jueves, 18 de abril de 2013

Amor gatuno...



Muchas veces para ofender a una persona o menospreciarla, solemos llamarlos Animales o Bestias. Así pues, quién no ha tildado de perro a un sujeto cuyo comportamiento es socialmente reprochable; un ejemplo de ello lo podemos encontrar en una sencilla conversación:

María: Oye. Te enteraste. Ése que va allí le adorna la cabeza a su esposa. Le saca la vuelta con ésa largartona.

Alejandra: Qué mal. Ese tipo es un vil perro.

Otro claro ejemplo sería:

Mario: Ey. Te enteraste; la mujer de Antonio es una zorra... Lo engaña con el panadero.

Beto: ¡Joder! Qué mala leche. Es una perra cualquiera.

Ejemplos como esos abundan y la imaginación y creatividad es infinita. Podemos comparar a las personas con el animal que queramos sin ponernos a pensar si es que realmente nosotros somos los “ofendidos”. Paquita llamó a su traidor rata de dos patas. Ha decir verdad, los pobres animales pagan los platos rotos de los demás: qué culpa tiene el burro de que lo comparen con un sujeto cuya maxilares son iguales de pronunciadas a las de él. Qué culpa tiene el chivo para que lo usen como sinónimo de maricón. Qué culpa tiene el tiburón para que lo comparen con un abogado, qué culpa tiene la vaca para compararla con una gorda mofletuda, etcétera.

Sin embargo, por una extraña sensación, casi de satisfacción, nos encanta rebajar a los demás con dichas comparaciones, creyendo, como ya lo dije, que los ofendidos somos nosotros. Si pudiera hablar cada uno de los animales mal comparados...¿qué dirían?

¾“Qué culpa tengo yo que tú esposo te haya engañado y abandonado, gorda de mierda”.

La rata de dos Patas".

¾“No es problema mío que ése tipo o ésa fulana tenga confusiones con su identidad sexual.

El Chivo”.

¾“Qué culpa tengo yo que ése huevón sea tan muelón.

El Burro".    


Y es verdad, qué culpa tienen los pobres animales de las estupideces que hacemos nosotros; ellos (los animales) actúan por instinto; salvo algunas excepciones, razonan, reflexionan y actúan. Nosotros, no. O bueno, no en teoría. Al ser la persona un ser racional, debería pensar primero en las consecuencias que conlleva tomar una decisión, dar un paso, abrir la boca, tocar algo o a alguien; tenemos la habilidad de pensar antes de actuar, y no lo hacemos. Tenemos la facultad de descernimiento, y pese a ello somos capaces de no ver el muro contra la que nos estrellaremos. Y eso, mis estimados, no es nada. La cosa empeora cuando te “enamoras” o crees estar “enamorado”, pues al estar bajo el influjo del amor, creemos que todas las estupideces que decimos y hacemos están justificadas. Grave error. ¡Qué horror!

Claro, la culpa no es de cupido y su vendita o desgraciada flecha ¾ según lo vean, claro está¾. La culpa es sobre quién o quiénes caen la flecha y los efectos que ellos, los afectados, tengan ente las consecuencias del amor. Por ejemplo, cupido flechó a William Shakespeare y este fue capaz de escribir una obra tan majestuosa como lo es Romeo y Julieta; por ejemplo, a Miguel de Cervantes lo inspiró para crear a Don Quijote de la Mancha; personaje conocidísimo por el amor puro y valiente hacia su Dulcinea; Neruda, en nombre del amor, escribió los versos más tristes que una noche puede inspirar; Mario Vargas Llosa, escribió las Travesuras de una Niña Mala que, en el nombre del amor, hizo sufrir a un adolescente, joven, adulto y anciano Arturo Somocurcio. No se puede negar que el amor es el gran culpable de obras tan magnificas como las que acabo de señalar, también es el culpable de las canciones románticas, sino, cómo explicar la bella canción de José José, Amor, amor; o la tan aclamada Las Puertas del Amor del gran Nino Bravo. Sin el amor, Julio Iglesias no sería el cantante latino con más ventas a nivel mundial ni hubiese sido reconocido por los Record Guinness. Y así por el estilo, podemos nombrar un sinfín de hermosos ejemplos.

Pero también, el amor, es el gran artífice de gloriosas aventuras que terminan en tragedias ¿No lo creen? Pregúntenle a Dorian Gray. Romeo y Julieta también forma parte de ello. Troya ardió y fue destruida por el amor prohibido hacía una mujer.

Pero… ¿Qué rayos? Comencé hablando de los animales, del hombre y sus estupideces, y finalmente sobre el amor y sus consecuencias. ¿Todo esto tiene sentido? ¿Nos llevará a algo? Bueno, sin temor a equivocarme, creo que sí. ¿Cómo? Bueno, ahora trataré de explicarme.

A veces pienso que nosotros deberíamos amar como lo animales. Si, sería una buena idea. No se sufriría mucho y viviríamos más tranquilos. Vamos a dar el ejemplo de dos animales domésticos: el perro y el gato.

A mí me encantan los perros; del gato admiro su tremenda agilidad y destreza, pero de saber que comen cucarachas, insectos, moscas y ratones, joder que me pone en asco total. Sin embargo, el gato tiene lo suyo, ¡oh sí!. Un perro te va amar siempre, basta que les des cariño y comida y todo resuelto; no por nada es el mejor amigo del hombre. Puedes tener un mal día y desquitártelas con el canino, él bajará su orejas se agazapará y se meterá debajo de la mesa; bastará que le mandes un mimo y en el acto lo tendrás a tus pies moviendo la cola sin parar y sacándote la lengua; lo más probable es que lo tengas encima de ti por un buen rato. El perro es así, es incondicional, le podrás mandar cuántos juramentos quieras, pero siempre lo tendrás allí, hasta el fin. El perro, salvo muy raras excepciones, siempre estará dispuesto a jugar todo el día; dormirá un rato, sí. Pero luego te buscará como loco para echarse a jugar. En cambio, el gato, no. El gato, además de ser un ejemplar muy ágil ¾ que es lo que me gusta de ellos¾, son animales sumamente orgullosos e independientes. Muy al contrario del canino, el gato jugará contigo cuándo él quiera. Podrás llamarlo y hacerle mimos, no servirá. Quizá logres robarle un enorme y prolongado bostezo, te mire fijamente, y se marche. ¿Traer la pelota? Jamás. ¿Ir por el frisby? No hay forma. El gato decidirá si eres o no digno de su confianza, él decidirá si te deja ser su “amo”. Al perro, ante una majadería, podrás agarrarlo a patadas; se defenderá, obvio. Es un animal, pero no un tonto. Sin embargo, luego de la paliza al perro, bastará que chisques los dedos para tenerlo jadeando de felicidad a tu lado. Acto reprochable, por supuesto. Pero al gato…intenta primero agarrarlo para darle igual paliza; quizá en el intento el apaleado sea uno.  Y bueno, supongamos que logras cogerlo para darle tremendo escarmiento al felino; el gato jamás te lo perdonará, se sentirá ofendido y nunca, salvo extrañas excepciones, regresará a tu lado. Lo has lastimado, y eso, a un gato, no se hace. Has perdido la confianza que él muy difícilmente dio. Dejarás de ser su “amo” para ser un insecto más en su menú alimenticio.

Si nosotros nos quisiéramos de la misma forma en que se ama un gato asimismo, no existiría tanto desorden emocional. Sin embargo, la verdad empírica nos demuestra todo lo contrario. Qué pena. Parece ser que nos gusta el maltrato. Dónde menos nos quieren es dónde más estamos. Hay personas ¾hombres y mujeres por igual¾ que no les importa que su pajera las maltrate, las insulte, las golpee, la menosprecie, etcétera, regresan al lado de su punisher, de su castigador, regresan como lo hace la abeja a su panal. Es penoso dar por cierto la frase Más me pagas, más te quiero. Pero es la verdad, o mejor dicho, su verdad. No se dan cuenta del tremendo daño que se hacen, se aferran a un amor vacío, cuyo abrazo protector es tan letal como un tubo a fuego vivo. La mano que debería acariciar sus mejillas, es el arma de su desdicha. Pero bueno, quizá la culpa no es del verdugo, sino de ellos y de ellas que regresan cual perro faldero a la sombra del ser “amado” que los humilla y las rebaja. A esas personas deberíamos apoyarlas más, decirles que no están solas, que valen mucho y merecen respeto. Que no merecen que alguien le responda con reproche cuando le dicen te amo.

A veces, quizá, le pongo mucho corazón y me afecta lo que veo. No es mi problema, lo sé. Pero no puedo evitarlo. ¿Por qué? Bueno, porque esas personas me importan. Me importan más de lo que ellas o ellos se imaginan. Por eso me preocupo. Por eso me molesto. Por eso me cabreo. Por eso me ofendo. Por eso escribo.  Por eso a veces deberíamos amarnos como se ama asimismo un gato.       

                                                                                           Lima, 18 de abril de 2013.


       

  

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