martes, 29 de octubre de 2013

TANTAS VECES MI GYM







 
De hecho no es la primera vez. Desde que ha entrado es un bueno para nada; sirve únicamente para apestar la sala del gym con su loción, y abusa tanto de este líquido perfumado que más allá de ser agradable, asquea totalmente. Nuevamente fui testigo, como lo vengo siendo los últimos 4 o 5 meses, quizá más, de cómo llega tarde, y con más frecuencia y frescura que antes porque ahora hay una nueva chica que abre las puertas antes de las 6am (por fin, carajo), se hace el huevas 10 minutos en el baño -cagando de seguro-, luego se dirige al cuarto que está antes de entrar al gym, y no sale sino luego de otros 15 minutos apestando a su loción. Nuestro estimado ‘trainer’, con grosos complejos de mohicano, deja sin miramientos que las personas, en su mayoría mujeres, que van temprano al gym hagan sus ejercicios como ellos creen que se debe hacerse. Grave error. El ´coach’ mientras tanto, simula preocupación por el orden del gym, y a paso ligero pero firme, recorre cada uno de los rincones del aposento. Él no me saluda, yo tampoco; de seguro no me saluda desde que le puse cara de mierda cuando llegó tarde al gym cuando era, y creo que es, su obligación abrir las puertas. Llegó bien campante, ligero de ánimos y con una sonrisa burlona dibujada en su feo rostro. «La hora es la hora. Luego cuando uno se queja, le ponen mala cara», le atajé. Desde entonces nos ignoramos. Felizmente no necesito de su apoyo, como poco serviría también. Tengo ya varios años en el gym y he aprendido a valerme de mi propia fuerza y astucia para poder cumplir con la rutina de rigor. Pero no soy el único usuario, o cliente, como fríamente nos etiqueta el gym cada vez que nos manda saludos a través de sus cuentas, hay varias personas como ya lo dije, muchas féminas que, obsesionadas con la figura perfecta, se matan haciendo ejercicio queriendo fortalecer esos hermosos glúteos que nunca tendrán, o tonificar esas gustosas pantorrillas, que tampoco tienen. Las pobres sudan la gota gorda, literalmente, las veo empeñarse en sus ejercicios, pero lo hacen tan mal que dan pena, o quizá lastima, da igual. Me he visto, en tal circunstancia, en la necesidad de acercarme a ellas e indicarles cómo se hace el ejercicio que en vano tratan de hacer. ¿Mi trabajo? No. Pero tampoco puedo permitir que se fatiguen en vano, o peor aún, que salgan lastimadas, desgarradas o lesionadas por un mal movimiento. Digamos que es una obligación moral la mía. Mientras tanto nuestro ´trainer’, bien gracias. Meses atrás vi cómo una señora hacía unos ejercicios abdominales de muy mala manera, corriendo el riesgo de lastimarse, y, por supuesto, sin siquiera tener los resultados que esperaba. Yo estaba en la máquina continua y veía el gesto flagelado de señora. No pude más, y sin que nadie me lo pidiera me acerqué y amablemente le dije que si me permitía enseñarle cómo hacer el ejercicio que ella intenta hacer. Me miró como bicho raro y, a cambio de mi buena acción, me endosó un rotundo «No. Yo sé», con voz vulgar; desde entonces aquella dama, de baja estatura, de pelo desgastado y sin vida, me mira con recelo, como diciendo «Acá está el sabelotodo». De hecho que no soy un sabelotodo, pero si hay algo que sé, y que domino a la perfección, son los ejercicios abdominales, no en vano los vengo practicando durante varios, varios años, los resultados en mí están, y me encantan, sólo que no soy exhibicionista ni uso politos pegados o transparentes para mostrar el dorso con sus respectivos ‘coquitos’. Quise colaborar y salí con el rabo entre las patas. ¿Mi culpa? Sí, por huevón. Pero también culpa de nuestro lustre ‘coach’ ya que si hiciera su trabajo, y procurara que cada uno de sus discípulos –Dios nos libre- haga bien su ejercicio, no me hubiese apiadado de dicha mujer y su prominente vientre y le hubiese ofrecido mi ayuda, y, por tanto, me hubiese ahorrado el bochornoso incidente de mandarme a freír espárragos, carajo. Por ello, ahora que veo cuando un chico o chica hace mal su trabajo, que se joda, así es, que se frieguen. Pues ellos como clientes que son, insisto en que es una fea etiqueta, tienen el derecho, o el deber, de exigirle al ‘trainer’  que los ilustre, que los guie, QUE LOS ENTRENE, como debe ser; y no conformarse simplemente porque les deja dos o tres rutinas indefensas que poco o nada harán por sus mofletudos puercos, digo, cuerpos. ¿El daño? Es tremendo, ¿por qué? Primero por el alto riesgo de salir las lastimados o lastimadas intentando hacer solos un ejercicio que, por la maniobra corporal que conlleva ejecutarlo, debe estar siempre, SIEMPRE acompañada de un entrenador que cuide de la integridad de su discípulo. Digamos pues que una persona X, creyéndose fornido, le pone más del peso necesario a su barra o carga sobre sus hombros un peso que no debe y sale lastimado o lastimada. ¡Ajá! Exacto, por una mala maniobra o posición del cuerpo del aventurado o aventurada se fregó la espalda, adiós tranquila vejez. ¿Yo qué haría? Bueno, les interpongo una demanda por daños y perjuicios, a tal grado de mandarlos a la ruina. Ahora ven porqué es importante que el ‘coach’ esté siempre vigilante con cada uno de sus clientes. Dos, el engaño emocional; así es. Como ejemplo citaré a otra voluptuosa mujer que hace más de dos años y medio va al gym de manera religiosa: comienza su rutina con 35mn de spinning, luego, ya empapada en sudor, se dirige a las máquinas para estimular los músculos de la espalda para terminar ejercitando sus bíceps. Hace su mejor esfuerzo, qué duda cabe. Muchos quisieran tener esa tenacidad que la dama resalta con cada ejercicio; desafortunadamente no hay resultado alguno. Esta dama en más de una ocasión me ha consultado sobre cómo se debe hacer un ejercicio, ya que no cuenta con la asesoría del ‘trainer’. Amablemente le he ayudado, pero nada más. Por supuesto que la culpa de que el cuerpo de tan empeñosa mujer no haya siquiera variado alguito, no es totalmente de gym; pues no sé ella tiene malos hábitos alimenticios, ya que de tenerlos, nada sirve tanto esmero. Pero de otro lado, parte de culpa la tiene el gym, pues si luego de varios años de duro entrenamiento las cosas no cambian, y el gym no se percata de ello, quiere decir que poco o nada le interesa al gym si su recinto da buenos resultados o no, es decir, que no se preocupan por los que van al gym, siempre y cuando paguen, listo, es todo. Lo cual le da más sentido al porqué de etiquetarnos como clientes, y es que eso somos, así de simple, clientes. Caso contrario, se preocuparían por el avance de cada uno de sus socios, pero no somos socios, sino clientes. De hecho hay gimnasios donde le hacen un seguimiento riguroso a cada uno de las personas que entrenan en sus aposentos, los controlan en cuanto alimentación y rutinas se refiere, y eso es bueno. Pues muestran a sus socios, consentidos socios, que les importa su progreso, su bienestar y tranquilidad; y por supuesto, un socio conforme le pasa la voz a otro amigo, y éste a su vez a otro, y así, sucesivamente. En lo personal no recomendaría  el gym al que voy, y si voy es porque ya pagué por adelantado todo un año, y claro, porque me queda a tres cuadras de mi casa. Pero llegando abril del próximo año espero mudarme de local, constará más, tal vez, pero me sentiré cómodo, tranquilo. Hace unos días una chica, joven ella, me preguntó cómo debería usar la barra y hacer sentadillas, «Es que ando de aquí para allá sin hacer nada, la chica de recepción me dijo que espere al coach pero él no llega, ¿me ayudas?», me refiero, con notoria decepción en su hablar. Y de hecho, hasta la hora que me quedé en el gym -7.am- nuestro ilustre coach, ese de andar escaldado, no llegó. Ayudé a la chica en socorro, le expliqué que debía usar poco peso y mantener la espalda erguida ante cada repetición, «La tención debes sentirla en tus piernas, no es tu espalda, y menos en tu cintura», indiqué. O sea que, contrario a lo que yo quería, y a lo que busco, fungí de coach una vez más, pero esta vez fue a pedido. Una vez terminado el ejercicio se acercó de nuevo y me preguntó por otro ejercicio de piernas. Le enseñé. Al voltear un conocido mío me dice con son burlón: «Mejor que te contraten como entrenador…», y dándome unas palmadas suaves en el hombro derecho, me dice señalando a una chica: «Ella dice que también quiere tú ayuda» La muchacha, que también lleva años en el gym, hace un gesto de reproche, de indignación; lo hace negando con fuerza su cabeza, el movimiento es tan grotesco que hace bailar el enorme flequillo que adorna su amplia y ancha frente. De inmediato supe lo que pasaba; de hecho que la frentona, al ver que daba lecciones de rutina habrá pensado: «Y éste…ahora se jura entrenador…» De haber obedecido mi primer impulso me le habría acercado, y le hubiera espetado: «¿Tiene algo de malo ayudar a alguien que vive en la ignorancia atlética, como tú, amiga?» Pero preferí el silencio. A la chica a quien impartí rutina quedó muy agradecida conmigo, «De nada,  pero procura que el coach te de una rutina y esté pendiente de ti, por algo pagas», enfaticé de manera cordial pero seria. De momento todo sigue igual, la chicha recepcionista nueva llega temprano, ¡Qué bueno!, esperemos que así se mantenga, y es que dicen que escobita nueva barre mejor, mientras no se deje corromper por el facilismo propio de los conchudos y haraganes, todo estará bien. Esperemos pues que los administradores del gym ubicado en el cuarto piso de las galerías que se encuentran frente al hospital Santa Rosa pongan manos en el asunto, pues no hay mejor publicidad que la que se pasa de voz en voz: una persona contenta se convierte en dos, luego en tres, y luego todo lleno. No soy coach, pero sé de ejercicios, de alimentación y de rutinas. No me gusta presumir ni tampoco alardear, pero no por nada llegué a perder 58 kilos, y he logrado que mis coquitos se marquen, así que creo tener legitimidad para opinar al respecto, joda a quien le joda.
 
Lima, 29 de octubre de 2013.                                   


                                 

No hay comentarios:

Publicar un comentario