Hace unos días me encontré con un
amigo en los pasillos de los Juzgados Civiles ubicados en el Edificio Alzamora
Valdez, en el Cercado de Lima. Es un colega con quien estudié algunos ciclos en
la facultad de leyes. Me dio gusto verlo después de tantos años; lo encontré
saludable, risueño y alegre. Me dio gusto, también, saber que él compartiera el mismo
entusiasmo que el mío por habernos encontrado de pura casualidad.
Me casé hace cuatro años; mi esposa es diseñadora de interiores; le va
bien. Tenemos una hija de tres años; se ha vuelto nuestro mundo¾ Me contó. Cada una de sus palabras las vivía, se
notaba en sus ojos; en verdad estaba contento por la familia que tenía. Qué
bueno.
Yo también me casé; vamos a cumplir tres años en julio. Tenemos un
recién nacido, tiene dos meses y medio. Efectivamente, se vuelven tu mundo ¾Afirmé.
Él tenía una audiencia. Yo tenía
que hablar con un juez. Nuestra conversación duró entre ocho a diez minutos. Le
pregunté si frecuentaba a la promoción. Me dijo que no. Yo le dije lo mismo. A
nivel profesional me dijo que estaba como abogado para una empresa
trasnacional, que le iba bien pero que esperaba buscar algo más sólido; que si
bien veía temas legales, no litigaba mucho, que era su pasión. Estoy llevando una maestría en la PUCP en
derecho Tributario; es muy complicada pero necesaria ¾ Me dijo. Qué
bueno, me da gusto por ti; me alegra en verdad que sigas creciendo
profesionalmente. Hoy en día ser abogado ya no es suficiente ¾Precisé.
Ayer iniciaron las clases ¾ continuó mi amigo¾. El profesor
que nos ha tocado es bueno. Expuso su Currículo Vitae, y, la verdad me hizo
sentir un ignorante. ¿Cómo así? Le pregunté. Tres carreras, cuatro
maestrías, una en Nueva York y otra en Londres; dos Doctorados. Y estaba
renegando porque le cancelaron la matricula del tercer doctorado. Ilustró mi atemorizado
amigo.
Nos estrechamos las manos y nos
dimos un abrazo de despedida. Intercambiamos tarjetas. Quedamos en llamarnos
para coordinar un encuentro, un café tal vez, y poder conversar largo y
tendido. Él entró a su audiencia; yo hice mi cola para hablar con el Juez. No
vi más a mí amigo. No nos hemos llamado ni nada por el estilo. Eso de quedar en
comunicarse es mera formalidad, un procedimiento vago y sin futuro próximo; como aquellas que hacen las promociones
escolares cuando terminan el colegio: “Nos
reuniremos todos los meses” “Jugaremos fucho todos los sábados” “No faltaremos
al cumple de…” “Nunca nos dejaremos de hablar” Frases de momento. Frases
vacías.
Rumbo a la oficina, vine pensado
en lo que me dijo mi amigo «Expuso su currículo vitae, y, la verdad me
hizo sentir ignorante…» Me dio algo de pena
mi amigo. No me dio lastima, no. Pero si pena. Se dejó deslumbrar por alguien
que ostenta más cartones en su haber. De que distinguido catedrático tuvo que luchar por cada uno de
ellos no se discute. ¡Qué bueno por el tan ilustre profesor! Pero a mí no me
hubiese hecho sentir que soy un ignorante, no. Me hubiese hecho sentir motivado
y tranquilo. Motivado porque si el profesor tiene tantos méritos en su haber
profesional, entonces quiere decir que cualquier persona, con las ganas y el
ímpetu de superación, puede tener igual o más cartones profesionales. Y
tranquilo porque sé que no me está dando catedra cualquier califa, sino
alguien más que experto en la materia. Estaría tranquilo al saber que el
dinero invertido en la maestría está siendo justificado con creces.
Sin embargo, todo depende del
cristal con que se mire.
Lima, 22 de marzo de 2013.
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