miércoles, 12 de marzo de 2014

'MALDITA BASURA'





Subí contento al transporte público debido a la premiación del ‘OSCAR’ de la noche del domingo pasado; donde ‘Doce años de esclavitud’ se alzó con la presea dorada. Sin lugar a dudas un justo reconocimiento al esfuerzo y al profesionalismo pero sobre todo, por plasmar de una manera cruda y real una de las épocas más horrorosas del hombre blanco, ‘la esclavitud’.

Subí pensando que sería un lunes común en mi itinerario profesional; y así marchaba hasta que llegamos al cuarto semáforo de la Av. Bolívar hacia la Av. Brasil, cuando mi frío amanecer tuvo un cambio repentino:

Al entrar al bus quedaba un asiento libre sobre el ala derecha del colectivo. El asiento era estrecho y hasta incomodo, pero estaba al lado de la ventana; generosa retribución que me permitió abrir de par en par la ventana y sentir el fresco matutino. El colectivo era espacioso y largo, pero guardaba un olor a diésel aguantado, como si estuviéramos en un mecánico, así de fuerte.

Al primer semáforo subieron varios niños de entre los ocho y doce años vestidos de colegiales y armados con mochilas al hombro y loncherías de colores pasteles. El cobrador, que era una mujer de pelos largos y grasosos, los invitó a no estorbar el pasadizo, «Al fondo, al fondo…», decía al tiempo que su mano hacia tintinear las monedas del pasaje.

Al segundo semáforo, a doce cuadras de mi destino, únicamente subió un joven de baja estatura vestido de sastre y con un file amarillo entre sus manos; posiblemente iría alguna entrevista de trabajo. Nadie más subió al colectivo, lo que permitía que esté visible el pasadizo; me dio gusto, pues resultaría más fácil salir de él que cuando está lleno de usuarios y, al pedir permiso, tienes que rosarte obligadamente con sus cuerpos toscos y anchos como roperos, y, la mayor parte, y lo que más jode, es que te pisan los zapatos o el doblez del pantalón, carajo. Pero no, ese día no padecería por ello, y di gracias al universo. Pero este me devolvió el agradecimiento de una manera que no esperaba; me cacheteó con la fuerza de sus astros.

Al tercer semáforo subió una señora de respetada edad y figura curvada, como si en su espalda cargara el peso de años no muy bien retribuidos por esta Lima gris. Llevaba en la mano derecha un pequeño monedero bastante desgastado, y con la otra mano asía una bolsa de tela, de aquellas que se usan para las compras del mercado. Yo andaba a unos cuatro metros de distancia, pero las personas a su costado, de inmediato contacto, ninguna le cedió el asiento, ni siquiera se voltearon a verla. Ello me cabreó por dos razones: una, la falta de atención y amabilidad por las personas mayores, y, dos, porque me obligaría a levantarme ante la decía de los demás.

Tomé el último relente de la ventana y me dispuse a ser un caballero.

-Eh, señora. Aquí hay un asiento para usted -Apostillé en tono alto a fin de que los ‘samaritas’ despertaran de su letargo y, obvio, para que la señora se entere de mi cordial invitación.

La viejita volteó despacio hacía mí y, agarrándose de los barandales, caminó con cierta dificultad hasta el asiento. Al llegar a mí alzó la mirada. Usaba anteojos anchos cuyo soporte yacía en la punta de su arrugada nariz; irónicamente, de ella, brotaba un olor a colonia de bebé. Me miró con simpatía y, tratando de gesticular una sonrisa amable, me dio las gracias, «Es bueno encontrar un caballero». Me sentí confortable por el piropo obsequiado por la longeva dama, y me quedé parado a tres pies de ella esperando llegar a mi paradero, ignorando por completo los adjetivos e improperios de las que mi persona sería víctima.

A penas unos segundos después de ceder mi butaca, la señora me miraba de manera extrañaba. No quitaba su vista de mí; yo podía apreciar su mirar con el rabillo del ojo. Fingí una excusa y volteé ‘discretamente’ hacía la anciana mujer. En efecto, me miraba con rigurosa pericia. Traté de no prestarle importancia; total, estaba a ocho cuadras de bajar.

Chequeé mi celular para ver la hora cuando fui interrumpido por una voz enérgica, dura como el firmamento, que había gritado: «Tú, maldito infeliz». La oración cargada de sentimientos me hizo dar un pequeño salto infantil. Volteé a mirar a mí alrededor sin saber qué pasaba ni de dónde había salido aquel amargo quejido. Todos los demás usuarios, a su vez, parecían contrariados y se miran unos con otros y conmigo, y yo con ellos. Pensé que tal vez aquel agresivo alarido había nacido afuera, en la calle. Pero no, y un segundo grito con creciente ardor me confirmó que el berrido agudo venía desde el colectivo. Era la señora a la que hacia segundos le había dado mi lugar y quien con media sonrisa me había dicho que era un ‘gentleman’. Pero ahora sus ojos, que al inicio estaban llenos de amabilidad; estaban inyectados de un fuego maligno, del cual presentí, acertadamente, que saldría quemado.

-Tú, maldito infeliz. Tú…-repitió al tiempo que se levantaba del asiento y me señalaba con el dedo acusador. -¿Qué te hice, maldita basura, qué te hice? -Continuó con talante fulgor. Ahora empuñaba la mano y me la puso ras del mentón.

Yo estaba helado. Miraba de reojo a todos lados tratando de encontrar una respuesta en los rostros de los demás pasajeros que se unían al gratuito show. Pero nada, se veían tan en ‘shok’ como yo. Poco a poco sentía como un hormigueo incesante se instalaba en la boca del estómago y un ardor se apoderaba de mis mejillas al grado de sentirme rojo como tomate.

Definitivamente la ofuscada abuelita me estaba confundiendo con otra persona.

Señora.-Le digo en tono pacificador -Me está confundiendo con alguien más. Es la primera vez que la veo en mi vida, y….

Cuando estaba por terminar, fui interrumpido.

-Nada de confundiendo. Eres tú. Canalla, malnacido, bastardo bueno para nada -me profirió la señora de cabellos canos al mismo tiempo que alzaba su arrugado brazo plagado de manchas y me obsequiaba una bofetada en la mejilla derecha. El golpe fue débil, pero no dejó de dolerme la acción.

Luego del sutil tortazo indoloro, agregó:

- ¡Y no te hagas el huevón!

¡Ah, con huevoneada es la cosa!

Puedo contra los insultos y majaderías sin sentido, hasta soportar el débil soplamocos propinado por la añosa dama; pero que me huevoneen, ¡jamás! Y menos de gratis.

Fruncí mi rostro e inflé mis pulmones -vi el rostro de los escolares, estaban con miedo-, conté hasta tres, y…:

‘¡BUENO YA ESTUVO SUAVE PINCHE VIEJA JIJA DE LA CHINGADA. LE ESTOY DICIENDO QUE ME ESTÁ CONFUNDIENDO CON OTRA PERSONA; NO LA CONOZCO NI QUIERO, FÍJESE. PERO NO AGUANTARÉ CAPRICHOS DE UNA ABUELA CABREADA QUE DEBERÍA ESTAR ATENDIENDO A LOS NIETOS EN VEZ DE ANDAR BLASFEMANDO A DIESTRA Y SINIESTRA, ATACANDO CON EPÍTETOS INDIGNOS Y MENOS, TODAVÍA, QUE ME LLAME HUEVÓN, ¿ENTENDIÓ, CHINGAO?!’

Pensé. Pero era obvio que la señora me confundía. Mantuve la calma pensando que tarde o temprano todos, sin excusas, llegamos a esa edad donde es fácil confundir rostros, sabores y colores.

-Señora. Cálmese por favor. No tiene porqué insultar ni levantar la mano. Le digo que me confunde con alguien más. Estese tranquila. Veo que mi presencia la altera, así que me bajaré de inmediato.

-Bájate pues, ¡so mierda!- Añadió la gentil dama mientras en mi rostro caían gotas de saliva provenientes de su boca arrugada como pasa.

Pedí bajar en el próximo semáforo, que estaba a dos cuadras de mi paradero. Al caminar hacia la puerta todos me veían con cara de ‘What’ mientras cuchichiaban entre sí. La feroz abuelita seguía con sus vituperios cargados de fogosidad. En lo que bajaba hurgué sobre mis recuerdos más profundos y pasados; traté de relacionar el rostro de la irascible mujer con algún evento extraño.

Nada. No conseguí nada.

Bajé y el bus se puso en marcha. La abuela estaba pegada en la ventana como calcomanía mirándome con ojos venenosos. Sus labios mascullaban cosas que ya eran imperceptibles para mí; seguramente ricas pero inmerecidas mentadas de madre acompañadas de palabras malsonantes.

 Hasta ahora sigo sin comprender qué despertó la ira de la abuela. En verdad lo ignoro. Pero algo es seguro: a la próxima que suba una tierna abuelita al bus, haré lo que todo caballero peruano hace, me haré el dormido.

 

Lima, 06 de marzo de 2014.

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