es tan amable y se apiada de los pobres ‘ciudadanos’ que al no tener vehículo propio, al igual que yo, se tienen que conformar con tomar el transporte público, y es tan heroico el noble hombre que no le importa ganarse multas con tal de servir a su prójimo. ¡Qué buen sujeto, qué buen hombre, qué buen chofer, qué ciudadano tan ejemplar!» Pensé.

 

Al cabo de unos minutos, antes de llegar a la Primera Universidad de Latino América, veo que el asiento que está al lado del chofer se desocupó; el siento está a la mano derecha, viene hacer el asiento del copiloto, el cual, por la posición en la que está, brinda un mejor panorama de viaje al pasajero, además es mucho más cómodo que las otras butacas, las cuales al parecer fueron fabricados por NOMOS, y es que no encuentro otra explicación para los asientos sean tan angostos e incomodos. Por ello, no vacilé y me acomodé en el asiento del copiloto.

Ya en la Av. Universitaria, habiendo pasado la UMSM, el chofer comienza a zigzaguear tratando de birlar los huecos de la pista; por supuesto, el heroico hombre, olvida que en vez de llevar personas lleva animales, confunde pues su bus con el camión de carga, en el cual nosotros somos sus bueyes. Al cabo, su cobrador, un hombre de mediana estatura, con cara de niño viejo, vestido con el uniforme de la empresa, del cual emanaba un hedor similar al de aguas servidas, le alcanzó al chofer un celular el cual atrapó sin miramientos, y, sin importarle que se encontrara en plano viaje, se puso a conversar. 

¾ Jajajajaja, qué pasa concha tu mare. Me quieres cagar, ¿no?, jajajajajaja. Toy a tras tuyo weón. Dile a la Martha que si me quiere quitar gente, va ser jodido, jajajajajajaja. Fuera concha tu mare, si él es el del correteo. Jajajajajaja. ¾ Exclamó el chofer, quien en una maniobra temeraria, le devolvió el celular al cobrador.

La risa del chofer era sumamente chillona, irritable, de esas que no se olvidan con facilidad. «Ya me fregué», pensé.

Al girar sobre mi izquierda pude por fin ver al chofer: era un hombre tez cobriza, del cual, pese a estar sentado, se puede apreciar que tiene gran altura y estampa musculosa; es pelado cual bola de boliche y es dueño de una prominente nariz en forma de gancho. Su voz es aguardentosa, como si al lavarse los dientes usará clavos en vez de agua. Para ser honesto, es del tipo de persona que no te gustaría cruzarte por las noches regresando del trabajo o del estudio.

Habían pasado ya más de veinticinco minutos desde que tomé el bus. En esta oportunidad, Camilo Sesto me dice que muere por a una mujer que tiene piel de ángel, y que por ser un amor ‘prohibido’ tiene que amarla a escondidas. Al cabo de unas cuadras, el bus frena torpemente en el cruce de la Av. Tomas Valle con la Av. Universitaria. Al frente, un escuadrón de la Policía de Tránsito, en su mayoría mujeres, las famosas ‘FÉNIX’, dirigen el pesado tráfico que se postró sobre dichas avenidas. Las féminas oficiales ordenan, cual juez, qué vehículos pasan de izquierda a derecha y de frente hacia delante. Suplen de manera caótica el sistema de semáforos puestos inteligentemente por el Ministerio de Telecomunicaciones y Transporte.

Pinché pause al ipod shuffle y observé cómo el chofer con un silbido llamó a su cobrador. Veo que el chofer endereza su espalda tratando de sacar pecho pero presume pura teta, levanta la mirada vidriosa, estira su diminuto cuello (su rostro pinta un nuevo semblante, el de alguien precavido, y sus ojos ahora son analíticos) y con voz fuerte y dibujada señala:

¾ «Ves eso. Lo que está haciendo la policía de tránsito. Eso está mal. Es una clara infracción a las normas de tránsito ¾y con una mueca de aprobación en su duro rostro, agrega a su cobrador, que lo escuchaba con suma atención:¾Te explico: si los semáforos están prendidos y funcionando como lo están ahora, la policía no tiene por qué intervenir. En cambio, si los oficiales están manejado el tránsito, reemplazando los semáforos, estos deberían estar apagados para así no crear confusión a los choferes. Pero eso, estos huevones no lo saben. Joden nada más. ¾Sentenció el noble caballero.

Sí, aquel que se burló de los paraderos oficiales, que subió y bajó a pasajeros a lo largo de la Av. Universitaria sin importarle dónde los bajara o recogiera. Así espetó aquel heroico hombre que juagaba al correteo con otros para ver quién de los dos conseguía más pasajeros; aquel que de manera temeraria usaba el celular sin importarle si sus reflejos se veían disminuidos por el uso de dicho artefacto.

Por supuesto que la indignante perorata suelta por el chofer me causó un gran fastidio.

 «Eres un conchudo cabrón que viene poniendo en riesgo mi vida y la de los demás. Y te das aires de erudito en los menesteres propios del tránsito. Qué tal hijuemadres que eres, en serio», me dieron ganas de decirle, sin embargo, y conociendo lo caballerosos que son nuestros queridos choferes, y dadas las dimensiones físicas de tan loable personaje, corría el riesgo, más que seguro, de ser invitado a un duelo, del cual por supuesto, acabaría hecho mierda. Razón por la cual decidí, firmemente, otorgar con mi silencio.

Vaya que si vivimos en un país donde las cosas están al revés. Donde hoy en día le regala la licencia a sujetos como el que me tocó ese día ya lejano, a quienes la vida de sus pasajeros les importa un real carajo. Sujetos que se burlan de sistema de tránsito, pero  que cuando el sistema los ‘perjudica’ son una eminencia, peritos en conocimientos del manual de tránsito.

En Lima no hay día que enciendas la televisión a ver las noticias y haya muertos en las pistas, arrollados por irresponsables choferes; o  autos, motos, buses volcados en las pésimas carreteras que adornan nuestra ciudad. Desafortunadamente, como habrán apreciado, no es falta de conocimiento de las normas de tránsito lo que afecta a nuestro país, sino la falta de moral, de ética y, lo más importante, de responsabilidad que tienen los choferes que día a día, literalmente, manejan nuestras vidas.

No se detienen a pensar por un segundo que nosotros (los usuarios) les confiamos nuestras vidas, nuestra integridad. Pero lejos de ello, en vez de exigirles más a estos destacados ‘caballeros’ que te conducen hacia la muerte repentina, o peor aún, a vivir el resto de tu vida postrado en una cama y tragando a través de una caña de plástico, se les sigue regalando la licencia de conducir. En otras palabras, el Estado  -que se rige por su propia Carta Magna y que su artículo 2°, numeral 1) señala que ‘toda persona tiene derecho a la vida… a su integridad moral, psíquica y física’- les sigue otorgando a esta clase de chóferes, licencia para matar.   

 

¡Qué irónico!

 

Lima, 17 de enero de 2013.

 

  

          

No hay comentarios:

Publicar un comentario