Hoy amanecí molesto. ¿Por qué?
Bueno, el Décimo Quinto Juzgado Civil de Lima declaró el abandono de un proceso
del cual soy abogado. El
Juez en su resolución dice que por
“falta de interés e impulso” se ha concluido con el mismo y, por tanto, lo han
mandado a archivar.
Gracias a esa payasada tuve que
ir temprano al Edificio Alzamora Valdez y hablar directamente con el Juez que firmó el Auto. Para estar a
tiempo en el juzgado no fui al gym,
lo cual me cabrea de sobremanera, ya que para mí, ir al gym, es algo sagrado. Una actividad que me tomo muy en serio. Voy
de 6am á 7am.
Pero hoy, miércoles 08 de mayo de
2013, no fui porque al Juez, cuya
imparcialidad y conocimientos jurídicos procesales han quedado en duda total,
decidió archivar mi caso. Sin embargo no todo fue amargura; tomé el colectivo
(La 87) y me dio un lindo y turbulento paseo por la Av. Bolívar, luego por la
Av. Salaverry, luego entró al Cercado de Lima y empalmó la Av. Abancay, aquella
que es el Gran Pilar de la “reforma
del tránsito limeño”, donde nuestra alcaldesa, con un reportero y cámara en
mano más otro monigote representante de la Municipalidad de Lima, únicamente
demora 15 minutos en recorrer toda la Av. Abancay. Pero olvidé meter en mi
maletín a la burgomaestre, al reportero, la cámara de filmación y también
olvidé pasar por mi representante municipal, razón por la cual demoré más de 50
minutos. Qué imbécil soy. Bueno, a la próxima no los olvidaré, juro.
Les comentaba que no todo fue
amargura, y es que estado frente del Edificio Alzamora Valdez, me topé con una
maratón. «¿Qué? ¿Una maratón en la Av. Abancay? ¡No wey!», pensé.
Lo peculiar es que los competidores, damas y caballeros por igual, estaban
vestidos con ropa elegante; las damas con su falda y saco slim fit ajustada a sus esbeltos
y rolludos cuerpos, y los caballeros, por su lado, con saco y corbata en
tonos chillones. Comenzaban a correr rebasándose unos a otros, birlaban los
obstáculos que la calle les ofrecía, era un verdadero espectáculo
verlos como hormigas dispersas, sudando la gota gorda por llegar a la meta.
Pensé por un rato que me había metido en medio de un comercial o algo por
estilo «Ta´mare... Falta que me llamen la
atención por arruinar la toma». Me equivoqué. Mi celular marcaba las
8.24am. Mostré mi carné de abogado e ingresé al edificio. Ingresé por fin al
monstruo de los juzgados civiles, donde millones de personas depositan en
nuestros bacanes jueces las penosas
causas que los taladra día con día; ingresé al edificio mágico, aquel donde
el solo hecho de trabajar para él, te obsequia ¾sin requisito alguno, sin desvelarse una sola noche, sin
acabar siquiera un libro sobre derecho¾ un título
honorifico, el ser Doctor. ¿No creen?
Pongan atención y verán. Me dirigí al ascensor y me sorprendí al reconocer
varios rostros, todos muy agitados, con el semblante por los suelos, con las
cienes palpitando a mil, con lengua fuera cual corbata, con la vestimenta
desalineada y con los cabellos alborotados. ¡Joder!,
eran los mismos que estaban haciendo la maratón en la Av. Abancay. «¡Ey!
me engañaron... No se trataba de una maratón ni de un corte comercial. No. Eran
los trabajadores del Poder Judicial que habían llegado tarde a su centro de
labores. Qué tales conchas pues. Su hora de ingreso es a las 8am. De razón
pues, ahora comprendo por qué tanta adrenalina allá fuera. Irresponsables»
En verdad fue muy gracioso ver cómo
se atropellaban unos a otros y cómo hábilmente esquivaban a las personas que se
interponían entre ellos y su centro de labor. Corrían como un jabalí perseguido
por una leona.
Fui directo al piso 15 e hice mi
fila para hablar con el Sr. Magistrado. Luego de 20 minutos hablé con nuestro
administrador de Justicia. Al entrar al Despacho
Judicial me dio la bienvenida un olor a guardado, un olor tan indeseable
que combinaba tranquilamente con los aspectos propios de un hueco donde se
pierden las esperanzas, las fe, y donde solo reina el desorden, el fastidio y
la mediocridad. El Magistrado al verme, me señala la silla. Él se encuentra
sentado detrás de una mesa cuadrada llena de documentos y expedientes pesimamente
cosidos y con las páginas a medio salir, a su mano izquierda se alza una
pequeña Cruz seguida de una
inmaculada Biblia, al costado una
campanita de té. «¿En verdad harán
justicia en nombre del Señor?» . De pronto, al ver al Juez entre dos pilares inmensos de expedientes amarillentos, viejos
y olvidados, me vino la imagen de Sansón,
y es que de cierta forma ellos (los jueces), están dotados de una fuerza
sobrehumana para hacer que la justicia (divina o ciega, y muchas veces,
justicia ignorante, o las peores, justicia estúpida) recaiga sobre los mortales,
pero que muchas veces son lacayos de su propio poder, y terminan como Sansón, acaecidos por los propios
pilares que lo adornaban y que tanto presumía.
¾Buenos días Sr. Juez. Mi nombre es Luis
Carballo Cavallini¾ dije
en tono fuerte pero amable. Me presenté estirando la mano. El Juez es un nombre de madura edad, es de
aspecto ordinario, su rostro no tiene gracia pero ni por si las dudas. Viste
una camisa cuyo color en algún momento debió ser color blanco, pero que sin
embargo hace juego con los expedientes que lo adornan. Y ojo con esto, en verdad
esos expedientes, adornan.
¾Buen día¾ dijo
respondiendo mi saludo y dibujando un gesto muy vagamente parecido a eso que le
llamamos sonrisa. Su voz era baja y pausada; al estrechar su mano con la mía a
penas y la apretó. Me revienta que un hombre te salude como damisela ¾Dígame en qué lo puedo atender…
¾Mire usted, vengo en relación a la
Resolución N° 40 que nos han notificado el día de ayer; en ella resuelven el
abandono del proceso por una supuesta falta de interés por parte nuestra. Lo
cual señor juez, no es cierto¾
le dije con voz alta con la intención de que su especialista, el webastriste que redacto tan nefasta, absurda
y grosera la resolución escuchará también mi queja.
Con gesto de indulgencia, como si
me estuviese regalando un poco de su imperdible y valioso tiempo, y estirando
nuevamente su delicada y pequeña mano, me pidió la resolución y la ojeo
rápidamente. Su semblante y cambiando con cada renglón leído, sus ojos
reflejaban admiración. «Bien carajo. Se
está dando cuenta del error. Bien…», pensé. Pero leía con la parsimonia digna
de un pontífice a punto del retiro, como
si yo tuviese todo el tiempo del mundo ¾«Vamos papito, mi
sobrina de siete años lee más rápido, déjate de joder, vamos…»¾.
Al terminar la tercera hoja, y recuperando la postura, dijo con vos orgullosa y
enaltecida:
¾El abandono del proceso se da cuando, entre
otras cosas, han pasado más de cuatro meses y no hay impulso de la parte
demandante; por ello es que se ha decretado el abandono ¾dijo
el juez devolviéndome la resolución a la vez que en su rostro se dibujaba una
mueca de satisfacción, como si estuviera impartiendo catedra. Acto seguido
agrego:¾ A menos claro que haya una actuación o
impulso que le corresponda al juzgado, en cuyo caso el abandono no procede¾
Puntualizó.
¾Me alegra que lo mencione señor Juez. Y es
que precisamente se ha decretado el abandono cuando hay en autos dos actos
procesales pendientes por parte del juzgado¾enfaticé¾, el primero de ellos es en relación a la
nulidad que formulamos contra la resolución N° 35 el día 15 de agosto de 2012,
la misma que se corrió traslado al demando por cinco días, fue debidamente
notificado y a la fecha no absolvió el traslado; y, de otro lado, el juzgado no
se ha resuelto nuestro pedido de nulidad.
El Juez me miraba incrédulo. De
reojo, chequeaba cuántos más estaban haciendo fila para ser atendidos por él. Se recogió las mangas de su percudida camisa
blanca, se mojó los labios e hizo una mueca, algo quería decirme, pero me le
adelante:
¾ Además¾ continué¾ mediante resolución N° 38 han nombrado a un
perito oncológico, quién hasta la fecha no ha aceptado el cargo. Razón por la
cual el juzgado deberá, o bien reiterar al perito para que acepte y juramente
el cargo o, haciendo efectivo el apercibimiento decretado, subrogarlo y
nombrase a uno nuevo. Como vera señor Juez, hay dos actuaciones pendientes de
resolver por parte de su despacho. Razón por la cual el abandono es
improcedente. «Chúpate esa flor magistrado. Por cierto Magister en qué, ¿en
procesal civil?, con esa resolución, lo dudo»
¾
Uhmmmm. Si es como usted dice ¾ contestó
el juez enderezando nuevamente su
postura ¾ lo que cabría entonces, en estos casos, es
interponer nulidad contra la resolución N° 40. Y nosotros…resolveremos según
sea el caso.¾ Terminó la frese a la vez
que recibía lo que parecía ser un Auto,
a penas y lo ojeo, fue directo a la última hoja y sin más reparos le estampó su
sello y acto seguido dibujó una firma exageradamente grande e innecesaria (¿Me
quería sorprender?), y sin más trámites, se la devolvió al regordete sujeto con
cara de hurón que no dejaba de
mirarme. « ¡Ahí está el detalle! Este
Juez firma cualquier documento que le presenten. Es tan vago que ni siquiera se
digna a leer lo que autoriza. Allá va otro Auto destinado a cabrear al
demandado o al demandante. Y claro, si hay algún roche, el Juez, haciendo el
pendejito, le trasfiere la responsabilidad al Especialista o Secretario o Pinche
o Practicante o Secigrista, o lo que fuera. Total, al fin y al cabo, por cómo
resuelven, son la misma mierda»
¾
Es una opción señor juez, y la estamos analizando.¾
me adelante en tono intelectual, y carraspeando la garganta, agregue: ¾ Pero dado que las observaciones, las cuales
son notoriamente visibles, ¿no sería mejor que de oficio plantearan la nulidad
de la resolución N° 40, y con eso, en virtud de la economía y celeridad
procesal, evitar la demora innecesaria que acarrearía el trámite de la nulidad?
El Juez abrió los ojos como
platos, formando una impecable eme en sus delgas y negras cejas, y con voz
ligeramente firme e indignada, en son de despidida, afirmó:
¾ Nooo. En ese caso…lo mejor es que
interpongan su apelación.
¾ Eso haremos. Gracias por su tiempo señor
Juez¾ Me despedí de inmediato, no quería estar más en esa
mazmorra, en ese hueco lóbrego lleno de documentos y casos in resolver. No vaya ser contagiosa esa
forma de pensar que tiene este juez y me convierte en un paria más, así que
dándole nuevamente la mano, me retiré casi brincando.
Jueces como él, hacen que la
justica, si es que la hay en nuestro país, sea una burla, una fantasía, un
imposible. En efecto, puedo o pude solicitar la nulidad de la resolución 40, claro, pero también de
oficio el juez puede o pudo anularla y con ello ahorrarnos el tiempo muerto que
demorará formar el cuadernillo de apelación y que ¾ cuándo se le hinchen las bolas
al especialista o al secretario para elevar el expediente al juez superior¾
pasen más de cinco o siete meses para que nos den la razón; es un acto cruel,
una falta de responsabilidad por parte del juez y sus secuaces. Qué tanto miedo
le da actuar de oficio y enmendar su error, su descuido o el descuido de sus
pinches. Al contrario, enaltecería, en algo, la mellada imagen del Poder
Judicial, sin embargo se mean, se zurran cuando tienen que poner mano firme. Es
un atropello por demás denigrante que hagan esto con los justiciables.
Interpuse apelación, sí. Ya que de haber interpuesto nulidad, fácil el cobarde
y pelotudo Juez me la declaraba infundada y, luego, cuando hubiese querido
interponer, recién, apelación contra la resolución 4o, me salga con «Improcedente por extemporánea». Menudos
Jueces los que tenemos como administradores de justicia. Se hacen pichi los
cabrones a la hora de aplicar la verdadera justicia.
«Juez y la pita que te trajo. Por eso saludas como damisela, por eso
saludas con inseguridad, por cobarde, por mezquino, por sucio, por ser un
pusilánime que se caga de miedo. Es increíble que estos granujas sean los concítenlas
que imparten y administran justicia, es increíble también que nuestra justicia
esté a la suerte de un tarado que firma cualquier verdura que le pongan en
frente, es imperdonable que nuestra justicia esté en manos de quienes sintiéndose
omnipotentes resuelvan lo que les parezca o venga en gana sin hacer previamente
un estudio de lo actuado en el proceso.
Y te llamamos Juez, bah,
vergüenza, así deberíamos llamarte”.
Lima 08 de mayo de
2013.
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