Hoy, 19 de marzo de 2013, quedé
en almorzar con mi primo Juano y con mi primo Rubén, dos de los primos más
queridos que tengo. Quedamos de vernos en la pollería El Pollón, ubicada en la Av. El Ejército, a tres cuadras de la Av. Salaverry,
en San Isidro. La hora pactada: 1.30pm. Así que salí de mi oficina a la 1.10pm.
Me fui hasta la Av. Húsares de Junín donde tomé el bus que cruza la Av.
Salaverry. El cobrador se encontraba en la puerta.
¾
Flaco. Cincuenta hasta Salaverry, ¿va? El
cobrador acepta con un movimiento de cabeza. Al subir me dice:
¾
Ta que…por cincuenta hasta Salaverry, ¿no?
Lo dijo en tono desaprobador. Quizá molesto porque le ofrecí pagar la mitad del
pasaje, pero es lo que se suele pagar por tan poca distancia. Seguro también
pensó que no escucharía su reproche por tener los audífonos puestos. Lo que no sabía es que no escuchaba canción alguna.
¾ Bueno. Si te parece pues. Si no me quieres
aceptar los cincuenta hasta Salaverry dime nomás. Me bajo y listo¾
se lo dije en tono increpador. El sujeto se hizo el sordo y contesto:
¾
No. Que está bien, por cincuenta hasta
Salaverry¾ y se
quedó callado el valiente cobrador.
Llegué en siete minutos a la Av.
Salaverry. Mi celular marcaba la 1.20pm. Esperé por dos o tres minutos el
próximo bus que me llevaría hasta mi destino. Mientras tanto me entretuve
leyendo el titular del diario Perú21 “JALÓN DE OREJAS” aludiendo a nuestra
Alcaldesa. “Susana Villarán sigue pero sin sus regidores”. No pues. No se puede
tener todo en la vida. Y barato le salió el chiste. Pudo ser peor.
Al tomar el bus, no me percaté
que solo llegaba hasta la Av. Juan Antonio Pezet. Me dejaba a cinco cuadras de mi
destino; pero ya había pagado y me tardaría más en bajar y subir a otro bus.
Caballero nomás. Le puse playa mi i pod y comencé a disfrutar de mi
música. De pronto me vino la imagen de mi bebé, Gabriel. Lo extrañé
de inmediato. El bodoquito me ha robado el corazón. Creo que me vino ese
sentimiento al ver a un niño de unos tres o cuatro años de edad junto con su
mamá. Estaban felices. El niño iba jugando con su mamá, no paraban de reír. Era
un cuadro tierno, lleno de amor, de paz, de esperanza. El niño estaba sentado
de lado de la ventana. La madre le seguía a su derecha. El bus estaba casi
vacío, razón por la que pude ver el gran amor que se tenían uno al otro. Ya quiero que mi bebé esté así de grande
para poder jugar y hablar con él; así como lo hace la señora con su pequeño
hijo. Pensé.
¾ Oe. ¿Dónde estás?
¾ Estoy
a cinco minutos. ¿Estás con Rubén?
¾ No. Qué va ser…Ya estamos acá. Ya pedimos...
¾Ja,
ja, ja, ja. Espérenme. Ya llego.
¾Ya.
Cabrito.
¾May.
La luz estaba en rojo. El bus no
podía avanzar. Veo que el niño amoroso le hace una seña a su mamá. Ésta le dice
algo. Por la distancia no logré escuchar lo que le dijo. Tampoco era mi
intención. Luego, veo que el niño se para sobre su asiento: mira hacia su
ventana, alza la mano con una bolsa de plástico, de esas que se usan para
embolsar chifles o papas doradas, y la tira por la ventana. Así. Nada más. Sin
mayor pudor ni vergüenza. Voltea hacia la madre y ella le da un gesto
aprobador. El niño con un dibujo en el rostro y con la delicadeza de un
cirujano, vuelve a tomar asiento. No pasó nada.
El acto se ganó todo mi repudio.
Todo lo maravilloso que vi cuando el pequeño juagaba con su madre y ella le
devolvía con algarabía la misma conducta, se fue con la bolsa de plástico
tirada por la ventana. Cómo es posible que la madre le haya dado la venía a tan
inocente criatura para tirar la basura por la venta. Con qué derecho esa señora
ensucia nuestra ciudad. A caso le gustaría a la madre amorosa que vaya
cualquier sujeto, le toque la puerta de su casa y le tire un papel o una bolsa
sucia, como si su casa fuera el basurero municipal. Claro que no. A nadie le
gustaría. Lo peor de todo, es que el acto lo realizó un menor, una personita
que no tuvo ni la más mínima idea del daño que hizo. Por supuesto que tirar una
bolsa de plástico no es un delito per se;
obvio que no. Pero ese niño creyó obrar bien ¿Por qué? Bueno, porque se lo
indicó su madre.
Qué pena da ser testigo de algo
tan feo como es tirar la basura en la calle. Ese niño va a crecer pensando que
las calles son el basurero de su vida. Entonces pensará que si su madre lo
ilustra y lo empuja a hacerlo, es porque está bien. Por ende no nos puede
sorprender que ese niño, el día de mañana, cruce peatones con las luces en rojo.
La madre debió corregir en el
acto. Pero no lo hizo. Seguro porque también ella fue criada de esa forma,
pensado que Lima es un gran basural. Qué pena me da.
Lo único que me puso de buen
humor, fue encontrarme con mis primos.
Lima, 19 de marzo de
2013.
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