Lima es una ciudad extraña.
Puedes levantarte de la
cama como cualquier otro día y hacer lo que sueles hacer en esos días donde no
haces nada que lo deberías hacer.
Por ejemplo hoy.
Me levanté pensando que
sería como cualquier día más en el laburo. No fui al gimnasio, pues la flojera
doblegó mi espíritu deportivo. Tomé desayuno temprano y, treinta minutos después,
subí el transporte público que me deja cerca de la oficina. Bajé en la Av.
Brasil donde varios estudiantes, a paso acelerado, intentaban llegar a tiempo a
sus clases en la facultad de Estomatología que se alza en la cuadra uno de la
Av. Bolívar. Crucé con precaución la inmensa Av. Brasil y me dispuse a escuchar
mi ipod shuffle. Caminaba de manera
tranquila, como si las manecillas del reloj estuviesen a mis órdenes. El aire
fresco de esta mañana gris y tupida acariciaba mi faz mientras Luis Miguel interpretaba
La Incondicional.
Seguí caminando con la
mirada en alto.
Sobre la vereda, como
por arte de magia, apareció un auto color guinda que venía hacia mí con
moderada velocidad. Le puse pausa a Luis Miguel, y le hice señas al conductor
para que bajara aún más la velocidad de su empresa puesto que yo andaba en medio. El
sujetó le importó poco mis ademanes y siguió sobre la verada. Tuve que salir
del destino para no ser golpeado por el auto.
El sujeto se estaciona
en la fachada de una quinta resguardada por una enorme reja negra. Baja del vehículo sin la mayor atención y libre
de culpa.
¡Qué tal concha, pues!
¾
Oiga. ¾Le
digo ¾Qué no ve que está sobre la vereda y que casi me lleva de corbata.
El sujeto, que es alto,
más que yo (bueno, yo no soy muy alto), me escanea de pies a cabeza y pregunta:
¾
¿Acaso te atropelle? ¾Pero lo dice con una voz tan fresca y
sin reproches que me dieron ganas de golpearlo. Pero me contuve.
¾
O sea que estás esperando atropellar para recién reaccionar. Además, dese
cuenta que está en la vereda, que es exclusivo para el peatón ¾le
respondo mientras grabo en mi mente sus acholados rasgos distintivos.
¾
Qué te voy atropellar oe. ¾Responde, y acomodándose la camisa
dentro del blue jean, agrega con un manotazo al aire ¾:
Usa el cerebro.
¿Usa el cerebro? Ese
cabrón de frente amplia y ojos duros me dice que use el cerebro. ¡Está cojudo!
¾
No sea animal. Y usted use el cerebro al manejar ¾le respondo ya
con tono increpador. A la mierda, si nos
vamos a los golpes, que así sea.
En ello aparece un
inspector de la Municipalidad de Jesús María vestido de azul y con su chaleco
característico. Se acerca donde el imprudente chófer y le dice que tenga más
cuidado, «He visto todo desde el inicio.
Y presencié cómo casi arrolla aquí, al joven presente».
Pero como en Perú
estamos acostumbrados a pasarnos a las autoridades por los innombrables, el conductor
iracundo, lejos de reflexionar, grita:
¾ Estás hablando huevadas. Además, acá
vivo yo. Yo pago mis impuestos y tengo derecho a estacionar mi auto fuera, o
como se me dé la puta gana.
¾ Señor. No sea
malcriado que nadie le está faltando el respeto ¾manifestó el inspector,
manteniendo la calma.
Yo no callé. Y ante la boludez lanzada por el
conductor…
¾ Pagas impuestos. ¿Y por eso tienes derecho
a manejar a tus anchas?, ¿Sin respetar al peatón?
Quería decirle que soy
abogado. Y que gustoso llamaría a la policía para ellos verificaran si en
verdad se había cometido infracción o no. Pero no lo hice, ninguna de las dos.
¾
Ya ya ya. Amigo ¾ me dice¾, no lo vuelvo
hacer, ok. Ahora lárgate.
Lárgate. Esa palabra
entró por mis oídos como un golpe certero.
¾
¿Lárgate? Estás bien equivocado de tu vida. O sea que ahora eres dueño de la
vía pública. ¡Qué conchudo! ¾Le referí enérgicamente.
El inspector me toma
del brazo y me dice en tono suficiente para ser escuchado por el conductor, que
no vale la pena discutir con un sujeto que no tiene respeto por nada ni nadie.
Que pierda cuidado y que de todas maneras reportará lo ocurrido al área correspondiente.
Agradecí al inspector
su amabilidad. Estaba por reanudar la interpretación de La Incondicional, cuando me detuve de pronto, giré hacia el
malcriado conductor, y con mirada asesina le digo:
¾
Y no me llame ‘Amigo’. Que no tengo amigos brutos.
¾
Tú tampoco eres mi amigo ¾responde.
Escuché su réplica pero
no le di importancia. Seguí mi destino; doblé en la esquina y no lo vi más.
Lima es así.
Puedes levantarte pensado que nada nuevo sucederá. Pero nunca falta el imbécil que te demuestra todo lo contrario.
Puedes levantarte pensado que nada nuevo sucederá. Pero nunca falta el imbécil que te demuestra todo lo contrario.
Por eso, amo Lima.
Lima, 13 de febrero de 2014.
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