jueves, 9 de mayo de 2013

Ay Señor Juez...



 



 

Hoy amanecí molesto. ¿Por qué? Bueno, el Décimo Quinto Juzgado Civil de Lima declaró el abandono de un proceso del cual soy abogado. El Juez en su resolución dice que por “falta de interés e impulso” se ha concluido con el mismo y, por tanto, lo han mandado a archivar.

Gracias a esa payasada tuve que ir temprano al Edificio Alzamora Valdez y hablar directamente con el Juez que firmó el Auto. Para estar a tiempo en el juzgado no fui al gym, lo cual me cabrea de sobremanera, ya que para mí, ir al gym, es algo sagrado. Una actividad que me tomo muy en serio. Voy de 6am á 7am.

Pero hoy, miércoles 08 de mayo de 2013, no fui porque al Juez, cuya imparcialidad y conocimientos jurídicos procesales han quedado en duda total, decidió archivar mi caso. Sin embargo no todo fue amargura; tomé el colectivo (La 87) y me dio un lindo y turbulento paseo por la Av. Bolívar, luego por la Av. Salaverry, luego entró al Cercado de Lima y empalmó la Av. Abancay, aquella que es el Gran Pilar de la “reforma del tránsito limeño”, donde nuestra alcaldesa, con un reportero y cámara en mano más otro monigote representante de la Municipalidad de Lima, únicamente demora 15 minutos en recorrer toda la Av. Abancay. Pero olvidé meter en mi maletín a la burgomaestre, al reportero, la cámara de filmación y también olvidé pasar por mi representante municipal, razón por la cual demoré más de 50 minutos. Qué imbécil soy. Bueno, a la próxima no los olvidaré, juro.

Les comentaba que no todo fue amargura, y es que estado frente del Edificio Alzamora Valdez, me topé con una maratón. «¿Qué?  ¿Una maratón en la Av. Abancay? ¡No wey!», pensé. Lo peculiar es que los competidores, damas y caballeros por igual, estaban vestidos con ropa elegante; las damas con su falda y saco slim fit ajustada a sus esbeltos y rolludos cuerpos, y los caballeros, por su lado, con saco y corbata en tonos chillones. Comenzaban a correr rebasándose unos a otros, birlaban los obstáculos que la calle les ofrecía, era un verdadero espectáculo verlos como hormigas dispersas, sudando la gota gorda por llegar a la meta. Pensé por un rato que me había metido en medio de un comercial o algo por estilo «Ta´mare... Falta que me llamen la atención por arruinar la toma». Me equivoqué. Mi celular marcaba las 8.24am. Mostré mi carné de abogado e ingresé al edificio. Ingresé por fin al monstruo de los juzgados civiles, donde millones de personas depositan en nuestros bacanes jueces las penosas causas que los taladra día con día; ingresé al edificio mágico, aquel donde el solo hecho de trabajar para él, te obsequia ¾sin requisito alguno, sin desvelarse una sola noche, sin acabar siquiera un libro sobre derecho¾ un título honorifico, el ser Doctor. ¿No creen? Pongan atención y verán. Me dirigí al ascensor y me sorprendí al reconocer varios rostros, todos muy agitados, con el semblante por los suelos, con las cienes palpitando a mil, con lengua fuera cual corbata, con la vestimenta desalineada y con los cabellos alborotados. ¡Joder!, eran los mismos que estaban haciendo la maratón en la Av. Abancay.  «¡Ey! me engañaron... No se trataba de una maratón ni de un corte comercial. No. Eran los trabajadores del Poder Judicial que habían llegado tarde a su centro de labores. Qué tales conchas pues. Su hora de ingreso es a las 8am. De razón pues, ahora comprendo por qué tanta adrenalina allá fuera. Irresponsables»

En verdad fue muy gracioso ver cómo se atropellaban unos a otros y cómo hábilmente esquivaban a las personas que se interponían entre ellos y su centro de labor. Corrían como un jabalí perseguido por una leona.

Fui directo al piso 15 e hice mi fila para hablar con el Sr. Magistrado. Luego de 20 minutos hablé con nuestro administrador de Justicia. Al entrar al Despacho Judicial me dio la bienvenida un olor a guardado, un olor tan indeseable que combinaba tranquilamente con los aspectos propios de un hueco donde se pierden las esperanzas, las fe, y donde solo reina el desorden, el fastidio y la mediocridad. El Magistrado al verme, me señala la silla. Él se encuentra sentado detrás de una mesa cuadrada llena de documentos y expedientes pesimamente cosidos y con las páginas a medio salir, a su mano izquierda se alza una pequeña Cruz seguida de una inmaculada Biblia, al costado una campanita de té. «¿En verdad harán justicia en nombre del Señor?» . De pronto, al ver al Juez entre dos pilares inmensos de expedientes amarillentos, viejos y olvidados, me vino la imagen de Sansón, y es que de cierta forma ellos (los jueces), están dotados de una fuerza sobrehumana para hacer que la justicia (divina o ciega, y muchas veces, justicia ignorante, o las peores, justicia estúpida) recaiga sobre los mortales, pero que muchas veces son lacayos de su propio poder, y terminan como Sansón, acaecidos por los propios pilares que lo adornaban y que tanto presumía.   

¾Buenos días Sr. Juez. Mi nombre es Luis Carballo Cavallini¾ dije en tono fuerte pero amable. Me presenté estirando la mano. El Juez es un nombre de madura edad, es de aspecto ordinario, su rostro no tiene gracia pero ni por si las dudas. Viste una camisa cuyo color en algún momento debió ser color blanco, pero que sin embargo hace juego con los expedientes que lo adornan. Y ojo con esto, en verdad esos expedientes, adornan.

¾Buen día¾ dijo respondiendo mi saludo y dibujando un gesto muy vagamente parecido a eso que le llamamos sonrisa. Su voz era baja y pausada; al estrechar su mano con la mía a penas y la apretó. Me revienta que un hombre te salude como damisela ¾Dígame en qué lo puedo atender…

¾Mire usted, vengo en relación a la Resolución N° 40 que nos han notificado el día de ayer; en ella resuelven el abandono del proceso por una supuesta falta de interés por parte nuestra. Lo cual señor juez, no es cierto¾ le dije con voz alta con la intención de que su especialista, el webastriste que redacto tan nefasta, absurda y grosera la resolución escuchará también mi queja.

Con gesto de indulgencia, como si me estuviese regalando un poco de su imperdible y valioso tiempo, y estirando nuevamente su delicada y pequeña mano, me pidió la resolución y la ojeo rápidamente. Su semblante y cambiando con cada renglón leído, sus ojos reflejaban admiración. «Bien carajo. Se está dando cuenta del error. Bien…», pensé. Pero leía con la parsimonia digna de un pontífice a punto del retiro, como si yo tuviese todo el tiempo del mundo ¾«Vamos papito, mi sobrina de siete años lee más rápido, déjate de joder, vamos…»¾. Al terminar la tercera hoja, y recuperando la postura, dijo con vos orgullosa y enaltecida:

¾El abandono del proceso se da cuando, entre otras cosas, han pasado más de cuatro meses y no hay impulso de la parte demandante; por ello es que se ha decretado el abandono ¾dijo el juez devolviéndome la resolución a la vez que en su rostro se dibujaba una mueca de satisfacción, como si estuviera impartiendo catedra. Acto seguido agrego:¾ A menos claro que haya una actuación o impulso que le corresponda al juzgado, en cuyo caso el abandono no procede¾ Puntualizó.

¾Me alegra que lo mencione señor Juez. Y es que precisamente se ha decretado el abandono cuando hay en autos dos actos procesales pendientes por parte del juzgado¾enfaticé¾, el primero de ellos es en relación a la nulidad que formulamos contra la resolución N° 35 el día 15 de agosto de 2012, la misma que se corrió traslado al demando por cinco días, fue debidamente notificado y a la fecha no absolvió el traslado; y, de otro lado, el juzgado no se ha resuelto nuestro pedido de nulidad.

El Juez me miraba incrédulo. De reojo, chequeaba cuántos más estaban haciendo fila para ser atendidos por él.  Se recogió las mangas de su percudida camisa blanca, se mojó los labios e hizo una mueca, algo quería decirme, pero me le adelante:

¾ Además­¾ continué¾ mediante resolución N° 38 han nombrado a un perito oncológico, quién hasta la fecha no ha aceptado el cargo. Razón por la cual el juzgado deberá, o bien reiterar al perito para que acepte y juramente el cargo o, haciendo efectivo el apercibimiento decretado, subrogarlo y nombrase a uno nuevo. Como vera señor Juez, hay dos actuaciones pendientes de resolver por parte de su despacho. Razón por la cual el abandono es improcedente. «Chúpate esa flor magistrado. Por cierto Magister en qué, ¿en procesal civil?, con esa resolución, lo dudo»

¾ Uhmmmm. Si es como usted dice ¾ contestó el juez enderezando nuevamente su postura ¾ lo que cabría entonces, en estos casos, es interponer nulidad contra la resolución N° 40. Y nosotros…resolveremos según sea el caso.¾ Terminó la frese a la vez que recibía lo que parecía ser un Auto, a penas y lo ojeo, fue directo a la última hoja y sin más reparos le estampó su sello y acto seguido dibujó una firma exageradamente grande e innecesaria (¿Me quería sorprender?), y sin más trámites, se la devolvió al regordete sujeto con cara de hurón que no dejaba de mirarme. « ¡Ahí está el detalle! Este Juez firma cualquier documento que le presenten. Es tan vago que ni siquiera se digna a leer lo que autoriza. Allá va otro Auto destinado a cabrear al demandado o al demandante. Y claro, si hay algún roche, el Juez, haciendo el pendejito, le trasfiere la responsabilidad al Especialista o Secretario o Pinche o Practicante o Secigrista, o lo que fuera. Total, al fin y al cabo, por cómo resuelven, son la misma mierda»       

¾ Es una opción señor juez, y la estamos analizando.¾ me adelante en tono intelectual, y carraspeando la garganta, agregue: ¾ Pero dado que las observaciones, las cuales son notoriamente visibles, ¿no sería mejor que de oficio plantearan la nulidad de la resolución N° 40, y con eso, en virtud de la economía y celeridad procesal, evitar la demora innecesaria que acarrearía el trámite de la nulidad?

El Juez abrió los ojos como platos, formando una impecable eme en sus delgas y negras cejas, y con voz ligeramente firme e indignada, en son de despidida, afirmó:

¾ Nooo. En ese caso…lo mejor es que interpongan su apelación.

¾ Eso haremos. Gracias por su tiempo señor Juez¾ Me despedí de inmediato, no quería estar más en esa mazmorra, en ese hueco lóbrego lleno de documentos y casos in resolver. No vaya ser contagiosa esa forma de pensar que tiene este juez y me convierte en un paria más, así que dándole nuevamente la mano, me retiré casi brincando.

Jueces como él, hacen que la justica, si es que la hay en nuestro país, sea una burla, una fantasía, un imposible. En efecto, puedo o pude solicitar la nulidad de  la resolución 40, claro, pero también de oficio el juez puede o pudo anularla y con ello ahorrarnos el tiempo muerto que demorará formar el cuadernillo de apelación y que ¾ cuándo se le hinchen las bolas al especialista o al secretario para elevar el expediente al juez superior¾ pasen más de cinco o siete meses para que nos den la razón; es un acto cruel, una falta de responsabilidad por parte del juez y sus secuaces. Qué tanto miedo le da actuar de oficio y enmendar su error, su descuido o el descuido de sus pinches. Al contrario, enaltecería, en algo, la mellada imagen del Poder Judicial, sin embargo se mean, se zurran cuando tienen que poner mano firme. Es un atropello por demás denigrante que hagan esto con los justiciables. Interpuse apelación, sí. Ya que de haber interpuesto nulidad, fácil el cobarde y pelotudo Juez me la declaraba infundada y, luego, cuando hubiese querido interponer, recién, apelación contra la resolución 4o, me salga con «Improcedente por extemporánea». Menudos Jueces los que tenemos como administradores de justicia. Se hacen pichi los cabrones a la hora de aplicar la verdadera justicia.

«Juez y la pita que te trajo. Por eso saludas como damisela, por eso saludas con inseguridad, por cobarde, por mezquino, por sucio, por ser un pusilánime que se caga de miedo. Es increíble que estos granujas sean los concítenlas que imparten y administran justicia, es increíble también que nuestra justicia esté a la suerte de un tarado que firma cualquier verdura que le pongan en frente, es imperdonable que nuestra justicia esté en manos de quienes sintiéndose omnipotentes resuelvan lo que les parezca o venga en gana sin hacer previamente un estudio de lo actuado en el proceso.

 Y te llamamos Juez, bah, vergüenza, así deberíamos llamarte”.

 

Lima 08 de mayo de 2013.

 

 

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