En
el Perú se ha aprobado una nueva Ley, una ley que pretende sancionar a harto
mañosón y mañosa que andan por la vía pública acosando sexualmente a los demás.
En
unos de los periódicos ‘serios’ limeños, en su portada, sale una conocida
modelo en ropa deliciosamente apretada, luciendo sus generosas curvas a vista y
paciencia de los caballeros que andan en el transporte público.
La
ley tiene la buena intención de frenar la violencia verbal, esos piropos
majaderos llenos de contenido arrechón, que los hombres, en su mayoría, aúllan
cuando ven pasar un par de buenas tetas y muslos apetecibles. Pero eso es
trampa.
Pongamos
las cosas en orden. Bien es cierto que ninguna mujer debe ser objeto de un
acoso sexual por más ‘sexy’ que la dama sea. Pero en nuestro país, donde la
cultura popular es la dominante, pedirle a un hombre acostumbrado a ver a la
mujer como un pedazo de carne, es como pedirle a un fumador empedernido que
deje de fumar de buenas a primeras. No lo va hacer. Así de simple.
De
otro lado, hay que ser honestos con las provocaciones. Hoy en día hay mocosas
de doce y trece años se visten con shortcitos jeans sugerentes. Ni hablar de
las mujeres un poco más maduras; ellas son más atrevidas y se muestran por la
vida casi como Dios las trajo al mundo. Se dan ese lujo, claro, porque vinieron
a la tierra con un cuerpo agradecido; la misma ‘suerte’ no corren las mujeres que
anda con varios tamales en su haber.
Soy
un hombre educado, o eso creo, pese a ello, trato de doblegar mi voluntad
cuando veo a una mujer con buenas piernas caminando por la calle con un cartel
que dice: ¡MÍRAME! Aun así, me controlo, soy discreto, o eso pretendo. No sale
de mí, al menos ahora no, cosas majaderas que pudieran hacer sentir mal a la
modelo de turno. Pero no puedo decir lo mismo de mis congéneres. He sido
testigo, casi a diario, de cómo los hombres devoran con la mirada a las mujeres
que se les cruzan en su camino. Yo mismo me digo: ‘¡Qué tal degenerado!’ Pero
al ver a la chica por la que babean, la cosa cambia. Y no es que justifique el
actuar instintivo del hombre, pero tampoco hay derecho de andar que paños
diminutos sin esperar provocar ese fulgor calenturiento que todo Adán lleva
consigo.
Es como mantener hambriento a tu cachorro por varios días y decirle
que no se coma el jamón que dejaste suelto.
Claro,
las damas dirán: “Por qué debo vestirme de otra manera que no sea tentadora
para los hombres”. Y es cierto, por qué ellas deben pagar los platos rotos por
unos aguantados que no saben comportarse. La respuesta me duele. Y es: porque
estamos en el Perú.
No
somos Inglaterra ni Holanda y menos Italia, donde los hombres tiene más
educación, no cultura, pero sí mucha más educación. Sin ir muy lejos, tampoco
somos Brasil, donde las playas nudistas abundan o, en el mejor de los casos,
las mujeres pueden ir en toples a las playas sin ser asediadas por las miradas
lascivas de los lugareños. De hecho, y se me va la vida en ello, de que si
algún impertinente las mira acaloradamente o les suelta algún piropo malcriado,
no es ningún brasileño. Lo más probable es que sea un peruano, mexicano o
boliviano que anda de vacaciones por las playas cariocas, y las mira cómo se
mira a un postre delicioso mientras un bulto no desconocido comienza a desadormecerse
entre las piernas.
La
solución es momentánea. Cualquier persona, mujer en su mayoría, estará
respaldada por una Ley que pretende cuidarlas de los libertinos impertinentes.
Pero esa no es la solución. Todo comienza por casa. Tanto la forma de vestir,
como la forma de engalanar a una mujer, por muy sexy que sea.
Lima,
09 de marzo de 2015.
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