viernes, 3 de mayo de 2013

SÍ. SOY UNA NENA ¿Y?


 


Ricardo y Brisa son una pareja con un poco más de dos años de matrimonio. Es una pareja joven a decir verdad. Se conocieron en la primavera del año 2001. Para Ricardo fue amor a primera vista. Para Brisa fue amor después de siete años. Se llevan bien; ambos son dueños de un sentido del humor magnifico, él la acosa con sus bromas y ella bromea haciéndole creer que le agradan sus bromas. Se aman, no cabe duda. Ahora son padres de un bello, robusto y pelón bebé. El vástago de la familia ha afianzado, aún más, el amor que se juraron hace más de dos años. Tienen pocos amigos. Los que tienen son los primos de Ricardo. Suelen reunirse cada cierto tiempo; ahora son menos que antes. Un buen día quedaron en reunirnos los primos para conversar y pasar un rato agradable. La casa elegida para la ocasión fue la de unos primos recién casados. Unos cuantos primos quedaron en reunirse previamente en un supermercado ubicado en la Av. Arequipa, en el distrito de Miraflores. Como es usual en Ricardo y Brisa, llegaron con veinte minutos de anticipación. La noche era agradable para ser verano; había algo de tráfico en la calle, pero nada comparado con la hora punta. Para no aburrirse en la espera, decidieron ingresar al supermercado. Ricardo se dirigió a paso veloz hacia los Dvds que estaban en buena oferta. Había algunos muy atractivos, por ejemplo «El hombre de tiempo» con Nicolas Cage, o «Un gran chico» con Huch Grant, entre otros, todos a muy cómodo precio, veintinueve soles ¾¡OFERTÓN! ¾ Pensó Ricardo al tiempo que se le  dibujaba una leve sonrisa de niño travieso, pero luego, al leer el reverso de los Dvds, ninguno tenía la opción de castellano como opción de lenguaje.

Gran decepción.
Brisa, como buena madre, se dirigió a ver las ofertas de pañales y accesorios para bebés. No es que Ricardo no se preocupe por ésos detalles, pero sabe que su amada esposa los hará por él, entonces, para que hacer algo de dos cuando uno solo lo puede hacer bien, y quizá mejor, ¿no?
¾ Amor. Voy a la sección de ropa¾  Dijo Ricardo a Brisa mientras ella cogía un conjunto de pantalones para bebés.

¾ Ya. En un rato te alcanzo¾  Precisó sin darle cara. Estaba concentrada en la ropita para bebé. Qué linda madre, dijo para sus adentros el buen Ricardo, y se fue sigilosamente al área de caballeros.
Comenzó inspeccionando la ropa deportiva. Había buena oferta también, pero ninguna llamaba su atención. Luego vio el calzado para caballeros, todos bien a primera vista, sin embargo, se notaban que luego de cierto uso ligeramente prolongado, tendría que enviarlos al zapatero, pues por la suela que tenían, tarde o temprano, acabarían como sandalias. Y obviamente invertir en algo a lo que luego le tienes que gastar más, no es un buen negocio, o en este caso, una buena compra.

¡Next! 
El supermercado se encontraba completamente limpio y ordenado, era fácil pasar por los pasillos sin ningún problema. Todas sus cajas estaban funcionando, no había mucha gente esperando pagar sus productos. Eso es bueno. Y es que Ricardo siempre ha corrido con la mala suerte de toparse con largas y lentas colas al pagar. Y si encuentra una con poca gente, a las cajeras se les cuelga el sistema, o los furtivos compradores pagan con tarjeta de crédito o hacen cambio de cajera o paran unos minutos para entregarle cuentas a su superior y puedan retirar el activo acumulado y así no verse perjudicado en un eventual asalto. Es una forma de protección, pero jode pues.
Mientras tanto, Ricardo seguía en la faena de gustar los diversos accesorios que el supermercado le ofrecía. Hasta el momento todo tentador, pero nada concreto; nada que justificara empobrecer su delgada, desgastada y vieja billetera negra. Llegó por fin a su pasillo predilecto, los jeans. Y ¡oh, Milagro! Lo vio. Sí, era él, no había dudas: el jean que por mucho tiempo le fue esquivo, aquel que cual alfiler se escondía entre el pajar, por fin lo halló, y lo mejor de todo, en oferta. «Bien carajo. Serás mío». El ejemplar es un vaquero color azul marino, desteñido con rasgados en la parte delante, la caída del jean era perfecta, y lo más exquisito, es semicampanado. Y es que en verdad le molestaba que ahora todos los pantalones ya sean de vestir o urbanos, fueran pitillo. Qué moda para tan fea, en serio que sí, le decía una y otras a vez a su esposa. Para Ricardo era completamente desagradable el estilo pitillo. Definitivamente hay a quienes le va y a quienes no. A Ricardo, no. Bueno, ahora la prueba de rigor, que sea de su talla o que haya de su talla. Tomó el 32, se lo probó. Muy holgado. Se probó el 30, excelente. Se ajusta a su forma de caderas y piernas, y aun mejor, queda justo con el largo de sus piernas. «No tendré que subirle basta» se dijo. Se le hizo raro encontrar dicho ejemplar en un supermercado. Usualmente se encuentran en tiendas especializas, sin embargo era el vaquero que andaba buscando hacia buen tiempo. Hoy en día, Ricardo tiene una obsesión por los jeans, y es que por muchos años le fueron esquivos. Vivía peleado con ellos. Cuando niño usaba uno que otro jean, pero cuando cumplió doce años y comenzó a subir de peso, engordando sus caderas, sus entrepiernas y sus nalgas, le dijo adiós. Comenzó entonces a usar puro pantalón cargo, y es que para los gorditos, esos pantalones, holgados y completamente anchos, son muy cómodos. Y claro es que ayuda a disimular la redonda silueta. Por eso, cuando bajó de peso y se probó un vaquero sin el temor de verse como una bataclana más, como un cachalote más, comenzó su colección de vaqueros. De hecho tiene más de veinticuatro, y espera seguir incrementado la cuenta.
Pero no todo estaba listo para Ricardo. Como buen esposo no quería hacerse de algo sin el visto bueno de su esposa. Y es que para ser honesto, le gusta usar algo que sabe que a ella también le gusta. No es que dependa de sus gusto o exigencias, ¡no way!, pero le gusta vestir bien, pero más le agrada saber que las personas que le importan se sientan confortables tanto con su presencia como con su vestimenta. Así pues, buscando la buena pro de su querida Brisa, se quedó con el pantalón puesto.
¾Amor. Acá estoy¾ Ricardo notó que su esposa no llevaba nada en la mano, señal de que lo buscaba en el área de bebés, no le gustó.
¾¿Qué fue, amor… llamó alguno de tus primos?
¾No…pero mira, ¿qué te parece? ¾Le dijo alzando los brazos y quebrando su pose para que pudiera apreciar jean que llevaba puesto.
¾¿Qué me parece qué? ¾Respondió Brisa de manera desinteresada. Su rostro dibujaba una expresión de indiferencia.
Ricardo abrió los ojos como platos. Cómo es eso de ¿Qué me parece qué? ¿Acaso no se percató del cambio de pantalón? Y es que era obvio. Para la reunión con los primos vistió un jean color negro y cuando le dio el alcance en el pasillo de caballeros vestía un vaquero color azul. O sea, ¡hello! Es decir que ni siquiera se había dado cuenta de cómo iba Ricardo vestido ese día. Joder. Qué mala leche. Sin embargo, Ricardo no perdiendo la paciencia, y carrasqueando ligeramente la garganta, precisó en tono grácil:
¾El pantalón, pues amor. ¿Qué más?
¾Ah… ¿Qué tiene?­
¿Qué tiene? O sea, ¿cómo? Si lo llevo puesto es por algo, es porque me agradó, me lo probé y quiero saber qué opinión te merece. Qué más podría yo hacer calzando un vaquero en un supermercado. No hay que ser genio para darse cuenta, pensó Ricardo manteniendo la calma.
¾Este…es como los que he estado buscado, ¿recuerdas? Y mira dónde lo vengo a encontrar, raro ¿no? ¾Lanzó dibujando una enorme sonrisa burlona.
¾ ¿Lo piensas llevar?
¾ Sí. Bueno, eso quiero. ¿Te gusta? ¾ Repuso nuevamente, ahora con una media sonrisa en la cara.

Ya comenzaba a irritarse.
Brisa, fiel a su carácter, le respondió con rotundo y redondo no. Le dijo que no le gustaba el jean. Lo dijo así, a secas, como si se tratara de cualquier verdura. «Pero amor…está chévere», decía Ricardo en su defensa. No dejaría ir el ejemplar tan fácilmente, se aferraba a él como el pescador a su pesca. Pero ella se aferraba a su posición. No le gusta y no había forma de que cambiara de opinión, punto. El semblante de Brisa cambió bruscamente, y a medida que pasa el tiempo su rosto se tornaba fastidiado, incomodo. Ricardo, por otro lado, estaba bajoneado. Había encontrado el vaquero y a ella no le gustaba. Pero le hubiera mentido, ¿no? No es que le gusten las mentiras ni nada por el estilo, pero hubiese adornado un poco su decisión. «No amor. Hay otros más lindos…» «Amor, está lindo, pero prefiero en otro color…» «Amor, no es la ocasión, hoy reu de primos...»
No llevó el vaquero que tanto había buscado.
Luego, ya concluida la reunión de primos, estando en casa, Ricardo se fue directo a la ducha, se aseó, se lavó los dientes, se puso pijama y se echó a la cama. Brisa le dio el encuentro varios minutos después. Él seguía triste por no haber enriquecido su colección de vaqueros. Le gustó mucho la prenda, debió haberlo comprado sin tomar en cuenta la opinión de Brisa. Total, a quién realmente le debía gustar o no era a él y a nadie más. Además, la pasta para comprar el vaquero era de Ricardo. Y ahora lo sabe. Él sería quien lo presumiría por la calle, ella no. Pero eso le pasó por bueno, por complacer, por ser democrático. Por ser un huevón.
¾¿No piensas hablarme? ¾Le dijo suavemente.

Ricardo, que estaba en pose fetal, la ignoraba por completo. Estaba en su esquina de siempre dándole espalda. No emitió palabra alguna.
¾¿En serio no me vas hablar? ¾Insistía Brisa con cierto sarcasmo en sus palabras.
¾
¾Ricardo. Te estoy hablando ¾Brisa cambió de tono; sonaba ahora como una esposa insatisfecha.
Ricardo volteó y le dijo que no pensaba hablarle. Luego reflexionó sobre su estúpida respuesta: «Para qué rayos le hablo si no pienso hablarle». Brisa le miró fijamente a los ojos, sus cejas forman una perfecta eme, sus labios se apretaban entre sí. Sus aletas nasales comenzaban a vibrar de manera febril. Alzó la mano derecha y le señaló con el dedo acusador, Ricardo, esperando cualquier reacción majadera, le volvió a dar espalda cuando se escuchó una tremenda carcajada.
¾HA, HA, HA, HA, HA, HA, HA ¾Brisa ríe sin parar, sin disimulo alguno. Ricardo estaba desconcertado, pensó en todo momento que le saldría con frases típicas de: «Ya madura». «Ay, por un jean te pones así. No jodas». «Ay que ridículo eres», pero no. Nada eso, su risa seguía y seguía.
¾¿Qué tanto te ríes? ¾Encaró por fin Ricardo clavándole los ojos a su amada.
¾De ti pues… ¿de quién más?¾ Respondió Brisa, que mascullando cada palabra. Las carcajadas se atoraban en su garganta. En sus ojos asomaban unas lagrimillas y, arreglándose el cabello, agregó:
 ¾Es que deberías verte. En serio. ¡Cómo no te grabé para que te vieras por Dios! Me has hecho la noche Ricardo. Ha, ha, ha, ha. Ay amor. Todo porque te dije que no me gustó el jean. Y es verdad amor, no me gustó, pero, bah,  si a ti te gustó, lo hubieras comprado pues. Ha, ha, ha, ha…ay amor, ha, ha, ha, en serio que pareces una nena…
¾Claro. Pero no hubiese sido para ti  la prenda que me hubieses reventado las pelotas hasta que saliera de mí un: «Sí amor, me gusta. Te ves divina. Ni mandado hacer, hija. Llévalo ya» ¾Se atrevió a decirle Ricardo quien se encontraba altamente cabreado, con las sienes palpitando por la indiferencia de su amada. En efecto, ella le hubiese sacado un “sí, me gusta” a su esposo. Pero ella no. Ella no se apiadó de Ricardo y lo sentenció desde el inicio.

Brisa no respondió la directa de Ricardo. Ella, que no llevaba carga alguna en su conciencia, se echó en su lado de la cama, se tapó medio cuerpo como de costumbre, y dando un largo y grotesco bostezo, planchó oreja.
Brisa tenía razón. Si a Ricardo le gustó el vaquero debió entonces comprarlo, y punto, caso cerrado. Pero no, por tener una consideración amable salió perdiendo. Pero… ¿Qué hubiese pasado de haber sido al revés? Qué tal si ella le preguntaba sobre algo en particular y él le daba ese tipo de respuesta, obvio no le hubiera agradado. Es verdad. Y que decir cuando los amados esposas o enamorados o novios, o agarres, no se dan cuenta de su cambio de look, del nuevo bolso que compraron o cuando se pintan las uñas y se ponen monas para ellos o para la ocasión. «Eres un insensible» «Ustedes los hombres no se dan cuenta de nada», son algunos de sus clásicos reproches. Ellas sí tienen el derecho de molestarse cuando ellos no opinan favorablemente sus elecciones. Ellas sí los pueden mandar al cacho. A caso la vanidad es un pecado exclusivo de las mujeres, ¿eh? No pues. Los caballeros también son vanidosillos, claro que sí. Les agrada verse bien y sentirse bien. Les agrada que les digan que lo que llevan puesto les cae a pelo, que ni mando hacer, y cosas como esas. Ello también tienen su corazoncito y les gusta sentirse alagados. Así que bueno, si la vanidad es un pecado que sólo las nenas se puedan dar el lujo de tentar, diríase pues, que orgullosamente, todos los caballeros llevan una nena en sus adentros.

Así es…
¾Sí. Soy una nena, ¿y? ¾Juró Ricardo teniendo como testigo la oscuridad de su cuarto, y siendo el silencio burlón adornado por la bulla callejera, echó a dormir a lado de su jodida, pero amada compañera.

 

Lima, 03 de mayo de 2013.

 

 

 

 

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