Ricardo y Brisa son una
pareja con un poco más de dos años de matrimonio. Es una pareja joven a decir
verdad. Se conocieron en la primavera del año 2001. Para Ricardo fue amor a
primera vista. Para Brisa fue amor después de siete años. Se llevan bien; ambos
son dueños de un sentido del humor magnifico, él la acosa con sus bromas y ella
bromea haciéndole creer que le agradan sus bromas. Se aman, no cabe duda. Ahora
son padres de un bello, robusto y pelón bebé. El vástago de la familia ha
afianzado, aún más, el amor que se juraron hace más de dos años. Tienen pocos
amigos. Los que tienen son los primos de Ricardo. Suelen reunirse cada cierto
tiempo; ahora son menos que antes. Un buen día quedaron en reunirnos los primos para conversar y pasar un rato
agradable. La casa elegida para la ocasión fue la de unos primos recién
casados. Unos cuantos primos quedaron
en reunirse previamente en un supermercado ubicado en la
Av. Arequipa, en el distrito de Miraflores. Como es usual en Ricardo y Brisa,
llegaron con veinte minutos de anticipación. La noche era agradable para ser
verano; había algo de tráfico en la calle, pero nada comparado con la hora
punta.
Para no aburrirse en la espera, decidieron ingresar al supermercado. Ricardo se
dirigió a paso veloz hacia los Dvds
que estaban en buena oferta. Había algunos muy atractivos, por ejemplo «El hombre de tiempo» con Nicolas Cage, o
«Un gran chico» con Huch Grant, entre
otros, todos a muy cómodo precio, veintinueve soles ¾¡OFERTÓN!
¾
Pensó Ricardo al tiempo que se le
dibujaba una leve sonrisa de niño travieso, pero luego, al leer el
reverso de los Dvds, ninguno tenía la
opción de castellano como opción de
lenguaje.
Gran decepción.
Gran decepción.
Brisa, como buena
madre, se dirigió a ver las ofertas de pañales y accesorios para bebés. No es
que Ricardo no se preocupe por ésos
detalles, pero sabe que su amada esposa los hará por él, entonces, para que
hacer algo de dos cuando uno solo lo puede hacer bien, y quizá mejor, ¿no?
¾ Amor.
Voy a la sección de ropa¾ Dijo Ricardo a Brisa mientras ella cogía
un conjunto de pantalones para bebés.
¾ Ya.
En un rato te alcanzo¾ Precisó sin darle cara. Estaba
concentrada en la ropita para bebé. Qué
linda madre, dijo para sus adentros el buen Ricardo, y se fue sigilosamente
al área de caballeros.
Comenzó inspeccionando
la ropa deportiva. Había buena oferta también, pero ninguna llamaba su
atención. Luego vio el calzado para caballeros, todos bien a primera vista, sin
embargo, se notaban que luego de cierto uso ligeramente prolongado, tendría que
enviarlos al zapatero, pues por la suela que tenían, tarde o temprano, acabarían
como sandalias. Y obviamente invertir en algo a lo que luego le tienes que
gastar más, no es un buen negocio, o en este caso, una buena compra.
¡Next!
¡Next!
El supermercado se
encontraba completamente limpio y ordenado, era fácil pasar por los pasillos
sin ningún problema. Todas sus cajas estaban funcionando, no había mucha gente
esperando pagar sus productos. Eso es bueno. Y es que Ricardo siempre ha
corrido con la mala suerte de toparse con largas y lentas colas al pagar. Y si
encuentra una con poca gente, a las cajeras se les cuelga el sistema, o los
furtivos compradores pagan con tarjeta de crédito o hacen cambio de cajera o
paran unos minutos para entregarle cuentas a su superior y puedan retirar el
activo acumulado y así no verse perjudicado en un eventual asalto. Es una forma
de protección, pero jode pues.
Mientras tanto, Ricardo
seguía en la faena de gustar los diversos accesorios que el supermercado le
ofrecía. Hasta el momento todo tentador, pero nada concreto; nada que
justificara empobrecer su delgada, desgastada y vieja billetera negra. Llegó
por fin a su pasillo predilecto, los jeans.
Y ¡oh, Milagro! Lo vio. Sí, era él, no había dudas: el jean que por mucho tiempo le fue esquivo, aquel que cual alfiler se
escondía entre el pajar, por fin lo halló, y lo mejor de todo, en oferta. «Bien carajo. Serás mío». El ejemplar es
un vaquero color azul marino,
desteñido con rasgados en la parte delante, la caída del jean era perfecta, y
lo más exquisito, es semicampanado. Y es que en verdad le molestaba que ahora
todos los pantalones ya sean de vestir o urbanos, fueran pitillo. Qué moda para
tan fea, en serio que sí, le decía una y otras a vez a su esposa. Para Ricardo era completamente desagradable el estilo
pitillo. Definitivamente hay a quienes le va y a quienes no. A Ricardo, no.
Bueno, ahora la prueba de rigor, que sea de su talla o que haya de su talla. Tomó
el 32, se lo probó. Muy holgado. Se probó el 30, excelente. Se ajusta a su
forma de caderas y piernas, y aun mejor, queda justo con el largo de sus
piernas. «No tendré que subirle basta»
se dijo. Se le hizo raro encontrar dicho ejemplar en un supermercado. Usualmente
se encuentran en tiendas especializas, sin embargo era el vaquero que andaba buscando hacia buen tiempo. Hoy en día, Ricardo
tiene una obsesión por los jeans, y
es que por muchos años le fueron esquivos. Vivía peleado con ellos. Cuando niño
usaba uno que otro jean, pero cuando
cumplió doce años y comenzó a subir de peso, engordando sus caderas, sus
entrepiernas y sus nalgas, le dijo adiós. Comenzó entonces a usar puro
pantalón cargo, y es que para los
gorditos, esos pantalones, holgados y completamente anchos, son muy cómodos. Y
claro es que ayuda a disimular la redonda silueta. Por eso, cuando bajó de peso
y se probó un vaquero sin el temor de
verse como una bataclana más, como un
cachalote más, comenzó su colección de vaqueros.
De hecho tiene más de veinticuatro, y espera seguir incrementado la cuenta.
Pero no todo estaba
listo para Ricardo. Como buen esposo no quería hacerse de algo sin el visto
bueno de su esposa. Y es que para ser honesto, le gusta usar algo que sabe que
a ella también le gusta. No es que dependa de sus gusto o exigencias, ¡no way!, pero le gusta vestir bien,
pero más le agrada saber que las personas que le importan se sientan
confortables tanto con su presencia como con su vestimenta. Así pues, buscando
la buena pro de su querida Brisa, se quedó con el pantalón puesto.
¾Amor. Acá estoy¾ Ricardo notó que su esposa no llevaba nada en la
mano, señal de que lo buscaba en el área de bebés, no le gustó.
¾¿Qué fue, amor… llamó alguno de tus
primos?
¾No…pero mira, ¿qué te parece? ¾Le dijo alzando los brazos y quebrando su pose para que pudiera apreciar jean que llevaba puesto.
¾¿Qué me parece qué? ¾Respondió
Brisa de manera desinteresada. Su rostro dibujaba una expresión de indiferencia.
Ricardo abrió los ojos
como platos. Cómo es eso de ¿Qué me
parece qué? ¿Acaso no se percató del cambio de pantalón? Y es que era
obvio. Para la reunión con los primos vistió
un jean color negro y cuando le dio
el alcance en el pasillo de caballeros vestía un vaquero color azul. O sea, ¡hello!
Es decir que ni siquiera se había dado cuenta de cómo iba Ricardo vestido ese
día. Joder. Qué mala leche. Sin embargo, Ricardo no perdiendo la paciencia, y
carrasqueando ligeramente la garganta, precisó en tono grácil:
¾El pantalón, pues amor. ¿Qué más?
¾Ah… ¿Qué tiene?
¿Qué tiene? O sea,
¿cómo? Si lo llevo puesto es por algo, es porque me agradó, me lo probé y
quiero saber qué opinión te merece. Qué más podría yo hacer calzando un vaquero en un supermercado. No hay que
ser genio para darse cuenta, pensó Ricardo manteniendo la calma.
¾Este…es como los que he estado
buscado, ¿recuerdas? Y mira dónde lo vengo a encontrar, raro ¿no? ¾Lanzó dibujando una enorme sonrisa burlona.
¾
¿Lo piensas llevar?
¾ Sí. Bueno, eso quiero. ¿Te gusta?
¾ Repuso nuevamente,
ahora con una media sonrisa en la cara.
Ya comenzaba a irritarse.
Ya comenzaba a irritarse.
Brisa, fiel a su
carácter, le respondió con rotundo y redondo no. Le dijo que no le gustaba el jean. Lo dijo así, a secas, como si se
tratara de cualquier verdura. «Pero
amor…está chévere», decía Ricardo en su defensa. No dejaría ir el ejemplar
tan fácilmente, se aferraba a él como el pescador a su pesca. Pero ella se
aferraba a su posición. No le gusta y no había forma de que cambiara de opinión,
punto. El semblante de Brisa cambió bruscamente, y a medida que pasa el tiempo
su rosto se tornaba fastidiado, incomodo. Ricardo, por otro lado, estaba
bajoneado. Había encontrado el vaquero
y a ella no le gustaba. Pero le hubiera mentido, ¿no? No es que le gusten las
mentiras ni nada por el estilo, pero hubiese adornado un poco su decisión. «No amor. Hay otros más lindos…» «Amor, está
lindo, pero prefiero en otro color…» «Amor, no es la ocasión, hoy reu de primos...»
No llevó el vaquero que tanto había buscado.
Luego, ya concluida la
reunión de primos, estando en casa, Ricardo
se fue directo a la ducha, se aseó, se lavó los dientes, se puso pijama y se echó a la cama. Brisa le dio
el encuentro varios minutos después. Él seguía triste por no haber enriquecido su
colección de vaqueros. Le gustó mucho
la prenda, debió haberlo comprado sin tomar en cuenta la opinión de Brisa.
Total, a quién realmente le debía gustar o no era a él y a nadie más. Además,
la pasta para comprar el vaquero era
de Ricardo. Y ahora lo sabe. Él sería quien lo presumiría por la calle, ella
no. Pero eso le pasó por bueno, por complacer, por ser democrático. Por ser un
huevón.
¾¿No
piensas hablarme? ¾Le dijo suavemente.
Ricardo, que estaba en pose fetal, la ignoraba por completo. Estaba en su esquina de siempre dándole espalda. No emitió palabra alguna.
Ricardo, que estaba en pose fetal, la ignoraba por completo. Estaba en su esquina de siempre dándole espalda. No emitió palabra alguna.
¾¿En
serio no me vas hablar? ¾Insistía Brisa con cierto sarcasmo en
sus palabras.
¾…
¾Ricardo.
Te estoy hablando ¾Brisa cambió de tono; sonaba ahora como
una esposa insatisfecha.
Ricardo volteó y le dijo
que no pensaba hablarle. Luego reflexionó sobre su estúpida respuesta: «Para qué rayos le hablo si no pienso
hablarle». Brisa le miró fijamente a los ojos, sus cejas forman una
perfecta eme, sus labios se apretaban entre sí. Sus aletas nasales comenzaban a
vibrar de manera febril. Alzó la mano derecha y le señaló con el dedo acusador,
Ricardo, esperando cualquier reacción majadera, le volvió a dar espalda cuando
se escuchó una tremenda carcajada.
¾HA, HA, HA, HA, HA, HA, HA ¾Brisa ríe sin parar, sin disimulo alguno. Ricardo estaba desconcertado, pensó
en todo momento que le saldría con frases típicas de: «Ya madura». «Ay, por un jean te pones así. No jodas». «Ay que ridículo eres», pero no. Nada eso,
su risa seguía y seguía.
¾¿Qué tanto te ríes? ¾Encaró por fin Ricardo clavándole los ojos a su amada.
¾De ti pues… ¿de quién más?¾
Respondió Brisa, que mascullando cada palabra. Las carcajadas se atoraban en su
garganta. En sus ojos asomaban unas lagrimillas y, arreglándose el cabello,
agregó:
¾Es que deberías verte. En serio. ¡Cómo no te grabé para que te vieras por Dios! Me has hecho la noche Ricardo. Ha, ha, ha, ha. Ay amor. Todo porque te dije que no me gustó el jean. Y es verdad amor, no me gustó, pero, bah, si a ti te gustó, lo hubieras comprado pues. Ha, ha, ha, ha…ay amor, ha, ha, ha, en serio que pareces una nena…
¾Es que deberías verte. En serio. ¡Cómo no te grabé para que te vieras por Dios! Me has hecho la noche Ricardo. Ha, ha, ha, ha. Ay amor. Todo porque te dije que no me gustó el jean. Y es verdad amor, no me gustó, pero, bah, si a ti te gustó, lo hubieras comprado pues. Ha, ha, ha, ha…ay amor, ha, ha, ha, en serio que pareces una nena…
¾Claro.
Pero no hubiese sido para ti la prenda que me hubieses reventado las pelotas hasta que
saliera de mí un: «Sí amor, me gusta. Te ves divina. Ni mandado hacer, hija.
Llévalo ya» ¾Se atrevió a decirle Ricardo quien se
encontraba altamente cabreado, con las sienes palpitando por la indiferencia de
su amada. En efecto, ella le hubiese sacado un “sí, me gusta” a su esposo. Pero ella no.
Ella no se apiadó de Ricardo y lo sentenció desde el inicio.
Brisa no respondió la directa de Ricardo. Ella, que no llevaba carga alguna en su conciencia, se echó en su lado de la cama, se tapó medio cuerpo como de costumbre, y dando un largo y grotesco bostezo, planchó oreja.
Brisa no respondió la directa de Ricardo. Ella, que no llevaba carga alguna en su conciencia, se echó en su lado de la cama, se tapó medio cuerpo como de costumbre, y dando un largo y grotesco bostezo, planchó oreja.
Brisa tenía razón. Si a
Ricardo le gustó el vaquero debió
entonces comprarlo, y punto, caso cerrado. Pero no, por tener una
consideración amable salió perdiendo. Pero… ¿Qué hubiese pasado de haber sido
al revés? Qué tal si ella le preguntaba sobre algo en particular y él le daba
ese tipo de respuesta, obvio no le hubiera agradado. Es verdad. Y que decir
cuando los amados esposas o enamorados o novios, o agarres, no se dan cuenta de
su cambio de look, del nuevo bolso
que compraron o cuando se pintan las uñas y se ponen monas para ellos o para la
ocasión. «Eres un insensible» «Ustedes
los hombres no se dan cuenta de nada», son algunos de sus clásicos reproches.
Ellas sí tienen el derecho de molestarse cuando ellos no opinan favorablemente
sus elecciones. Ellas sí los pueden mandar al cacho. A caso la vanidad es un
pecado exclusivo de las mujeres, ¿eh? No pues. Los caballeros también son
vanidosillos, claro que sí. Les agrada verse bien y sentirse bien. Les agrada
que les digan que lo que llevan puesto les cae a pelo, que ni mando hacer, y
cosas como esas. Ello también tienen su
corazoncito y les gusta sentirse alagados. Así que bueno, si la vanidad es un
pecado que sólo las nenas se puedan dar el lujo de tentar, diríase pues, que
orgullosamente, todos los caballeros llevan una nena en sus adentros.
Así es…
Así es…
¾Sí.
Soy una nena, ¿y? ¾Juró Ricardo teniendo como testigo la oscuridad de su cuarto, y siendo el silencio
burlón adornado por la bulla callejera, echó a dormir a lado de su jodida, pero
amada compañera.
Lima, 03 de mayo
de 2013.
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