jueves, 28 de noviembre de 2013

DISGUSTO DEMOCRÁTICO


 
 
 
 
 
 
El domingo pasado fui a votar, a elegir los regidores municipales. Miles de peruanos fueron a cumplir con su ‘deber’ cívico. Muchos, por no decir casi todos, a regañadientes; obligados, más que nada, por la sanción pecuniaria que conlleva no asistir a las urnas. El malestar no fue disimulado del todo, ya que  las caras largas y agrias adornaban las distintas colas formadas. Tuve la suerte, a diferencia de pasados comicios, que ni por error he tenido, de ser el único al momento de hacerme presente. Buenos días, me saludó una gentil dama que me examinó el rostro detalladamente. Cuando le toque ser miembro de mesa, entenderá el porqué de análisis facial. Me ubicó en el padrón¸ me entregaron la cédula de sufragio, me señalaron la urna, voté, firmé el padrón electoral (donde aun figura mi foto anterior, de cuando tenía lindos 18 añitos), acuñé mi huella digital, di las gracias, y salí –felizmente esta vez no nos marcaron como ganado con esa tinta azul difícil de quitar, como las manías–. Demoré más en ubicar la mesa de votantes que ejercer mi derecho. Se dice que no hay mejor forma de poner en práctica la democracia que ejerciendo el derecho de elegir y ser elegidos. Es como suelen llamarlo: «Fiesta Democrática». Sin embargo, para ser una supuesta fiesta, la cosa estaba verde, como las caras de los distintos sujetos obligados a asistir a votar; también estaban rojas, como los adjetivos calificativos así como los sonoros improperios que lanzaba el electorado. Se presume que más de un millón de limeños fueron a las urnas, pero que la mayoría fue para no ser multado, para no pagarle al Estado la suma de setenta y cuatro solsitos. Las personas comenzaron a culpar de ser empujados a votar al promotor de la revocatoria contra la actual alcaldesa de Lima. Por ese huevón estamos acá, rugió un señor de avanzada edad. Y sin ser adivinó, a puesto que fue el sentir solidario de la gente. Cierto, tienen razón, en parte. Pero el fulano que inició las acciones legales contra la burgomaestre no lo hizo sólo, pues para poder siquiera formular la solicitud debió –como lo hizo- juntar miles de firmas de los ciudadanos; ajá, de aquellos que el pasado domingo se quejaron. A raíz de la polémica Revocatoria se comenzó a cuestionar la misma alegando que estaba mal planteada, que es una figura jurídica que atenta contra la estabilidad democrática y la gobernabilidad. Curioso, es mala y afecta la estabilidad y la democracia cuando llega a Lima, pero, ¿Qué de las Provincias donde se han, gracias a la misma figura, destituido del cargo a varios exalcaldes? ¿Por qué allí no se lloró como cuando atacó la Gran Ciudad? Todo es lindo y hermoso cuando no fastidia los propios intereses, ¿no? El señor que inició la acción en contra de la alcaldesa de Lima, lo hizo haciendo uso de un derecho Constitucional, y, los sabidos en leyes, saben que el uso regular de un derecho, no genera responsabilidad alguna, máxime si cumple con los requisitos que la ley le exige. Bajo esa premisa, ¿qué culpa tiene el individuo de ejercer su derecho a revocar de un puesto público a quien él considera que debe irse? Si la naturaleza misma de la Revocatoria es mala, pues culpen a quienes la legislaron. En lo personal, ni me agrada ni me cae mal el sujeto que promovió la acción. Simplemente, no me interesa. Pero sí que es chocante escuchar berridos y llantos ajenos culpando de algo a otra persona. Por supuesto que a nadie le gusta que le recorten su dominguito pichanguero, pero, para bien o para mal, se tiene que cumplir con lo que la ley manda. De otro lado hay quienes solicitan que el voto sea voluntario, que al ser personas libres, debemos tener, por tanto, libertad de acudir o no a la urna. Personalmente no simpatizo con esa idea, pero mi posición es algo distinta, más romanticona, como me dijo un viejo amigo. Considero que el hecho de ir a votar es un privilegio que no se puede tomar a la ligera (sea lo que sea por lo que se esté votando), pues el hecho de ir retribuye y honra a las personas que entregaron su vida –literalmente– para que hoy, nosotros, tengamos ese derecho, el de elegir a nuestras autoridades. En el pasado se derramó sangre por nuestra libertad, por nuestra independencia, por nuestra libertad de opinión, por nuestro derecho a la propiedad, y, claro está, por el derecho al voto. Por tanto, considero que es un honor tener esa gracia; derecho que tengo gracias a personas que no conocí y que dieron su vida, y quizá la de los suyos también, por darme el derecho al voto. Pero así pienso yo. Claro, también tienen razón las otras personas que alegan la libertad de acudir o no a las urnas, pero, ¿qué hay entonces con la Representatividad? ¿Qué hay con ello de sentirse identificado con su autoridad inmediata? Felizmente, yo, no voté por él, serían las excusas que tendríamos. De por sí hay mucho electorado de closet que siempre niega a quienes ha elegido, ahora imagínense si fuese facultativo. ¡Exacto!. Otro dato curioso es que, como bien dije al inicio, se renegó por el hecho de ser llamados a cumplir con el deber cívico (qué mejor muestra de que vivimos en democracia, digo), pero el hecho cambia cuando nos recortan nuestros derechos civiles, allí sí que salimos a las calles con pancartas pregonando que se han vulnerado nuestros derechos, nos hacemos los expertos en el tema y hablamos a todo pulmón sobre  la democracia, la justicia, y sobre el Estado de derecho. Lo curioso es que poco o nada sabemos de ello, pero vaya que graznamos al respecto, y hasta hacemos huelgas de hambre (¡vaya desfachatez!). Nos guste o no,  hay una obligación civil, el que la cumple, a buena hora, quien no, será sancionado. La cosa pudo ser peor, pudieron estar en el cargo  nuestras autoridades sin ser elegidos. Ahí sí a preocuparnos. Y mientras se debate sobre lo bueno y lo malo de la Revocatoria, demos gracias de vivir en un país que, por lo menos, y de momento, se preocupa de querer saber nuestra opinión, pues no todos tenemos esa bendición, cónchale vale.             
 
Lima, 28 de noviembre de 2013.

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