Todo Bolívar….
Mi profesión me obliga ir de vez
en cuando a los recónditos fueros civiles de nuestra Lima para presionar a los
Especialistas de los Juzgados que apuren con las providencias de sus labores.
Es tema fregado, pues a ninguno de los trabajadores del Poder Judicial les
gusta que les digan cómo hacer su trabajo y menos aún que lo arreen para
hacerlo; les molesta, los irrita y siempre te atienden con cara de orto. La
cosa se complica cuando delante tienen a un mozalbete jurisconsulto que le
importa un carajo si se molestan o no ante las quejas y reproches producto de
su propia decidía.
Simplemente les llega al cohete.
Un día me tocó ir al Juzgado de Paz Letrado de San Martín de
Porres. Salí de mi casa y caminé
hacia la Avenida Bolívar. Felizmente no demoró mucho el bus que me llevaría a
mi destino; de hecho estaba a dos cuadras de distancia. Hago la señal para que el transporte público
pare donde estoy, pese a que tiene la obligación de hacerlo, por estar yo en el
paradero correspondiente.
Al subir me senté tres asientos
detrás del chofer.
La mañana de ese día era cálida y
el ambiente tranquilo, el tráfico era fluido. Todo listo para enrumbar hacia la
Av. Universitaria con la Av. Antúnez de Mayolo, en el distrito de San Martín de
Porres. Subí armado con mi ipod shuffle
a la cintura, con mi mochililla guardando el celular, la billetera y un
bolígrafo y, por supuesto, el libro Dándole
pena a Tristeza; en mi mano derecha yacía el file del expediente cuyo viaje
justificó haber faltado al gym esa mañana.
Tras ponerse el bus en marcha
prendí mi cajita musical mágica y José José me da la bienvenida diciéndome, con
su voz fuerte y melodiosa, que por culpa de una mujer, es un volcán apagado.
No pasó mucho desde que se puso
en marcha el bus cuando de pronto frenó bruscamente con la finalidad de subir a
un pasajero que, al igual que yo, estiró su mano indicando que también quería
subir. Pero este sujeto de aspecto universitario no se encontraba en un
paradero oficial sino en la esquina de una calle cualquiera. El chofer no le
dio la importancia y, al estar dentro el pasajero, volvió a su empresa.
Conforme íbamos avanzando me
percaté que el chofer, en complicidad con su cobrador, había hecho la misma
jugada, esto es parar en lugares no oficiales para recoger pasajeros.
«¡Wow! El chofer es tan amable y se apiada de los pobres ‘ciudadanos’
que al no tener vehículo propio, al igual que yo, se tienen que conformar con
tomar el transporte público, y es tan heroico el noble hombre que no le importa
ganarse multas con tal de servir a su prójimo. ¡Qué buen sujeto, qué buen
hombre, qué buen chofer, qué ciudadano tan ejemplar!» Pensé.
Al cabo de unos minutos, antes de
llegar a la Primera Universidad de Latino América, veo que el asiento que está
al lado del chofer se desocupó; el siento está a la mano derecha, viene hacer
el asiento del copiloto, el cual, por la posición en la que está, brinda un
mejor panorama de viaje al pasajero, además es mucho más cómodo que las otras butacas,
las cuales al parecer fueron fabricados por NOMOS, y es que no encuentro otra
explicación para los asientos sean tan angostos e incomodos. Por ello, no
vacilé y me acomodé en el asiento del copiloto.
Ya en la Av. Universitaria,
habiendo pasado la UMSM, el chofer comienza a zigzaguear tratando de birlar los
huecos de la pista; por supuesto, el heroico hombre, olvida que en vez de llevar
personas lleva animales, confunde pues su bus con el camión de carga, en el
cual nosotros somos sus bueyes. Al cabo, su cobrador, un hombre de mediana
estatura, con cara de niño viejo, vestido con el uniforme de la empresa, del
cual emanaba un hedor similar al de aguas servidas, le alcanzó al chofer un
celular el cual atrapó sin miramientos, y, sin importarle que se encontrara en
plano viaje, se puso a conversar.
¾
Jajajajaja, qué pasa concha tu mare. Me quieres cagar, ¿no?, jajajajajaja. Toy
a tras tuyo weón. Dile a la Martha que si me quiere quitar gente, va ser
jodido, jajajajajajaja. Fuera concha tu mare, si él es el del correteo.
Jajajajajaja. ¾ Exclamó
el chofer, quien en una maniobra temeraria, le devolvió el celular al cobrador.
La risa del chofer era sumamente
chillona, irritable, de esas que no se olvidan con facilidad. «Ya me fregué», pensé.
Al girar sobre mi izquierda pude
por fin ver al chofer: era un hombre tez cobriza, del cual, pese a estar
sentado, se puede apreciar que tiene gran altura y estampa musculosa; es pelado
cual bola de boliche y es dueño de una prominente nariz en forma de gancho. Su
voz es aguardentosa, como si al lavarse los dientes usará clavos en vez de agua.
Para ser honesto, es del tipo de persona que no te gustaría cruzarte por las
noches regresando del trabajo o del estudio.
Habían pasado ya más de
veinticinco minutos desde que tomé el bus. En esta oportunidad, Camilo Sesto me
dice que muere por a una mujer que tiene piel de ángel, y que por ser un amor ‘prohibido’
tiene que amarla a escondidas. Al cabo de unas cuadras, el bus frena torpemente
en el cruce de la Av. Tomas Valle con la Av. Universitaria. Al frente, un
escuadrón de la Policía de Tránsito, en su mayoría mujeres, las famosas ‘FÉNIX’,
dirigen el pesado tráfico que se postró sobre dichas avenidas. Las féminas
oficiales ordenan, cual juez, qué vehículos pasan de izquierda a derecha y de
frente hacia delante. Suplen de manera caótica el sistema de semáforos puestos
inteligentemente por el Ministerio de Telecomunicaciones y Transporte.
Pinché pause al ipod shuffle y observé cómo el chofer
con un silbido llamó a su cobrador. Veo que el chofer endereza su espalda tratando
de sacar pecho pero presume pura teta, levanta la mirada vidriosa, estira su
diminuto cuello (su rostro pinta un nuevo semblante, el de alguien precavido, y
sus ojos ahora son analíticos) y con voz fuerte y dibujada señala:
¾ «Ves
eso. Lo que está haciendo la policía de tránsito. Eso está mal. Es una clara
infracción a las normas de tránsito ¾y
con una mueca de aprobación en su duro rostro, agrega a su cobrador, que lo
escuchaba con suma atención:¾Te
explico: si los semáforos están prendidos y funcionando como lo están ahora, la
policía no tiene por qué intervenir. En cambio, si los oficiales están manejado
el tránsito, reemplazando los semáforos, estos deberían estar apagados para así
no crear confusión a los choferes. Pero eso, estos huevones no lo saben. Joden
nada más. ¾Sentenció
el noble caballero.
Sí, aquel que se burló de los
paraderos oficiales, que subió y bajó a pasajeros a lo largo de la Av.
Universitaria sin importarle dónde los bajara o recogiera. Así espetó aquel
heroico hombre que juagaba al correteo con otros para ver quién de los dos
conseguía más pasajeros; aquel que de manera temeraria usaba el celular sin
importarle si sus reflejos se veían disminuidos por el uso de dicho artefacto.
Por supuesto que la indignante
perorata suelta por el chofer me causó un gran fastidio.
«Eres un conchudo cabrón que
viene poniendo en riesgo mi vida y la de los demás. Y te das aires de erudito
en los menesteres propios del tránsito. Qué tal hijuemadres que eres, en serio»,
me dieron ganas de decirle, sin embargo, y conociendo lo caballerosos que son
nuestros queridos choferes, y dadas las dimensiones físicas de tan loable
personaje, corría el riesgo, más que seguro, de ser invitado a un duelo, del
cual por supuesto, acabaría hecho mierda. Razón por la cual decidí, firmemente,
otorgar con mi silencio.
Vaya que si vivimos en un país
donde las cosas están al revés. Donde hoy en día le regala la licencia a
sujetos como el que me tocó ese día ya lejano, a quienes la vida de sus
pasajeros les importa un real carajo. Sujetos que se burlan de sistema de
tránsito, pero que cuando el sistema los
‘perjudica’ son una eminencia, peritos en conocimientos del manual de tránsito.
En Lima no hay día que enciendas
la televisión a ver las noticias y haya muertos en las pistas, arrollados por irresponsables
choferes; o autos, motos, buses volcados
en las pésimas carreteras que adornan nuestra ciudad. Desafortunadamente, como
habrán apreciado, no es falta de conocimiento de las normas de tránsito lo que
afecta a nuestro país, sino la falta de moral, de ética y, lo más importante,
de responsabilidad que tienen los choferes que día a día, literalmente, manejan
nuestras vidas.
No se detienen a pensar por un
segundo que nosotros (los usuarios) les confiamos nuestras vidas, nuestra
integridad. Pero lejos de ello, en vez de exigirles más a estos destacados ‘caballeros’
que te conducen hacia la muerte repentina, o peor aún, a vivir el resto de tu
vida postrado en una cama y tragando a través de una caña de plástico, se les
sigue regalando la licencia de conducir. En otras palabras, el Estado -que se rige por su propia Carta Magna y que
su artículo 2°, numeral 1) señala que ‘toda persona tiene derecho a la vida… a
su integridad moral, psíquica y física’- les sigue otorgando a esta clase de
chóferes, licencia para matar.
¡Qué irónico!
Lima, 17 de enero de 2013.
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