Ricardo es un joven de
apenas treinta años de edad. Arquitecto de profesión y amante de la historia en
general. De no haber sido arquitecto le hubiese gustado ser profesor de
historia, periodista y/o escritor. Le encanta la lectura como el café, sus dos
grandes pasiones. Siente la necesidad de escribir sobre distintos temas; temas
por supuesto que le parecen interesantes nada más a él. Cree además que tiene
una obligación moral de escribir sobre las cosas que ha visto, escuchado y
vivido. De pequeño, y hasta cierta parte de su adolescencia, vivió en distintos
países siendo México el país donde más años radicó. Su familia se dedica al
circo. Trabajan como artistas de circo. Su padre fue un destacado trapecista,
su abuelo ¾ el papá de su
papá¾ es un extraordinario
payaso, sus tíos también lo son, en menor escala por supuesto. Ricardo también
fue payaso y fue conocido como el payasito Fatiguín,
pero nunca se sintió cómodo del todo. Sabía que no era lo suyo. El papá de su
mamá fue ¾ junto con el
papá de su papá¾
quien trajo por primera vez un circo al Perú. Su abuelo fue domador, acróbata,
payaso y empresario de circo; de joven cantaba tangos en las radios bonaerenses.
Y hay quienes dar por cierto que el abuelo tuvo un romántico pero fugaz romance
con una joven rosarina que años más tarde sería famosa haciendo películas en
México y luego novelas, y a quien el mundo le lloraría en el doce de diciembre
del año 2000, fecha en que falleció La
Novia de América.
Ricardo, tratando de no
romper la tradición que remonta generaciones, comenzó a leer libros, de esta
forma podía escapar, volar, esfumarse y hasta desaparecer y perderse en las
vidas y aventuras de otros. Sin embargo, y luego de hojas literarias devoradas,
se dio cuenta que el circo le había dado un regalo a cambio, un obsequio que en
manos hambrientas, podían resultar buenas historias, anécdotas y vivencias, y
bueno, quizá por qué no, en el sueño dorado de Ricardo, un Libro. De momento se tranquiliza con el hecho de escribir algunas
cositas en un blog que ha creado elburrohabladeorejas. No le va mal. Y
se alegra cuando al revisar se percata que sus publicaciones tienen más
lectores. Por supuesto que le jode tener más de 323 “amigos” en su red social y ver que únicamente 35
personas leen sus publicaciones «Bah. No todos somos un Mario Vargas Llosa o
un Octavio Paz como para tener una centena de seguidores, pero ahí vamos...»,
se consuela Ricardo.
Les contaba que Ricardo
siente que tiene un deber moral con la sociedad; el de contar las cosas que
vivió, oyó y vio; de las que fue testigo involuntario, y de los escándalos más
sonados en el mundo circense. Piensa que si logra perfeccionar su técnica
literaria, o cualquiera técnica que le permita escribir un buen libro, podrá
ser un Best Seller y que de seguro el
libro de Agua para Elefantes será un
embrión literario, un librillo cualquiera comparado con el suyo al tratar de
narrar la vida circense. Pero aun no da el primer paso. Hay veces que se
emociona, le llueven los recuerdos, que son muchos, y se siente inspirado, iluminado,
las musas en mallas y lentejuelas los ilustran, él se prepara, se alista, y con
cafecito en mano, teclea lo que podría ser su libro. Sin embargo, a medida que
avanza, se queda. La inspiración y recuerdos que le cayeron como a borbotones
se van por el drenaje de la impaciencia «Esto
de ser escrito es una huevada…», se dice. Pero Ricardo no se desespera,
sabe que tarde que temprano lo hará. De momento escribirá pequeñas piezas de lo
que más tarde será su obra maestra. ¿Título? Bueno, primero que termine su obra
y luego va por el nombre.
Sin embargo, ahora
Ricardo, ya un hombre casado y con dos hijos, se siente algo intimidado hasta
de escribir en su blog, o por lo
menos de usarse él mismo como personaje principal, y es que en muchas de sus
historias prefiere ser él quien las represente, así, de este modo, no tendrá
por qué dar nombres reales (por más que le gustaría) a sus memorias circenses.
¿Por qué?
Un día su amada esposa
Brisa se atrevió sin intención maliciosa a leer algo que él había escrito y
guardado en su portátil cuyo título es «Cuando
perdí 15 dólares…» Por supuesto que su esposa, quien sabe las debilidades
literarias de Ricardo, hurgó el contenido de dicho título sin la venía de su
amado esposo. Pensó, al juzgar por el nombre, que se trataba de alguna
travesura de niño cuando perdió quince verdes, o algo por el estilo. Sin
embargo, no fue así. Ricardo, que ignoraba por completo que estaba siendo
ultrajado por su querida, dejó que leyera lo que pensaba se trataba de algún e-mail enviado a ella, nada más. Pero
luego, cuando Brisa culminó de leer la historia que escondía tan inocente
título, con mirada de asombro y con los ojos formando una perfecta «O» le increpó y le preguntó en tono de recochineo,
quién era ese sujeto a quien por quince dólares, una piruja de cabellos rubios,
tetona y de baja estatura, le habían chupado el pene. «Responde pues», precisó la señora de casa. Ricardo se quedó
pasmado, helado y algo avergonzado. Una inyección de ardor, bochorno tal vez,
se apoderó de su mejillas, y es que jamás pensó que su amada sería capaz de
leer algo que no fuera de ella o dirigido a ella. Ricardo se sintió vulnerado.
Pero se repuso casi de inmediato y, con el temple y picardía que lo
caracteriza, le explicó que se trataba de un amigo que tuvo cuando él (Ricardo)
tenía dieciséis años y vivía en Estados Unidos de Norteamérica, y que todo
sucedió en la gira que hicieron con el circo Hermanos Vázquez en el año 2000. «Listo, ya está. Zafé…», pensó Ricardo. Pero Brisa, con el instituto
de hembra segura, lejos de creerle, siguió con sus interrogativas. «Amigo, ¿no? Así te dices a ti mismo. Así que
una puta te la chupó y bien chupada por quince dólares. No te hagas el loquito
conmigo Ricardito, y cuéntame qué más te hizo, ok…» Para sorpresa de Ricardo,
el tono de su esposa seguía siendo condescendiente, burlón y ameno. Ricardo le
siguió la corriente, y queriendo seguir la joda por un tiempo más, le dijo que
no se trataba de él. «Qué jodida eres,
amor. Ya te dije no soy yo». Pero Ricardo no podía evitar reírse con cada
palabra suelta, pues le causaba gracia ver a su mujer en una supuesta pose de “esposa celosa”. «Amor, esa pose de mujercita celosa-caprichosa con cara de niña
engreída estirando la trompita con cara de hurón, no te va…» No hubo mayor
discusión sobre el tema, pero Ricardo sabía, y sabe, que su esposa no le creyó
del todo, y que para ella, ése fulano que había experimentado los placeres
sexuales con una putita de quince dólares, cuyas características físicas eran
caprichosamente parecidas a la de su esposo, era su esposo, y punto.
Desde entonces Ricardo
se siente algo limitado; sabe que si escribe algo fuerte, con contenido erótico
o sexual, su esposa pensará que está recordado sus ayeres romanticones de joven
circense persigue tetas. Cosa que no es cierto. Bueno, no del todo. Por
ejemplo, hace un par de meses Ricardo publicó en su blog una pequeña historia de una señora que pasea a su perro
siempre en la madrugada, y que para acompañarse, siempre enciende un cigarro.
Ricardo le hecho rienda suelta a su imaginación y, luego de narrar parte de la
historia, la tituló «Una dama en la
madrugada» Brisa, quien se percató de la publicación a través de su Black Berry, y sin leer si quiera el
contenido, echó una mirada asesina su esposo y con voz de tal, y letal, le
dijo: «Cuidado Ricardo con lo que estés
escribiendo. No te quieras hacer el vivito conmigo…» Sin embargo en ésta
ocasión el esposo amenazado se sintió ofendido, incomodo, molesto y hasta
irritado. «Puta madre. Ahora no puedo
escribir lo que veo, lo que siento o lo que me inspira sin ser acosado.... Qué
joda», pensó Ricardo notoriamente ofuscado. Obviamente sería difícil poder
escribir sobre algo o alguien sin que Brisa pensara que lo que estaba haciendo
su marido era reflejarse en los personajes y vivencias que narraba. Si se
cuestionaba ¾ o cuestiona¾ lo que él pudiese escribir, la cosa
estaba jodida. Bajo esa amenaza, cómo escribir entonces la vez que Ricardo,
cuando niño, recibió su primer beso. Escribir por ejemplo aquella vez en que un
amigo de él, por darles de bacán, del pendejito del circo, grabó a una chica
teniendo sexo, y que al final la chica, cuyo apellido es más que complicado de
pronunciar, quedó embarazada, y que todo el mundo, o bueno, los más allegados, se
ganaron con el video, y lo que es peor, la chica al final se casó con él, y él,
sumamente avergonzado por haber mostrado el video sexual de quien ahora era su
esposa, quemó la cinta, y cómo al final de la historia, el tipo resultó ser gay. Qué se podría pensar… ¿qué Ricardo
es el del video? Ni en pedo, Ricardo en aquel entonces tenía trece años. O por
ejemplo escribir la vez que fue testigo ocular de cómo un novato dueño de
circo, o mejor dicho, uno de los hijos del dueño del circo ¾ simpático él, de tez clara y talla
respetable, con ligeros tics en los ojos, ganador, junto con sus hermanos, del
primer puesto del Primer Festival de Circo en México¾, le fue infiel a su guapa e interesada
esposa con la mujer del malabarista del circo. ¿Venganza tal vez? ¿Se habría
enterado que su esposa, en secreto, seguía amando a su che? «Ramiro, tu esposa se puede enterar», dijo la descomunal
mujer. «Me vale madre. Además, bien que
se casó conmigo por mero interés. Cree que soy un pendejo y que no me doy
cuenta como por detrás de la cortina mira el acto de los Malambos y poder ver a
Paulo. Que se chingue también» Precisó Ramiro al tiempo que con sus manos
recorría la fina estampa de La Otra. Y es que era un secreto a voces que Isabel,
guapa mujer de media estatura y muslos encantadores, se hizo novia y luego
esposa del hijo del dueño dejando roto el corazón de un joven y talentoso
argentino dueño de una habilidad única en el malambo, Paulo.
¡Oh sí, en los circos
también se cuecen habas!
¿Y qué, también tendría
que pensar que el infiel fue Ricardo?…ni en pedo tampoco; Ricardo tenía quince
años. Y bueno, por último, ¿tenía algo de malo que Ricardo escribiera parte de
sus propias experiencias? No. No tenía nada de malo. Pero ahí no termina la
cuestión, la cosa se pone color de
hormiga, y es que el buen inspirante a escrito, además de circense, había sido
estudiante preuniversitario, luego universitario y después abogado, por tanto,
tenía (y tiene) un abanico de historias dignas de plasmarse en una hoja, como
aquella mañana de sol radiante que abrazaba la facultad de leyes cuando una
chica de cabellos largos y figura esbelta le propuso tener sexo de inmediato a
Ricardo « ¡En serio!, ¡¿ahora?!» «Sí. Es
en serio, Ricardo, ¿vamos…?». ¿Qué paso con esa invitación tan tentadora
para un joven estudiante soltero y sin compromiso alguno? Bueno, Ricardo lo
desea contar. O también contar cómo fue que un profesor corrupto de la facultad
pidió a los alumnos veinte dólares por cada uno para realizar el examen final
de Derechos Constitucional con cuaderno abierto. «Muchos, ¿quieren aprobar el curso de Actualización y no jalar Derecho
Constitucional? ¿Sí?, ¿No? Ya saben cómo es…» Lanzó el profesor designado a
tomar el examen final de derecho constitucional como si se tratara de cualquier
verdura. En esos tiempos de universitario, Ricardo se hacía de dinero dando
masajes relajadores en el hotel Los
Delfines en el destacado y pituco distrito de San Isidro; llegó a dar
masajes a los turistas gracias al enamorado de su prima que trabajaba como
recepcionista en dicho hotel. Cuando los extranjeros solicitaban masajistas, el
recepcionista no lo dudaba y masajeaba a Ricardo: «Primo, han pedido un masaje para las 7pm. Habitación 302. El cobro es
de doscientos dólares; el treinta por ciento es para mí, hablamos» Ricardo
aprovechaba la oportunidad y se hacía de unos cuantos verdes. Daba masajes a
españoles, franceses, italianos, gringos y británicos. Un día, mientras
comenzaba a masajear la pálida espalda de un español cuarentón con look de fraile olvidado, con barbita de náufrago,
le preguntó si daba servicio completo: «
¿Completo? No entiendo» «Que si te animáis a tener sexo, chaval…», curioseó
el extranjero con tono amical. «No disculpe. Únicamente doy masajes
relajadores», replicó Ricardo con voz temblorosa. «Venga que no pasa nada,
chaval. Pero dime, sabéis dónde puedo tener sexo pasajero. No me quiero ir de
vuestro hermoso país sin llevarme un recuerdito de vosotros». Y así como
esas propuestas, tuvo miles. Y desea contar cada una de ellas con lujos y
detalles. Pero Ricardo es hijo, hermano, sobrino y primo. Qué decir entonces
sobre las cuestiones familiares…uhmmm, ahí la cosa arde. Y es que la familia de
Ricardo tenía (y tienen) lo suyo. Qué pasaría entonces si Ricardo se animaba a
contar la vez que uno de sus primos se quedó a pasar año nuevo en la casa de
una de sus tías, y su prima, muy entrada en copas, se le insinuó a éste primo:
se besaron, se sedujeron, se desnudaron y terminaron teniendo, según se supo,
el mejor sexo que éste primo puedo experimentar con su prima. Ufff….Si Ricardo
se animará a escribirlo, capaz que le piden el divorcio y punto, se acabó. «A mí no me vengas con huevadas, Ricardo. Te
has tirado a la puta de tu prima en la casa de tu tía en pleno año nuevo. Eres
una mierda. Me voy… te odio, hijo de mil putas…asqueroso, sucio de mierda. Es
mas, tú lárgate. ¡Maldito!», ¿Sería la reacción de su esposa? Ricardo
comenzaba a sentirse mal, qué hacer ante tales circunstancias. Y luego, del
otro lado, estaba la familia. Las interrogantes estarían a la orden del día;
los primos lo acosarían tarde y noche por saber qué primos fueron los
pecaminosos que se entregaron a las más bajas pasiones en pleno año nuevo, y en
la casa de la tía. O por ejemplo, se atrevería a contar como una noche de frío
julio de 1994, en el cuarto principal de la casa, donde ya hacían en los
cálidos brazos de Morfeo Ricardo, su
primo, una prima que se encontraba de visita, la tía ¾tronco de hembra bien puesta, y casada¾
recibió
una sospechosa llamada muy entrada la madrugada, al parecer era un joven
seductor universitario a quien la tía,
con voz queda y muy cachonda le decía: «Ay
mi chiquito. Te extraño mucho. No lo puedo creer, en serio no lo puedo creer.
Me encanta cuando recorres mi cuerpo. Tu lengüita mojando todo mi ser, uhmmm...
qué rico. En verdad te digo que me encantas, chiquito. ¿Mañana? Ok, ok. ¿A qué
hora sales de la Universidad? Ok, ok. Mañana seré tuya una vez más.
Ya…perfecto. Chaíto», y la tía colgó
el teléfono sin percatare que su pequeña pero adulterina conversación había
sido escuchada por Ricardo, quien fingió seguir durmiendo ante los ronroneos de
su tía, la tía. ¿Qué pasaría entonces, la tía lo llamaría para
regañar a Ricardo por escribir algo que pasó hace ya 19 años? Ricardo veía como
la vela que alumbraba su camino como escritor incipiente se iba apagando, lo
que es peor, ni siquiera la había encendido. «¿Así se le habrá ido a Mario Vargas Llosa cuando escribió Pantaleón y
las Visitadoras?», se preguntaba Ricardo. “Eres un pendejo promiscuo de mierda Mario”, ¿le habrá espetado
doña Patricia Llosa? Y cuando Gabriel García Márquez escribió Memorias de mis putas tristes, su esposa, doña Mercedes Barcha… ¿Qué
le habrá dicho? ¿Lo habrá insultado con ese dejo colombiano tan rico para las
carajeadas? “Usted a mí no me la hace. Usted
es ése viejo rabo verde que sale en su novela, no se haga. Eres un viejo
cochino, usted es un gonorrea triplehijueputaaaaa”. «Si es así, voy por buen
camino. Si es así, ahí vamos Premio Alfaguara. Sí es así, serás mío Premio
Príncipe de Asturias. Sí es así, allá vamos, Nobel», se volvía a consolar Ricardo.
Pero Ricardo no se
daría por vencido. Comenzaría a leer más y más con la finalidad de pulir y
encontrar un estilo propio, ¿Historias por contar? Tiene todo un abanico
¿Tiempo? El necesario. Dos cosas eran seguras: Uno, la mayoría de historias que
contar no eran aptas para cucufatos amantes del rosario y del padrenuestro.
Dos, muchas de ellas levantarían polvo entre los más allegados. Perfecto
entonces. Ricardo no dejaría pasar la oportunidad de darle vida a una de sus
pasiones, la escritura. Y es que como les conté al inicio, Ricardo tiene y
siente la obligación moral de contar lo que ha vivido y lo que ha visto. Y es
que en verdades todas y todos tenemos una historia que contar, solo hay que animarnos,
y listo.
Lima, 19 de
junio de 2013.
lo bueno que Ricardo no se quedó en el Circo
ResponderEliminarde lo contrario lo vetarían en cierta empresa de México
que tiene una sección en los Yunaites !!!
Según comentan, ya hay una foto de Ricardo pegada en la boletería.
ResponderEliminarAl que se parezca al buen Riky...se lo carga la chingada.
jajajajajaja